Mateo 26; 62-63
Entonces el sumo sacerdote, levantándose, le dijo: ¿No
respondes nada? ¿Qué testifican éstos contra ti?
Mas Jesús callaba. Y el sumo sacerdote le dijo: Te conjuro por el Dios
viviente que nos digas si tú eres el Cristo, el Hijo de Dios.
El propósito
principal de la reunión nocturna de las autoridades judías era la formulación
de la acusación contra Jesús. Como ya hemos visto, toda evidencia tenía que
garantizarse con dos testigos, separadamente interrogados. Durante un tiempo,
ni siquiera dos testigos falsos se podía conseguir que estuvieran de acuerdo; y
entonces se encontró una acusación, la de que Jesús había dicho que destruiría
el templo y lo reedificaría en tres días.
Está claro que era
una tergiversación de algo que Jesús había dicho. Él predijo -y correctamente-
la destrucción del templo. Esto se había tergiversado para convertirlo en una
acusación de que Él había dicho que El mismo destruiría el templo. Ya hemos
visto que Jesús predijo que Le quitarían la vida, y en tres días resucitaría.
Eso se tergiversó para que pareciera que le había dicho que reedificaría el
templo en tres días.
Esta acusación se formuló
repitiendo e interpretando deliberada y maliciosa y falsamente algunas cosas
que Jesús había dicho. A esa acusación, Jesús se negó en rotundo a contestar.
En eso la ley estaba de Su parte, porque a nadie se le podía obligar a
contestar en un juicio a una pregunta que le inculpara.
Fue entonces cuando
el sumo sacerdote lanzó la pregunta decisoria. Ya hemos visto que Jesús había
advertido repetidas veces a Sus discípulos que no le dijeran a nadie que Él era
el Mesías. Entonces, ¿cómo llegó a saber el sumo sacerdote hacer la pregunta
que Jesús no podía rehusar contestar? Bien puede ser que, cuando Judas presentó
información contra Jesús, también les dijo a las autoridades judías que Jesús
les había revelado a Sus discípulos que Él era el Mesías. Bien puede ser que
Judas quebrantara entonces intencionadamente el secreto que Jesús les había
impuesto a Sus discípulos que no dijeran a nadie.
En cualquier caso,
el sumo sacerdote hizo la pregunta, y la hizo formulándola con un juramento: «
¿Eres Tú el Mesías? -preguntó- ¿Pretendes ser el Hijo de Dios?» Este fue el
momento crucial del juicio. Bien podríamos decir que todo el universo contuvo
la respiración esperando la respuesta de Jesús. Si Jesús decía: "No,» el
juicio perdía su razón de ser; no se Le podía acusar de nada. Jesús podía decir
simplemente: "No», y salía libre y Se escapaba antes de que el sanedrín
pudiera urdir otra manera de enredarle. Por otra parte, si decía: "Sí»,
firmaba Su propia sentencia de muerte. Nada más que un simple «Sí» se
necesitaba para convertir la Cruz en algo definitivo e inescapable.
Puede ser que Jesús Se detuviera y guardara
silencio un momento otra vez para calcular el costo antes de hacer la gran
decisión; y entonces dijo "Sí». Pero dijo más: Citó a Daniel_7:13 con
su gráfica profecía del triunfo definitivo y de la majestad del Escogido de
Dios. Sabía muy bien lo que estaba haciendo. Inmediatamente surgió el clamor de
«¡Blasfemia!» Se rasgaron vestiduras en una especie de horror sintético e
histérico; y Jesús fue condenado a muerte.
Luego siguió el escupirle, el abofetearle, el
golpearle el rostro en burla. Hasta las cosas externas de la justicia se
olvidaron, y la hostilidad venenosa de las autoridades judías se manifestó. Esa
reunión nocturna había empezado como un tribunal de justicia, y acabó en una
manifestación frenética de odio, en la que no se hizo el menor intento de
mantener ni siquiera las superficialidades de una justicia imparcial.
Hasta
el día de hoy, cuando una persona se encuentra cara a cara con Jesucristo, tiene
que odiarle o amarle; no puede hacer más que someterse a Él o desear
destruirle. Ninguna persona que se dé cuenta de lo que Jesucristo exige puede
ser neutral. Tiene que ser, o Su aliada, o Su enemiga.
¡Maranata!
¡Sí, ven Señor Jesús!
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