Juan 7:38
El que cree en mí, como ha dicho la
Escritura: "De lo más profundo de su ser brotarán ríos de agua viva."
Cada día, durante
la Fiesta de los Tabernáculos, tenía lugar una alegre celebración en la que los
sacerdotes traían agua al templo, en una
vasija de oro, desde el estanque de Siloé. Durante la procesión, la gente
recitaba Isaías_12:3. El agua era derramada
sobre el altar como una ofrenda a Dios, mientras la gente gritaba y cantaba. Toda aquella ceremonia dramática era una
acción de gracias por el don de Dios del agua, y una oración por la lluvia, y
un recuerdo de cuando salió agua de la roca cuando el pueblo estaba en el
desierto. El último día de la fiesta, esta ceremonia era especialmente
impresionante, porque daban siete vueltas al altar en memoria de la marcha de
siete vueltas alrededor de las murallas de Jericó, que cayeron e Israel
conquistó la ciudad.
Jesús fue el
cumplimiento de todo lo que aquella ceremonia tipificaba (1Corintios_10:4). En ese contexto, y tal vez en ese mismo momento, resonó la voz de
Jesús: «¡El que tenga sed; que venga a Mí a beber!» Es como si Jesús dijera:
«Estáis dando gracias y gloria a Dios por el agua que calma la sed de vuestro
cuerpo. Venid a Mí, y satisfaré la sed de vuestra alma.» Estaba usando aquel
momento dramático para trasladar el pensamiento de la gente a la sed de Dios y
de las cosas eternas.
La promesa de Jesús nos presenta un poco de problema. Dijo: " El
que crea en Mí, ríos dé agua viva correrán por sus entrañas.» E introduce esta
proclama diciendo: «Como dice la Escritura.» ¿Qué quiere decir? Hay dos posibilidades
diferentes.
(i) Podemos entender que se refiera a la persona que viene a Jesús y Le
acepta: recibirá en su interior un río de agua refrescante. Sería otra manera
de decir lo que le dijo Jesús a la Samaritana: "El agua que Yo les daré se
convertirá en un manantial de agua en su interior saltando a borbollones para
darles la vida eterna». Sería otra manera de expresar el hermoso dicho de
Isaías: «El Señor te pastoreará siempre, y en las sequías saciará tu alma y
dará vigor a tus huesos; y serás como huerto de riego, y como manantial de
aguas cuyas aguas nunca faltan» (Isaías_58:11).
El sentido sería que Jesús podía dar a las personas el caudal vivificador del
Espíritu Santo.
Los judíos localizaban los pensamientos y las emociones en diferentes
partes del cuerpo. El corazón era la sede de la inteligencia; los riñones y el
vientre, de las emociones íntimas. Como dice el autor de Proverbios: «El
espíritu humano es la lámpara del Señor, la cual escudriña todas sus entrañas»
(Proverbios_20:27). Esto querría decir que Jesús
prometía la corriente purificadora, refrescante y vivificadora del Espíritu
Santo, que limpia y revitaliza nuestros pensamientos y sentimientos. Es como si
Jesús dijera: «Venid a Mí y aceptadme; y pondré en vosotros, por Mi Espíritu,
una nueva vida que os dará pureza y satisfacción, la clase de vida que habéis
deseado siempre y que nunca habéis tenido.» Sea cual sea la interpretación que
tomemos, es absolutamente seguro que lo que representa ésta es verdad.
Todos
aquellos a los que Jesús haya saciado la sed, se convertirán en canales para la
revitalización espiritual de otros. La figura de ríos contrasta con la
de «una fuente» e ilustra la diferencia entre el nuevo
nacimiento y la experiencia de la plenitud de una vida llena del Espíritu. Jesús
usó la expresión agua viva para
referirse a la vida eterna. Aquí utiliza la expresión para referirse al
Espíritu Santo. Los dos van juntos: dondequiera que se acepte el Espíritu
Santo, trae vida eterna. El Espíritu
Santo dio poder a los seguidores de Jesús en Pentecostés (Hechos 2) y desde entonces ha estado al alcance de
todos los que aceptan a Jesús como Salvador y Señor.
Juan
interpreta las palabras de Jesús como una referencia al derramamiento del
Espíritu Santo que todavía estaba por ocurrir. El Espíritu Santo existe desde
toda la eternidad, pero aún no se había hecho presente en el sentido que
indicaban aquellas palabras. Pronto la plenitud del Espíritu sería una
bendición que todo el pueblo de Dios podría experimentar (Hechos_2:33). Al prometer dar el Espíritu Santo a todo
el que creyese, Jesús declaraba ser el Mesías, ya que eso era algo que solo el
Mesías podía hacer.
(ii) La otra interpretación es que " los ríos de agua viva
correrán por sus entrañas» se refiere al mismo Jesús (y a Su Cuerpo, que es la
Iglesia). Los cristianos siempre han identificado a
Jesús con la roca que dio agua a los israelitas en el desierto (Éxodo_17:6). Pablo también aplicó esa figura a Cristo
(1Corintios_10:4). Juan nos dice que, cuando un
soldado abrió el costado de Jesús en la Cruz con su lanza, salió agua con
sangre (Juan_19:34). El agua representa la
purificación que recibimos en el Bautismo, y la sangre el sacrificio expiatorio
de la Cruz representado en la Santa Cena. Este símbolo del agua vivificadora
que viene de Dios se encuentra a menudo en el Antiguo Testamento (Salmo_105:41; Ezequiel_47:1; Ezequiel_47:12). Joel nos
presenta un cuadro maravilloso: «Y saldrá una fuente de la casa del Señor» (Joel_3:18). Bien puede ser que Juan esté pensando en
Jesús como la fuente de la que fluye la corriente purificadora. El agua es
aquello sin lo cual no puede existir la vida; y Cristo es el único sin el Cual
la humanidad no puede vivir ni enfrentarse con la muerte. De nuevo, sea cual
sea la interpretación que tomemos, esto también es verdad.
Ya sea que tomemos esta figura como refiriéndose a Cristo o a los cristianos,
quiere decir que de Cristo fluye la fuerza y el poder y la purificación que nos
dan la vida en el sentido más auténtico de la palabra.
En este pasaje hay algo sorprendente. La versión Reina Valera y casi
todas las demás lo suavizan, pero el mejor texto original dice
sorprendentemente en el versículo 39: «Porque aún no había Espíritu.» ¿Qué
quiere decir eso? Vamos a considerarlo de la siguiente manera: un gran poder
puede existir mucho antes de que se descubra, como ha sucedido con la
electricidad o la fuerza atómica; no somos los seres humanos los que lo hemos
inventado, sino sólo descubierto. El Espíritu Santo ha existido siempre; pero
no llegó a ser una realidad en la Iglesia hasta el día de Pentecostés. Como se
ha dicho acertadamente: «No podía haber Pentecostés sin Calvario.» Es necesario
conocer a Jesús antes de experimentar el Espíritu. Antes, el Espíritu había
sido un Poder; pero ahora es una
Persona, porque ha llegado a ser para nosotros nada menos que la presencia del
Señor Resucitado, siempre con nosotros. En esta frase aparentemente alucinante,
Juan no quiere decir que el Espíritu no existiera, sino que fue necesaria la vida y la muerte de
Jesucristo para abrir las compuertas del Espíritu para que llegara a ser real y
vivificador para todo el mundo.
Debemos fijarnos en
cómo termina este pasaje. Algunos tomaron a Jesús por el Profeta que había
prometido Moisés (Deuteronomio_18:15). Otros creyeron que era el
Ungido de Dios. Y se produjo una discusión sobre si el Mesías tenía que venir
de Belén o no. Esa es la tragedia: la gran experiencia espiritual acabó en la
aridez de una discusión teológica.
Eso es lo que
tenemos que evitar a toda costa. Jesús no es un tema que hay que discutir, sino
Alguien a Quien hay que conocer y amar. Si tenemos una opinión acerca de Él y
otro tiene otra, eso no importa con tal de que ambos Le conozcamos como nuestro
Salvador y Le aceptemos como nuestro Señor. Aunque expliquemos nuestra
experiencia espiritual de diferente manera, eso no debe dividirnos; porque lo importante
es la experiencia, y no la explicación que le demos.
¡Maranata!
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