} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: LA HUMILDAD, LA CLAVE DE LA UNIDAD

lunes, 1 de enero de 2018

LA HUMILDAD, LA CLAVE DE LA UNIDAD



Filipenses 2; 1-4:
Por tanto, si hay algún estímulo en Cristo, si hay algún consuelo de amor, si hay alguna comunión del Espíritu, si algún afecto y compasión,
   haced completo mi gozo, siendo del mismo sentir, conservando el mismo amor, unidos en espíritu, dedicados a un mismo propósito.
   Nada hagáis por egoísmo o por vanagloria, sino que con actitud humilde cada uno de vosotros considere al otro como más importante que a sí mismo,
   no buscando cada uno sus propios intereses, sino más bien los intereses de los demás.

    Muchas personas, incluso cristianos, que se dicen “veteranos en el evangelio”, viven solo para dar una buena impresión a los demás o para satisfacerse a sí mismas. Pero la "contienda o vanagloria" siempre trae discordias, y por las palabras que pronuncian evidencian como puede estar su corazón. Pablo, sin embargo, enfatiza la unidad espiritual, pidiendo a los filipenses amarse unos a otros y trabajar juntos con un corazón y un propósito. Cuando trabajamos juntos, soportando los problemas de otros como si fueran nuestros, demostramos el ejemplo de Cristo que pone primero a los demás y experimentamos la unidad.  
La ambición personal de los líderes, guías del rebaño, puede arruinar una iglesia local; evitar la reflexión, eludir hacer un alto para examinar en qué condiciones se siembra para la vida espiritual es evidencia de una ceguera espiritual destructora. Es sensato y de humildes preguntarse ¿De dónde venimos? ¿Dónde estamos en madurez? ¿Por qué estamos en este estado? ¿Hacia dónde vamos si continuamos así? La humildad genuina puede edificarse sobre estas preguntas. Ser humilde significa tener una clara perspectiva de nosotros mismos. Porque en virtud de la gracia que me ha sido dada, digo a cada uno de vosotros que no piense más alto de sí que lo que debe pensar, sino que piense con buen juicio, según la medida de fe que Dios ha distribuido a cada uno.  Romanos_12:3. Esto no significa que debamos derrumbarnos. Ante Dios somos pecadores, salvos solo por la gracia de Dios; pero somos salvos y por lo tanto, tenemos gran valor en el reino de Dios. Debemos apartar el egoísmo y tratar a los demás con respeto y cortesía. Considerar los intereses de los otros como más importantes que los nuestros nos une a Cristo, que fue el verdadero ejemplo de humildad.

El único peligro que amenazaba a la iglesia flípense era el de la desunión. Pablo quiere salvaguardar a sus amigos contra ese peligro. Destaca tres causas de desunión:
Está la ambición egoísta. Siempre hay peligro de que las personas hagan las cosas, no para que avance la obra, sino para promocionarse a sí mismas. Es un hecho extraordinario de la Historia que una y otra vez los grandes príncipes de la Iglesia casi huyeran de los cargos en la agonía del sentimiento de su propia indignidad. Ambrosio fue una de las grandes figuras de la Iglesia Primitiva. Era un gran erudito, gobernador de la provincia romana de Liguria y Emilia, y las gobernaba con un cuidado tan cariñoso que la gente le miraba como a un padre. Murió el obispo del lugar, y se planteó la cuestión de la sucesión. En medio de la discusión, de pronto se oyó la voz de un niño: "¡Ambrosio para obispo! ¡Ambrosio para obispo!» Y pronto lo coreó toda la multitud. Para Ambrosio aquello era inconcebible. Salió huyendo aquella noche para eludir el puesto honorable que le ofrecía la iglesia; y sólo le hizo aceptar ser obispo de Milán la intervención y orden del Emperador.

Cuando John Rough convocó públicamente desde el púlpito al gran reformador escocés John Knox al ministerio, éste se sintió apabullado. En su propia Historia de la Reforma escribe: «Ante lo cual, el mencionado John, confuso, rompió a llorar abundantemente, y se retiró a su habitación. Su rostro y su comportamiento desde ese día hasta el día en que se le obligó a presentarse en público para predicar declaraban claramente la preocupación y angustia de su corazón. Nadie le notó ninguna señal-de alegría, ni se le vio en compañía de nadie durante mudos días.»
Lejos de estar llenos de ambición, los grandes hombres estaban llenos de un sentimiento de su propia indignidad para los cargos elevados.
Está el deseo de prestigio personal. El prestigio es para muchos una tentación aún mayor que la de la riqueza. El ser admirado y respetado, en sentarse en la plataforma, que se busque la opinión de uno, que se le conozca a uno de nombre y en persona, hasta el ser adulado son para muchos las cosas más deseables. Pero el propósito del cristiano no debe ser alardear, sino pasar inadvertido. Debe hacer buenas obras, no para que la gente le alabe, sino para que glorifique a su Padre Que está en el Cielo. El cristiano debe desear que la gente fije la mirada, no en él mismo, sino en Dios.
Está el concentrarse en el ego. Si una persona no se preocupa nunca nada más que de sus propios intereses, es inevitable que choque con otras personas. Si su idea de la vida es la de una contienda competitiva cuyos premios se esfuerza por ganar, siempre considerará a los demás como enemigos, o por lo menos como rivales de los que tiene que desembarazarse. El concentrarse en uno mismo induce inevitablemente a eliminar a los demás; y el objeto de la vida no puede ser ayudar a los demás, sino quitarlos de en medio.

Ante el peligro de la desunión, Pablo establece cinco consideraciones que deberían prevenir la desarmonía.
  El hecho de que todos estamos en Cristo debería mantener la unidad. No se puede andar en desunión con los demás y en unión con Cristo. Si se tiene a Cristo de compañero de viaje, se es inevitablemente compañero de los otros viandantes. La relación de una persona con sus camaradas indica a ciencia cierta su relación con Jesucristo.
  El poder del amor cristiano debe mantenernos en unidad. El amor cristiano es esa buena voluntad invencible, que no sucumbe jamás al rencor ni busca más que el bien supremo de los demás. No es una mera actitud del corazón, como el amor humano; es la victoria de la voluntad, lograda con la ayuda de Jesucristo. No quiere decir amar solo a los que nos aman; o a aquellos que nos gustan; ni a los que son amables. Quiere decir una buena voluntad invencible hasta hacia los que nos odian, los que no nos gustan y que son todo lo contrario de amables. Esta es la misma esencia de la vida cristiana; y nos afecta tanto en el tiempo como en la eternidad. Richard Tatlock escribe en En la casa de mi Padre: «El infierno es la condición eterna de los que han hecho imposible la relación con Dios y con sus semejantes con vidas que han destruido el amor... El Cielo, por el contrario, es la condición eterna de los que han encontrado la vida verdadera en la relación por medio del amor con Dios y con sus semejantes.»
  El hecho de compartir el Espíritu Santo debería guardar a los cristianos de la desunión. El Espíritu Santo une al ser humano con Dios y con los demás seres humanos. Es el Espíritu Santo el Que nos permite vivir esa vida de amor que es la misma vida de Dios; si una persona vive en desunión con sus semejantes da señales inequívocas de no tener el don del Espíritu Santo.
  La existencia de la compasión humana debería guardarnos de la desunión. Como dijo Aristóteles hace mucho tiempo, los hombres no fueron diseñados para ser como lobos gruñéndose unos a otros, sino para vivir en armonía. La desunión rompe la estructura esencial de la vida.
  La última exhortación de Pablo es personal. No puede haber felicidad para uno mientras sepa que hay desunión en la iglesia que le es tan querida. Si sus amigos quieren completar su gozo, que completen su comunión. No es con amenazas como Pablo se dirige a los cristianos de Filipos, sino con la exhortación del amor, que debería ser el acento del pastor, como fue el acento de su Señor.

Formar frente cerrado de cara al exterior sólo es auténtico y seguro cuando todo está ordenado en el interior.
La falta de amor se evidencia en la rivalidad y en la vanagloria. El amor es humilde. Tiene en más a los otros que a sí mismo. La humildad era algo con lo que el hombre pagano no sabía hacer demasiadas cosas. Ya la palabra misma tenía en el ámbito griego un matiz peyorativo. Equivalía a mentalidad servil, servilismo, adulación. Semejante conducta era ajena al hombre libre, que la despreciaba. Pero la humildad cristiana no es una humildad perruna. El cristiano es ante todo humilde delante de Dios, porque sabe que de Dios lo ha recibido y lo recibe todo. Y por el camino de Dios alcanza la humildad auténtica ante los otros hombres, ante sus hermanos, en cuanto reconoce en ellos el resplandor de Dios.

Esta apreciación tiene consecuencias prácticas. Por amor a sí mismo busca uno su propio bienestar. Por el amor se preocupa del bienestar de los otros, es decir, alcanza tanto como el amor a sí mismo. Las bellas palabras sobre el amor de nada sirven. Sólo los hechos convencen.

¡Maranata! ¡Sí, ven Señor Jesús!


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