} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: EVANGELIO DE JESUCRISTO SEGÚN SAN LUCAS Capítulo 9; 23-27

viernes, 7 de enero de 2022

EVANGELIO DE JESUCRISTO SEGÚN SAN LUCAS Capítulo 9; 23-27

 

Capítulo 9; 23-27

  9:23  Y decía a todos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame.

 9:24  Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, éste la salvará.

 9:25  Pues ¿qué aprovecha al hombre, si gana todo el mundo, y se destruye o se pierde a sí mismo?

  9:26  Porque el que se avergonzare de mí y de mis palabras, de éste se avergonzará el Hijo del Hombre cuando venga en su gloria, y en la del Padre, y de los santos ángeles.

  9:27  Pero os digo en verdad, que hay algunos de los que están aquí, que no gustarán la muerte hasta que vean el reino de Dios.     

     

            Estas palabras de nuestro Señor Jesucristo contienen  grandes lecciones para uso de todos los cristianos. Son aplicables a personas de todas clases y  condiciones, sin excepción alguna, y en todos los siglos y épocas, y a las diversas ramas de la iglesia visible. Aquí establece Jesús las condiciones de servicio para los que quieran ser sus seguidores.

  Uno tiene que negarse a sí mismo. ¿Qué quiere decir eso? Un gran pensador lo explica de la siguiente manera: Pedro negó una vez a su Señor, y lo hizo diciendo: «No conozco a ese hombre.» Negarnos a nosotros mismos quiere decir: "No me conozco a mí mismo.» Es ignorar nuestra misma existencia. Es tratar a nuestro yo como si no existiera: Lo corriente es tratarnos cada uno a nosotros mismos como si fuéramos con mucho lo más importante del mundo. Si vamos a ser seguidores de Cristo tenemos que decirle que No a nuestro yo; más todavía: tenemos que olvidarnos de que existe.  

Se nos enseña la necesidad absoluta de la abnegación cotidiana. Debemos "crucificar la carne " cada día, para vencer el mundo y resistir al  demonio; debemos dominar nuestro cuerpo y obligarlo a que esté sumiso; debemos estar en guardia, a la manera de soldados en campaña; debemos luchar  cada día y mantener una guerra sin tregua. El precepto de nuestro Maestro es claro y sencillo: " Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y  tome su cruz cada día, y sígame..

  Cada uno tiene que cargar con su cruz. Jesús sabía muy bien lo que quería decir la crucifixión: cuando era un chico de unos once años, Judas el Galileo había encabezado una revuelta contra Roma; había saqueado el arsenal de armas de Séforis, que estaba a seis kilómetros de Nazaret. La venganza de Roma no se hizo esperar: redujeron Séforis a cenizas, vendieron como esclavos a sus habitantes, y crucificaron a dos mil rebeldes a lo largo de la carretera para que sirvieran de escarmiento a los que tuvieran la tentación de rebelarse. El cargar con la cruz quiere decir estar preparado a arrastrar lo que venga por lealtad a Jesús; quiere decir estar dispuesto a sufrir lo peor que nos puedan hacer a causa de nuestra fidelidad a Él.

Ahora bien, ¿hemos practicado este precepto? Esta es una pregunta que nos conviene hacer. El ir a la iglesia por costumbre no puede ser el Cristianismo de  que habla Jesús en este versículo. ¿Dónde está nuestra abnegación? ¿Cargamos con la cruz cada día? ¿Seguimos a Cristo? Sin una religión de esta naturaleza  no nos salvaremos jamás. A un Salvador crucificado nunca le agradarán gentes que tengan apego al mundo y que busquen solo la satisfacción de sus  pasiones. ¡Sin abnegación no hay gracia! ¡Sin cruz no hay corona! "Los que son de Cristo," dice S. Pablo, "ya crucificaron la carne con sus afectos y  concupiscencias." Galatas_5:24 "Cualquiera que quisiere salvar su vida," dice el Señor Jesús, "la perderá; y cualquiera que perdiere su vida por causa de mí, éste  la salvará..

Las palabras del Señor, contenidas en este lugar, nos enseñan cuan inestimable es el valor del alma. La siguiente pregunta admite una sola respuesta: "¿Qué  aprovecha al hombre si granjeare a todo el mundo, y se pierda él a sí mismo?.

La posesión de todo el mundo, y todo cuanto contiene, nunca puede hacer dichoso a ningún hombre. Los placeres que el mundo ofrece son falsos y  engañosos. Sus riquezas, dignidades y honores no pueden satisfacer el corazón. Mientras que no los hemos obtenido brillan, relucen, y parecen apetecibles: al momento, que los poseemos descubrimos que son un engaño y que no pueden hacernos felices. Y, lo peor de todo es, que cuando poseemos loa bienes de  este mundo hasta la saciedad, no podemos retenerlos: la muerte sobreviene luego y para siempre nos separa de todas nuestras posesiones. Desnudos vinimos  a la tierra, y desnudos salimos de ella, y de todos nuestros haberes no podemos llevar cosa alguna ¡Tal es el mundo, que absorbe toda la atención de millares  de hombres! Tal es el mundo por amor al cual tantos están perjudicando sus almas cada año. La pérdida del alma es lo más grave que puede sobrevenir al  hombre. La peor y más penosa enfermedad; la más calamitosa bancarrota de fortuna, el más desastroso naufragio, son desgracias insignificantes comparadas  con la pérdida de un alma. Todas las demás pérdidas son llevaderas, o duran corto tiempo, pero la pérdida del alma es para siempre, el perder a Dios, y a  Cristo, y el cielo, y la gloria, y la felicidad por toda la eternidad. Es ser arrojado al infierno y quedar allí para siempre, sin consuelo y sin auxilio.

¿Qué estamos haciendo nosotros? ¿Estamos causando la ruina de nuestras propias almas? Por medio de la negligencia y pecados manifiestos, por pura  indiferencia e indolencia, o por deliberado desacato de la ley de Dios, ¿estamos acaso causando nuestra propia destrucción? Estas preguntas exigen  respuesta. Lo que sucede con muchos cristianos es simplemente esto: que están pecando todos los días contra el sexto mandamiento. ¡Están cometiendo  suicidio espiritual!

  Uno debe gastar, la vida, no ahorrarla, Toda la escala de valores del mundo tiene que cambiar. La pregunta ya no es « ¿Cuánto puedo sacar?», sino " ¿Cuánto puedo dar?»; no « ¿Qué es lo más seguro?», sino "¿Qué es lo más justo?»; no « ¿Qué es lo menos que tengo que hacer en mi trabajo?», sino « ¿Qué es lo más posible?» El cristiano se tiene que dar cuenta de que se le ha dado la vida, no para que se la guarde para sí, sino para que la gaste para los demás; no para abrigar su llama, sino para, consumirse por Cristo y por los demás.

  Las palabras de nuestro Señor nos enseñan cuan culpable y peligroso es avergonzarse de Cristo y de Sus palabras. "El que se avergonzare de mí  y de mis palabras, de este tal el Hijo del hombre se avergonzará cuando vendrá en su gloria, y del Padre, y de los santos ángeles. Si le somos fieles en el tiempo, Él nos lo será en la eternidad; si tratamos de seguirle en este mundo, en el venidero Él nos reconocerá como suyos. Pero si con nuestra vida le negamos, aunque le confesemos con nuestros labios, llegará el día cuando Él tenga que hacer lo mismo con nosotros.

Hay varios modos de avergonzarse de Cristo. Somos culpables de ello, siempre que tememos que los hombres conozcan que amamos Sus doctrinas, Sus  preceptos, Su pueblo, y Sus estatutos. Somos culpables siempre que dejamos que el temor de los demás nos amilane y nos impida dar a conocer nuestro  fe en Cristo. Siempre que procedamos de este modo, negamos a nuestro Maestro, y cometemos un pecado grave.

El pecado de avergonzarse de Cristo es muy grande. Es prueba de incredulidad: demuestra que tenemos en más la alabanza de los hombres a quienes  podemos ver, que la de Dios a quien no podemos ver. Es prueba de ingratitud; pues demuestra que tememos confesar delante de los hombres a Aquel que no  se avergonzó de morir por nosotros en la cruz. Infelices son, a la verdad, los que se entregan a este pecado. En este mundo son siempre desdichados; la mala  conciencia les roba la paz. En el otro mundo no pueden esperar consuelo. En el DIA del juicio serán alejados de Cristo eternamente, si no lo confesaren  sobre la tierra.

Hagamos firme resolución de no avergonzarnos nunca de Cristo, del pecado y de la vanidad mundana, podemos avergonzarnos con razón. De Cristo y de su  causa, no tenemos razón absolutamente para avergonzarnos. El valor en servir a Cristo acarrea siempre, recompensa. El cristiano más valiente es siempre el  más feliz.

  En el último versículo de este pasaje, Jesús dice que algunos de los que estaban allí verían el Reino de Dios antes de morir. Algunos han mantenido que Jesús estaba pensando en su gloriosa Segunda Venida, y estaba diciendo que tendría lugar en la vida de algunos de los presentes; y que, por tanto, estaba equivocado. Pero no es eso.

Lo que Jesús decía es que «antes que pase esta generación veréis las señales de que el Reino de Dios está en marcha.» Y no cabe duda de que aquello sí sucedió. Algo vino al mundo que, como la levadura en la masa, empezó a cambiarlo. No estaría mal que, a veces, aparcáramos nuestro pesimismo, y pensáramos más bien en la luz que ha empezado a amanecer en el mundo. ¡Ánimo! El Reino viene de camino, y haremos bien en darle gracias a Dios por todas las señales de su amanecer.

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