Lucas 23; 42-43
Y decía: Jesús, acuérdate de mí cuando vengas en tu reino.
Entonces Él le dijo: En verdad te digo: hoy
estarás conmigo en el paraíso.
Aquello de
crucificar a Jesús entre dos delincuentes conocidos lo hicieron las autoridades
a propósito para humillar a Jesús ante la gente, equiparándole a otros
criminales.
Este relato nos dice, entre otras cosas
importantes, que nunca es tarde para reconocer a Jesús como nuestro Rey y
Salvador. Hay otras posibilidades de las que tenemos que decir: «Eso ya no es
posible. He perdido la oportunidad.» Pero eso no se puede decir de volver a
Cristo: mientras late el corazón, sigue en pie la invitación
No se puede saber lo que este hombre entendía acerca del reino de
Cristo, pero lo importante es que Jesús, conociendo su corazón, le salvó.
El malhechor moribundo tuvo más fe que los demás seguidores de Jesús
juntos. Aunque los discípulos seguían amando a Jesús, sus esperanzas por el
Reino comenzaron a desvanecerse. Muchos se apartaron. Como uno de sus
seguidores dijo con tristeza dos días más tarde: "Pero nosotros
esperábamos que Él era el que había de redimir a Israel". Un malhechor se
endureció hasta el fin. Ninguna aflicción cambiará de por sí un corazón
endurecido. El otro se ablandó al fin: fue sacado como tizón de la hoguera y
fue hecho monumento a la misericordia divina. Esto no estimula a nadie a
postergar el arrepentimiento hasta el lecho de muerte, o esperar hallar
entonces misericordia. Cierto es que el arrepentimiento verdadero nunca
es demasiado tarde, pero es tan cierto que el arrepentimiento tardío rara
vez es verdadero . Nadie puede estar seguro de tener tiempo para
arrepentirse en la muerte, pero nadie puede tener la seguridad de tener las
ventajas que tuvo este ladrón penitente.
Veremos que este caso es único si observamos los efectos nada comunes
de la gracia de Dios en este hombre. Él reprochó al otro por reírse de Cristo.
Reconoció que merecía lo que le hacían. Creyó que Jesús sufría injustamente.
Observe su fe en esta oración. Cristo estaba sumido en lo hondo de la
desgracia, sufriendo como un engañador sin ser librado por su Padre. Hizo esta
profesión antes que mostrara los prodigios, que dieron honra a los sufrimientos
de Cristo, y asombraron al centurión. Creyó en una vida venidera, y deseó ser
feliz en esa vida; no como el otro ladrón, que solo quería ser salvado de la
cruz. Véase su humildad en esta oración. Todo lo que pide es, Señor, acuérdate
de mí, dejando enteramente en manos de Jesús el cómo recordarlo. Así fue
humillado en el arrepentimiento verdadero, y dio todos los frutos del
arrepentimiento que permitieron sus circunstancias.
Cristo en la cruz muestra como Cristo en el trono. Aunque estaba en la
lucha y agonía más grandes, aun así, tuvo piedad de un pobre penitente. Por
este acto de gracia tenemos que comprender que Jesucristo murió para abrir el
cielo a todos los creyentes penitentes y obedientes. Es un solo caso en la
Escritura; debe enseñarnos a no desesperar de nada, y que nadie debiera
desesperar; pero, para que no se cometa abuso se pone en contraste con el
estado espantoso del otro ladrón que se endureció en la incredulidad, aunque
tenía tan cerca al Salvador crucificado. Téngase la seguridad de que, en
general, los hombres mueren como viven.
El ladrón, por el contrario, miró al hombre que agonizaba junto a él y
dijo: "Acuérdate de mí cuando vengas en tu reino". ¡Qué inspiradora es la fe de este hombre que vio
la gloria venidera más allá de la ignominia presente!
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