Asegúrese de que ha sido verdaderamente convertido. Tenga cuidado de no
estar predicando acerca de Cristo a otros, mientras que usted mismo esté sin
Cristo. Se les ha prometido una recompensa gloriosa a los fieles predicadores
del evangelio, pero usted jamás disfrutará de esta recompensa, a menos que
usted mismo haya recibido primeramente el evangelio. Hay muchos predicadores
que están ahora en el infierno, quienes advertían muchas veces a sus oyentes de
la necesidad de escapar de él. ¿Acaso espera que Dios le salve a usted por
haber ofrecido el evangelio a otros, mientras que usted lo rechaza? Dios nunca
prometió salvar a los predicadores, sin importar cuán dotados fuesen, a menos
que ellos fueran convertidos. Ser inconverso es terrible, pero ser un predicador
inconverso es mucho peor. ¿Acaso no tiene miedo de abrir su Biblia y leer
acerca de su propia condenación? ¿Cuándo usted predica el evangelio, acaso no
se da cuenta que está incrementando su propia culpa, al rechazar al Salvador
que proclama? Sin embargo, es común que un predicador inconverso no se percate
de su propia condición. Diariamente tiene contacto con verdades preciosas y
exteriormente vive una vida santa. El denuncia el pecado en otros y les anima a
vivir una vida santa. Cuán trágico es morir de hambre teniendo el pan de vida
en las manos y animando a otros para que coman de él. Si esto es verdad acerca
de usted, entonces le aconsejo que se predique a sí mismo antes de continuar
predicando a otros. ¿Acaso le ayudará en el día del juicio decir: “Señor,
Señor, he predicado en tu nombre”, solamente para escuchar las terribles
palabras “apártate de mí, no te conozco”?
No es inusual encontrar ministros que sean inconversos. Su predicación
será fría y sin vida, si Cristo no está en su corazón. Ojalá que cada
estudiante de teología entendiera esto. ¿De qué vale estudiar si esto no nos
conduce al conocimiento de Dios y de su gracia salvadora? Si Dios en su
misericordia salva a estos ministros, entonces, ellos tendrán un conocimiento
de El que jamás se hubieran imaginado. No se puede conocer nada correctamente,
a menos que se conozca a Dios. Nada en el universo entero puede ser conocido
correctamente, a menos que sea conocido en relación con su Creador.
Ahora lector debería entender que significa
ser “impío” y lo que significa ser “convertido”, pero quizás le sería de ayuda
si doy una explicación más amplia. Una persona impía puede ser conocida en tres
maneras: Primero, su corazón está puesto
en la tierra y no en el cielo; ama a la criatura más que a Dios; se
preocupa más por la prosperidad terrenal que por la felicidad eterna; ama las
cosas naturales pero no tiene apetito para las cosas espirituales. Puede ser
que esté de acuerdo con que el cielo es mejor que la tierra, pero esto no le
interesa mucho; prefiere más bien vivir aquí que allá. Una vida de perfecta
santidad en la presencia de Dios, amándole y alabándole para siempre en el
cielo, no le apetece tanto como la salud física, su condición y posesiones
terrenales. El impío pudiera aún decir que ama a Dios, pero no tiene ninguna
experiencia espiritual del amor de Dios. Su mente permanece fija en los
placeres mundanos y carnales. Puesto en
forma sencilla, cualquiera que ama la tierra más que el cielo, sus posesiones
más que Dios, es un inconverso; es un “impío”.
Por otra parte, cualquiera que es convertido,
entiende algo de la hermosura de Dios y es tan convencido de la gloria a la
cual Dios le ha llamado, que su corazón se ocupa más de esto, que de cualquier
cosa de este mundo. La persona que es
verdaderamente convertida prefiere vivir eternamente en la presencia de Dios,
que poseer todos los placeres y toda la riqueza de este mundo. Puede ver la
vanidad de las cosas terrenales y se da cuenta que solamente Dios puede
satisfacer su alma. Por sobre todas las cosas, está decidido a no aferrarse
a las cosas terrenales; porque sus esperanzas y tesoros verdaderos se
encuentran en el cielo. Tal como la llama de fuego va hacia arriba, y la
aguja magnética señala siempre al norte, así el alma convertida se inclina
hacia Dios. Ninguna otra cosa le puede satisfacer, y tampoco puede encontrar
paz en ninguna otra cosa, salvo en el amor de Dios. En una palabra, aquellos
que son convertidos aman a Dios más que al mundo, el gozo celestial más que la
prosperidad terrenal. El salmista lo expresó en la siguiente forma ¿A quién tengo yo en los cielos sino
a ti? Y fuera de ti nada deseo en la tierra. Mi carne y mi corazón desfallecen;
Mas la roca de mi corazón y mi porción
es Dios para siempre.: (Salmo 73:25-26) Jesús dijo, “No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín
corrompen, y donde ladrones minan y hurtan; sino haceos tesoros en el cielo,
donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan. Porque
donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón. (Mateo 6:19-21). Hablando de sí mismo y de los
demás creyentes, el apóstol Pablo dijo, “Mas nuestra
ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor
Jesucristo;” (Filipenses 3:20). Y en
otro texto dijo a los creyentes, “Poned la mira en las
cosas de arriba, no en las de la tierra.” (Colosenses
3:2) y que “Porque los que son de la carne
piensan en las cosas de la carne; pero los que son del Espíritu, en las cosas
del Espíritu.” (Romanos 8:5).
Segundo, el hombre impío es uno cuya
preocupación principal en esta vida es la de agradarse a sí mismo. Podría ser
que tuviera cierta religiosidad, que no cometiera grandes pecados, pero no
obstante, es un hecho que no hace del deseo de agradar a Dios, la preocupación
principal de su vida. Le da a Dios lo que le sobra en esta vida, todo el tiempo
y el esfuerzo que así le conviene. No está preparado para sacrificar todo, sin
escatimar nada para Dios y para el cielo. Por otra parte, el hombre convertido es alguien que hace del agradar a Dios su asunto
principal en esta vida. Todas sus
bendiciones en esta vida las ve como ayudas en su camino hacia otra vida, la
vida celestial. Somete la
totalidad de su vida a Dios. Vive
una vida santa y anhela ser más santo. Aborrece cualquier pecado que
llega a cometer, y ora y se esfuerza para terminar con él. Toda la dirección e
inclinación de su vida es hacia Dios. Cuando
peca, es en contra de la dirección general de su vida, por lo cual lo lamenta y
se arrepiente. No permite voluntariamente que ningún pecado le
domine. No hay ninguna cosa en este mundo que quiera tanto, que no la rendiría
o la abandonaría, para Dios y por la esperanza de compartir la gloria eterna.
La
Biblia tiene mucho que decir con respecto a esta línea de pensamiento, Jesús
dijo: “Mas buscad primeramente el reino de Dios y su
justicia, y todas estas cosas os serán añadidas.” (Mateo 6:33). El apóstol Pablo dijo que: “Si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne,
viviréis. Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, estos son
hijos de Dios” (Romanos 8:13-14), y
que, “los que son de Cristo han crucificado la carne
con sus pasiones y deseos” (Gálatas 5:24).
Todo esto es subrayado por la maravillosa promesa de Dios de que: “Cuando Cristo, vuestra vida, se manifieste, entonces vosotros
también seréis manifestados con El en gloria” (Colosenses
3:4).
Tercero, el hombre impío nunca realmente
entiende o disfruta lo que la Biblia dice acerca de la redención; ni acepta con
agradecimiento la oferta divina de un salvador, ni es impresionado por el amor
de Cristo; ni está dispuesto a someterse a la autoridad de Cristo a fin de ser
salvado de la culpa y el poder de sus pecados y ser hecho justo ante Dios. Al
contrario, su corazón está insensible a estas cosas; y el prefiere que sea así.
Pudiera estar dispuesto a ser religioso en forma externa, pero se niega a
someterse al cetro de Cristo, a la autoridad de la Palabra de Dios y a la guía
del Espíritu Santo.
Por otra parte, el hombre convertido sabiendo que su pecado le ha arruinado, que ha
destruido su paz con Dios y que ha terminado con su esperanza del cielo;
gozosamente recibe el evangelio, y pone su confianza en el Señor Jesucristo
como su único salvador. Para el hombre convertido, Cristo es la vida de su
alma. Vive por medio de Él, y ve hacia El en todas sus necesidades y se
regocija en la sabiduría y el amor divino que proveyó tal salvador. El apóstol
Pablo lo expresó en la siguiente manera: “Con Cristo
estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que
ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se
entregó a sí mismo por mí” (Gálatas 2:20).
Escribiendo a otro grupo de creyentes Pablo dijo: “Ciertamente
aún estimo todas las cosas como pérdida, por la excelencia del conocimiento de
Cristo Jesús, mi Señor” (Filipenses.3:8).
Ahora usted puede ver que la Palabra de Dios
enseña claramente quienes son los impíos y quienes son los convertidos. Algunas
personas piensan que si un hombre no es un borracho, un fornicario, un
extorsionador, o algo parecido, y que si asiste a alguna iglesia, y ora,
entonces es un hombre “convertido”. Otros piensan que si alguien que antes era
un borracho o un mafioso, o que tenía algún otro vicio y ahora lo ha dejado,
que es un hombre “convertido”. Otros mas piensan que una persona que era
anti-religiosa en sus actitudes y cambiando llega a ser religioso, entonces
seguramente que fue “convertido”. Aún algunos son tan necios como para pensar
que son “convertidos” porque se han interesado en una nueva religión. Y algunos
piensan que: Una consciencia culpable, el miedo del infierno, una determinación
de portarse bien, o una vida exteriormente aceptable y religiosa es igual a la
conversión verdadera. No obstante, todas estas personas están equivocadas, y en
enorme peligro, porque cuando escuchan que el impío tiene que volverse o morir,
piensan que la advertencia no es aplicable a ellos, o sea porque no se
consideren “impíos” o porque se consideren como ya “convertidos”. Esto es
porqué Jesús dijo a algunos de los líderes religiosos que confiaban en su
propia justicia que: “¿Cuál de los dos hizo la voluntad
de su padre? Dijeron ellos: El primero. Jesús les dijo: De cierto os digo, que
los publicanos y las rameras van delante de vosotros al reino de Dios.”
(Mateo 21:31). Él no quería decir que los
publicanos (quienes fueron muy notables por su deshonestidad) y las prostitutas
serían salvos sin ser convertidos, sino que era más fácil lograr que los
abiertamente pecadores reconocieran sus pecados y su necesidad de conversión,
que aquellos cuyos pecados fueran más “respetables” y quienes se engañaban a sí
mismos pensando que eran convertidos cuando no era así.
El Padre de nuestro Señor Jesucristo se
complace en recibir a los pecadores. No desfallezcamos, pues, aunque
hayamos sido grandes pecadores: si nos
arrepentimos y creemos en Jesucristo no tenemos por qué perder las esperanzas
de la salvación. Animemos también a los
demás a que se arrepientan. Jamás dejarán de cumplirse las siguientes palabras:
"Si
confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para que nos perdone
nuestros pecados, y nos limpie de toda maldad." 1Juan_1:9.
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