Mateo 6; 14
Porque si perdonáis a los hombres sus transgresiones,
también vuestro Padre celestial os perdonará a vosotros.
Jesús nos pone en alerta en
cuanto al perdón se refiere: si no queremos perdonar a los demás, tampoco Dios
nos perdonará. ¿Por qué? Porque cuando no perdonamos a otros estamos negando lo
que tenemos en común como pecadores necesitados del perdón de Dios. El perdón
de Dios no es el resultado directo de nuestro acto perdonador hacia otros, sino
que está basado en nuestro entendimiento del significado del perdón (Efesios_4:32). Es fácil pedir a Dios su perdón, pero
es difícil darlo a otros. Los labios de Jesús pronunciaron pocas palabras tan
inflexibles y terminantes como éstas. Una comunidad no puede vivir de forma
realmente cristiana, si esta ley no está profundamente grabada en el corazón de
ella y si no determina su acción. No podemos abrir la boca para pedir perdón a
Dios, si todavía estamos endurecidos con otra persona y no nos hemos
reconciliado con ella.
Cuando pidamos a Dios que nos perdone, debemos
preguntarnos: "¿He perdonado a las personas que me han herido o
agraviado?"
Mateo 5; 44-45
Pero yo os digo: amad a vuestros enemigos y orad por los que os
persiguen,
para que seáis
hijos de vuestro Padre que está en los cielos; porque El hace salir su sol
sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos.
Al llamarnos a no tomar represalias, Jesús nos libra de tomar la
justicia en nuestras manos. Al orar y amar a nuestros enemigos en lugar de
buscar represalias podemos vencer el mal con el bien.
Los fariseos interpretaban que Levítico_19:18 enseñaba
que se debía amar a los que amaban, y que Salmo
139:19-22 y Salmo 140.9-11 instaba a odiar a los
enemigos. Pero Jesús les dijo que debían amar a sus enemigos. Si ama a sus
enemigos y los trata bien, demuestra que Jesús es el Señor de su vida. Esto lo
logran los que se dan totalmente a Dios, porque solo El puede liberar al hombre
de su egoísmo natural. Debemos confiar en que el Espíritu Santo nos ayuda a
amar a aquellos por quienes no sentimos amor.
El correcto significado de la palabra «enemigo» no se limita a
cualquiera que no nos guste. El mandamiento a amar a nuestros enemigos
significa mucho más que simplemente cambiar nuestros sentimientos acerca de la
gente con la cual no nos llevamos bien. Más bien, «enemigo» (en griego echthros significa «adversario» y se refiere a
aquellos cuyas acciones y palabras manifiestan odio hacia ti; el cuñado o la
cuñada que no te quiere hablar, el compañero de trabajo que quiere que te
despidan). Se nos manda a amar a quienes nos tienen animosidad. Jesús no deja
lugar para la especulación en este pasaje, sino que nos manda a amar a los que
nos aborrecen, nos desprecian y nos persiguen. Semejante amor es posible
únicamente a través del poder de Jesucristo, quien amó de esa manera, y quien
busca ahora vías a través de las cuales demostrar su amor a quienes le odian
asediando a discípulos como tú (Salmo_86:5/Lucas_6:31-35)
Lo mismo que Dios envía la lluvia y hace que el sol brille sobre justos e
injustos, así deben los discípulos de Jesús prodigar amor a amigos y enemigos.
El amor agape que Jesús exige a los ciudadanos
del reino, es el amor manifestado supremamente en la cruz, el amor sacrificado,
que se da a favor de otros, sin reserva y sin considerar los méritos del otro.
Jesús intercedió por sus verdugos desde la cruz. Esteban, lleno del Espíritu
Santo, imploró a Dios: ¡Señor, no les tomes en cuenta este pecado! (Hechos_7:60). De los cuatro términos griegos que
significan amor, agape es el más parecido al amor de
Dios. Este amor es una acción de voluntad más que de sentimiento emocional. No
es un asunto de sentir sino de actuar en cierta manera: orar por
ellos y desearles la bendición de Dios. Los que aman solamente a los que les
aman, y a los hermanos amables, no son mejores que los publicanos y gentiles.
Estos fueron considerados pecadores miserables, condenados.
¡Maranata! ¡Sí, ven Señor Jesús!
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