Juan 4:20-24:
Nuestros padres
adoraron en este monte, y vosotros decís que en Jerusalén está el lugar donde
se debe adorar.
Jesús le dijo*: Mujer, créeme; la hora viene
cuando ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre.
Vosotros adoráis lo que no conocéis; nosotros
adoramos lo que conocemos, porque la salvación viene de los judíos.
Pero la hora viene, y ahora es, cuando los
verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque
ciertamente a los tales el Padre busca que le adoren.
Dios es espíritu, y los que le adoran deben
adorarle en espíritu y en verdad.
El día del nacimiento de Jesús, se apareció un ángel en el cielo y con él
una multitud de los ejércitos celestiales que alabando a Dios decían; "
Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres en quienes Él se
complace" ¿Quiénes son los llamados a ser adoradores? ¿Necesita Dios de
nuestra adoración?
¡Cuántos millones adoran a Dios (o a sus propios dioses) simplemente
porque así "nuestros padres" adoraron! Son pocos los que se apartan
de la religión de sus padres. Además, hay peligro de que los hijos de los
hermanos fieles tengan solamente una religión "heredada", es decir,
que asistan a los servicios, y aun se bauticen, porque es lo que sus padres
hicieron.
Parece que la samaritana quería cambiar de tema para no seguir
hablando acerca de su vida matrimonial (esta es la actitud de mucha gente que
está mal en su matrimonio, en su vida o en su ministerio), y como ella tratan
de volverse muy espirituales. Cuando nuestra vida no es precisamente de
obediencia a Dios, aparentamos y damos muestras externas de espiritualidad,
pretendiendo así adorar a Dios.
Antes de contestar la pregunta de la samaritana, Jesús "llegó al
grano", afirmando que un nuevo orden estaba por establecerse en el cual ni
Jerusalén ni ningún monte tendrían importancia. Esta profecía habrá sido muy
agradable para la samaritana, pues este Profeta judío dijo que la hora vendría cuando los samaritanos podrían
adorar a Dios sin subir a Jerusalén.
Aparte de eso, aunque sus "padres adoraron en este monte", ellos no lo harían; más bien, ellos serían librados de los muchos
requisitos externos de su religión nacional. Cuando esta mujer se dio cuenta de
que Jesús conocía su vida privada, en seguida cambió de tema. A menudo la gente
que se dice “creyente” se siente molesta
cuando se habla de sus pecados o problemas y procura pasar a otro asunto.
De pronto, ella no
tuvo más remedio que enfrentarse consigo misma, y con su vida andrajosa e
inmoral e inadecuada. La revelación «es para el hombre el descubrimiento de su
propia vida... Al revelador sólo se le reconoce en la medida en que el hombre
resulta transparente para sí mismo; el reconocimiento de Dios y de sí mismo por
parte del hombre forman una sola cosa». Hay dos revelaciones en el Evangelio:
la de Dios y la de nosotros mismos. Nadie se ha visto como es en realidad a
menos que se haya visto en la presencia de Cristo; y lo que se ve entonces no
es nada halagüeño. Para decirlo de otra manera: la conversión empieza con un
sentimiento de pecado. Uno se da cuenta de pronto de que la vida que vive no
vale. Despertamos a nosotros mismos y a nuestra necesidad de Dios.
Cuando un cristiano
ama a una persona o congregación le señala que va por mal camino, lo hace no
para sumirlas en la desesperación, sino para indicarles el camino de la
sanidad, de la enmienda y de la rectificación. A los carnales no le gusta
reconocer sus pecados, y se defienden, revelando por su boca lo que de verdad
reina en su corazón.
Así Jesús, empezó
por revelarle a esta mujer la condición en que se encontraba; pero luego pasó a
revelarle en qué consiste el verdadero culto en el que nuestras almas pueden
tener un encuentro con Dios. La verdadera adoración no se basa en un rito ni en
un símbolo, ni en una repetición de ordenanzas.
A la mujer le
habían enseñado a reverenciar el monte Guerizim como el lugar más santo de la
Tierra, y a despreciar a Jerusalén. Lo que estaba en su mente, y lo que se
estaba diciendo a sí misma, era: " Yo soy una pecadora, y tengo que
ofrecerle a Dios un sacrificio por mis pecados; tengo que llevar una ofrenda a
la casa de Dios y ponerme a buenas con Él. ¿Adónde tengo que ir?» Para ella, lo
único que podía saldar el pecado era el sacrificio. Su problema fundamental era
¿Dónde había que presentar ese sacrificio? A estas alturas ella ya no está
discutiendo los respectivos méritos del templo del monte Guerizim y los del
monte de Sión; lo que quiere saber es: " ¿Dónde puedo yo encontrar a Dios?
Jesús no quería insultar a esta mujer, sino que quería ganar su alma,
pero solamente la verdad salva; por eso, tuvo que decirle que los samaritanos
estaban equivocados. Aunque profesaran adorar al Dios verdadero, en realidad Él
era para ellos (como lo era para los atenienses) el Dios no conocido. Parte de su culto se basaba en las prácticas
paganas (los que tenían más influencia entre ellos eran los magos, Hechos_8:9-11), y parte en el Pentateuco (los primeros
cinco libros del Antiguo Testamento), la única sección de las Escrituras
hebreas que aceptaban. No aceptaban el resto del Antiguo Testamento por causa
de las muchas referencias a Jerusalén
como el lugar designado por Dios para la adoración.
Jesús le contestó que el día de las viejas
rivalidades humanas estaba llegando a su final; y que estaba próximo el tiempo
cuando la humanidad encontraría a Dios en todas partes. Sofonías había tenido
la visión de que las personas adorarían a Dios " cada una en su lugar» (Sofonías_2:11).
Y Malaquías había soñado que en todas partes se ofrecería incienso como
ofrenda pura al nombre de Dios (Malaquías_1:11). La respuesta que Jesús le dio
a la Samaritana fue que no tenía necesidad de ir a ningún sitio determinado
para encontrar a Dios, no tenía necesidad de ofrecer sacrificio en ningún lugar
especial: el verdadero culto encuentra a Dios en cualquier lugar.
Muchos judíos también se habían apartado de la revelación de Dios, y
seguían las tradiciones de los ancianos (los maestros ciegos, Mateo_15:8-9; Mateo_15:14), pero la expresión
"adoramos lo que sabemos" se refiere a la revelación de la voluntad de Dios en el Antiguo Testamento. Dios
no acepta el culto inventado por los hombres (culto voluntario, Colosenses_2:20-23; Mateo_7:21-23;
Levítico_10:1-2; 2Crónicas_26:16-21).
Como la conversión tiene que ser espiritual, así también la adoración
tiene que ser espiritual. Ahora la morada de Dios no será "ni aquí en este
monte ni en Jerusalén", sino en el espíritu
(el corazón) del hombre. El lugar (templo o monte) ya no era lo importante,
sino la adoración enseñada por Dios (la verdad), ofrecida con toda sinceridad
(con el espíritu) de verdaderos hijos.
Dios es Espíritu. Por eso, no se limita a un templo hecho por
manos humanas (1Reyes_8:27; Hechos_7:47-50; Hechos_17:24-28),
sino que siendo Espíritu su presencia llena el universo y se puede adorar en
todo lugar. La Biblia habla figuradamente de los ojos, oídos, manos y alas de
Dios, pero Dios es Espíritu y,
por eso, es eterno, omnipotente, omnipresente, omnisciente, etc., y debe ser
adorado con toda reverencia (Isaías_6:2-3,
"Santo, santo, santo, Jehová de los ejércitos"). "Tengamos
gratitud, y mediante ella sirvamos a Dios agradándole con temor y reverencia;
porque nuestro Dios es fuego consumidor" (Hebreos_12:28-29).
La adoración que Dios desea no es carnal (para diversión) ni
superficial (formalidad fría) sino espiritual. Él quiere sacrificios espirituales no solamente en las
reuniones de la iglesia, sino también en nuestra vida diaria (Rom_12:1-2, "presentéis vuestros cuerpos en
sacrificio vivo"). "No habita en templos hechos por manos
humanas", y "no debemos pensar que la Divinidad sea semejante a oro,
o plata, o piedra, escultura de arte y de imaginación de hombres" (Hechos_17:23-31).
Por eso, es necesario que adoremos
de corazón (Romanos_6:17, "habéis
obedecido de corazón"); es decir, con entendimiento, de buena voluntad,
y con amor y gozo (2Corintios_8:24, "Mostrad... la prueba de vuestro
amor”; "Cada uno dé como propuso en su corazón: no con tristeza, ni por
necesidad, porque Dios ama al dador alegre").
Es necesario evitar dos cosas: el culto basado en los mandamientos de los
hombres, y el culto que, aunque basado
en la verdad, sea una formalidad fría. Todos sabemos acerca de los excesos y
abusos de los formalismos.
Jesús nos enseña que
es necesario preparar el corazón
para adorar a Dios, para alabar "la misericordia de Dios, y sus maravillas
para con los hijos de los hombres" (Salmo_107:8; Salno_107:15;
Salmo_107:21; Salmo_107:31). Antes de adorar a Dios, debemos perdonar a
otros para que Dios nos perdone (Mateo_6:12-14)
y buscar la reconciliación con el hermano (Mateo_5:23-24).
"Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar
misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro" (Hebreos_4:16). "Acerquémonos con corazón sincero,
en plena certidumbre de fe" (Hebreos_10:22).
"Ninguno se presentará delante de Jehová con las manos vacías" (Deuteronomio_16:16).
Adorar en espíritu y en verdad. En espíritu, es decir, con lo más
elevado y más interior que hay en nosotros: los dones de la oración que nos
vienen del Espíritu nos confieren una capacidad nueva para estar en comunión
con Dios y para que nuestro espíritu se deje dominar e instruir por El (Romanos 8,26; 1 Corintios 2,11). Pero el Espíritu sólo
puede actuar libre (sin formalismos denominacionales), y continuamente de ese
modo cuando nosotros hayamos descubierto las zonas profundas de nuestro
espíritu, luego de haber silenciado la agitación y los ruidos de los deseos y
de las emociones superficiales. En verdad, porque no bastan el buen corazón y
la generosidad. Debemos purificar también el entendimiento, porque todos
conservamos en nosotros imágenes e ideas muy imperfectas de Dios y de su
voluntad, incluso si somos feroces adversarios de las imágenes. Debemos podar
muchas certezas y muchos sistemas de pensamiento, incluido el terreno de la fe,
para abrirse al misterio de Dios.
¡Maranata! ¡Sí, ven
Señor Jesús!
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