Capítulo 9; 18-22
18 Aconteció
que mientras Jesús oraba aparte, estaban con él los discípulos; y les preguntó,
diciendo: ¿Quién dice la gente que soy yo?
19
Ellos respondieron: Unos, Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, que
algún profeta de los antiguos ha resucitado.
20 Él
les dijo: ¿Y vosotros, quién decís que soy? Entonces respondiendo Pedro, dijo:
El Cristo de Dios.
21 Pero
él les mandó que a nadie dijesen esto, encargándoselo rigurosamente,
22 y
diciendo: Es necesario que el Hijo del Hombre padezca muchas cosas, y sea
desechado por los ancianos, por los principales sacerdotes y por los escribas,
y que sea muerto, y resucite al tercer día.
Este es uno de los momentos más cruciales de la vida de Jesús. Les hizo
esta pregunta a sus discípulos cuando ya había decidido ir a Jerusalén. Notamos en este pasaje la diversidad de
opiniones que prevalecía; acerca de nuestro Señor Jesucristo durante el periodo
de su misión sobre la tierra. Se nos
dice que algunos afirmaban que era Juan el Bautista; otros, que Elías; y
otros, que uno de los profetas antiguos que había resucitado. Una
observación general es aplicable a todas
estas opiniones: todos estaban acordes en que la doctrina de nuestro Señor no
era semejante a la de los escribas y todos veían en Él al valeroso denunciador de la maldad que
existía en el mundo.
No nos sorprendamos si encontramos en nuestros
días la misma diversidad de opiniones con respecto a Cristo y a Su Evangelio.
La verdad de Dios despierta a los
hombres de su indolencia espiritual; los obliga a pensar; los hace raciocinar,
e investigar, e inventar teorías para explicar la causa de su difusión en algunas regiones, y de su repulsión en otras.
Millares de hombres en todos los siglos de la iglesia pasan la vida de este
modo, y nunca se sienten movidos al
arrepentimiento. Se satisfacen s sí mismos con un foco de charla acerca
de los sermones de Fulano o los escritos de zutano; y piensan que este dice demasiado, y que aquel no dice lo suficiente.
Aprueban ciertas doctrinas, y desaprueban otras. Llaman "ortodoxos" a
unos, y "heterodoxos" a otros. No
pueden formar una opinión decidida sobre lo que es verdadero, o lo que
es justo. Los años se suceden unos a otros y se encuentran en el mismo
estado; charlando, criticando,
censurando, cavilando, sin adelantar jamás; dando vueltas como la polilla
alrededor de su religiosidad, sin detenerse como la abeja para alimentarse de su miel. Jamás confían
firmemente en Cristo; jamás se dedican sinceramente a la gran causa de servir a
Dios; jamás toman la cruz a cuestas y se
hacen cristianos decididos; y al fin después de tanto hablar mueren en sus
pecados, sin estar preparados para comparecer ante Dios.
No nos contentemos con una fe de este género.
El conversar, el investigar, y el discutir acerca del Evangelio no puede
salvarnos. El Cristianismo que salva es
algo que cada uno debe adoptar, poseer, sentir y experimentar por sí mismo. No
hay la más ligera excusa para limitarnos moralmente a hablar, opinar y discutir. Los Judíos del tiempo de
nuestro Señor debieran haber descubierto, si lo hubieran indagado con
sinceridad, que Jesús de Nazaret no era ni
Juan el Bautista, ni Elías, ni uno de los antiguos profetas, sino el
Ungido de Dios. El cristiano de nuestros días se satisfaría fácilmente sobre
todo lo que es esencial para la
salvación, si solicitara real, cándida y humildemente la iluminación del
Espíritu Santo. Solemnes y significativas son aquellas palabras de nuestro Señor: "Si alguno quiere hacer
la voluntad de Dios, conocerá de la doctrina si es de Dios." Juan_7:16. La
obediencia que emana de intenciones puras
es una de las llaves que abren el templo del saber.
Jesús sabía muy bien lo que le esperaba allí,
y la respuesta que dieran a su pregunta tenía una importancia capital. Sabía
que iba a morir en una cruz; y quería saber, antes de ponerse en camino, si
había alguien que hubiera descubierto de veras Quién era Él. De la respuesta
correcta dependía todo. Por otra parte, si delataba una incomprensión obtusa,
toda la obra de Jesús habría sido inútil. Si se habían dado cuenta, aunque
fuera incompletamente, eso quería decir que Jesús había encendido en sus
corazones una antorcha tal que el tiempo no podría apagar nunca. ¡Qué gran
alivio debe de haber sido para Jesús el escuchar de labios de Pedro el gran
descubrimiento! "¡Tú eres el Mesías de Dios!» Cuando Jesús oyó aquello, se
dio cuenta de que no había fracasado.
Pero los Doce tenían que descubrir, no sólo
Quién era Jesús, sino lo que aquello significaba. Habían crecido en un ambiente
en el que se esperaba que Dios mandara un Rey conquistador que llevara al
pueblo de Israel a ser el amo del mundo. A Pedro le brillarían los ojos de
emoción cuando hizo su gran confesión. Pero Jesús todavía tenía que enseñarles
que el Mesías, el Ungido de Dios, había venido para morir en una cruz. Jesús
tenía que darles la vuelta a todas las ideas que ellos tenían acerca de Dios y
de los propósitos de Dios; y eso fue lo que se dedicó a hacer desde aquel
momento. Habían descubierto Quién era Él; ahora tenían que descubrir lo que
aquello quería decir.
Hay dos grandes verdades generales en este
pasaje.
(i) Jesús empezó por preguntarles lo que la
gente decía de Él; y a continuación, les preguntó directamente a los Doce: «Y,
vosotros, ¿quién decís que soy?» No es bastante para nadie el saber lo que los
demás dicen de Jesús. Podría ser que una persona pudiera aprobar un examen
acerca de lo que se ha pensado y dicho acerca de Jesús; podría ser que hubiera
leído todos los libros de cristología que se han escrito en el mundo, y todavía
no ser cristiana. Jesús tiene que ser siempre nuestro descubrimiento personal.
Nuestra fe no puede ser «lo que diga la gente». Jesús llega a preguntarnos a
cada uno, no: " ¿Me puedes decir lo que otros han dicho o escrito acerca
de Mí?», sino: «¿Quién soy Yo para ti?» Pablo no dijo: "Yo sé lo que he
creído», sino: «Yo sé en
Quién he creído» (2 Timoteo_1:12 ). El Evangelio no consiste en recitar
un credo, sino en conocer a una Persona.
(ii) Jesús dijo: "Es necesario que vaya a
Jerusalén a morir.» Es del mayor interés el ver las veces que Jesús dice es
necesario en el evangelio de Lucas. "Me era necesario estar en la casa de
mi Padre» (Lucas 2:49); «Me es necesario predicar el Reino» (Lucas 4:43); «Es
necesario que recorra mi camino hoy y mañana» (Lucas 13:33). Una y otra vez les
dijo a sus discípulos que le era necesario ir a la cruz (Lucas 9:22; 17:25;
24:7). Jesús sabía que tenía que cumplir su misión. La voluntad de Dios era su
voluntad.
No tenía otro propósito en la Tierra que hacer
aquello para lo que el Padre le había mandado. El cristiano, como su Señor, es
una persona a las órdenes de Dios
Cuando nuestro Señor preguntó a sus
discípulos: " ¿Quién decís vosotros
que soy yo?" respondió Pedro, y dijo: "El Cristo de Dios." Esta
fue una noble respuesta, respuesta que sería difícil apreciar el día de hoy en todo su valor. Para estimarla
debidamente tenemos que colocarnos en la posición de los discípulos de nuestro
Señor; hemos de tener presente que los
grandes, y sabios, y doctos de su nación no veían atractivo alguno en su
Maestro, y no querían recibirlo como Mesías; tenemos que recordar que ellos
no veían boato ni pompa alguna en torno
de nuestro Señor, nada de coronas, nada de ejército, nada de dominio
terrenal--nada, sino un hombre pobre, que muchas veces no tenía ni en donde
reclinar la cabeza. Y no obstante, fue entonces, y bajo tales circunstancias
que Pedro expresó abiertamente su creencia de
que Jesús era el Cristo de Dios ¡Grande fue, a la verdad, esta fe! Sin
duda que tenía su mezcla de errores e imperfecciones; más, con todo, era una
fe singular. El que la profesó era un
hombre notable y mucho más adelantado que los de su siglo.
Debiéramos orar frecuentemente para que Dios
se dignase crear más cristianos del carácter del apóstol Pedro. Errado, frágil,
impulsivo e ignorante de su propio corazón
como se mostró algunas veces, ese buen apóstol fue en algunos aspectos
muy singular. Tuvo amor a Cristo, y fe, y celo, en un tiempo en que casi todo
Israel era incrédulo e indiferente.
Necesitamos más hombres de esa clase. Necesitamos hombres que no tengan miedo
de verse solos, y de seguir s Cristo cuando la
muchedumbre está contra Él. Hombres como Pedro, pueden errar gravemente
algunas veces, pero en el curso de la vida harán mayor bien que ningunos otros. La erudición es sin duda una cosa
excelente, pero erudición sin celo y fervor nunca hará mucho por el mundo.
Vemos en este pasaje la predicción que hizo
nuestro Señor respecto a su cercana muerte. Él dijo: " Es menester que el
Hijo del hombre padezca muchas cosas, y
sea desechado de los ancianos y de los príncipes de los sacerdotes, y de los
escribas, sea muerto, y resucite al tercer día." Estas palabras parecen sencillas y de poca
significación, mas en el fondo de ellas hay dos verdades que se deben recordar
cuidadosamente.
Por una parte, la predicción de nuestro Señor
nos hace ver que Su muerte en la cruz fue un acto enteramente espontáneo. No
fue entregado a Pilato y crucificado
porque no pudiera evitarlo, o porque no tuviera poder para destruir a sus
enemigos. Su muerte fue el resultado de los eternos consejos de la bendita Trinidad. Él había tomado a Su cargo
padecer por el pecado del hombre, el Justo por los injustos, para que pudiera
encaminarnos hacia Dios. Se había
ofrecido a tomar sobre sí nuestros pecados como Sustituto, y los llevó
voluntariamente en el madero del martirio. Él tenía el Calvario y la cruz
delante de sí cuando iba de pueblo en
pueblo predicando el Evangelio; y se sometió deliberada y voluntariamente a la
muerte ignominiosa a fin de pagar nuestra
deuda con su propia sangre. Su muerte no fue la del hombre débil que no
puede escapar; sino la muerte de un Ser que era "verdadero Dios" y se
había sometido a ser castigado en nuestro lugar.
Por otra parte, la predicción de nuestro Señor
nos enseña los malos efectos de la preocupación que domina la mente de los
hombres. Claras y sencillas como Sus
palabras nos parecen ahora, sus discípulos no las comprendieron. Fue como si no
oyesen. No podían comprender que el Mesías había de "ser muerto." No podían aceptar la doctrina de que era
necesario que su Maestro muriese. Y por esto, cuando su muerte tuvo lugar, se
aterraron y confundieron. Aunque Jesús
con frecuencia les había hablado de ella, nunca imaginaron que se verificase.
Vigilemos y oremos contra la preocupación que ha extraviado lastimosamente a muchas personas celosas, y
las ha llenado de dolor. Guardémonos de que tradiciones, ideas anticuadas,
interpretaciones heterodoxas, y teorías
infundadas en materia de Escrituras, se arraiguen en nuestros corazones. No hay
más que una piedra de toque para conocer la verdad: " ¿Qué dice la Escritura?" Ante ésta, calle toda
preocupación.
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