Romanos 10; 9
que si confiesas con tu boca a Jesús por Señor, y crees en tu
corazón que Dios le resucitó de entre los muertos, serás salvo;
Aquí está la lección más relevante sobre la importancia y el poder de
la confesión de fe que se puede hallar en todas las Escrituras. El principio de
la fe se establece desde el comienzo mismo de nuestra vida en Cristo.
Exactamente igual a como la salvación (la obra justa de Dios en nuestro favor)
se confirma por el creer del corazón y la pública confesión de nuestra fe, así
también su continua manifestación en nuestras vidas.
El evangelio (la palabra de fe) predicado (1Corintios_15:1-11)
presenta al hombre los hechos de lo que Dios por su gracia ha hecho para
el hombre pecador. El hombre pecador, oyendo el evangelio (Hechos_18:8), cree que Cristo es el Hijo de Dios,
levantado de los muertos para nuestra justificación, se arrepiente de sus
pecados pasados, confiesa delante de los hombres su fe en Cristo Jesús (Lucas_12:8), y obedeciendo de corazón es bautizado.
Hecho esto, Dios le justifica, prometiéndole la salvación eterna, pero dándole
la salvación de sus pecados pasados. Esto el judío (incrédulo) no hacía y por
eso no estaba salvo.
La fe y la confesión son “para salvación,” dice Pablo. Significa confiar en, tener fe en, estar
plenamente convencido de, reconocer, depender de alguien, y ese alguien es
Cristo.
Gálatas 2;16
sin embargo, sabiendo que el hombre no es justificado
por las obras de la ley, sino mediante la fe en Cristo Jesús, también
nosotros hemos creído en Cristo Jesús, para que seamos justificados por la fe
en Cristo, y no por las obras de la ley; puesto que por las obras de la
ley nadie será justificado.
Si las leyes judías no pueden salvarnos ¿por qué debemos seguir
obedeciendo los Diez Mandamientos y las otras leyes del Antiguo Testamento?
Pablo no decía que las leyes eran malas, en otra carta que escribió manifestó:
"La ley a la verdad es santa y el mandamiento santo, justo y bueno" (Romanos_7:12). En cambio, decía que por medio de la
ley nunca podremos ser aceptables delante de Dios. La ley aún juega un papel
importante en la vida de un cristiano. La ley: (1) nos protege del pecado
dándonos normas para nuestra conducta; (2) nos convence de pecado, dándonos la
oportunidad de pedir el perdón de Dios; (3) nos lleva a confiar en la
suficiencia de Cristo porque nosotros nunca podremos cumplir los Diez
Mandamientos a la perfección. Por la ley es imposible salvarnos, pero después
de que llegamos a ser cristianos, la ley puede ser una valiosa guía para vivir
como Dios requiere.
Cuando los judíos
aplicaban la palabra pecadores a los gentiles, no estaban pensando en
sus cualidades morales, sino en la observancia de la ley. Para dar un ejemplo: Levítico
11 establece los animales que se pueden comer, y los que no. Una persona
que comiera liebre o cerdo, quebrantaba estas leyes, y se convertía en un pecador
en este sentido del término. Así es que Pedro respondería a Pablo: «Pero,
si yo como con los gentiles y como lo mismo que ellos, me convierto en un
pecador.» La respuesta de Pablo era doble. Primero, decía: «Estuvimos de
acuerdo hace mucho en que ninguna cantidad de cumplimiento de la ley puede
hacer que una persona esté en la debida relación con Dios. Eso solo puede
lograrse por Gracia. Una persona no puede ganar, sino que tiene que aceptar el
ofrecimiento generoso del amor de Dios en Jesucristo. Por tanto, todo lo
relativo a la ley es irrelevante.» A continuación decía: "Tú dices que el
dejar de lado todo lo referente a reglas y normas te convertirá en un pecador.
Pero eso es precisamente lo que Jesucristo te dijo que hicieras. No te dijo que
trataras de ganar la salvación comiendo de este animal y no comiendo del otro.
Te dijo que te rindieras sin reserva a la Gracia de Dios. ¿Vas a suponer
entonces que Él te enseñó a convertirte en pecador?" Está claro que no
podía haber nada más que una conclusión adecuada a este problema: Que la vieja
ley había sido abolida.
A este punto se
había llegado. No podía ser verdad que los gentiles vinieran a Dios por la
Gracia, y los judíos por la Ley. Para Pablo no había más que una realidad: la
Gracia, y era mediante el rendimiento a esa Gracia como todos los hombres
tenían que llegar a Dios. .
Hay dos grandes
tentaciones en la vida de la Iglesia; y, en cierto sentido, cuanto mejor sea
una persona tanto más propensa está a caer. Primero: existe la tentación de
tratar de ganar el favor de Dios; y segundo: la tentación de usar algún pequeño
logro para compararse con los semejantes con ventaja propia y desventaja ajena.
Pero un cristianismo al que le queda demasiado del yo como para pensar que por
sus propios esfuerzos puede comprar el favor de Dios, y que por sus propios
logros puede mostrarse superior a otros, no es el verdadero Cristianismo de
ninguna manera.
¡Maranata! ¡Sí, ven
Señor Jesús!
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