Romanos 4; 7
BIENAVENTURADOS AQUELLOS CUYAS INIQUIDADES HAN SIDO PERDONADAS,
Y CUYOS PECADOS HAN SIDO CUBIERTOS.
Por esta
expresión vemos claramente que la justificación consiste en perdonar las
iniquidades del creyente. Si Abraham fue justificado, fue perdonado. Si fue
perdonado, no era perfecto y, por lo tanto, su justificación no tuvo por base
el obrar (perfectamente) lo que la ley de Dios le mandaba. Pero sí creyó a
Dios, repetidas veces, obedeciéndole, y Dios le justificó (le perdonó sus
iniquidades) porque era creyente.
El perdón de Dios es condicional. La
persona tiene que obedecer al evangelio (Romanos
6:17,18)
¿Qué hacemos con la culpa? El rey David cometió pecados terribles: adulterio,
homicidio, mentiras, y aun así experimentó el gozo del perdón. Nosotros también
podemos experimentarlo cuando:
(1) dejamos de negar nuestra culpabilidad y
reconocemos que hemos pecado, (2) reconocemos nuestra culpa ante Dios y pedimos
su perdón, y (3) desechamos la culpa y creemos que Dios nos ha perdonado. Esto
puede ser difícil, sobre todo cuando el pecado ha echado raíces y se ha
enraizado por años, cuando es muy serio o cuando involucra a otro; como sería el caso de la falta de perdón en las congregaciones, un pecado al que muchos no le dan la importancia suficiente como para resolver los conflictos que perduran por décadas. Que poco estudiamos la Palabra de Dios en la Biblia para no cometer los mismos errores que por ejemplo cometió la iglesia de Éfeso.
Debemos
recordar que Jesús quiere y está dispuesto a perdonar todos los pecados. Si
tomamos en cuenta el alto precio que El pagó en la cruz, es arrogancia pensar
que algún pecado nuestro sea demasiado grande para que Él lo perdone. Aunque
nuestra fe sea débil, nuestra conciencia sea sensible y los recuerdos nos
atormenten, la Palabra de Dios declara que pecado confesado es pecado perdonado
(1 Juan_1:9).
Dios no imputa el pecado. Esto, según el Apóstol, sólo puede entenderse
en el sentido de su mensaje sobre la gracia, justo porque no se imputa nada
según mérito sino según gracia, es decir, sin obras de por medio.
El descubrimiento
supremo de la vida cristiana es que no tenemos que torturarnos en una batalla
perdida para ganar el amor de Dios, sino que lo único que tenemos que hacer es
aceptarlo con completa confianza. Es verdad que, después de eso, una persona de
bien está obligada toda su vida a mostrarse agradecida por ese amor. Pero ya no
es un criminal que trata de cumplir una ley imposible, sino un enamorado
ofreciéndose entero al que le amó cuando no lo merecía.
¡Maranata! ¡Sí, ven Señor Jesús!
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