} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: EVANGELIO DE JESUCRISTO SEGÚN SAN LUCAS Capítulo 7; 36-50

domingo, 2 de enero de 2022

EVANGELIO DE JESUCRISTO SEGÚN SAN LUCAS Capítulo 7; 36-50

 

Capítulo 7; 36-50

  36  Uno de los fariseos rogó a Jesús que comiese con él. Y habiendo entrado en casa del fariseo, se sentó a la mesa.

 37  Entonces una mujer de la ciudad, que era pecadora, al saber que Jesús estaba a la mesa en casa del fariseo, trajo un frasco de alabastro con perfume;

 38  y estando detrás de él a sus pies, llorando, comenzó a regar con lágrimas sus pies, y los enjugaba con sus cabellos; y besaba sus pies, y los ungía con el perfume.(E)

 39  Cuando vio esto el fariseo que le había convidado, dijo para sí: Este, si fuera profeta, conocería quién y qué clase de mujer es la que le toca, que es pecadora.

 40  Entonces respondiendo Jesús, le dijo: Simón, una cosa tengo que decirte. Y él le dijo: Dí, Maestro.

 41  Un acreedor tenía dos deudores: el uno le debía quinientos denarios, y el otro cincuenta;

 42  y no teniendo ellos con qué pagar, perdonó a ambos. Dí, pues, ¿cuál de ellos le amará más?

 43  Respondiendo Simón, dijo: Pienso que aquel a quien perdonó más. Y él le dijo: Rectamente has juzgado.

 44  Y vuelto a la mujer, dijo a Simón: ¿Ves esta mujer? Entré en tu casa, y no me diste agua para mis pies; mas ésta ha regado mis pies con lágrimas, y los ha enjugado con sus cabellos.

 45  No me diste beso; mas ésta, desde que entré, no ha cesado de besar mis pies.

 46  No ungiste mi cabeza con aceite; mas ésta ha ungido con perfume mis pies.

 47  Por lo cual te digo que sus muchos pecados le son perdonados, porque amó mucho; mas aquel a quien se le perdona poco, poco ama.

 48  Y a ella le dijo: Tus pecados te son perdonados.

 49  Y los que estaban juntamente sentados a la mesa, comenzaron a decir entre sí: ¿Quién es éste, que también perdona pecados?

 50  Pero él dijo a la mujer: Tu fe te ha salvado, vé en paz.       

     

 

          Esta escena es tan real, que le hace pensar a uno que Lucas tiene que haber sido un artista. La interesante narración contenida en estos versículos se encuentra solamente en el Evangelio de S. Lucas. Para poder ver toda la belleza del episodio,  debemos leer, por estar conexionado con él, el capítulo once de S. Mateo. Descubriremos entonces el admirable hecho de que la mujer de que se hace  mención en este lugar debió probablemente su conversión a las bien conocidas palabras: " Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, que yo os  haré descansar." Esta admirable invitación fue lo que la hizo sentir esa paz por la que se mostró tan agradecida. Un amplio y generoso ofrecimiento de  perdón es generalmente el medio que Dios elige para atraer a los más grandes pecadores al arrepentimiento.

En este pasaje se ve que el hombre puede manifestar algún respeto externo hacia Cristo, y sin embargo permanecer sin convertirse. El Fariseo a quien se  refiere este pasaje es un ejemplo de esta verdad. El manifestó hacia nuestro Señor Jesucristo mucho más respeto del que otros le habían manifestado. Aun le  rogó que fuera a comer con él. Sin embargo, permaneció entre tanto enteramente ignorante de la naturaleza del Evangelio de Cristo. Su corazón altivo se  rebeló secretamente a vista de una pobre y contrita pecadora, a quien se le permitía ungir los pies de nuestro Señor. Hasta la hospitalidad que manifestó  parece haber sido fría y ruin, nuestro Señor mismo dice: " No me diste agua para mis pies; no me diste beso; no ungiste mi cabeza con aceite." En resumen,  en todo cuanto el Fariseo hizo habla de una gran falta: había cortesía exterior, pero no amor del corazón.

(i) La escena tiene lugar en el patio de la casa del fariseo Simón. Las casas de la gente acomodada se levantaban alrededor de un patio abierto que parecía una placita. A menudo había en el patio un jardín y una fuente; y allí era donde se comía en los días de calor. Era costumbre que, cuando se había invitado a un rabino, viniera toda clase de gente, nadie se lo impedía, para escuchar las perlas de sabiduría que salían de sus labios. Así se explica la presencia de la mujer.

Cuando entraba un invitado en una casa así, era corriente que se hicieran tres cosas:

 (a) El anfitrión le ponía la mano en el hombro al huésped y le daba un beso de paz. Esa era una señal de respeto que jamás se omitía en el caso de un rabino distinguido.

(b) Los caninos eran de tierra, polvorientos, y el calzado no era más que suelas sujetas al pie con correas, y por eso se le echaba agua en los pies al huésped para limpiárselos y refrescárselos.

(c) O bien se quemaba un poquito de incienso, o se le echaba un poco de esencia de rosas al invitado en la cabeza. Eran cosas que exigían los buenos modales, pero que no se cumplieron en este caso.

En el Oriente, los comensales no se sentaban, sino  se reclinaban ante la mesa, en sofás bajos, apoyándose en el brazo izquierdo para dejar libre el derecho para comer. Tenían los pies extendidos hacia fuera, y se quitaban las sandalias durante la comida. Así se comprende cómo llegó la mujer a los pies de Jesús.

(ii) Simón era fariseo, es decir, uno de los separados. ¿Por qué invitó a Jesús a comer en su casa? Hay tres posibles razones.

(a) Es posible que fuera simpatizante y admirador de Jesús, porque no todos los fariseos eran sus enemigos (Lucas13:31 Aquel mismo día llegaron unos fariseos, diciéndole: Sal, y vete de aquí, porque Herodes te quiere matar.); pero la atmósfera de falta de cortesía lo hace improbable.

(b) Es posible que Simón invitara a Jesús con la intención de pillarle alguna palabra o acción para delatarle ante las autoridades. Es posible que Simón fuera un espía o agente de los fariseos. Tampoco esto parece probable, porque Simón le da a Jesús el título de rabí en el versículo 40.

(c) Lo más probable es que Simón fuera un coleccionista de celebridades, y que hubiera invitado a comer al discutido joven galileo con un despectivo paternalismo. Esto explicaría la mezcla de cierto respeto con la omisión de los detalles de cortesía.

(iii) La mujer era conocida por su mala vida, y lo más probable es que fuera prostituta. Seguramente había oído a Jesús desde el borde de la multitud, y había creído que Él podía tenderle la mano para sacarla del cieno. Llevaba alrededor del cuello, como todas las mujeres judías, un frasquito de alabastro que contenía esencia, que era algo bien costoso. Se lo quería derramar a Jesús en los pies, porque era todo lo que podía ofrecerle. Pero, cuando le vio, no pudo contener las lágrimas, que literalmente le regaron los pies. El aparecer en público con el pelo suelto era una señal de desvergüenza en una mujer judía. Las jóvenes se sujetaban el pelo el día de su boda, y ya no volvían a llevarlo suelto nunca más en público. El hecho de que esta mujer se lo soltara fue señal de hasta qué punto se había olvidado de todo el mundo menos de Jesús.

Esta historia revela el contraste entre dos actitudes de mente y de corazón.

(i) Simón no se reconocía necesitado de nada, y por tanto no sentía amor. Se consideraba un hombre bueno y respetable a los ojos de los demás y de Dios.

(ii) La mujer reconocía su suprema necesidad, y por tanto estaba inundada de amor hacia el Que podía suplirla, y por eso recibió el perdón.

Lo único que nos cierra a la salvación de Dios es el sentimiento de nuestra propia suficiencia. Y lo extraño es que, cuanto más genuina es una persona, más siente su pecado. Cuando Pablo habla de los pecadores, añade: «de los cuales yo soy el primero» (1 Timoteo_1:15 Palabra fiel y digna de ser recibida por todos: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero.). Es verdad que el peor pecado es no tener conciencia de pecado; pero el sentimiento de la necesidad abre la puerta al perdón de Dios, porque Dios es amor, y la mayor gloria del amor es que se sienta su necesidad.

     Bueno será que no olvidemos la conducta de este Fariseo. Es posible tener una forma adecuada de religión y sin embargo no saber nada del Evangelio de  Cristo; venerar el Cristianismo, y estar no obstante totalmente ciegos acerca de sus doctrinas cardinales; conducirse con comedimiento y civilidad en la  iglesia, y sin embargo detestar con aversión terrible la justificación por la fe, y la salvación por la gracia. ¿Sentimos afecto verdadero hacia Jesús? ¿Podemos  decir, "Señor, tú sabes todo; tú sabes que te amo?" ¿Hemos abrazado cordialmente su Evangelio? ¿Deseamos entrar en el cielo junto con los mayores  pecadores, y queremos cifrar todas nuestras esperanzas en la gracia gratuita? Estas son preguntas que debemos considerar. Si no podemos contestarlas  satisfactoriamente, no somos mejores en nada que Simón el fariseo; y nuestro Señor podría decirnos: "Una cosa tengo que deciros..

Así mismo nos enseña este pasaje que el amor y la gratitud son los de los que sirven fielmente a Cristo. La mujer a que alude este episodio tributó mucho  más honor a nuestro Señor que el que le había tributado el Fariseo. "Y estando detrás a sus pies comenzó llorando a regar con lágrimas sus pies y los  limpiaba con los cabellos de su cabeza; y besaba sus pies y los ungía con el ungüento." Ningunas pruebas más fuertes de reverencia y respeto podía haber  dado, y el móvil de tales demostraciones era el amor. Amaba a nuestro Señor, y creía que nada que hiciera por Él sería bastante. Se sentía en sumo grado  agradecida a nuestro Señor, y creía que ninguna demostración de gratitud que le hiciese seria demasiada costosa.

Servir más a Cristo es la necesidad universal de todas las iglesias. Este es un punto en que todas están acordes. Todas desean ver entre los cristianos mayor  número de buenas obras, mayor abnegación, más obediencia en la práctica a los mandamientos de Cristo. Más ¿qué cosa producirá tales resultados? 

Mientras no exista más amor sincero hacia Cristo, nadie servirá más a Cristo. El temor del castigo, la esperanza de la recompensa, la conciencia del deber,  todos son estímulos útiles, a su modo, para inclinar a los hombres a la santidad. Pero son débiles e ineficaces, mientras que el hombre no ame a Cristo.

Albérguese este móvil poderoso en el corazón de algún hombre, y veréis que cambio se efectúa en su vida.

No olvidemos esto jamás. Por mucho que el mundo se burle de los "sentimientos " religiosos, y por falsos y mentidos que estos sentimientos sean algunas  veces, todavía queda en pié la gran verdad de que el sentimiento es la potencia motriz de nuestras acciones. Si no hemos dedicado nuestro corazón a Cristo,  nuestras manos secaran. El trabajador que ama será siempre el que hace más en la viña del Señor.

Vemos, por último, en este pasaje, que la convicción de que nuestros pecados han sido perdonados es la fuente principal de donde mana nuestro amor hacia  Cristo. Esta, sin duda fue la lección que nuestro Señor se propuso grabar en el ánimo del Fariseo, cuando le contó la historia de los dos deudores. "Uno debía a su acreedor quinientos denarios, y el otro cincuenta." Ninguno de los dos tenía "con que pagar," y a ambos perdonó la deuda. Siguió después la pregunta  importante: " ¿Cuál de los dos le amará más?" "He aquí la verdadera razón," dijo el Señor a Simón, del amor profundo que esta penitenta ha manifestado.

Sus abundantes lágrimas, su tierno afecto, su veneración pública, la acción de ungir los pies del Señor, todo tuvo origen en una misma causa: se le había  perdonado mucho, por lo tanto amaba mucho. Su amor fue el efecto del perdón, no la causa, la consecuencia, no la condición, el resultado, no el  motivo, el fruto, no la raíz. ¿Quería saber el Fariseo por qué manifestó tanto amor esta mujer? Era porque sabía que se le había perdonado mucho. ¿Quería  saber por qué él había mostrado tan poco amor a su convidado? Porque no se sentía obligado hacia Él; no tenía convicción íntima de haber obtenido perdón;  no se reputaba como deudor de Cristo.

Que viva siempre en nuestra memoria, y penetre profundamente en nuestro corazón el importante principio que nuestro Señor sienta en este pasaje. Es una  de las grandes piedras angulares del Evangelio. Es una de las llaves maestras que abren los secretos del reino de Dios. El único medio de hacer piadosos a los hombres, es enseñar y predicar la concesión de un perdón gratuito y completo por mediación de Cristo. El secreto de nuestra piedad consiste en conocer  y sentir que Cristo ha perdonado nuestros pecados. La paz con Dios es la única planta que producirá el fruto de la santidad. El perdón ha de preceder a la  santificación. Nada haremos mientras no estemos reconciliados con Dios. Este es el primer paso en la fe cristiana. Trabajamos porque tenemos vida, no con el  fin de obtenerla. Nuestras mejores obras antes de estar justificados no son otra cosa que pecados con ropajes espléndidos. Debemos vivir por la fe en el Hijo  de Dios, y entonces, y no hasta entonces, caminaremos en sus sendas. El corazón que ha experimentado el amor clemente de Cristo, es el que ama a Cristo, y  se esfuerza en darle loor y gloria.

Terminemos este pasaje con profundo reconocimiento de la admirable misericordia y compasión de nuestro Señor Jesucristo, con los mayores pecadores.

Veamos en su bondad hacia la mujer que ungió sus pies, una invitación a todos, por malos que seamos para acercarnos a El a obtener el perdón. Jesús no  olvida sus palabras: "Al que viene a mí, de ningún modo rechazaré." No debe perder la esperanza de ser salvo si tiene voluntad de acudir a Cristo.

Preguntémonos en conclusión, ¿qué estamos haciendo por amor a Cristo? ¿Qué género de vida estamos viviendo? ¿Qué prueba de amor estamos dando a  Aquel que nos amó, y murió por nuestros pecados? Estos son preguntas serias. Si no podemos responderlas satisfactoriamente, tendremos razón para dudar  de la realidad de nuestro perdón. La esperanza de perdón que no va empañada de amor durante la vida, no es esperanza absolutamente. El hombre cuyos  pecados han sido realmente lavados demuestra siempre con sus obras que ama al Salvador que lo redimió

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