Capítulo 9; 57-62
57
Yendo ellos, uno le dijo en el camino: Señor, te seguiré adondequiera
que vayas.
58 Y le
dijo Jesús: Las zorras tienen guaridas, y las aves de los cielos nidos; mas el
Hijo del Hombre no tiene dónde recostar la cabeza.
59 Y
dijo a otro: Sígueme. Él le dijo: Señor, déjame que primero vaya y entierre a
mi padre.
60
Jesús le dijo: Deja que los muertos entierren a sus muertos; y tú ve, y
anuncia el reino de Dios.
61
Entonces también dijo otro: Te seguiré, Señor; pero déjame que me
despida primero de los que están en mi casa.
62 Y
Jesús le dijo: Ninguno que poniendo su mano en el arado mira hacia atrás, es
apto para el reino de Dios.
Aquí tenemos lo que les dijo Jesús a tres
posibles seguidores.
(i)
Su consejo al primero fue: «Antes de hacerte seguidor mío, considera
lo que te va a costar.» Nadie podrá decir que le indujeron a seguir a Jesús
con falsas promesas. Nada sabemos del nombre de estas personas. Nada
sabemos del efecto que las palabras de nuestro Señor produjeron en esos tres
seguidores. Más no debemos dudar que cada
dicho fue dirigido de modo que se adaptase al carácter de cada una de
las tres personas, y estemos seguros que el pasaje tiene por objeto principal
excitar en nosotros el examen de
nuestros corazones. El primero de estos dichos fue dirigido a un hombre que se
ofreció como discípulo espontáneamente y sin
condición alguna. "Señor," dijo este, "yo te seguiré
donde quiera que fueres." Esta oferta parecía buena. Al parecer revelaba
mejores sentimientos que los de otros
muchos hombres. Millares de personas oyeron los sermones de nuestro Señor y
nunca pensaron en decir lo que ese hombre dijo. Empero el que hizo esa oferta habló evidentemente sin reflexión.
Jamás había considerado cuales eran los deberes del discípulo. No había
"calculado el costo;" y por esto
necesitaba la grave respuesta que se le dio: "Las zorras tienen
cuevas, y las aves de los cielos nidos; mas el Hijo del hombre no tiene en
donde reclinar su cabeza." Debía
meditar bien lo que iba a emprender. No debía suponer que el servicio de Cristo
iba a presentarla otra cosa tan solo placeres y un camino sembrado de rosas. ¿Estaba dispuesto para
esto? ¿Estaba preparado a "sufrir el mal?" 2Timoteo
2:3 Tú, pues, sufre penalidades como buen
soldado de Jesucristo. Si no, le
era mejor abandonar la idea de hacerse
discípulo.
Las palabras de nuestro Señor nos manifiestan
que él quiere que todos los que profesan el Cristianismo y se llaman cristianos
tengan presente que les es menester
tomar la cruz; y que cuenten con ser despreciados, y afligidos, y atormentados
como su Maestro. Él no quiere que ninguno entre en sus filas por falsos e indignos motivos. Es su deseo que se
comprenda claramente que tenemos que luchar, y sufrir, y padecer, y trabajar
mucho si nos proponemos seguirle. Él
está pronto a darnos la salvación, "sin dinero y sin precio." Gracia
durante el camino, y gloria al fin serán dadas a todo pecador que viene a él.
Mas Él no quiere que ignoremos que hemos de
tener enemigos mortales--el mundo, la carne, y el demonio; y que muchos nos
aborrecerán, nos calumniarán, y nos
perseguirán si nos hacemos Sus discípulos. No es Su ánimo desanimarnos, pero sí
que sepamos la verdad.
Bueno habría sido para la iglesia si la
admonición de nuestro Señor hubiera sido meditada con más frecuencia. Muchos
principian la vida religiosa, llenos de
ardor y celo, y pronto pierden su primer amor, y vuelven otra vez al mundo.
Les gusta el uniforme nuevo, y la remuneración, y el nombre de soldado cristiano. Nunca piensan en la vigilancia, y
las batallas, y las heridas, y los conflictos, y todo lo que el soldado
cristiano tiene que sufrir. No olvidemos jamás
esta lección. No debe impedirnos que empecemos a servir a Cristo, pero
debe hacernos cautos y humildes, e impulsarnos a implorar la gracia divina. Si
no estamos dispuestos a tomar parte en
las tribulaciones que sobrevienen al hombre por amor do Cristo, no debemos
esperar tener parte alguna en la gloria
celestial. Jesús le hacía a la gente el honor de colocarles el listón
tan alto que ya no cabía más. Es posible que le hayamos hecho un flaco servicio
a la iglesia dejando que la gente se crea que no hay gran diferencia entre el
que es miembro y el que no lo es. Deberíamos decir que impone la mayor diferencia
del mundo. Tendríamos menos gente; pero los que hubiera estarían comprometidos
con Cristo de verdad.
(ii) Lo
que le dijo Jesús al segundo suena duro, pero puede que no lo fuera tanto.
Lo más seguro es que el padre de aquél no estuviera muerto, ni casi. Es
probable que quisiera decir: «Te seguiré cuando se me haya muerto mi padre.» Esta
petición en sí misma era inocente'; mas, en aquella hora, era inoportuna.
Asuntos de mucha más importancia que los
funerales de un padre, exigían la atención inmediata del hombre. Había siempre
muchas gentes dispuestas y aptas para encargarse de un entierro; y, por otra parte, había en aquellos
momentos urgente necesidad de trabajadores que se encargasen de la viña del
Señor; por esto la súplica del hombre
dio motivo para que nuestro Señor profiriese esta solemne réplica: "Deja a
los muertos que entierren a sus muertos; mas tú ve, y anuncia el reino de Dios...
Estas palabras nos enseñan que no debemos
dejar que nuestros deberes sociales y de familia se antepongan a nuestro deber
para con Dios. Funerales, bodas, visitas
de cortesía y otras cosas semejantes, no son incuestionablemente pecaminosas en
sí mismas. Pero cuando absorben el tiempo del creyente, y le impiden cumplir con algún deber religioso, se
convierten en asechanzas contra el alma. Que los hombres del mundo, y los no
convertidos, les permitan ocupar todo su
tiempo y todos sus pensamientos, no es de admirar: no conocen nada más elevado,
ni mejor, ni más importante. "Deja a los muertos el enterrar a sus muertos." Pero los
herederos la gloria, y los hijos del Rey de reyes, deben ser hombres de
distinto carácter. Deben manifestar claramente por medio de su conducta, que el otro mundo es la
gran realidad que ocupa constantemente sus pensamientos; y no deben
avergonzarse de que el mundo vea que no
tienen tiempo para regocijarse, o para entristecerse como los otros que no
tienen esperanza. 1Tesalonicenses_4:18
Por tanto, alentaos los unos a los
otros con estas palabras. . Delante de sí está la obra de su Maestro, y
ella ocupa principalmente atención. Son
en el mundo sacerdotes de Dios, y, como los sacerdotes de los tiempos antiguos,
tienen que restringir su tristeza dentro
de ciertos límites. Levítico_21:1 Jehová dijo a Moisés: Habla a los sacerdotes hijos de Aarón,
y diles que no se contaminen por un muerto en sus pueblos. "El lamentar," dice un
teólogo antiguo, "no debe impedir el trabajar," y no debemos dar
rienda a la tristeza. Lo que Jesús quería dejar bien claro es que en todo hay
un momento crucial; si se deja pasar la oportunidad, lo más probable es que no
vuelva a presentarse. Este hombre sentía en el corazón la llamada a salir de un
ambiente espiritualmente muerto; si dejaba pasar ese momento, no saldría nunca.
Los psicólogos nos dicen que cada vez que
tenemos un sentimiento noble y no lo llevamos a la acción se hace menos
probable que lo cumplamos nunca. La emoción se convierte en un sustituto de la
acción. Por ejemplo: algunas veces nos da la idea de escribir una carta, puede
que de agradecimiento, o de pésame, o de felicitación. Si lo dejamos para
mañana, lo más probable es que no la escribamos nunca. Jesús nos anima a actuar en seguida cuando tenemos ese sentimiento.
(iii)
Lo que le dice al tercero es una verdad que nadie puede negar. El que está arando no podrá, jamás hacer un
surco derecho si vuelve la cabeza para mirar atrás por encima del hombro. Algunos tienen el corazón en el pasado;
siempre andan mirando hacia atrás con añoranza, pensando que «cualquiera tiempo
pasado fue mejor.» La respuesta que recibió demuestra claramente que todavía
no se había decidido firme y sinceramente a servir a Cristo, y que, de
consiguiente no se hallaba apto para ser
discípulo. Jesús le dijo, "Ninguno que, poniendo su mano al arado,
mirare atrás, es apto para el reino de Dios...
Estas
palabras nos enseñan que es imposible servir a Cristo cuando no lo amamos de
todo corazón. Si
estamos mirando hacia atrás a alguna cosa de este mundo, no somos aptos para ser discípulos de
Jesucristo. Los que miran atrás, como la mujer de Lot, es porque quieren volver
atrás. Jesús no quiere que dividamos
nuestro afecto--no, ni con nuestros parientes más queridos. Él quiere de poseer todo nuestro corazón, o
nada. Sin duda hemos de honrar a padre
y madre, y amar a todos nuestros prójimos. Pero cuando el amor hacia
Cristo y el amor hacia los parientes se oponen, Cristo debe tener la preferencia. Es menester que estemos prontos como Abrahán
para dejar la parentela y la casa paterna, si fuere necesario, por amor de
Cristo. Debemos estar preparados en caso
de necesidad para abandonar, como Moisés aun a los que nos han criado si nos llama
Dios, y nuestro deber es claro. Tal resolución puede causarnos amargos pesares. Acaso atribule nuestros
corazones causar disgusto a los que amamos. Pero tal conducto puede ser algunas
veces absolutamente necesario para
nuestra salvación; y si cejamos ante el deber, no somos dignos del reino de
Dios. El buen soldado no deja que el afecto por su tierra natal y por su hogar lo domine completamente. Si con frecuencia se
entrega al pesar por sus parientes y amigos, no podrá seguir una campaña. Sus
deberes como militar--el vigilar, el
marchar, y ni combatir--deben ocupar preferentemente sus pensamientos. Y lo
mismo debe suceder con todos los que quisieren servir a Cristo. Es menester que se guarden de la timidez que
envilece el carácter del cristiano. Es menester que sufran trabajos, como
fieles soldados de Jesucristo.
Terminemos
la consideración de este pasaje examinando a fondo nuestros corazones. Las cosas sin duda han cambiado mucho desde
el día en que nuestro Señor pronunció
esas palabras. Pocos son los llamados a hacer sacrificios por amor de Cristo
como los que tenían que hacer sus discípulos cuando él estaba en la tierra. Pero el corazón del hombre es
siempre el mismo. Las dificultades que hay que vencer para conseguir la
salvación, son todavía muy grandes. La
atmósfera del mundo no es todavía propicia a la religión espiritual. Si
queremos alcanzar el cielo, preciso es que tomemos una resolución firme y
sincera.
Estemos, pues, prontos a hacer y sufrir
cualquier cosa, y a renunciarlo todo por amor de Cristo. Algo nos costará por
unos pocos años, pero el premio en la
eternidad será grande.
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