Filipenses 2;
1-4:
Por tanto, si hay algún estímulo en Cristo, si hay algún
consuelo de amor, si hay alguna comunión del Espíritu, si algún afecto y
compasión,
haced completo mi gozo, siendo del mismo
sentir, conservando el mismo amor, unidos en espíritu, dedicados a un mismo
propósito.
Nada hagáis por egoísmo o por vanagloria,
sino que con actitud humilde cada uno de vosotros considere al otro como más
importante que a sí mismo,
no buscando cada uno sus propios intereses,
sino más bien los intereses de los demás.
Muchas personas, incluso cristianos, que se dicen “veteranos en el
evangelio”, viven solo para dar una buena impresión a los demás o para
satisfacerse a sí mismas. Pero la "contienda o vanagloria" siempre
trae discordias, y por las palabras que pronuncian evidencian como puede estar
su corazón. Pablo, sin embargo, enfatiza la unidad espiritual, pidiendo a los
filipenses amarse unos a otros y trabajar juntos con un corazón y un propósito.
Cuando trabajamos juntos, soportando los problemas de otros como si fueran
nuestros, demostramos el ejemplo de Cristo que pone primero a los demás y
experimentamos la unidad.
La ambición personal de los líderes, guías del rebaño, puede arruinar
una iglesia local; evitar la reflexión, eludir hacer un alto para examinar en
qué condiciones se siembra para la vida espiritual es evidencia de una ceguera espiritual
destructora. Es sensato y de humildes preguntarse ¿De dónde venimos? ¿Dónde
estamos en madurez? ¿Por qué estamos en este estado? ¿Hacia dónde vamos si
continuamos así? La humildad genuina puede edificarse sobre estas preguntas.
Ser humilde significa tener una clara perspectiva de nosotros mismos. Porque en virtud
de la gracia que me ha sido dada, digo a cada uno de vosotros que no piense más
alto de sí que lo que debe pensar, sino que piense con buen juicio, según la medida
de fe que Dios ha distribuido a cada uno.
Romanos_12:3.
Esto no significa que debamos derrumbarnos. Ante Dios somos pecadores, salvos
solo por la gracia de Dios; pero somos salvos y por lo tanto, tenemos
gran valor en el reino de Dios. Debemos apartar el egoísmo y tratar a los demás
con respeto y cortesía. Considerar los intereses de los otros como más importantes
que los nuestros nos une a Cristo, que fue el verdadero ejemplo de humildad.
El único peligro
que amenazaba a la iglesia flípense era el de la desunión. Pablo quiere
salvaguardar a sus amigos contra ese peligro. Destaca tres causas de desunión:
Está la ambición
egoísta. Siempre hay peligro de que las personas hagan las cosas, no para
que avance la obra, sino para promocionarse a sí mismas. Es un hecho
extraordinario de la Historia que una y otra vez los grandes príncipes de la
Iglesia casi huyeran de los cargos en la agonía del sentimiento de su propia
indignidad. Ambrosio fue una de las grandes figuras de la Iglesia Primitiva.
Era un gran erudito, gobernador de la provincia romana de Liguria y Emilia, y
las gobernaba con un cuidado tan cariñoso que la gente le miraba como a un
padre. Murió el obispo del lugar, y se planteó la cuestión de la sucesión. En
medio de la discusión, de pronto se oyó la voz de un niño: "¡Ambrosio para
obispo! ¡Ambrosio para obispo!» Y pronto lo coreó toda la multitud. Para
Ambrosio aquello era inconcebible. Salió huyendo aquella noche para eludir el
puesto honorable que le ofrecía la iglesia; y sólo le hizo aceptar ser obispo
de Milán la intervención y orden del Emperador.
Cuando John Rough
convocó públicamente desde el púlpito al gran reformador escocés John Knox al
ministerio, éste se sintió apabullado. En su propia Historia de la Reforma escribe:
«Ante lo cual, el mencionado John, confuso, rompió
a llorar abundantemente, y se retiró a su habitación. Su rostro y su
comportamiento desde ese día hasta el día en que se le obligó a presentarse en
público para predicar declaraban claramente la preocupación y angustia de su
corazón. Nadie le notó ninguna señal-de alegría, ni se le vio en compañía de
nadie durante mudos días.»
Lejos de estar
llenos de ambición, los grandes hombres estaban llenos de un sentimiento de su
propia indignidad para los cargos elevados.
Está el deseo de prestigio
personal. El prestigio es para muchos una tentación aún mayor que la de la
riqueza. El ser admirado y respetado, en sentarse en la plataforma, que se
busque la opinión de uno, que se le conozca a uno de nombre y en persona, hasta
el ser adulado son para muchos las cosas más deseables. Pero el propósito del
cristiano no debe ser alardear, sino pasar inadvertido. Debe hacer buenas
obras, no para que la gente le alabe, sino para que glorifique a su Padre Que
está en el Cielo. El cristiano debe desear que la gente fije la mirada, no en
él mismo, sino en Dios.
Está el
concentrarse en el ego. Si una persona no se preocupa nunca nada más que de
sus propios intereses, es inevitable que choque con otras personas. Si su idea
de la vida es la de una contienda competitiva cuyos premios se esfuerza por
ganar, siempre considerará a los demás como enemigos, o por lo menos como
rivales de los que tiene que desembarazarse. El concentrarse en uno mismo
induce inevitablemente a eliminar a los demás; y el objeto de la vida no puede
ser ayudar a los demás, sino quitarlos de en medio.
Ante el peligro de
la desunión, Pablo establece cinco consideraciones que deberían prevenir la
desarmonía.
El
hecho de que todos estamos en Cristo debería mantener la unidad. No se puede
andar en desunión con los demás y en unión con Cristo. Si se tiene a Cristo de
compañero de viaje, se es inevitablemente compañero de los otros viandantes. La
relación de una persona con sus camaradas indica a ciencia cierta su relación
con Jesucristo.
El poder
del amor cristiano debe mantenernos en unidad. El amor cristiano es esa buena
voluntad invencible, que no sucumbe jamás al rencor ni busca más que el bien
supremo de los demás. No es una mera actitud del corazón, como el amor humano;
es la victoria de la voluntad, lograda con la ayuda de Jesucristo. No quiere
decir amar solo a los que nos aman; o a aquellos que nos gustan; ni a los que
son amables. Quiere decir una buena voluntad invencible hasta hacia los que nos
odian, los que no nos gustan y que son todo lo contrario de amables. Esta es la
misma esencia de la vida cristiana; y nos afecta tanto en el tiempo como en la
eternidad. Richard Tatlock escribe en En la casa de mi Padre: «El infierno es la condición eterna de los que han hecho
imposible la relación con Dios y con sus semejantes con vidas que han destruido
el amor... El Cielo, por el contrario, es la condición eterna de los que han
encontrado la vida verdadera en la relación por medio del amor con Dios y con
sus semejantes.»
El
hecho de compartir el Espíritu Santo debería guardar a los cristianos de la
desunión. El Espíritu Santo une al ser humano con Dios y con los demás seres
humanos. Es el Espíritu Santo el Que nos permite vivir esa vida de amor que es
la misma vida de Dios; si una persona vive en desunión con sus semejantes da
señales inequívocas de no tener el don del Espíritu Santo.
La
existencia de la compasión humana debería guardarnos de la desunión. Como dijo
Aristóteles hace mucho tiempo, los hombres no fueron diseñados para ser como
lobos gruñéndose unos a otros, sino para vivir en armonía. La desunión rompe la
estructura esencial de la vida.
La
última exhortación de Pablo es personal. No puede haber felicidad para uno
mientras sepa que hay desunión en la iglesia que le es tan querida. Si sus
amigos quieren completar su gozo, que completen su comunión. No es con amenazas
como Pablo se dirige a los cristianos de Filipos, sino con la exhortación del
amor, que debería ser el acento del pastor, como fue el acento de su Señor.
Formar frente cerrado de cara al exterior sólo es auténtico y seguro
cuando todo está ordenado en el interior.
La falta de amor se evidencia en la rivalidad y en la vanagloria. El
amor es humilde. Tiene en más a los otros que a sí mismo. La humildad era algo con
lo que el hombre pagano no sabía hacer demasiadas cosas. Ya la palabra misma tenía
en el ámbito griego un matiz peyorativo. Equivalía a mentalidad servil,
servilismo, adulación. Semejante conducta era ajena al hombre libre, que la
despreciaba. Pero la humildad cristiana no es una humildad perruna. El
cristiano es ante todo humilde delante de Dios, porque sabe que de Dios lo ha
recibido y lo recibe todo. Y por el camino de Dios alcanza la humildad
auténtica ante los otros hombres, ante sus hermanos, en cuanto reconoce en
ellos el resplandor de Dios.
Esta apreciación tiene consecuencias prácticas. Por amor a sí mismo
busca uno su propio bienestar. Por el amor se preocupa del bienestar de los
otros, es decir, alcanza tanto como el amor a sí mismo. Las bellas palabras
sobre el amor de nada sirven. Sólo los hechos convencen.
¡Maranata! ¡Sí, ven Señor Jesús!
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