} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: EVIDENCIAS DE LA CONVERSION 7

viernes, 14 de enero de 2022

EVIDENCIAS DE LA CONVERSION 7

 

 Ezequiel 33:1-12:

11 Diles: Vivo yo, dice Jehová el Señor, que no quiero la muerte del impío, sino que se vuelva el impío de su camino, y que viva. Volveos, volveos de vuestros malos caminos; ¿por qué moriréis, oh casa de Israel?

 12  Y tú, hijo de hombre, dí a los hijos de tu pueblo: La justicia del justo no lo librará el día que se rebelare; y la impiedad del impío no le será estorbo el día que se volviere de su impiedad; y el justo no podrá vivir por su justicia el día que pecare.

 

                 Pasemos a estudiar al tercer gran principio contenido en el mensaje divino a Ezequiel: Dios se complace en la conversión y salvación de los hombres, no en su muerte o condenación; El prefiere que se vuelvan a Él y vivan, y no que sigan en su impiedad y mueran. Dios dijo a Ezequiel: “Porque no quiero la muerte del que muere, dice Jehová el Señor; convertíos, pues, y viviréis..” (Ezequiel 18:32) Este texto enseña que Dios desea sinceramente la conversión de todos los hombres, aún de aquellos que nunca serán convertidos, sin embargo no tiene ese deseo en el sentido que sea algo que Él haya predeterminado o predestinado. Déjeme explicar. Un rey puede tener poder para encarcelar a un asesino, y aún ejecutarlo, mientras que al mismo tiempo su deseo verdadero es que su pueblo no cometa homicidio. No le da placer ejecutar a ninguno de sus súbditos; más bien preferiría que la persona guardara su ley y viviera. En otras palabras, la obediencia de su súbdito es su deseo, pero no su determinación. Déjeme explicarlo en otra manera. Un rey puede hacer una proclamación pública que diga: “No tengo placer en su muerte sino más bien en que obedezcan mi ley y vivan, pero si cometen cualquier ofensa digna de muerte, morirán”. En forma semejante, un juez podría decir verdaderamente a un asesino convicto, “No tengo placer en sentenciarle a la muerte; preferiría que hubiera guardado la ley y viviera, pero puesto que usted ha quebrantado la ley debo condenarle, o sería injusto”. El mismo principio es aplicable al asunto que estamos considerando. Aunque Dios no tiene placer en condenarle, por lo tanto le llama a volverse y a vivir; no obstante tiene placer en demostrar su propia justicia y en ejecutar sus propias leyes. Por lo tanto ha determinado que si usted no se convierte, será condenado. Si Dios estuviera tan opuesto a la condenación de los impíos que determinara hacer todo lo que pudiera para prevenirlo, entonces, nadie sería condenado. Pero este no es el caso. Jesús dijo que: “Estrecha es la puerta y angosto es el camino y pocos son los que la hallan” (Mateo 7:14). Dios está opuesto a su condenación hasta este extremo: Le enseña, le advierte, le invita a escoger entre la vida y la muerte, y le manda a través de los predicadores del evangelio a que no se destruya a sí mismo y que acepte su misericordia. Pero, si esto no es suficiente y usted permanece inconverso, usted no tiene ninguna excusa y Dios está determinado a condenarle. Él dijo: “Cuando yo dijere al impío: Impío, de cierto morirás; si tú no hablares para que se guarde el impío de su camino, el impío morirá por su pecado, pero su sangre yo la demandaré de tu mano.” (Ezequiel 33:8). Jesús dijo: “y dijo: De cierto os digo, que si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos.(” (Mateo18:3) y “Respondió Jesús y le dijo: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios.  (Juan .3:3). Fíjese en las palabras “no entraréis” y “no puede ver”. Es en vano pensar al contrario e imaginarse que en alguna manera Dios salvará a los inconversos, porque tal cosa nunca sucederá.

 Esta es entonces la posición: Dios, el gran dador de la ley, no toma placer en la muerte del impío, preferiría que se volvieran y vivieran, no obstante ha determinado que ninguno vivirá excepto aquellos que se vuelvan. Como un juez justo, se deleita en la justicia, y en la demostración de su odio hacia el pecado, aunque la miseria la cual los pecadores han traído sobre sí mismos, no le da a El ningún placer. Todo esto puede ser comprobado en cinco maneras:

Primero, la Biblia deja claro que Dios es maravillosamente misericordioso. Habla del Señor como: “Entonces pasó Yahvéh delante de él y gritó: Yahvéh, Yahvéh, Dios compasivo y misericordioso, tardo a la ira y rico en gracia y fidelidad; 8  que guarda su benevolencia hasta la milésima generación; que tolera culpas, transgresiones y pecados, pero que no deja nada impune y castiga la falta de los padres en los hijos, y en los hijos de los hijos hasta la tercera y cuarta generación.” (Éxodo34:7-8). La misma cosa es señalada muchas veces en la Biblia y esto debería asegurarle de que Dios no tiene placer en su condenación.

Segundo, si Dios tomara más placer en su condenación que en su conversión, Él no le habría mandado tantas veces en su palabra a volverse, ni habría dado tantos motivos para persuadirle, ni le habría hecho tantas promesas de vida eterna si se volviera.

Tercero, si Dios tomara más placer en su condenación que en su conversión, nunca habría comisionado a los ministros del evangelio a recordarle de sus pecados, a advertirle de su peligro, a ofrecerle la misericordia divina y a enseñarle el camino de la vida; y a continuar haciéndolo aun cuando son odiados y se abusa de ellos por las mismas personas a quienes tratan de ayudar. ¿Habría hecho Dios todo esto si su placer fuera condenarle?

Cuarto, esto es demostrado por la misericordiosa providencia de Dios. Si Dios hubiera preferido que usted fuera condenado en lugar de convertido y salvado, El no habría respaldado su Palabra con sus obras. No le habría dado todas las providencias cotidianas en esta vida, las cuales tienen el propósito de encaminar su corazón hacia Él. La Biblia pregunta directamente, “¿O es que menosprecias la riqueza de su bondad y de su paciencia y de su longanimidad, al no reconocer que esta bondad de Dios intenta llevarte a la conversión? (Romanos 2:4) El no habría tratado de despertarlo castigándole en diferentes ocasiones. Él no le habría esperado pacientemente día tras día y año tras año. Estas no son las acciones de alguien que tiene placer en su muerte. Si esto hubiera sido el caso, Dios fácilmente podría haberle arrojado al infierno ya desde hace mucho tiempo. ¿Cuántas veces le pudiera haber arrebatado en medio de sus pecados? Cuando estabas mintiendo, o siendo arrogante o deshonesto o burlándote de los caminos de Dios, ¡Cuán fácilmente podría haber detenido tu aliento y haberte despertado en la eternidad! Cuán fácil es para el todopoderoso atar las manos del más malicioso perseguidor, y terminar con la furia de sus enemigos más encarnizados y hacerles saber que son gusanos. Dios solamente tiene que fruncir el ceño y usted caerá en su sepulcro. Si fuera a mandar a sus ángeles a salir y destruir miles de pecadores, esto sería hecho en un momento. Cuán fácilmente podría Dios sacudirlo con dolor y enfermedad y hacerle comer las palabras que usted ha dicho contra su Palabra, su adoración y sus obras. Entonces usted clamaría por las oraciones de aquellos que antes despreciaba. Cuán fácilmente podría hacer que su cuerpo ya no soportara a su alma, cuán fácilmente podría reducir a la nada su cuerpo, el cual solo quiere satisfacerse aunque ello signifique desobedecer a Dios. Cuando usted estaba en su peor condición, defendiendo su pecado y discutiendo con aquellos que le rogaban para que lo dejara, cuán fácilmente podría haberle arrebatado Dios a la eternidad para enfrentarse con El en juicio. En ese momento Dios le hubiera preguntado: “Ahora, ¿Qué puede decir usted contra su creador, su verdad, sus siervos o sus santos caminos? ¿Cuál es el mejor caso que puede presentar para defenderse? ¿Cuál pretexto puede dar por sus pecados? Dé cuenta de sus pecados, del uso de su tiempo y de su abuso de mis misericordias”. Si Dios hubiera hecho todo esto, su obstinado corazón se habría derretido, su orgullo se habría despedazado, y sus arrogantes palabras se habrían convertido en absoluto silencio o en temerosos gritos. Y cuán fácilmente podría hacer esto Dios ahora o en cualquier momento. Una sola palabra de su boca y todos sus facultades presentes se perderían. Pero Dios no ha hecho nada de esto; al contrario, le ha sostenido paciente y misericordiosamente. Día tras día le ha dado cada respiración que usted usa para vivir una vida impía. Le ha dado misericordias las cuales usted ha usado para satisfacer sus deseos pecaminosos. Le ha dado provisiones las cuales usted ha usado para satisfacer su propia codicia. Le ha dado cada minuto de tiempo que usted ha desperdiciado en la flojera y la mundanalidad. ¿No le enseñan toda esta paciencia, misericordia y provisión, que Dios no toma placer en su condenación? ¿Puede una vela arder sin cera? ¿Puede una casa mantenerse si la tierra no la sostiene? Tampoco puede usted vivir ni una sola hora sin el apoyo de Dios. ¿Y por qué le ha sostenido tanto tiempo, si no es para ver cuando usted se despertará y se volverá a Él para recibir vida eterna? ¿Podría alguien armar a sus enemigos, o darles luz a aquellos que van a asesinar a sus hijos, o ayudar a un empleado a jugar o dormirse cuando debería estar trabajando? Seguramente, la razón por la cual Dios ha sido tan paciente para con usted, es para darle una oportunidad para volverse a Él y vivir.

Quinto, el sufrimiento y la muerte de su Hijo Jesucristo, es prueba de que Dios no tiene placer en la muerte de los impíos. ¿Habría venido a la tierra y la divinidad hubiese tomado carne, habría vivido una vida de sufrimiento y muerto entonces en lugar de los pecadores, llevando el juicio de sus pecados, si prefiriera su condenación? En Marcos 1:34 nos dice que “Y curó a muchos pacientes de diversas enfermedades; arrojó también a muchos demonios, pero sin dejarles hablar, porque sabían quién era.” y en Lucas 6:12 dice que “Por aquellos días, salió él hacia el monte para orar y pasó la noche en oración ante Dios.  También en Lucas 22:44, “Y en medio de la angustia, seguía orando más intensamente. Y su sudor era como gruesas gotas de sangre, que iban cayendo hasta la tierra”. Después de una vida de servicio, fue muerto en lugar de otros, llevando el castigo el cual ellos merecieron. ¿Son éstos los actos de alguien que se deleita en la muerte de los impíos? Todo esto lo hizo a favor de los pecadores. Su sacrificio es suficiente para todos los pecadores, y usted es un pecador. Sin embargo, nunca fue su intención salvar a los que no se volvieran a Él con arrepentimiento y fe. Una y otra vez expresó su tristeza por la desobediencia e incredulidad de los hombres. Cuando fue a Jerusalén por última vez lloró sobre la ciudad y clamó, ¡Jerusalén, Jerusalén, la que mata a los profetas y apedrea a los que fueron enviados a ella! ¡Cuántas veces quise reunir a tus hijos, como la gallina reúne sus polluelos bajo sus alas! Pero vosotros no quisisteis.” (Mateo 23:37). Aun cuando estaba muriendo en la cruz oró por sus perseguidores, “Jesús decía: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen. Luego se repartieron sus vestidos echando suertes” (Lucas 23:34). ¿Son éstas las palabras de alguien cuyo deseo más grande es la muerte de los impíos, aún aquellos que perecen por su obstinada incredulidad? Cuando leemos, “Porque tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna.” (Juan.3:16), tenemos toda la evidencia necesaria de que Dios no toma placer de la muerte de los impíos, sino que desea que se vuelvan a Él y vivan.  

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