Job 34; 32
enséñame lo que
no veo; si he obrado mal, no lo volveré a hacer?
Dios es soberano en sus
actuaciones, y nadie puede pretender acercarse a El: nadie le puede excitar a
tomar la iniciativa, y si oculta su rostro, despojando su protección al hombre,
nadie puede verle. Su providencia es misteriosa, y en su aparente silencio y
mutismo está observando a los pueblos y a los hombres para que no triunfe el
opresor del pueblo. El que reconoce su pecado y se vuelve a Dios pidiendo luces
sobre su camino y arrepintiéndose de sus faltas, encontrará segura acogida en
el Omnipotente. En el caso de Job, esto es muy incierto, ya que no reconoce su
culpabilidad, y cree que Dios debe
amoldarse en su actuar a su parecer.
Cuando reprendemos por lo que está mal, debemos dirigirnos a lo que es
bueno. Pero muchos les gusta les lisonjeen, les aplaudan o les den aprobación
en todo lo que hacen, cuando aún su conciencia les grita que no es así,
agradando al oído del hombre con una predicación ligh. El
hombre bueno está dispuesto a conocer lo peor de sí mismo; particularmente
cuando está sometido a aflicción, desea que le digan en qué cosa está Dios
contendiendo con él. No basta lamentarse por los pecados, sino que debemos huir
del pecado y no pecar más. Porque si
nuestro arrepentimiento es externo, de apariencia, por vergüenza, por el que
dirán, para no perder prestigio o categoría, es “un trapo de inmundicia” más a
nuestro curriculum.
Es inconcebible que “supuestos hijos de Dios” traten de vivir, con una
mente carnal que no ha sido transformada, una vida espiritual. No es posible
esa dicotomía en un nacido de nuevo. En un no creyente, es posible, y de hecho
las iglesias están llenas de personas con conductas bipolares.
Salmo 51; 10
Crea en mí, oh
Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mí
El penitente auténtico anhela librarse del pecado por medio de la
creación de una nueva naturaleza que tenga el poder de la constancia, el favor
continuo de Dios y la presencia de su Espíritu Santo, el gozo de la liberación
y el don de un espíritu, es decir, espíritu listo para hacer la voluntad de
Dios. Saúl había perdido sus beneficios inmediatos (1
Samuel 16:14) pero no su realidad definitiva (1
Samuel 28:19) de la salvación y, sin duda, recordando este ejemplo David
temía que le sucediera lo mismo; así como nosotros mismos podemos entristecer (Efesios 4:30) y apagar (1 Tesalonicenses
5:19) al Espíritu Santo, perdiendo las alegrías pero no la realidad de
que está en nosotros. Si hemos nacido de nuevo por gracia de Dios por fe en
Jesucristo, cortamos la comunión con Dios por el pecado y el gozo de nuestra
salvación se apaga; pero JAMÁS cortaremos la unión con Dios. Debido a que
nacemos pecadores, nuestra inclinación natural es complacernos a nosotros y no
a Dios. David siguió esta inclinación cuando tomó la esposa de otro hombre.
También nosotros la seguimos cuando pecamos en cualquier forma. Al igual que
David, debemos pedir a Dios que nos limpie desde adentro (Salmo 51.7), que nos limpie el corazón y el espíritu
para tener pensamientos y deseos nuevos. La buena conducta solo proviene de un
corazón y un espíritu limpios. Pidamos a Dios que nos lo dé.
El principio esencial de una
naturaleza nueva no había sido perdido; sino que su influencia fue interrumpida
(Lucas 22:32); pues el Salmo_51:11
demuestra que David no había perdido la presencia ni al Espíritu de Dios
(1Samuel 16:13), aunque había perdido “el gozo
de su salvación”, cuya devolución suplica.
David ve, ahora más que nunca, qué corazón inmundo tiene, y lo lamenta
con pesar; pero entiende que no está en su poder enmendarlo y, por tanto, le
ruega Dios la creación de un corazón limpio en él. Cuando el pecador siente que
este cambio es necesario, y lee la promesa de Dios en ese sentido, empieza a
pedirlo. Sabía que había entristecido al Espíritu Santo con su pecado y lo
había provocado a alejarse. Esto es lo que él teme más que nada.
¡Maranata! ¡Sí, ven Señor
Jesús!
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