} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: 7 Enero 2018 Sembrando la Palabra de Dios en la Biblia.

domingo, 7 de enero de 2018

7 Enero 2018 Sembrando la Palabra de Dios en la Biblia.


 Salmo 107; 29-30
Cambia la tempestad en sosiego,
Y se apaciguan sus ondas.
Luego se alegran, porque se apaciguaron;
Y así los guía al puerto que deseaban.

   Los marineros tienen sus actividades en el océano tempestuoso y ahí presencian liberaciones de las cuales los demás no podemos hacernos idea. ¡Cuán oportuno es orar en esos momentos! -Esto puede recordarnos de los terrores y angustias de conciencia que muchos tienen y de aquellas escenas hondas de problemas por las cuales pasan muchos en su carrera cristiana. Sin embargo, respondiendo a sus clamores, el Señor vuelve su tormenta en calma y hace que sus pruebas terminen en alegría.
La vida marinera es una figura perfecta de nuestra experiencia en esta vida: seguir con nuestros quehaceres  cuando “de la nada”, llega la tormenta que altera todos nuestros cálculos, destruye las comodidades que valoramos, nos deja impotentes en las garras de fuerzas totalmente devastadoras. Cada tormenta es un llamado a confiar, porque no es un suceso fortuito ni una trampa satánica: es su tempestad y a su tiempo la misma mano que causó la tormenta la aquietará. Cada tormenta es un llamado a la oración que prevalecerá aun contra las fuerzas opositoras más poderosas. La puerta de la oración probará ser la entrada a la paz.  Cada tormenta es como una mente desordenada, que no puede organizar la vida de esa persona; la falta de pasión por Dios, la falta de conocerlo más a través de Su Palabra nos impide confiar en Dios. Decimos que somos sus hijos porque hemos nacido de nuevo por gracia de Dios por fe en Jesucristo, pero nos comportamos como verdaderos incrédulos porque somos desobedientes a Su Manual de instrucciones. Y así nos va. La falta de ese conocimiento embota nuestro entendimiento para poder conocer la voz de Dios para no meternos en problemas 1Samuel 13; 8-13.


Marcos 6; 50

porque todos le veían, y se turbaron. Pero en seguida habló con ellos, y les dijo: ¡Tened ánimo; yo soy, no temáis!
Después de la revelación mesiánica de Jesús al pueblo con la multiplicación de los panes, se manifiesta ahora a sus discípulos de un modo directo y con una grandeza sobrehumana, en una forma que permite reconocer el misterio de su ser divino. Mateo ha explicado esto a sus lectores presentando a los discípulos arrodillados en la barca delante de Jesús y confesando: «Realmente, eres Hijo de Dios» (Mateo_14:33). Marcos, en cambio, corre un velo sobre aquella experiencia única y deja entender a través de la incomprensión de los discípulos que entonces éstos ni penetraron ni podían penetrar el sentido del acontecimiento, porque sólo habían de comprenderlo después de la resurrección de Jesús. Cualquier cavilación sobre el hecho histórico resulta tan inútil como las reflexiones acerca de las apariciones del resucitado. Sólo quien cree en la resurrección de Jesús puede afirmar el hecho de este episodio luminoso, de esta epifanía de lo divino en el marco terrestre y entender el sentido de la manifestación de Jesús. Los discípulos habían sido testigos de la tempestad calmada por Jesús, y recientemente de la multiplicación de los panes y peces, pero no se les ocurrió que lo que veían en realidad sería su Maestro.
Frecuentemente la iglesia es como barco en el mar, zarandeado por tormentas y sin consuelo: podemos tener a Cristo por nosotros, pero el viento y la marea en contra. En cuanto Jesús vio a Sus amigos en dificultad, puso a un lado Sus propios problemas; el momento de la oración había pasado; había llegado el momento de la acción; Jesús Se olvidó de Sí mismo, y acudió a ayudar a Sus amigos. Así era, y es, Jesús. Para Él, el clamor de la necesidad humana tenía prioridad sobre todos los otros compromisos. Sus amigos Le necesitaban, y tenía que acudir. Es un consuelo para los discípulos de Cristo en medio de una tormenta que su Maestro esté en el monte celestial intercediendo por ellos. No hay dificultades que puedan impedir la manifestación de Cristo a favor de su pueblo, cuando llega el tiempo fijado. Él aquietó sus temores dándoseles a conocer. Nuestros temores se satisfacen pronto si se corrigen nuestros errores, especialmente los errores acerca de Cristo. Si los discípulos tienen a su Maestro con ellos, todo está bien. Por falta de un entendimiento adecuado de las obras anteriores de Cristo, es que vemos sus obras actuales como si nunca las hubiera habido iguales. Si los ministros de Cristo pudieran ahora curar las enfermedades corporales, ¡qué multitudes se arremolinarían en torno a ellos! Triste es pensar cuánto se preocupan muchos por sus cuerpos más que por sus almas.
Hay algo en las palabras “Yo soy”, que son mencionadas en Mateo, Marcos y Juan, las cuales, habiendo sido emitidas por los labios que las pronunciaron y en las circunstancias en que fueron articuladas, expresan algo superior a lo que ningún idioma puede expresar. Aquí estaban en medio de un mar rugiente, su barquilla siendo un juguete de los elementos, y con luz apenas suficiente para vislumbrar algún objeto sobre las aguas, el cual sólo agravaba sus temores. Pero Jesús consideró que el hacerles saber que él estaba allí bastaba para disipar todos sus temores. De otros labios aquel “yo soy” sólo habría indicado que el que hablaba, era tal o cual persona; y eso hubiera ayudado muy poco para calmar los temores de aquellos hombres que pensaban a cada momento que serían sumergidos hasta el fondo. Pero pronunciado por Uno que en aquel momento caminaba sobre las ondas del mar, y que estaba a punto de calmar los rugientes elementos con su palabra, no era sino la Voz de Aquel que clamaba antiguamente en los oídos de Israel, aun desde los días de Moisés: “¡Yo soy”; “Yo, yo soy”! (Exodo_3:14; Isaías_51:12; Juan_18:5-6; Juan _8:58). Mas ahora, aquel Verbo es hecho carne, y habita entre nosotros” (Juan_1:14); y su voz se hace oír a nuestro lado en tonos familiares pues es, “¡La voz de mi Amado!”  ¿Hasta qué punto fue comprendida esta expresión por sus discípulos asustados? Había uno, sabemos, en el barco, que aventajaba a todos los demás en susceptibilidad a tales impresiones sublimes. No fue el profundo escritor del Cuarto Evangelio, quien, aunque se remontaría sobre todos los apóstoles, era todavía joven para llegar a tener alguna prominencia.  Estamos hablando de Pedro.

¡Maranata! ¡Sí, ven Señor Jesús!



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