} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: EVANGELIO DE JESUCRISTO SEGÚN SAN LUCAS Capítulo 9; 46-48

domingo, 9 de enero de 2022

EVANGELIO DE JESUCRISTO SEGÚN SAN LUCAS Capítulo 9; 46-48


Capítulo 9; 46-48

 9:46  Entonces entraron en discusión sobre quién de ellos sería el mayor.

  9:47  Y Jesús, percibiendo los pensamientos de sus corazones, tomó a un niño y lo puso junto a sí,

 9:48  y les dijo: Cualquiera que reciba a este niño en mi nombre, a mí me recibe; y cualquiera que me recibe a mí, recibe al que me envió; porque el que es más pequeño entre todos vosotros, ése es el más grande.               

 

             Mientras los Doce siguieran pensando que el Reino de Jesús era de este mundo, era inevitable que se disputaran los puestos  más altos. Jesús sabía lo que estaban pensando. Tomó a un chiquillo y le puso a su lado; es decir, en el lugar de máximo honor. Seguidamente les dijo que el que recibiera a un chiquillo, le recibía a Él, y el que le recibía a Él, recibía a Dios. ¿Qué quería decir? Los Doce eran los lugartenientes de Jesús; pero ese chico no ocupaba ninguna posición oficial. Jesús estaba diciendo: «Si estáis dispuestos a pasaros la vida sirviendo, ayudando y amando a personas que a los ojos del mundo no tienen ninguna importancia, estáis sirviéndome a mí y a Dios. Si estáis dispuestos a pasaros la vida haciendo cosas que parece que no tienen ninguna importancia, sin proponeros ser lo que el mundo llama grande, seréis grandes a los ojos de Dios.»

Estos versículos contienen amonestaciones muy importantes, respecto de dos males muy comunes en la iglesia de Cristo. Jesús que las hizo sabía bien lo que pasa  en el corazón del hombre. ¡Bueno hubiera sido que la iglesia de Cristo hubiera dado más atención a las palabras de su Fundador!

El Señor Jesús  nos previene contra el orgullo y la presunción. Se nos dice que "entraron en disputa (los discípulos) cuál de ellos sería el  mayor." Extraordinario como puede parecer, pequeña junta de pescadores y publícanos no estaba exenta del egoísmo y de la ambición. Llenos de la falsa  idea de que el reino de nuestro Señor había de venir inmediatamente, estaban prontos a disputar acerca del lugar y de la posición que en él ocuparían. Cada  uno creía que su petición era la más justa. Cada uno creía que sus propios merecimientos y sus propias prerrogativas no podían dudarse. Cada uno creía que  cualquiera que fuese el puesto que se asignase a sus hermanos, el principal debía asignársele a él. Y todo esto acontecía cuando estaban en compañía del  mismo Cristo, y bajo la luz meridiana de Su enseñanza. ¡Tal es el corazón del hombre!

Hay algo sumamente instructivo en este hecho. Debe penetrar profundamente en el corazón de todo lector cristiano. De todos los pecados no hay ninguno  contra el cual tenemos tanta necesidad de vigilar y orar, como el del orgullo. Es "pestilencia que anda oscuridad y mortandad que destruye al mediodía."  Ningún pecado está tan profundamente arraigado en nuestro corazón, y sus raíces nunca se secan completamente: en cualquiera oportunidad reviven y  muestran un vigor pernicioso. Ningún pecado es tan engañoso y falaz: a veces se reviste del traje de la misma humildad. Puede albergarse en el corazón del  ignorante, del destituido de talento, y del pobre, lo mismo que en el pecho del grande, del erudito y del rico. Es un dicho harto extraño y familiar, pero  también muy verdadero, que ningún papa ha recibido jamás tantos honores como el papa que se denomina el "Yo." Que una de nuestras súplicas diarias sea  que Dios nos conceda humildad y sencillez infantil. De todas las criaturas ninguna tiene poca razón para tener orgullo como el hombre, y de todos los  hombres ninguno debe ser tan humilde como el cristiano. ¿Confesamos ser "miserables pecadores," deudores de gracia y misericordia cada día? ¿Somos  discípulos de Jesús, que "era manso y humilde de corazón," y "se despojó a sí mismo" por amor nuestro? Entonces que nos anime el mismo espíritu que  animó a Cristo Jesús. Desechemos todo pensamiento altivo y toda presunción. En humildad de corazón, estimemos a los demás más que a nosotros mismos.

Estemos dispuestos, en todas ocasiones, a ocupar el lugar más humilde, y hagamos que las palabras de nuestro Señor resuenen continuamente en nuestros  oídos: "El que fuere el menor entre todos vosotros, este será el grande.

Hay muchos que están dispuestos a prestar servicios por razones falsas y se ponen en evidencia:

(i) Por el deseo de prestigio. A. J. Cronin habla de cierta enfermera que conoció cuando era médico rural. Aquella mujer llevaba veinte años al servicio de un distrito de quince kilómetros a la redonda, ella sola. «A mí me admiraba su paciencia, su resistencia y su alegría. Nunca estaba demasiado cansada para levantarse a media noche cuando tenía una llamada urgente. Ganaba el sueldo base, y una noche, a las tantas, después de un día especialmente agobiado, me atreví a preguntarle por qué no pedía que la pagaran más, porque Dios sabía que se lo merecía. Y me contestó que si Dios sabía que se lo merecía, eso era lo único que le importaba a ella.» No trabajaba para los hombres, sino para Dios; y cuando trabajamos para Dios, el prestigio es lo último que se nos ocurrirá pensar, porque sabemos que Él se lo merece todo.

(ii) Por el deseo de una posición. Si se le da a una persona una tarea o una posición o un puesto en la iglesia, debe considerarlo, no como un honor, sino como una responsabilidad. Hay quienes sirven en la iglesia, no pensando realmente en aquellos a los que sirven, sino en sí mismos. A cierto primer ministro inglés le estaban felicitando por su elección, y dijo: «Lo que necesito no son vuestras felicitaciones, sino vuestras oraciones.» El ser elegido para un cargo es serlo para un servicio, no para un honor.

(iii) Por el deseo de prominencia. Muchas personas están dispuestas a servir o a dar siempre que se les reconozca el servicio o la generosidad. Las instrucciones de Jesús son que no debemos dejar que nuestra mano izquierda sepa lo que hace la derecha. Si damos o hacemos algo sólo para recibir algo para nosotros, eso no tiene ninguna gracia (Lucas_6:32-34  32  Porque si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? Porque también los pecadores aman a los que los aman. 33  Y si hacéis bien a los que os hacen bien, ¿qué mérito tenéis? Porque también los pecadores hacen lo mismo. 34  Y si prestáis a aquellos de quienes esperáis recibir, ¿qué mérito tenéis? Porque también los pecadores prestan a los pecadores, para recibir otro tanto.)  

No hay comentarios:

Publicar un comentario