Salmo 107; 29-30
Cambia
la tempestad en sosiego,
Y
se apaciguan sus ondas.
Luego
se alegran, porque se apaciguaron;
Y
así los guía al puerto que deseaban.
Los
marineros tienen sus actividades en el océano tempestuoso y ahí presencian
liberaciones de las cuales los demás no podemos hacernos idea. ¡Cuán oportuno
es orar en esos momentos! -Esto puede recordarnos de los terrores y angustias
de conciencia que muchos tienen y de aquellas escenas hondas de problemas por
las cuales pasan muchos en su carrera cristiana. Sin embargo, respondiendo a
sus clamores, el Señor vuelve su tormenta en calma y hace que sus pruebas
terminen en alegría.
La vida marinera es una figura perfecta de
nuestra experiencia en esta vida: seguir con nuestros quehaceres cuando “de la nada”, llega la tormenta que
altera todos nuestros cálculos, destruye las comodidades que valoramos, nos
deja impotentes en las garras de fuerzas totalmente devastadoras. Cada tormenta
es un llamado a confiar, porque no es un suceso fortuito ni una trampa
satánica: es su tempestad y a su tiempo la misma mano que causó la tormenta la
aquietará. Cada tormenta es un llamado a la oración que prevalecerá aun contra
las fuerzas opositoras más poderosas. La puerta de la oración probará ser la
entrada a la paz. Cada tormenta es como
una mente desordenada, que no puede organizar la vida de esa persona; la falta
de pasión por Dios, la falta de conocerlo más a través de Su Palabra nos impide
confiar en Dios. Decimos que somos sus hijos porque hemos nacido de nuevo por
gracia de Dios por fe en Jesucristo, pero nos comportamos como verdaderos
incrédulos porque somos desobedientes a Su Manual de instrucciones. Y así nos
va. La falta de ese conocimiento embota nuestro entendimiento para poder
conocer la voz de Dios para no meternos en problemas 1Samuel
13; 8-13.
Marcos 6;
50
porque todos le
veían, y se turbaron. Pero en seguida habló con ellos, y les dijo: ¡Tened
ánimo; yo soy, no temáis!
Después de la revelación mesiánica de Jesús al pueblo con la
multiplicación de los panes, se manifiesta ahora a sus discípulos de un modo
directo y con una grandeza sobrehumana, en una forma que permite reconocer el
misterio de su ser divino. Mateo ha explicado esto a sus lectores presentando a
los discípulos arrodillados en la barca delante de Jesús y confesando:
«Realmente, eres Hijo de Dios» (Mateo_14:33).
Marcos, en cambio, corre un velo sobre aquella experiencia única y deja
entender a través de la incomprensión de los discípulos que entonces éstos ni
penetraron ni podían penetrar el sentido del acontecimiento, porque sólo habían
de comprenderlo después de la resurrección de Jesús. Cualquier cavilación sobre
el hecho histórico resulta tan inútil como las reflexiones acerca de las
apariciones del resucitado. Sólo quien cree en la resurrección de Jesús puede
afirmar el hecho de este episodio luminoso, de esta epifanía de lo divino en el
marco terrestre y entender el sentido de la manifestación de Jesús. Los
discípulos habían sido testigos de la tempestad calmada por Jesús, y
recientemente de la multiplicación de los panes y peces, pero no se les ocurrió
que lo que veían en realidad sería su Maestro.
Frecuentemente la
iglesia es como barco en el mar, zarandeado por tormentas y sin consuelo:
podemos tener a Cristo por nosotros,
pero el viento y la marea en contra. En
cuanto Jesús vio a Sus amigos en dificultad, puso a un lado Sus propios
problemas; el momento de la oración había pasado; había llegado el momento de
la acción; Jesús Se olvidó de Sí mismo, y acudió a ayudar a Sus amigos. Así
era, y es, Jesús. Para Él, el clamor de la necesidad humana tenía prioridad
sobre todos los otros compromisos. Sus amigos Le necesitaban, y tenía que
acudir. Es un consuelo para los discípulos de Cristo en medio de una tormenta
que su Maestro esté en el monte celestial intercediendo por ellos. No hay
dificultades que puedan impedir la manifestación de Cristo a favor de su
pueblo, cuando llega el tiempo fijado. Él aquietó sus temores dándoseles a
conocer. Nuestros temores se satisfacen pronto si se corrigen nuestros errores,
especialmente los errores acerca de Cristo. Si los discípulos tienen a su
Maestro con ellos, todo está bien. Por falta de un entendimiento adecuado de
las obras anteriores de Cristo, es que vemos sus obras actuales como si nunca
las hubiera habido iguales. Si los ministros de Cristo pudieran ahora curar las
enfermedades corporales, ¡qué multitudes se arremolinarían en torno a ellos!
Triste es pensar cuánto se preocupan muchos por sus cuerpos más que por sus
almas.
Hay algo en las palabras “Yo
soy”, que son mencionadas en Mateo, Marcos y Juan, las cuales, habiendo sido
emitidas por los labios que las pronunciaron y en las circunstancias en que
fueron articuladas, expresan algo superior a lo que ningún idioma puede
expresar. Aquí estaban en medio de un mar rugiente, su barquilla siendo un
juguete de los elementos, y con luz apenas suficiente para vislumbrar algún
objeto sobre las aguas, el cual sólo agravaba sus temores. Pero Jesús consideró
que el hacerles saber que él estaba allí bastaba para disipar todos sus
temores. De otros labios aquel “yo soy” sólo habría indicado que el que
hablaba, era tal o cual persona; y eso hubiera ayudado muy poco para calmar los
temores de aquellos hombres que pensaban a cada momento que serían sumergidos
hasta el fondo. Pero pronunciado por Uno que en aquel momento caminaba sobre
las ondas del mar, y que estaba a punto de calmar los rugientes elementos con
su palabra, no era sino la Voz de Aquel que clamaba antiguamente en los oídos
de Israel, aun desde los días de Moisés: “¡Yo soy”; “Yo, yo soy”! (Exodo_3:14; Isaías_51:12; Juan_18:5-6;
Juan _8:58). Mas ahora, aquel Verbo es hecho carne, y habita entre
nosotros” (Juan_1:14); y su voz se hace oír a
nuestro lado en tonos familiares pues es, “¡La voz de mi Amado!” ¿Hasta qué punto fue comprendida esta
expresión por sus discípulos asustados? Había uno, sabemos, en el barco, que
aventajaba a todos los demás en susceptibilidad a tales impresiones sublimes.
No fue el profundo escritor del Cuarto Evangelio, quien, aunque se remontaría
sobre todos los apóstoles, era todavía joven para llegar a tener alguna
prominencia. Estamos hablando de Pedro.
¡Maranata! ¡Sí, ven Señor Jesús!
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