Capítulo 8; 22-25
22
Aconteció un día, que entró en una barca con sus discípulos, y les dijo:
Pasemos al otro lado del lago. Y partieron.
23 Pero
mientras navegaban, él se durmió. Y se desencadenó una tempestad de viento en
el lago; y se anegaban y peligraban.
24 Y
vinieron a él y le despertaron, diciendo: ¡Maestro, Maestro, que perecemos!
Despertando él, reprendió al viento y a las olas; y cesaron, y se hizo bonanza.
25 Y
les dijo: ¿Dónde está vuestra fe? Y atemorizados, se maravillaban, y se decían
unos a otros: ¿Quién es éste, que aun a los vientos y a las aguas manda, y le
obedecen?
El acontecimiento descrito en estos versículos ha sido referido tres veces
en los Evangelios. Mateo, Marcos y Lucas fueron inspirados para narrarlo.
Esta circunstancia debe indicarnos su
importancia, y debe hacernos fijar más la atención en las lecciones que
contiene.
Aprendemos, en estos versículos,
que nuestro Señor Jesucristo era tan realmente hombre como Dios. Nos narra que
navegando en el lago de Genesaret en una
barca con sus discípulos, "se durmió." El sueño, como es bien sabido,
es uno de los fenómenos de nuestra constitución física corno seres humanos. Los ángeles y los espíritus no
necesitan alimento ni descanso. Pero los seres humanos, para conservar la
existencia, tienen que comer, beber, y
dormir. Si Jesús se cansaba y necesitaba de reposo, debió haber unido
dos naturalezas en una sola persona--una humana lo mismo que una divina.
Lucas nos cuenta esta escena con una
extraordinaria economía de palabras, pero con gran efectividad. No cabe duda de
que Jesús decidió cruzar el lago porque tenía mucha necesidad de descanso y de
tranquilidad. Mientras navegaban, se quedó dormido.
Es encantador pensar en el Jesús durmiente.
Estaba cansado, como a veces lo estamos todos nosotros. También Él podía llegar
al punto de agotamiento en que es imperiosa la necesidad de dormir. Confiaba en
sus hombres; eran pescadores del lago, y Jesús dejó de buena gana todo lo
relativo a la travesía, a la experiencia y habilidad de sus discípulos, y se
echó, a dormir. Confiaba en Dios; sabía que estaba en sus manos en el lago lo
mismo que en tierra firme.
Entonces se desencadenó la tempestad. El Mar
de Galilea es famoso por sus turbiones repentinos.
Un viajero que hizo esa ruta nos cuenta:
«Apenas se había puesto el sol cuando el viento empezó a abalanzarse contra al
lago, y siguió toda la noche con creciente violencia de tal manera que, cuando
llegamos a la otra orilla la mañana siguiente, el lago parecía un inmenso
caldero hirviendo.»
La razón es la siguiente: el Mar de Galilea
está a más de 200 metros por debajo del nivel del mar, y está rodeado de
mesetas cercadas de grandes montañas. Los torrentes han ahondado sus lechos por
la llanura hasta el mar, y estos torrentes actúan como embudos que canalizan
los vientos fríos de las montañas. Y así surgen las tempestades. El mismo
viajero nos cuenta cómo intentaron montar las tiendas en un vendaval semejante:
«Teníamos que poner dos clavos a todas las cuerdas de la tienda, y a menudo
teníamos que colgarnos con todo nuestro peso para que toda la tienda no saliera
volando por la fuerza del viento.»
Se nos
dice que cuando descargó una tempestad
de viento sobre el lago, y la barca en que nuestro Señor iba se estaba llenando
de agua, y se hallaba en peligro, Sus
compañeros se alarmaron mucho, y se acercaron a Él y lo despertaron
diciendo: "Maestro, maestro, que perecemos " Olvidaron, por un
instante, el cuidado no interrumpido que
su Maestro había tenido de ellos en tiempos pasados. Se olvidaron que a su lado
estaban exentos de todo peligro, cualquiera que fuese el accidente que
sobreviniese, todo lo olvidaron, excepto la vista y la convicción del peligro
presente, y bajo esa impresión ni aun pudieron aguardar a que Cristo despertase. Que cierto es que la
vista, las sensaciones y los sentimientos forman muy pobres teólogos.
Hechos como estos abaten el orgullo de la
naturaleza humana, nuestra presunción y nuestros pensamientos altivos se
desvanecen al ver que criatura tan vil es
el hombre, aun en sus mejores circunstancias. Pero hechos tales son, por
otra parte, sumamente instructivos: nos enseñan sobre qué cosas debemos velar
y contra tales debemos implorar el
auxilio divino; nos enseñan cual debemos esperar que sea la conducta de otros
cristianos. En nuestras esperanzas debemos
ser moderados. No debemos suponer que algunos hombres no sean creyentes,
porque algunas veces manifiestan grande fragilidad, porque se encuentren algunas veces abrumados temores. Aun Pedro,
Santiago y Juan exclamaron, "Maestro, nuestro, que perecemos..
(i) Cuando
viene Jesús, calma las tormentas de la tentación. A veces nos asaltan las
tentaciones con una fuerza casi arrolladora. Stevenson dijo una vez:
"¿Conocéis la estación Caledonia de Edimburgo? Una inhóspita y fría mañana
yo me encontré allí con Satanás.» A todos nos sorprenden encuentros semejantes.
Si nos enfrentamos con la tempestad de la tentación a solas, pereceremos; pero
Cristo trae la calma, y las tentaciones pierden la fuerza.
(ii) Jesús
calma las tormentas de las pasiones. La vida le es más difícil al que tiene
un corazón caliente y un temperamento fogoso. Un amigo se encontró con un
hombre de ésos, y le dijo:
-Veo que has conquistado tu temperamento.
-No; no he sido yo el que lo ha conquistado:
Jesús lo ha conquistado por mí.
Es una batalla perdida a menos que Jesús nos
dé la calma de la victoria.
(iii) Jesús
calma la tempestad de la aflicción. A todas las vidas llega a veces la
tempestad del dolor, porque el dolor es siempre el precio del amor, y el que
ama tiene que sufrir. Cuando murió la esposa de Pusey, él dijo: «Era como si
hubiera una mano debajo de mi barbilla sosteniéndome la cabeza.» Ese día, en la
presencia de Jesús, se nos enjugan las lágrimas y se nos suavizan las heridas
del corazón.
Esta verdad es una fuente de consuelo y
animación para todos los verdaderos cristianos. El Mediador, en quien se nos
manda confiar, participó de la
naturaleza humana. El Sumo Sacerdote, que mora a la diestra del Padre,
tuvo experiencia propia de todos los sufrimientos corporales, excepto los que
causa el pecado. Él tuvo hambre y sed, y
padeció dolores; El sufrió cansancio, y buscó descanso en el sueño. Abramos con
franqueza nuestros corazones en su
presencia, y contémosle aun nuestros más pequeños pesares, sin reserva.
Aquel que hizo expiación por nosotros en la cruz es quien "puede
compadecerse de nuestras
flaquezas." Hebreos_4:15 Porque no tenemos un sumo sacerdote
que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en
todo según nuestra semejanza, pero sin pecado.. Aburrirse de trabajar por Dios es pecaminoso, pero sentir cansancio y
decaimiento no es pecado. Jesús mismo estuvo
cansado, y reposó.
Se nos da a conocer, en estos versículos, cuán
grande es el poder de nuestro Señor Jesucristo. Se nos dice que cuando Sus discípulos
lo llamaron durante la tempestad,
"despertando Jesús riñó al viento y a la tempestad de agua, y cesaron; y
fue grande bonanza." Este fue, sin duda, un milagro prodigioso. Se necesitaba el poder de Aquel
que hizo descender el diluvio sobre la tierra en los días de Noé, y, a su
tiempo lo hizo desaparecer, dividió en
dos el mar Rojo y el río Jordán, y abrió camino a Su pueblo por entre
las aguas; y que hizo venir las langostas sobre Egipto con un viento del Este,
y con un viento del Oeste las arrebató. Exo_10:13 Y extendió Moisés su vara sobre la tierra de Egipto, y
Jehová trajo un viento oriental sobre el país todo aquel día y toda aquella
noche; y al venir la mañana el viento oriental trajo la langosta., Exo_10:19 Entonces Jehová trajo
un fortísimo viento occidental, y quitó la langosta y la arrojó en el Mar Rojo;
ni una langosta quedó en todo el país de Egipto. Ningún poder menor que este hubiera
podido convertir en un momento una tempestad en bonanza. "Hablar a los
vientos y a las olas " es un proverbio común para denotar que lo que se
intenta es imposible. Pero en este pasaje vemos que Jesús habla, y los vientos
y las olas obedecen instantáneamente.
Como hombre había dormido; como Dios apaciguó la tempestad.
Es un pensamiento glorioso y consolador que
nuestro Señor Jesucristo hace uso de su poder infinito en favor de los
creyentes. Vino al mundo a salvarnos, y "poderoso es para salvar."
Las tribulaciones de Su pueblo son frecuentemente muchas y muy penosas: el
demonio jamás cesa de hacerles la guerra;
los gobernantes de este mundo los persiguen con frecuencia; los jefes
mismos de la iglesia, que deberían ser pastores afectuosos, se oponen a menudo
y obstinadamente contra la verdad que se
encuentra en Jesús. Pero, no obstante todo esto, el pueblo de Cristo jamás que
dará completamente abandonado.
Aunque cruelmente hostilizado, no será
anonadado; aunque abatido, no será vencido. Aun en las horas más sombrías los
verdaderos Cristianos pueden
tranquilizarse con la reflexión de que "es mayor Aquel que está por
ellos que todos los que están contra ellos”. El oleaje y los huracanes de la
política y de la iglesia pueden acaso
estrellarse furiosamente contra ellos, y toda esperanza puede parecer perdida;
más ¿por qué desesperar? Aquel divino Protector que mora en los cielos puede hacer que estos
vientos y estos oleajes cesen en un instante. La iglesia verdadera, de la cual
Cristo es la cabeza, jamás perecerá. El
glorioso Jesús es omnipotente, y vive eternamente, y todos los miembros
fieles de la iglesia vivirán también y llegarán finalmente salvos a la patria
celestial. Juan_14:19. Todavía un poco, y el mundo no me verá más; pero vosotros me
veréis; porque yo vivo, vosotros también viviréis.
Vemos, por último, en estos versículos cuan
necesario es que los cristianos mantengamos viva nuestra fe para servirnos de
ella en todo caso. Nuestro Señor dijo a sus
discípulos cuando la tempestad había cesado, y sus terrores se habían
disipado: "¿Dónde está vuestra fe?" ¡No sin razón hizo esta pregunta!
¿De qué les servía tener fe si no podían
creer en el tiempo de la necesidad? ¿Qué mérito positivo tendría su fe, a no
ser que la mantuvieran en activo ejercicio? ¿Qué ventaja habría en confiar, si solo confiaban
en su Maestro durante la calma, pero no en la borrasca? La lección de que nos
ocupamos es de grande y práctica importancia: poseer la fe verdadera es una
cosa; mantener viva y activa esa fe para todo caso de necesidad, es otra. Muchos aceptan a Cristo
como su Salvador, y le confían sus almas en vida y en muerte; sin embargo,
muchas veces nos falta la fe cuando
acaece algún suceso inesperado u ocurre repentinamente alguna tentación.
Esto no debiera ser así. Nuestra oración ferviente debe ser que siempre nuestra
fe permanezca a nuestro alcance y que
nunca nos encontremos desprevenidos. El cristiano más leal es el que vive
" Por la fe dejó a Egipto, no temiendo
la ira del rey; porque se sostuvo como viendo al Invisible. " Hebreos_11:27.
Ese cristiano no se arredra ante la
tempestad; pues ve a Jesús cerca de él en la hora más tenebrosa, y percibe el
azul del cielo tras las nubes más negras
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