} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: EVANGELIO DE JESUCRISTO SEGÚN SAN LUCAS Capítulo 9; 18-22

jueves, 6 de enero de 2022

EVANGELIO DE JESUCRISTO SEGÚN SAN LUCAS Capítulo 9; 18-22

 Capítulo 9; 18-22

 18  Aconteció que mientras Jesús oraba aparte, estaban con él los discípulos; y les preguntó, diciendo: ¿Quién dice la gente que soy yo?

 19  Ellos respondieron: Unos, Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, que algún profeta de los antiguos ha resucitado.

 20  Él les dijo: ¿Y vosotros, quién decís que soy? Entonces respondiendo Pedro, dijo: El Cristo de Dios.

 21  Pero él les mandó que a nadie dijesen esto, encargándoselo rigurosamente,

 22  y diciendo: Es necesario que el Hijo del Hombre padezca muchas cosas, y sea desechado por los ancianos, por los principales sacerdotes y por los escribas, y que sea muerto, y resucite al tercer día.

         

              Este es uno de los momentos más cruciales de la vida de Jesús. Les hizo esta pregunta a sus discípulos cuando ya había decidido ir a Jerusalén. Notamos en este pasaje la diversidad de opiniones que prevalecía; acerca de nuestro Señor Jesucristo durante el periodo de su misión sobre la tierra. Se nos  dice que algunos afirmaban que era Juan el Bautista; otros, que Elías; y otros, que uno de los profetas antiguos que había resucitado. Una observación  general es aplicable a todas estas opiniones: todos estaban acordes en que la doctrina de nuestro Señor no era semejante a la de los escribas y todos veían en  Él al valeroso denunciador de la maldad que existía en el mundo.

No nos sorprendamos si encontramos en nuestros días la misma diversidad de opiniones con respecto a Cristo y a Su Evangelio. La verdad de Dios despierta  a los hombres de su indolencia espiritual; los obliga a pensar; los hace raciocinar, e investigar, e inventar teorías para explicar la causa de su difusión en  algunas regiones, y de su repulsión en otras. Millares de hombres en todos los siglos de la iglesia pasan la vida de este modo, y nunca se sienten movidos al  arrepentimiento. Se satisfacen s sí mismos con un foco de charla acerca de los sermones de Fulano o los escritos de zutano; y piensan que este dice  demasiado, y que aquel no dice lo suficiente. Aprueban ciertas doctrinas, y desaprueban otras. Llaman "ortodoxos" a unos, y "heterodoxos" a otros. No  pueden formar una opinión decidida sobre lo que es verdadero, o lo que es justo. Los años se suceden unos a otros y se encuentran en el mismo estado;  charlando, criticando, censurando, cavilando, sin adelantar jamás; dando vueltas como la polilla alrededor de su religiosidad, sin detenerse como la abeja para  alimentarse de su miel. Jamás confían firmemente en Cristo; jamás se dedican sinceramente a la gran causa de servir a Dios; jamás toman la cruz a cuestas y  se hacen cristianos decididos; y al fin después de tanto hablar mueren en sus pecados, sin estar preparados para comparecer ante Dios.

No nos contentemos con una fe de este género. El conversar, el investigar, y el discutir acerca del Evangelio no puede salvarnos. El Cristianismo que  salva es algo que cada uno debe adoptar, poseer, sentir y experimentar por sí mismo. No hay la más ligera excusa para limitarnos moralmente a hablar,  opinar y discutir. Los Judíos del tiempo de nuestro Señor debieran haber descubierto, si lo hubieran indagado con sinceridad, que Jesús de Nazaret no era ni  Juan el Bautista, ni Elías, ni uno de los antiguos profetas, sino el Ungido de Dios. El cristiano de nuestros días se satisfaría fácilmente sobre todo lo que es  esencial para la salvación, si solicitara real, cándida y humildemente la iluminación del Espíritu Santo. Solemnes y significativas son aquellas palabras de  nuestro Señor: "Si alguno quiere hacer la voluntad de Dios, conocerá de la doctrina si es de Dios." Juan_7:16. La obediencia que emana de intenciones puras  es una de las llaves que abren el templo del saber.

Jesús sabía muy bien lo que le esperaba allí, y la respuesta que dieran a su pregunta tenía una importancia capital. Sabía que iba a morir en una cruz; y quería saber, antes de ponerse en camino, si había alguien que hubiera descubierto de veras Quién era Él. De la respuesta correcta dependía todo. Por otra parte, si delataba una incomprensión obtusa, toda la obra de Jesús habría sido inútil. Si se habían dado cuenta, aunque fuera incompletamente, eso quería decir que Jesús había encendido en sus corazones una antorcha tal que el tiempo no podría apagar nunca. ¡Qué gran alivio debe de haber sido para Jesús el escuchar de labios de Pedro el gran descubrimiento! "¡Tú eres el Mesías de Dios!» Cuando Jesús oyó aquello, se dio cuenta de que no había fracasado.

Pero los Doce tenían que descubrir, no sólo Quién era Jesús, sino lo que aquello significaba. Habían crecido en un ambiente en el que se esperaba que Dios mandara un Rey conquistador que llevara al pueblo de Israel a ser el amo del mundo. A Pedro le brillarían los ojos de emoción cuando hizo su gran confesión. Pero Jesús todavía tenía que enseñarles que el Mesías, el Ungido de Dios, había venido para morir en una cruz. Jesús tenía que darles la vuelta a todas las ideas que ellos tenían acerca de Dios y de los propósitos de Dios; y eso fue lo que se dedicó a hacer desde aquel momento. Habían descubierto Quién era Él; ahora tenían que descubrir lo que aquello quería decir.

Hay dos grandes verdades generales en este pasaje.

(i) Jesús empezó por preguntarles lo que la gente decía de Él; y a continuación, les preguntó directamente a los Doce: «Y, vosotros, ¿quién decís que soy?» No es bastante para nadie el saber lo que los demás dicen de Jesús. Podría ser que una persona pudiera aprobar un examen acerca de lo que se ha pensado y dicho acerca de Jesús; podría ser que hubiera leído todos los libros de cristología que se han escrito en el mundo, y todavía no ser cristiana. Jesús tiene que ser siempre nuestro descubrimiento personal. Nuestra fe no puede ser «lo que diga la gente». Jesús llega a preguntarnos a cada uno, no: " ¿Me puedes decir lo que otros han dicho o escrito acerca de Mí?», sino: «¿Quién soy Yo para ti?» Pablo no dijo: "Yo sé lo que he creído», sino: «Yo sé en Quién he creído» (2 Timoteo_1:12 ). El Evangelio no consiste en recitar un credo, sino en conocer a una Persona.

(ii) Jesús dijo: "Es necesario que vaya a Jerusalén a morir.» Es del mayor interés el ver las veces que Jesús dice es necesario en el evangelio de Lucas. "Me era necesario estar en la casa de mi Padre» (Lucas 2:49); «Me es necesario predicar el Reino» (Lucas 4:43); «Es necesario que recorra mi camino hoy y mañana» (Lucas 13:33). Una y otra vez les dijo a sus discípulos que le era necesario ir a la cruz (Lucas 9:22; 17:25; 24:7). Jesús sabía que tenía que cumplir su misión. La voluntad de Dios era su voluntad.

No tenía otro propósito en la Tierra que hacer aquello para lo que el Padre le había mandado. El cristiano, como su Señor, es una persona a las órdenes de Dios

  Cuando nuestro Señor preguntó a sus discípulos:  " ¿Quién decís vosotros que soy yo?" respondió Pedro, y dijo: "El Cristo de Dios." Esta fue una noble respuesta, respuesta que sería difícil apreciar el día de  hoy en todo su valor. Para estimarla debidamente tenemos que colocarnos en la posición de los discípulos de nuestro Señor; hemos de tener presente que los  grandes, y sabios, y doctos de su nación no veían atractivo alguno en su Maestro, y no querían recibirlo como Mesías; tenemos que recordar que ellos no  veían boato ni pompa alguna en torno de nuestro Señor, nada de coronas, nada de ejército, nada de dominio terrenal--nada, sino un hombre pobre, que muchas veces no tenía ni en donde reclinar la cabeza. Y no obstante, fue entonces, y bajo tales circunstancias que Pedro expresó abiertamente su creencia de  que Jesús era el Cristo de Dios ¡Grande fue, a la verdad, esta fe! Sin duda que tenía su mezcla de errores e imperfecciones; más, con todo, era una fe  singular. El que la profesó era un hombre notable y mucho más adelantado que los de su siglo.

Debiéramos orar frecuentemente para que Dios se dignase crear más cristianos del carácter del apóstol Pedro. Errado, frágil, impulsivo e ignorante de su propio corazón  como se mostró algunas veces, ese buen apóstol fue en algunos aspectos muy singular. Tuvo amor a Cristo, y fe, y celo, en un tiempo en que casi todo Israel  era incrédulo e indiferente. Necesitamos más hombres de esa clase. Necesitamos hombres que no tengan miedo de verse solos, y de seguir s Cristo cuando la  muchedumbre está contra Él. Hombres como Pedro, pueden errar gravemente algunas veces, pero en el curso de la vida harán mayor bien que ningunos  otros. La erudición es sin duda una cosa excelente, pero erudición sin celo y fervor nunca hará mucho por el mundo.

Vemos en este pasaje la predicción que hizo nuestro Señor respecto a su cercana muerte. Él dijo: " Es menester que el Hijo del hombre  padezca muchas cosas, y sea desechado de los ancianos y de los príncipes de los sacerdotes, y de los escribas, sea muerto, y resucite al tercer día." Estas  palabras parecen sencillas y de poca significación, mas en el fondo de ellas hay dos verdades que se deben recordar cuidadosamente.

Por una parte, la predicción de nuestro Señor nos hace ver que Su muerte en la cruz fue un acto enteramente espontáneo. No fue entregado a Pilato y  crucificado porque no pudiera evitarlo, o porque no tuviera poder para destruir a sus enemigos. Su muerte fue el resultado de los eternos consejos de la  bendita Trinidad. Él había tomado a Su cargo padecer por el pecado del hombre, el Justo por los injustos, para que pudiera encaminarnos hacia Dios. Se  había ofrecido a tomar sobre sí nuestros pecados como Sustituto, y los llevó voluntariamente en el madero del martirio. Él tenía el Calvario y la cruz delante  de sí cuando iba de pueblo en pueblo predicando el Evangelio; y se sometió deliberada y voluntariamente a la muerte ignominiosa a fin de pagar nuestra  deuda con su propia sangre. Su muerte no fue la del hombre débil que no puede escapar; sino la muerte de un Ser que era "verdadero Dios" y se había sometido a ser castigado en nuestro lugar.

Por otra parte, la predicción de nuestro Señor nos enseña los malos efectos de la preocupación que domina la mente de los hombres. Claras y sencillas como  Sus palabras nos parecen ahora, sus discípulos no las comprendieron. Fue como si no oyesen. No podían comprender que el Mesías había de "ser muerto."  No podían aceptar la doctrina de que era necesario que su Maestro muriese. Y por esto, cuando su muerte tuvo lugar, se aterraron y confundieron. Aunque  Jesús con frecuencia les había hablado de ella, nunca imaginaron que se verificase. Vigilemos y oremos contra la preocupación que ha extraviado  lastimosamente a muchas personas celosas, y las ha llenado de dolor. Guardémonos de que tradiciones, ideas anticuadas, interpretaciones heterodoxas, y  teorías infundadas en materia de Escrituras, se arraiguen en nuestros corazones. No hay más que una piedra de toque para conocer la verdad: " ¿Qué dice la  Escritura?" Ante ésta, calle toda preocupación.

 

 

 

 

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