Zacarías: 13; 6
Y le preguntarán: ¿Qué heridas son estas en tus manos? Y él
responderá: Con ellas fui herido en casa de mis amigos.
Si la idolatría
siempre fue una amenaza exterior, la amenaza más destructora era la influencia
interna a través de los falsos profetas. Los profetas constituían un gremio
fuerte; eran profetas de profesión, se formaban en escuelas, y a sus
integrantes se les llamaba “hijos de profetas”.
La eliminación
de los profetas vendría por causa del incumplimiento del ministerio que les fue
encomendado; en vez de ser una bendición resultaban en una maldición. Para
ganarse el favor del pueblo profetizaban lo que no les había sido revelado,
sino aquello que resultara agradable al oído. Sabían lo que el rey quería oír,
y eso le hacía oír. En los días del rey Acab, el profeta Micaías fue llamado
para consultarle si Jehová les daría la victoria. Cuatrocientos profetas
oficiales habían profetizado una victoria, pero Micaías profetizó la derrota y
así sucedió: el mismo rey Acab fue muerto en esa ocasión.
Sucederá en
aquel día que los profetas serán eliminados, como una clara referencia a la
eliminación del profetismo profesional falso en la era mesiánica. La desdicha
de los falsos profetas se reflejará en el aborrecimiento de los padres que,
fieles a Dios, no soportarán las mentiras de sus hijos; su amor por la verdad
estará por encima de la mentira.
Estos falsos
profetas se avergonzarán de su visión; en vez de sentirse privilegiados serán
confundidos, de tal manera que ni ellos mismos creerán en las visiones que
perciban. Nunca más se sentirán honrados de tomar la vestidura de profeta,
negarán su oficio y tomarán el oficio de labrador; todo lo contrario del
profeta Amós.
Estos dos males
persisten en la actualidad: el pueblo sigue yendo en pos de dioses ajenos, de
ídolos que no ofrecen la satisfacción de la sed espiritual, pero sí el
entretenimiento, distrayendo a la criatura de su Creador. Los dioses antiguos
han sido sustituidos por el amor al dinero, por la sed de la fama, por las
pasiones vergonzosas que gracias a la agilidad y a la efectividad de los medios
de comunicación se han hecho comunes a todas las sociedades. Los falsos
profetas siguen proliferando por la fertilidad del campo. La carencia de
proclamadores de la verdad ha dejado espacio suficiente para los
falsificadores, falsos maestros que atentan contra las verdades eternas de
Dios, enseñando beneficios temporales como sustitutos. La solución que ofrecen
las corrientes modernas son temporales a un costo altísimo; la verdad de Dios
es eterna y gratuita.
Juan
20; 19-20
Cuando
llegó la noche de aquel mismo día, el primero de la semana, estando las puertas
cerradas en el lugar donde los discípulos estaban reunidos por miedo de los
judíos, vino Jesús, y puesto en medio, les dijo: Paz a vosotros.
Y
cuando les hubo dicho esto, les mostró las manos y el costado. Y los discípulos
se regocijaron viendo al Señor.
Esta quinta y última aparición que tuvo lugar en el
mismo día de la resurrección, sucedió en horas avanzadas de la noche, estando
ausente Tomás. Se relata también en Marcos 16:14 y Lucas 24:36–43. Aunque el
relato de Juan es paralelo al de Lucas, cada uno enfatiza los aspectos que le
importan más. En el relato de Lucas, Jesús mostró a los discípulos sus manos y
pies, pero en Juan les mostró sus manos y el costado. Lucas describe el temor
de los discípulos al ver a Jesús, pensando que era un fantasma, pero no
menciona el soplo, ni el Espíritu Santo, ni la autoridad de perdonar o retener
los pecados.
No era necesario
quitar la piedra del sepulcro para que Jesús saliera; más bien, se quitó la
piedra para que los discípulos pudieran ver el sepulcro vacío. Jesús podía
manifestarse cuándo y dónde El quisiera. Tampoco tuvo que entrar en una casa
por una puerta abierta. Podía aparecer o desaparecer según su voluntad.
Por causa de este fenómeno se discute
mucho sobre cómo era el cuerpo de Jesús después de su resurrección. Dicen
algunos que su cuerpo ya estaba en el proceso de cambiarse en el cuerpo
glorioso, etc., pero ¿con qué propósito se habla así? Antes de morir ¿no andaba
sobre el agua? (Jn 6:19). ¿Se requería un cuerpo especial para hacer eso?
Cuando Jesús entró y dijo, "Paz a
vosotros", "Entonces, espantados y atemorizados, pensaban que veían
espíritu" (Luc_24:37). En lugar de sentir paz en su alma sólo sentían
espanto y temor y esto fue causado por su falta de fe en la resurrección.
La señal de los
clavos y la lanza era un testimonio convincente de dos cosas: (1) que Jesús
tenía un verdadero cuerpo humano (algunos gnósticos decían que el Cristo no
ocupó un cuerpo verdadero, sino que era un fantasma, solamente teniendo el
aspecto de un cuerpo físico); y (2) que ese cuerpo había resucitado de entre
los muertos.
Jesús les mostró las
manos y el costado para asegurarles que era el mismo que había sido
crucificado, es decir, una prueba inconfundible de su identidad y de su misión
cumplida. Hull comenta que las marcas en sus manos y costado eran prueba de la
victoria por la cual él había hecho posible la verdadera paz que les había
prometido. Ellos no habían creído por el testimonio de algunos de los suyos que
habían visto al Señor resucitado, pero ya no tendrían más dudas y por eso el
tremendo gozo que sentían. El gozo es una de las bendiciones fundamentales que
pertenece a los miembros del reino de Dios (Isa. 25:6–9; 54:1–5; 61:1–3). Él
seguía siendo el Jesús que había caminado con ellos, pero también ahora lo reconocen
como su Señor en el sentido absoluto del título, uno digno de su adoración. De
aquí en adelante Juan empleará este título al referirse a Jesús. Sus temores ya
se habían calmado y pudieron recibir todo el impacto de la paz que Jesús les
ofrecía. Una condición necesaria para que pudieran cumplir la misión que estaba
por asignarles sería que experimentaran la paz que solo Jesús podría darles.
¡Maranata!¡Ven
pronto mi Señor Jesús!
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