Mateo 16;
15-16
Él les dijo: Y vosotros, ¿quién
decís que soy yo?
Respondiendo Simón Pedro, dijo: Tú
eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente.
Esta es la
pregunta de todos los tiempos. ¿Quién es Jesús? Y sobre todos los doce, porque estos
apóstoles serían sus testigos, sus representantes, sus embajadores; por eso,
era imprescindible que ellos tuvieran el concepto correcto en cuanto a la
identidad de Jesús. Ellos habían estado con El, vivían con Él, le escuchaban
diariamente en conversaciones privadas como en los discursos públicos; por eso,
deberían conocerle. No es una novedad que Pedro actúe como portavoz. Aquí se
pregunta a todos los discípulos, pero sólo uno responde. En esta contestación
no debe manifestarse el conocimiento personal y la confesión propia de Pedro,
sino la opinión de los discípulos en total. Pedro confiesa que Jesús es el
Mesías. Eso es lo propio y decisivo, y es lo único que se dice en Marcos 8; 29. El Mesías es el enviado de
Dios, el último enviado después de todos los profetas. Después de Él no puede
venir nadie más que le supere. Su palabra es la última palabra de Dios, el
Mesías según la fe de los rabinos trae la válida interpretación de la Torah. La
presentación del Mesías determina el tiempo de empezar el último tiempo. Es la
gran y concluyente señal que Dios pone en el mundo. A la confesión se añade: el
Hijo del Dios viviente. Eso también lo hemos oído antes (Mateo 14,33), no nos sorprende en el Evangelio de Mateo. Lo que allí resplandeció súbitamente
durante la noche y lo que se dijo a propósito de la sujeción de los elementos,
ahora es de dominio público y viene a ser como una confesión oficial de los
discípulos. Por esta profundidad de las relaciones con el Padre, Jesús ya había
dicho: "Nadie conoce al Hijo sino el Padre, y nadie conoce al Padre sino
el Hijo y aquel a quien el Hijo quiera revelárselo" (Mateo 11,27). Ahora se da la respuesta desde fuera: Tú
eres el Hijo del Dios viviente.
Así es que en Cesarea de Filipo Jesús decidió demandar el veredicto de
Sus discípulos. Tenía que saber, antes de ponerse en camino a Jerusalén y a la
Cruz, si alguien había captado, aunque fuera ligeramente, Quién y qué era él.
No hizo la pregunta directamente; la fue delineando. Empezó por preguntar lo
que la gente decía de Él y por quién Le tomaban.
(i) Algunos decían que era Juan el Bautista. Herodes Antipas no era el
único que creía que Juan el Bautista era una figura tan extraordinaria que bien
podía haber vuelto a la vida.
(ii) Otros decían que era Elías. De esa manera estaban diciendo dos
cosas acerca de Jesús: Que era tan grande como el mayor de los profetas, porque
consideraban a Elías la cima y el príncipe de la línea profética; y también que
Jesús era el precursor del Mesías. Según Malaquías, Dios había
prometido: "Yo os envío al profeta Elías antes
que venga el día grande y terrible del Señor» (Malaquías_4:5). Hasta
hoy día los judíos siguen esperando la vuelta de Elías antes de la venida del
Mesías, y dejan una silla vacante para él cuando celebran la Pascua. Así es que
algunos veían en Jesús al heraldo del Mesías y el precursor de la directa
intervención de Dios.
(iii) Otros decían que Jesús era Jeremías. El profeta Jeremías ocupaba
un lugar importante y curioso en: las expectaciones del pueblo de Israel. Se
creía que, antes de que el pueblo fuera al exilio, Jeremías había tomado el
arca y el altar del incienso del templo y los había escondido en una cueva
solitaria del monte Nebo; y que, antes que viniera el Mesías, volvería a recuperarlos,
para que volviera a brillar l gloria de Dios sobre Su pueblo otra vez. En Esdras_2:17 se presenta otra promesa de Dios: "En tu ayuda mandaré a mis siervos Isaías y
Jeremías.»
Cuando la gente identificaba a Jesús con Elías y con Jeremías, según
la luz que habían recibido, estaban haciéndole un gran elogio y colocándole en
un nivel muy alto, porque Jeremías y Elías eran nada menos que los esperados
precursores del Ungido de Dios. Cuando ellos se presentaran, el Reino de Dios
había de estar ya muy cerca.
Cuando Jesús oyó los veredictos de la multitud, les dirigió a Sus
discípulos la pregunta más importante: "Y vosotros,
quién decís que soy?» Puede que se produjera un instante de
silencio, mientras pasaban por las mentes de los discípulos pensamientos que
casi les daba miedo expresar en palabras; y entonces Pedro hizo el gran
descubrimiento y la gran confesión; y Jesús supo que Su obra estaba a salvo,
porque había por lo menos uno que comprendía.
Es interesante comprobar que cada uno de los evangelios sinópticos nos
da su versión particular del dicho de Pedro. Mateo dice: «Tú eres el
Cristo, el Hijo del Dios viviente.» Marcos es el más breve: "Tú
eres el Cristo» (Marcos_8:29).
Y Lucas, el más claro: "Tú eres el Cristo de Dios» Lucas_9:20).
Jesús sabía entonces que había por lo menos alguien que Le había
reconocido como el Mesías, el Ungido de Dios, el Hijo del Dios viviente. Las
palabras Mesías, en hebreo, y Cristo, en griego, quieren decir lo mismo, Ungido.
Los reyes empezaban a reinar cuando eran ungidos, como aún sucede en muchos
países. El Mesías, el Cristo, el Ungido, es el Rey de Dios sobre la humanidad.
En
este pasaje hay dos grandes verdades.
(i) En esencia, el descubrimiento de Pedro fue que las categorías
humanas, hasta las más elevadas, son inadecuadas para describir a Jesucristo.
Cuando la gente describía a Jesús como Elías o Jeremías u otro profeta creían
que estaban colocándole en la más alta categoría que existe. Los judíos creían
que hacía cuatrocientos años que la voz de la profecía estaba callada; pero que
en Jesús se había vuelto a escuchar la voz directa y auténtica de Dios. Estos
eran grandes elogios; pero no bastaban para contener toda la verdad, porque no
hay categorías humanas que sean adecuadas para describir a Jesucristo.
Una vez Napoleón dio su veredicto acerca de Jesús: «Yo conozco a los
hombres, y Jesucristo es más que un hombre.» Sin duda Pedro no sabía exponer
teológicamente ni expresar filosóficamente lo que quería decir cuando dijo que
Jesús era el Hijo del Dios viviente; de lo único que Pedro estaba completamente
seguro era que ninguna descripción puramente humana era adecuada para aplicarse
a Jesús.
(ii) Este pasaje enseña que el descubrimiento de Jesucristo tiene que
ser un descubrimiento personal. La pregunta de Jesús fue: «Vosotros, ¿qué
pensáis vosotros de Mí?» Cuando Pilato le preguntó a Jesús si era el rey
de los judíos, Jesús le contestó: " ¿Dices eso por ti mismo, o te lo han
dicho otros de Mí?» (Juan_18:33
s).
Nuestro conocimiento de Jesús no debe ser de segunda mano. Puede que
uno sepa todo lo que se ha dicho acerca de Jesús, que conozca todas las
cristologías que se han enseñado y que sea capaz de hacer un resumen de lo que
han dicho los grandes teólogos acerca de Jesús... y, sin embargo, no ser
cristiano. El Cristianismo no consiste en saber acerca de Jesús, sino en
conocer a Jesús. Jesucristo demanda un veredicto personal.
No solo a
Pedro, sino igualmente a cada uno de nosotros: « Y tú,
¿qué piensas tú de Mí?»
¡Maranata! ¡Sí, ven Señor Jesús!
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