Génesis 3; 11-12
Y
Dios le dijo: ¿Quién te enseñó que estabas desnudo? ¿Has comido del árbol de
que yo te mandé no comieses?
Y el
hombre respondió: La mujer que me diste por compañera me dio del árbol, y yo
comí.
Es
difícil imaginarnos cómo se sentiría Adán siendo la primera y única persona en
la tierra. Una cosa es que nosotros nos sintamos solos; para Adán, que nunca
había conocido a otro ser humano, era otra cosa. Él se perdió de muchas cosas
que nos hicieron como somos ahora: no tuvo niñez, ni padres, ni familia, ni
amigos. Tuvo que aprender a ser humano por su cuenta. Afortunadamente, Dios no
permitió que luchara demasiado tiempo antes de presentarle una ayuda y
compañera idónea: Eva. Formaron una unidad completa, inocente y abierta, sin
una pizca de vergüenza en nada.
Una
de las primeras conversaciones de Adán con su agradabilísima y bella compañera
debieron haber sido las reglas del huerto. Antes de que Dios creara a Eva, ya
le había dado a Adán completa libertad en el huerto, junto con la
responsabilidad de vigilarlo y cuidarlo. Sin embargo, un árbol estaba fuera de
los límites: el árbol del conocimiento del bien y del mal. Adán debió haber
hablado con Eva sobre todo esto. Ella sabía, cuando Satanás se le acercó, que
el fruto de ese árbol no se debía comer. Sin embargo, decidió comer el fruto
prohibido. Más tarde se lo ofreció a Adán. En ese momento, el destino de la
creación estuvo en peligro. Tristemente, Adán no se detuvo a considerar las
consecuencias. Siguió adelante y lo comió.
En
ese momento de pequeña rebelión algo grande, hermoso y puro se resquebrajó: la
perfecta creación de Dios. El hombre se vio separado de Dios por querer actuar
por su cuenta. Sea que se lance un guijarro o una piedra grande hacia una ventana
de vidrio, el efecto es el mismo. Nunca podrán volver a reunirse los miles de
fragmentos.
Sin
embargo, en el caso del pecado del hombre, Dios ya había puesto en marcha un
plan para vencer los efectos de la rebelión. La Biblia entera es la historia de
cómo se desarrolla ese plan, con la visita de Dios a la tierra a través de su
Hijo Jesús como parte esencial. La vida sin pecado de Jesús y su muerte
hicieron posible que Dios ofreciera el perdón a todos los que lo quisieran.
Nuestras acciones de rebelión, ya sean pequeñas o grandes, demuestran que somos
descendientes de Adán. Únicamente el pedir el perdón de Jesucristo nos hace
hijos de Dios.
Adán
y Eva no hicieron caso a la advertencia de Dios en Gen 2.16, 17. Ellos no entendieron las razones
de este mandamiento, así que decidieron actuar de la forma que les parecía más
apropiada. Todos los mandamientos de Dios son obviamente para nuestro propio
beneficio, pero puede que no siempre entendamos las razones. El pueblo que
confía en Dios le obedecerá porque Dios lo pide, sea que entienda o no el
porqué de sus mandamientos.
Cuando Dios le preguntó a Adán sobre su
pecado, Adán culpó a Eva. Luego Eva culpó a la serpiente. Cuán fácil es
disculpar nuestros pecados culpando a otra persona o a las circunstancias. Pero
Dios sabe la verdad. Y Él nos hace responsables a cada uno de nosotros por lo
que hacemos (Gen 3.14-19). Admita su pecado y pida disculpas a Dios. No trate
de escapar de su pecado culpando a otro.
Lecciones
para nosotros:
- · Evadió la responsabilidad y culpó a otros; prefirió esconderse a enfrentarse; se excusó en lugar de confesar la verdad
- · Su más grande error: hacerse cómplice de Eva para traer el pecado al mundo
- · Como descendientes de Adán, todos reflejamos hasta cierto grado la imagen de Dios
- · Dios quiere que las personas, aunque tienen libertad de hacer el mal, opten por amarlo a Él.
- · No debemos culpar a los demás de nuestras propias faltas
- · No podemos escondernos de Dios
¡Maranata!¡Ven
pronto mi Señor Jesús!
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