1 Timoteo 2; 3-6
Porque esto es bueno y agradable delante de Dios nuestro
Salvador,
el cual quiere que todos los hombres sean salvos y
vengan al conocimiento de la verdad.
Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y
los hombres, Jesucristo hombre,
el cual se dio a sí mismo en rescate por todos, de lo
cual se dio testimonio a su debido tiempo.
Pablo afirma
insistentemente que esta oración, que abarca a todos los hombres, incluida la
autoridad civil, es agradable a Dios. Dios es el «Salvador, que quiere que
todos los hombres se salven» antes de que caiga sobre ellos el castigo de Dios.
Aquí está, según él Apóstol, el fundamento último de la obligación de orar por
todos: la voluntad salvífica universal de Dios, que quiere conducir a todos los
hombres desde el pecado, la muerte y el juicio al conocimiento de la verdad de la revelación divina, a la conversión y,
por ella, a la salvación. El amor divino y la voluntad salvadora divina no
tienen fronteras ni límites, tampoco la oración de la comunidad cristiana debe
tener fronteras ni límites.
Esta voluntad salvífica de Dios se expone, con las palabras de una
fórmula cristiana primitiva de profesión de fe. El Dios único es creador de
todos los hombres, vela como Padre por todas sus criaturas y quiere la
salvación de todos los hombres. Entre Dios y la humanidad sólo hay un mediador,
que anuncia a los hombres la voluntad de Dios, los reconcilia con Dios y
establece la paz entre Dios y los hombres: «el hombre Cristo Jesús». Puede ser
mediador porque, como Hijo de Dios, tiene poder para desempeñar este papel de
mediador y, como hombre, pertenece al género humano y puede, por tanto, mediar
Pablo concluye con
la afirmación de las grandes verdades de la fe cristiana.
Hay un solo Dios.
No vivimos en un
mundo como el que los gnósticos inventaron con sus teorías de dos dioses
hostiles entre sí. No vivimos en un mundo como el que suponían los paganos con
su horda de dioses, a menudo rivales entre sí. Los misioneros nos dicen que uno
de los grandes alivios que trae el Cristianismo a los paganos en la convicción
de que no hay más que un solo Dios. Viven constantemente aterrados con los
dioses y es para ellos una emancipación el descubrir que no hay más que un solo
Dios cuyo nombre es Padre y cuya naturaleza es amor.
Hay un solo Mediador.
Aun los judíos habrían dicho
que hay muchos mediadores entre Dios y el hombre. Un mediador es uno que se
coloca entre dos partes y actúa como intermediario. Para los judíos, los
ángeles eran mediadores. Para los griegos había toda clase de
mediadores. Y, ¿qué hizo este mediador? Entregó su vida,
como representante, para expiar por todo el género humano, que había incurrido
en la muerte. «El Hijo del hombre no vino a ser servido, sino a servir y a dar
su vida en rescate por muchos» (Marcos_10:45).
La muerte de Jesucristo en la cruz por todos los hombres es el testimonio que
Dios da de que ha llegado el tiempo establecido, «cuando llegó la plenitud del
tiempo» (Galatas_4:4), para el cumplimiento de
sus promesas; es el mensaje que el mismo Dios manifestó a los hombres. En esta
fe en el único Dios y en el único mediador Jesucristo radica el fundamento de
la obligación que la comunidad cristiana tiene de hacer oración por todos los
hombres, sin límites. Ahí está también el fundamento último de la esperanza y
de la audaz confianza de los cristianos, que incluyen a todos los hombres en su
oración para que «lleguen al conocimiento de la verdad».
El hombre no tenía
acceso directo a Dios, ni según
el pensamiento judío ni según el griego. Pero por medio de Jesucristo, el
cristiano tiene ese acceso directo, que nada puede interrumpir. Además, no hay
más que un solo mediador.
Por ejemplo, lo que los hindúes encuentran tan
difícil creer. Ellos dicen: " Vuestra
religión está bien para vosotros y la nuestra para nosotros.» Pero a menos
que haya un solo Dios y un solo mediador no podrá haber tal cosa como
fraternidad humana. Si hay muchos dioses y muchos mediadores compitiendo por la
lealtad y el amor de los humanos, la religión se convierte en algo que divide a
los hombres en lugar de unirlos.
Pablo pasa a llamar
a Jesús el Que dio Su vida en rescate por todos. Eso quiere decir simplemente
que Le costó a Dios la vida y la muerte de Su hijo el recuperar para Sí a los
hombres.
Hubo un hombre que
había perdido un hijo en la guerra. Había vivido una vida de lo más descuidada
y aun impía; pero la muerte de su hijo le colocó cara a cara con Dios como nada
nunca antes. Llegó a ser un hombre cambiado. Cierto día estaba parado ante una
lápida conmemorativa de la guerra, mirando en ella el nombre de su hijo. Y dijo
muy humildemente: «Supongo que él tuvo que rebajarse hasta ese punto para
elevarme a mí.» Eso es lo que hizo Jesús; dio Su vida para revelarnos el amor
de Dios y traernos de vuelta a casa.
Entonces Pablo reclama para sí cuatro
oficios.
Es un
heraldo de la historia de Jesucristo.
Un heraldo es uno
que hace un anuncio y que dice: «¡Esto es la verdad!» Es un hombre que trae una
proclamación que no es suya propia, sino que le ha encargado el rey.
Es un
testigo de la historia de Cristo.
Un testigo es el
que puede decir: «Esto es verdad, y yo lo sé» y también «produce resultados».
Es uno que transmite, no solamente la historia de Cristo, sino también la
historia de lo que Cristo ha hecho por él.
Es un
enviado.
Un enviado es uno
cuyo deber es representar a su país en tierra extranjera. Un enviado en el
sentido cristiano es por tanto uno que comunica la historia de Cristo a otros.
Quiere comunicar la historia a otros para que represente tanto para ellos como
representa para él.
Es un
maestro.
El heraldo es la persona que
proclama los Hechos; el testigo es
la persona que proclama el poder de los Hechos; el enviado es la persona que recomienda los Hechos; el maestro es la persona que conduce
a otros al significado de los Hechos. No basta con conocer y saber que Cristo
vivió y murió; debemos pensar a fondo lo que eso quiere decir. Una persona debe
no sólo sentir la maravilla de la historia de Cristo; debe pensar a fondo en su
significado para sí mismo y para el mundo.
Es extraordinario
seguir el rastro por los primeros días, días de cruel persecución, cuando la
Iglesia consideraba un deber absoluto el orar por el emperador, y los reyes y
gobernadores a él subordinados. «Temed a Dios -dice Pedro-. Honrad al
emperador» (1Pedro_2:17). Y debemos recordar que
aquel emperador era nada menos que Nerón, un monstruo de crueldad. Tertuliano
insiste en que los cristianos piden a Dios para el emperador «una larga vida, un dominio seguro, un hogar
pacífico, un senado fiel, un pueblo íntegro y un mundo en paz» «Pedimos
por nuestros gobernantes, escribía, por el estado del mundo, por la paz de
todas las cosas y por el aplazamiento del fin». También escribía: «El
cristiano no es enemigo de nadie, y menos del emperador; porque sabemos que,
puesto que ha sido elegido por Dios, es necesario que le amemos, y
reverenciamos, y honremos, y deseemos su seguridad, lo mismo que la de todo el
Imperio Romano. Por tanto sacrificamos por la seguridad del emperador». Cipriano,
escribiendo a Demetriano, habla de la Iglesia Cristiana «sacrificando y aplacando a Dios noche y día por vuestra paz y seguridad».
En el año 311 el
emperador Galerio pidió expresamente las oraciones de los cristianos, y les
prometió misericordia e indulgencia si oraban por el Estado. Taciano escribe: «¿Que el emperador nos manda dar tributo? Lo
ofrecemos de buena voluntad. ¿El gobernador nos manda prestar servicio o
servidumbre? Reconocemos nuestra servidumbre. Pero un hombre debe ser respetado
como corresponde a un hombre, pero sólo hay que reverenciar a Dios».
Teófilo de
Antioquía escribe: «El honor que yo le
doy al emperador es tanto más grande, porque yo no le doy culto, sino oro por
él. No adoro más que al verdadero y único Dios, porque sé que Él ha escogido al
emperador... Los que le dan al emperador el verdadero honor son los que están
bien dispuestos hacia él, a obedecerle, y que oran por él».
Justino Mártir
escribe: «Adoramos solamente a Dios, pero
en todas las otras cosas te servimos alegremente, estamos contentos de servirte,
reconociendo a los reyes y a los gobernadores de los hombres, y orando para que
sean hallados actuando conforme a la verdadera razón con su poder real»
La más grande de
todas las oraciones por el emperador se encuentra en la Primera Carta a la Iglesia de Corinto que escribió Clemente de
Roma hacia el año 90 d C. cuando el salvajismo de Domiciano estaba todavía
reciente en el recuerdo: «Tú, Señor y
Maestro, has dado a nuestros gobernantes y autoridades el poder de soberanía en
Tu poder excelente e indiscutible, para que nosotros, conociendo la gloria y el
honor que Tú les has dado, nos sometamos a ellos en todo aquello que no se
oponga a Tu voluntad. Concédeles, por tanto, oh Señor, salud, paz, concordia,
estabilidad, para que administren sin falta el gobierno que Tú les has dado.
Porque Tú, oh Dueño soberano, Rey de los siglos, das a los hijos de los hombres
gloria y honor y poder sobre todas las cosas que están sobre la Tierra. Dirige,
Señor, su consejo de acuerdo con lo que consideras bueno y agradable, para que,
administrando el poder que Tú les has dado en paz y benevolencia con piedad,
obtengan Tu favor. Oh Tú, que eres el único capaz de hacer estas cosas, y cosas
incalculablemente mejores que estas por nosotros, te alabamos mediante el Sumo
Sacerdote y Guardián de nuestras almas, Jesucristo, por medio de Quien la
gloria y la majestad sean dadas a Ti tanto ahora como por todas las
generaciones y por siempre jamás. Amén».
La Iglesia siempre
consideró un deber inexcusable el orar por los que ocupaban puestos de
autoridad en los reinos de la Tierra; y traía incluso a sus perseguidores ante
el trono de la gracia como Jesucristo nos ha mandado: «Orad por los que os
ultrajan y os persiguen» (Mateo_5:44).
Pocos pasajes de
Nuevo Testamento hacen un hincapié tan claro en la universalidad del Evangelio.
La oración se ha de hacer por todos los
hombres; Dios es el Salvador Que desea que todos los hombres se salven; Jesús dio Su vida en rescate por todos. Esta es una nota que suena una
y otra vez en el Nuevo Testamento. Por medio de Cristo, Dios estaba
reconciliando al mundo consigo mismo (2Corintios_5:18 s). De tal manera amó Dios al mundo
que dio a Su Hijo Juan_3:16). Jesús tenía confianza en que, cuando fuera
elevado sobre la Cruz, más tarde o más temprano atraería a todos los hombres a
Sí mismo Juan_12:32).
Se llama a este pasaje " la carta magna
de la obra misionera.» Dice que es la prueba de que todas las personas son capaces de recibir a Dios. Puede que estén
perdidos, pero pueden ser encontrados; puede que sean ignorantes, pero pueden
ser iluminados; puede que sean pecadores, pero pueden ser salvos. George
Wishart, el precursor de John Knox, escribe en su traducción de la Primera
Confesión Suiza: «El fin y el propósito
de la Escritura es declarar que Dios es benevolente y amigable para con la
humanidad; y que ha declarado esa amabilidad Suya en y por medio de Jesucristo,
Su único Hijo; la cual amabilidad se recibe por la fe.» Por eso se deben
ofrecer oraciones por todos los seres humanos. Dios quiere a todas las
personas; y así, por tanto, debe querer Su Iglesia.
El
Evangelio incluye a los de arriba y los de abajo.
Tanto el emperador en la cumbre de su poder como
el esclavo en su indefensión están incluidos en el abrazo del Evangelio. Tanto
el filósofo con su sabiduría como el hombre sencillo en su ignorancia necesitan
la gracia y la verdad que el Evangelio les puede traer. En el Evangelio no hay
diferencias de clase. El rey y el plebeyo, los ricos y los pobres, los
aristócratas y los campesinos, el amo y el esclavo están todos incluidos en su
abrazo ilimitado.
El
Evangelio incluye a buenos y malos.
Hay una extraña enfermedad que está afligiendo a
la Iglesia en los tiempos modernos, que la hace insistir en que uno tiene que
ser respetable antes de ser admitido, y mirar con suspicacia a los pecadores
que tratan de entrar por sus puertas. Pero el Nuevo Testamento deja bien claro
que la Iglesia existe, no solamente para edificar a los buenos, sino para
recibir y salvar a los pecadores.
Uno de los grandes
santos de los tiempos modernos, y de todos los tiempos, fue Toyohiko Kagawa.
Fue a Shinkawa adonde se dirigió para buscar hombres y mujeres para Cristo, y
vivió allí en los suburbios más abandonados y asquerosos del mundo.
W. J. Smart
describe la situación: «Sus vecinos eran
prostitutas no inscritas, ladrones que presumían de su astucia para burlar a
toda la policía de la ciudad, asesinos que estaban orgullosos no solo de su
ficha de crímenes sino siempre dispuestos a añadir a su curriculum nuevos
delitos. Toda la gente, ya fueran débiles o retrasados mentales o criminales,
vivían en condiciones de miseria abismal, en calles resbaladizas de porquería
donde las ratas salían arrastrándose de las alcantarillas abiertas para morir.
El aire estaba siempre cargado de hedor. Una chica idiota que vivía en la
chabola de al lado de la de Kagawa tenía pinturas viles pintadas en la espalda
para seducir a los hombres a su nido. Por todas partes había cuerpos humanos
pudriéndose de sífilis.» Kagawa quería a las personas así lo mismo que
Jesucristo, porque El quiere a todos
los seres humanos lo mismo buenos que malos.
El Evangelio abraza a los cristianos y a los no cristianos.
La oración se ha de
hacer por literalmente todos los seres
humanos. Los emperadores y gobernantes por los que esta carta nos exhorta a
orar no eran cristianos; eran de hecho hostiles a la Iglesia; y, sin embargo;
había que presentarlos ante el trono de la gracia en las oraciones de la
Iglesia. Para el verdadero cristiano no hay tal cosa como un enemigo en todo el
mundo. Nadie está fuera de sus oraciones, porque nadie está fuera del amor de
Cristo ni del propósito de Dios, Que quiere que todos los seres humanos se salven.
¡Maranata!¡Sí, ven
Señor Jesús!
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