Mateo 11; 28
(Jesús dijo:)Venid a mí, todos los que estáis cansados y
cargados, y yo os haré descansar.
En base a lo que
Jesús acaba de decir en el versículo 27 Él tiene autoridad para invitar a todos
a su salvación. Nuestro Salvador ha invitado a todos los que trabajan fuerte y
están muy cargados que vayan a Él. En algunos sentidos, todos los hombres están
así. De nuevo Jesús tiene ante su vista las mismas personas a que estaba
dedicado con todo el amor: los pobres y hambrientos, los ignorantes y la gente
sencilla, los apenados y enfermos. Siempre le han rodeado, le han llevado sus
enfermos, han escuchado sus palabras, y también han procurado tocar aunque sólo
fuera una borla de su vestido. También ha ido a ellos por propio impulso y ha
comido con los desechados. Ahora llama a sí a todos ellos y les promete
aliviarlos. Son como ovejas sin pastor, están abatidos y desfallecidos. Están
abrumados y gimen bajo el yugo. Esta es la carga de su vida agobiada y penosa,
pero sobre todo la carga de una interpretación insoportable de la ley. Esta
doble carga les cansa y les deja embotados. En cambio Jesús los quiere aligerar
y darles alegría. Jesús hablaba a
personas que estaban tratando desesperadamente de encontrar a Dios, y tratando
desesperadamente de ser buenas, pero que estaban encontrándolo imposible, y que
se hallaban sumidas en el agotamiento y la desesperación.
Los hombres mundanos se
recargan con preocupaciones estériles por la riqueza y los honores; el alegre y
sensual se esfuerza en pos de los placeres; el esclavo de Satanás y sus propias
lujurias es el siervo más esclavizado de la tierra. Los que trabajan duro por
establecer su propia justicia, también trabajan en vano. El pecador convicto
está muy cargado de culpa y terror; y el creyente tentado y afligido tiene
trabajos duros y cargas. Cristo los invita a todos a que vayan a Él en pos de
reposo para sus almas. Él solo da esta invitación: los hombres van a Él cuando,
sintiendo su culpa y miseria, y creyendo su amor y poder para socorrer, lo
buscan con oración ferviente. Así, pues, es deber e interés de los pecadores
trabajados y cargados, ir a Jesucristo. Este es el llamado del evangelio:
quienquiera que quiera, venga. Todos los que así van recibirán reposo como
regalo de Cristo, y obtendrán paz y consuelo en su corazón. Pero al ir a Él
deben tomar su yugo y someterse a su autoridad. Deben aprender de Él todas las
cosas acerca de su consuelo y obediencia.
Apocalipsis 3; 20
'He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi
voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él y él conmigo.
La iglesia de Laodicea era rica y se sentía satisfecha de sí misma,
pero no contaba con la presencia de Cristo. Él estaba llamando a la puerta del
corazón de los creyentes, pero ellos estaban tan ocupados disfrutando de los
placeres mundanos que ni se daban cuenta de que El intentaba entrar. Los
placeres de este mundo -dinero, seguridad, bienes materiales- pueden ser peligrosos
porque su satisfacción temporal nos puede volver indiferentes al ofrecimiento
de Dios de darnos satisfacción eterna. Si descubre que es indiferente a la
iglesia, a Dios o a la Biblia, ha empezado a sacar a Dios de su vida. Siempre
déjele abierta a Dios la puerta de su corazón, y así lo oirá cada vez que
llame. Dejar que entre es su única esperanza de satisfacción total.
Jesucristo
está llamando a la puerta de nuestro corazón cada vez que sentimos que debemos
volver a Él. Desea tener amistad con nosotros y quiere que le abramos la
puerta. Él es paciente y persiste en su intento de llegar a nosotros, sin
irrumpir y entrar, sino llamando. Nos permite decidir si le entregamos o no la
vida a Él.
Apela al pecador no sólo con su mano (sus providencías) llamando,
sino también con la voz (su
palabra leída, u oída; o más bien, por su Espíritu que interiormente aplica al
espíritu del hombre las lecciones sacadas de sus providencías y de su palabra).
Si nos negamos a oír su llamada a nuestra
puerta ahora, él se negará a responder a nuestra llamada a su puerta,
después.
Las preocupaciones por las cosas terrenas han sumido a los cristianos
en un estado de indiferencia espiritual. Se han vuelto tibios, como las aguas
termales que corrían por el territorio de Laodicea. Este estado espiritual es
el peor, porque en él no se sienten los remordimientos de conciencia. Hubiera
sido mucho mejor que fuera fría o
caliente, porque así el Señor
no sentiría vómitos de ella y no la vomitaría
de su boca. Para el cristiano, la tibieza espiritual, la falta de ánimo
y de arranque para progresar en la vida espiritual, constituyen un grave mal.
Juan no olvida nunca, incluso en los momentos en que tiene que
corregir más severamente, que Dios es amor.
Juan nos presenta, en esta primera parte del Apocalipsis, a
Jesucristo, Hijo de Dios e Hijo del hombre, resucitado y glorioso, juez de
vivos y muertos y cabeza de las iglesias. Cuanto dice de cada una de estas
iglesias puede ser aplicable a otras que se hallen en las mismas circunstancias.
Porque la Palabra del Señor está por encima de los lugares y de los tiempos; por
encima de los pastores y de los ancianos. Dignas de especial atención son las
promesas de vida eterna con que trata de alentar a las iglesias y a los fieles
en los momentos de prueba. Tal es el pensamiento dominante del Apocalipsis y el
más conveniente en aquellas circunstancias, como las de hoy.
¡Maranata! ¡Sí, ven Señor Jesús!
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