Capítulo 9; 23-27
9:23 Y
decía a todos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome
su cruz cada día, y sígame.
9:24
Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que
pierda su vida por causa de mí, éste la salvará.
9:25
Pues ¿qué aprovecha al hombre, si gana todo el mundo, y se destruye o se
pierde a sí mismo?
9:26
Porque el que se avergonzare de mí y de mis palabras, de éste se
avergonzará el Hijo del Hombre cuando venga en su gloria, y en la del Padre, y
de los santos ángeles.
9:27
Pero os digo en verdad, que hay algunos de los que están aquí, que no
gustarán la muerte hasta que vean el reino de Dios.
Estas palabras de nuestro Señor Jesucristo contienen grandes lecciones para uso de todos los cristianos. Son aplicables a personas de todas clases y condiciones, sin excepción alguna, y en todos los siglos y épocas, y a las diversas ramas de la iglesia visible. Aquí establece Jesús las condiciones de servicio para los que quieran ser sus seguidores.
Uno
tiene que negarse a sí mismo. ¿Qué quiere decir eso? Un gran pensador lo
explica de la siguiente manera: Pedro negó una vez a su Señor, y lo hizo
diciendo: «No conozco a ese hombre.» Negarnos a nosotros mismos quiere decir:
"No me conozco a mí mismo.» Es ignorar nuestra misma existencia. Es tratar
a nuestro yo como si no existiera: Lo corriente es tratarnos cada uno a
nosotros mismos como si fuéramos con mucho lo más importante del mundo. Si
vamos a ser seguidores de Cristo tenemos que decirle que No a nuestro yo; más
todavía: tenemos que olvidarnos de que existe.
Se nos enseña la necesidad absoluta de la
abnegación cotidiana. Debemos "crucificar la carne " cada día, para
vencer el mundo y resistir al demonio;
debemos dominar nuestro cuerpo y obligarlo a que esté sumiso; debemos estar en
guardia, a la manera de soldados en campaña; debemos luchar cada día y mantener una guerra sin tregua. El
precepto de nuestro Maestro es claro y sencillo: " Si alguno quiere venir
en pos de mí, niéguese a sí mismo, y
tome su cruz cada día, y sígame..
Cada
uno tiene que cargar con su cruz. Jesús sabía muy bien lo que quería decir
la crucifixión: cuando era un chico de unos once años, Judas el Galileo había
encabezado una revuelta contra Roma; había saqueado el arsenal de armas de
Séforis, que estaba a seis kilómetros de Nazaret. La venganza de Roma no se
hizo esperar: redujeron Séforis a cenizas, vendieron como esclavos a sus
habitantes, y crucificaron a dos mil rebeldes a lo largo de la carretera para
que sirvieran de escarmiento a los que tuvieran la tentación de rebelarse. El
cargar con la cruz quiere decir estar preparado a arrastrar lo que venga por
lealtad a Jesús; quiere decir estar dispuesto a sufrir lo peor que nos puedan
hacer a causa de nuestra fidelidad a Él.
Ahora bien, ¿hemos practicado este precepto?
Esta es una pregunta que nos conviene hacer. El ir a la iglesia por costumbre
no puede ser el Cristianismo de que
habla Jesús en este versículo. ¿Dónde está nuestra abnegación? ¿Cargamos con la
cruz cada día? ¿Seguimos a Cristo? Sin una religión de esta naturaleza no nos salvaremos jamás. A un Salvador
crucificado nunca le agradarán gentes que tengan apego al mundo y que busquen
solo la satisfacción de sus pasiones.
¡Sin abnegación no hay gracia! ¡Sin cruz no hay corona! "Los que son de
Cristo," dice S. Pablo, "ya crucificaron la carne con sus afectos y concupiscencias." Galatas_5:24
"Cualquiera que quisiere salvar su vida," dice el Señor Jesús,
"la perderá; y cualquiera que perdiere su vida por causa de mí, éste la salvará..
Las palabras del Señor, contenidas en este
lugar, nos enseñan cuan inestimable es el valor del alma. La siguiente pregunta
admite una sola respuesta: "¿Qué
aprovecha al hombre si granjeare a todo el mundo, y se pierda él a sí
mismo?.
La posesión de todo el mundo, y todo cuanto
contiene, nunca puede hacer dichoso a ningún hombre. Los placeres que el mundo
ofrece son falsos y engañosos. Sus
riquezas, dignidades y honores no pueden satisfacer el corazón. Mientras que no
los hemos obtenido brillan, relucen, y parecen apetecibles: al momento, que los
poseemos descubrimos que son un engaño y que no pueden hacernos felices. Y, lo
peor de todo es, que cuando poseemos loa bienes de este mundo hasta la saciedad, no podemos
retenerlos: la muerte sobreviene luego y para siempre nos separa de todas
nuestras posesiones. Desnudos vinimos a
la tierra, y desnudos salimos de ella, y de todos nuestros haberes no podemos
llevar cosa alguna ¡Tal es el mundo, que absorbe toda la atención de
millares de hombres! Tal es el mundo por
amor al cual tantos están perjudicando sus almas cada año. La pérdida del alma
es lo más grave que puede sobrevenir al
hombre. La peor y más penosa enfermedad; la más calamitosa bancarrota de
fortuna, el más desastroso naufragio, son desgracias insignificantes
comparadas con la pérdida de un alma.
Todas las demás pérdidas son llevaderas, o duran corto tiempo, pero la pérdida
del alma es para siempre, el perder a Dios, y a
Cristo, y el cielo, y la gloria, y la felicidad por toda la eternidad.
Es ser arrojado al infierno y quedar allí para siempre, sin consuelo y sin
auxilio.
¿Qué estamos haciendo nosotros? ¿Estamos
causando la ruina de nuestras propias almas? Por medio de la negligencia y
pecados manifiestos, por pura
indiferencia e indolencia, o por deliberado desacato de la ley de Dios,
¿estamos acaso causando nuestra propia destrucción? Estas preguntas exigen respuesta. Lo que sucede con muchos
cristianos es simplemente esto: que están pecando todos los días contra el
sexto mandamiento. ¡Están cometiendo
suicidio espiritual!
Uno
debe gastar, la vida, no ahorrarla, Toda la escala de valores del mundo
tiene que cambiar. La pregunta ya no es « ¿Cuánto puedo sacar?», sino "
¿Cuánto puedo dar?»; no « ¿Qué es lo más seguro?», sino "¿Qué es lo más
justo?»; no « ¿Qué es lo menos que tengo que hacer en mi trabajo?», sino « ¿Qué
es lo más posible?» El cristiano se tiene que dar cuenta de que se le ha dado
la vida, no para que se la guarde para sí, sino para que la gaste para los
demás; no para abrigar su llama, sino para, consumirse por Cristo y por los
demás.
Las
palabras de nuestro Señor nos enseñan cuan culpable y peligroso es avergonzarse
de Cristo y de Sus palabras. "El que se avergonzare de mí y de mis palabras, de este tal el Hijo del
hombre se avergonzará cuando vendrá en su gloria, y del Padre, y de los santos
ángeles. Si le somos fieles en el tiempo, Él nos lo será en la eternidad; si
tratamos de seguirle en este mundo, en el venidero Él nos reconocerá como
suyos. Pero si con nuestra vida le negamos, aunque le confesemos con nuestros
labios, llegará el día cuando Él tenga que hacer lo mismo con nosotros.
Hay
varios modos de avergonzarse de Cristo. Somos culpables de ello, siempre que tememos que los hombres
conozcan que amamos Sus doctrinas, Sus
preceptos, Su pueblo, y Sus estatutos. Somos culpables siempre
que dejamos que el temor de los demás nos amilane y nos impida dar a conocer
nuestro fe en Cristo. Siempre que
procedamos de este modo, negamos a nuestro Maestro, y cometemos un pecado
grave.
El
pecado de avergonzarse de Cristo es muy grande. Es
prueba de incredulidad: demuestra que tenemos en más la alabanza de los
hombres a quienes podemos ver, que la de
Dios a quien no podemos ver. Es prueba
de ingratitud; pues demuestra que tememos confesar delante de los hombres a
Aquel que no se avergonzó de morir por
nosotros en la cruz. Infelices son, a la verdad, los que se entregan a este
pecado. En este mundo son siempre desdichados; la mala conciencia les roba la paz. En el otro mundo
no pueden esperar consuelo. En el DIA del juicio serán alejados de Cristo
eternamente, si no lo confesaren sobre
la tierra.
Hagamos firme resolución de no avergonzarnos
nunca de Cristo, del pecado y de la vanidad mundana, podemos avergonzarnos con
razón. De Cristo y de su causa, no
tenemos razón absolutamente para avergonzarnos. El valor en servir a Cristo
acarrea siempre, recompensa. El cristiano más valiente es siempre el más feliz.
En el último versículo de este pasaje, Jesús dice que algunos de los que estaban
allí verían el Reino de Dios antes de morir. Algunos han mantenido que
Jesús estaba pensando en su gloriosa Segunda Venida, y estaba diciendo que
tendría lugar en la vida de algunos de los presentes; y que, por tanto, estaba
equivocado. Pero no es eso.
Lo que Jesús decía es que «antes que pase esta
generación veréis las señales de que el Reino de Dios está en marcha.» Y no
cabe duda de que aquello sí sucedió. Algo vino al mundo que, como la levadura
en la masa, empezó a cambiarlo. No estaría mal que, a veces, aparcáramos
nuestro pesimismo, y pensáramos más bien en la luz que ha empezado a amanecer
en el mundo. ¡Ánimo! El Reino viene de camino, y haremos bien en darle gracias
a Dios por todas las señales de su amanecer.
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