Capítulo 9; 37-45
9:37 Al
día siguiente, cuando descendieron del monte, una gran multitud les salió al
encuentro.
9:38 Y
he aquí, un hombre de la multitud clamó diciendo: Maestro, te ruego que veas a
mi hijo, pues es el único que tengo;
9:39 y
sucede que un espíritu le toma, y de repente da voces, y le sacude con
violencia, y le hace echar espuma, y estropeándole, a duras penas se aparta de
él.
9:40 Y
rogué a tus discípulos que le echasen fuera, y no pudieron.
9:41
Respondiendo Jesús, dijo: ¡Oh generación incrédula y perversa! ¿Hasta
cuándo he de estar con vosotros, y os he de soportar? Trae acá a tu hijo.
9:42 Y
mientras se acercaba el muchacho, el demonio le derribó y le sacudió con
violencia; pero Jesús reprendió al espíritu inmundo, y sanó al muchacho, y se
lo devolvió a su padre.
9:43
Y todos se admiraban de la grandeza de Dios. Y maravillándose todos de todas las
cosas que hacía, dijo a sus discípulos:
9:44
Haced que os penetren bien en los oídos estas palabras; porque
acontecerá que el Hijo del Hombre será entregado en manos de hombres.
9:45
Mas ellos no entendían estas palabras, pues les estaban veladas para que
no las entendiesen; y temían preguntarle sobre esas palabras.
Tan pronto como Jesús bajó del monte, le asaltaron las exigencias y los
desengaños de la vida. Un hombre había acudido a los discípulos en busca de
ayuda, porque su hijo único padecía de un mal horrible, que se atribuía a la
influencia maligna de un demonio. Durante su vida sobre la tierra, recibir honor y tener visiones de
gloria eran acontecimientos excepcionales: servir a otros, curar s todos los que estaban oprimidos por el demonio
y hacer obras de misericordia a los pecadores, era lo regular. Felices aquellos
cristianos que han aprendido de Jesús a
vivir para bien de otros más que para sí mismos, y comprenden que "más
bienaventurado es dar que recibir."
Hechos_20:35.
Vemos primero, en estos versículos, un ejemplo
de lo que un padre debe hacer cuando esté atribulado respecto de sus hijos. Se
nos habla de un varón que se hallaba
sumamente afligido por causa de su único hijo. Estaba este poseído de un
espíritu inmundo, y era cruelmente atormentado tanto en el cuerpo como en el alma. En tal angustia el padre acude a
nuestro Señor Jesucristo por alivio: "Maestro," le dice, " te
ruego que veas a mi hijo, el único que
tengo..
Existen el día de hoy muchos padres cristianos
que se hallan exactamente tan atribulados respecto de sus hijos como el hombre
a que se refiere este pasaje.
El hijo que fue en otro tempo el "encanto
de sus ojos," y a quien sus vidas estaban estrechamente ligadas, .se
vuelve pródigo y libertino, y se asocia con
pecadores. La hija que fue en otro tiempo el orgullo de la familia, y a
quien llamaban "el consuelo de su vejez," se vuelve desobediente y
apegada a las cosas mundanas, y ama los
placeres más que a Dios. Ellos están casi a punto de morir de pesar. Un acero les
penetra el corazón. Parece como si el demonio
triunfase de ellos, y les robase sus joyas predilectas. Están a punto de
exclamar: "Descenderemos llorando a la sepultura. ¿Qué bien puede ser para
nosotros la vida?" Y ¿Qué deben
hacer un padre o una madre en semejante trance? Deben postrarse de rodillas
ante Jesús, y rogarle que bendiga a sus hijos. Deben exponer minuciosamente ante ese Salvador
compasivo todos sus pesares, y rogarle que los favorezca. ¡Grande es el poder
de la oración e intercesión! El que ora
con frecuencia y con fervor rara vez será abandonado. El tiempo que Dios señalo
para la conversión puede no ser el que nosotros creamos oportuno. Él puede juzgar conveniente probar nuestra fe,
haciéndonos esperar mucho tiempo para desesperar.
La palabra
que se usa en el versículo 42 es muy gráfica: " Cuando se iba acercando el
chico, el demonio le arrojó al suelo y le convulsionó.» Es la palabra que se
usa cuando un boxeador o un luchador derriban a su contrario. Debe de haber
sido algo horrible el ver al chico retorciéndose en el suelo, y los discípulos
no habían podido hacer absolutamente nada. Pero cuando llegó Jesús, resolvió la
situación con absoluto dominio, y le devolvió el chico a su padre completamente
curado. Estos versículos nos presentan, en segundo lugar, un ejemplo que
demuestra cuán inclinado está Cristo a compadecerse de los jóvenes. Se nos dice
que la súplica del padre fue concedida.
Jesús le dijo: "Trae tú hijo acá." Y entonces "riñó al espíritu
inmundo, y sanó al muchacho, y le volvió a su padre." Muchos casos semejantes se encuentran referidos en
los Evangelios. La hija de Jairo, el hijo del noble de Capernaum, la hija de la
mujer Cananea, el hijo de la viuda de
Naín: todos son ejemplos del interés que nuestro Señor muestra por los jóvenes.
Y a estos precisamente el demonio se empeña en cautivar y hacerlos suyos.
Hechos como estos no se registran en la
historia sin un objeto especial. Es para alentar a todos los que trabajan en
bien de las almas de los jóvenes. Es para
recordarnos que los jóvenes ocupan de una manera especial la atención de
Cristo. Es para suministrarnos un fuerte argumento contra la idea harto generalizada de que es inútil hablar
encarecidamente sobre la fe a los jóvenes. Es preciso tener presente que tal
idea viene del demonio, y no de Cristo.
Aquel que lanzó al espíritu inmundo del
mancebo que menciona este pasaje, vive aún, y es todavía poderoso para salvar,
continuemos pues trabajando, y tratemos
de hacer bien a los jóvenes. No importa lo que piense el mundo: Cristo está
complacido.
Dos cosas quedan claras.
(i) El momento en el monte era absolutamente
necesario, pero no se podía prolongar. Pedro, sin darse cuenta de lo que estaba
diciendo, sugirió quedarse allí en aquella gloria con Moisés y Elías en unos
refugios que hubieran podido hacer; pero tenían que bajar. A veces se nos
conceden momentos que quisiéramos prolongar indefinidamente; pero, después de
un tiempo en la cima del monte, tenemos que volver a la lucha y a la rutina de
la vida. Ese momento tiene por objeto
darnos las fuerzas para la vida diaria.
Después de la gran confrontación con los
profetas de Baal en el Monte Carmelo, Elías tuvo que poner tierra por medio. Se
fue al desierto y allí, bajo un enebro, se echó a dormir, y un ángel le preparó
la comida por dos veces. Y entonces viene la frase: " Se levantó, pues, y
comió y bebió; y fortalecido con aquella comida caminó cuarenta días y cuarenta
noches» (1Reyes_19:1-8 Acab dio a Jezabel la nueva de todo lo que Elías había hecho,
y de cómo había matado a espada a todos los profetas. 2 Entonces envió Jezabel a Elías un mensajero,
diciendo: Así me hagan los dioses, y aun me añadan, si mañana a estas horas yo
no he puesto tu persona como la de uno de ellos. 3 Viendo, pues, el peligro, se levantó y se fue
para salvar su vida, y vino a Beerseba, que está en Judá, y dejó allí a su
criado. 4 Y él se fue por el desierto un
día de camino, y vino y se sentó debajo de un enebro; y deseando morirse, dijo:
Basta ya, oh Jehová, quítame la vida, pues no soy yo mejor que mis padres. 5 Y echándose debajo del enebro, se quedó
dormido; y he aquí luego un ángel le tocó, y le dijo: Levántate, come. 6 Entonces él miró, y he aquí a su cabecera una
torta cocida sobre las ascuas, y una vasija de agua; y comió y bebió, y volvió
a dormirse. 7 Y volviendo el ángel de
Jehová la segunda vez, lo tocó, diciendo: Levántate y come, porque largo camino
te resta. 8 Se levantó, pues, y comió y
bebió; y fortalecido con aquella comida caminó cuarenta días y cuarenta noches
hasta Horeb, el monte de Dios.).
Debemos acudir a la cima del monte de la
presencia de Dios, no para quedarnos allí, sino para proseguir, en la fuerza de
ese tiempo, muchos días. Se decía del gran explorador el capitán Scott, que era
una extraña mezcla de soñador y de
hombre práctico, y nunca más práctico que cuando acababa de salir de uno de sus
sueños:» No podemos prolongar
indefinidamente el momento de la cima, pero tampoco podemos vivir sin ese
momento.
(ii) Aquí se nos muestra con toda claridad la
absoluta suficiencia de Jesús. Cuando Él llegó, la situación estaba fuera de
control. La impresión que sacamos es que la gente iba de acá para allá sin
saber qué hacer. Los discípulos estaban desbordados, y el padre del chico
estaba desanimado y desesperado. A esta escena de desorden llega Jesús, se hace
cargo de la situación al instante, y trae la calma. A menudo nos encontramos en
situaciones así en las que todo está descontrolado: sólo el Señor de la vida puede solucionar la vida con su absoluta
suficiencia y ponerlo todo bajo control.
Finalmente, estos versículos nos presentan un
ejemplo que demuestra que la ignorancia espiritual puede albergarse hasta en la
mente de hombres buenos.
Nuestro Señor dijo a Sus discípulos: " él
Hijo del hombre será entregado en manos de hombres." Ellos habían oído lo
mismo de boca de él hacía algo más de
una semana. Y ahora, como entonces, esas palabras les parecían
incomprensibles; No podían fijar en la mente como una realidad el hecho de que
su Maestro había de morir. No podían
persuadirse a aceptar la gran verdad de que Cristo había de ser inmolado antes
de que hubiese de reinar, y que esta inmolación
había de verificarse en la cruz.
Tal falta de inteligencia puede sorprendernos
mucho en este del período del mundo. Tenemos propensión a olvidar el influjo de
los hábitos adquiridos en una edad
tierna, y las preocupaciones nacionales en medio de las cuales los discípulos
habían sido educados. "El trono de David," dice un eminente teólogo, "ocupaba tanto sus ojos que no podían
ver la cruz." Aún más, olvidamos la enorme diferencia entre las ventajas
que disfrutamos los que conocemos la
historia de la crucifixión y las Escrituras que ella cumplió, y las del
judío creyente que vivió antes que Cristo muriese, y antes de que el velo del
templo se rasgase en dos de arriba abajo. Mas sea de esto lo que fuere, la
ignorancia de los discípulos nos enseña dos lecciones, que haremos bien en no
descuidar.
En primer lugar, nos enseña que puede suceder que un hombre comprenda solo
superficialmente las cosas espirituales, y que sin embargo sea un
verdadero hijo de Dios. El entendimiento puede ser obtuso en tanto que el corazón
es recto. La gracia es mucho mejor que los dones naturales, y la fe que el
saber. Si un hombre tiene fe y gracia
bastante para renunciarlo todo por amor de Cristo, y cargar con la cruz y
seguirle, ese hombre será salvo a pesar de su mucha ignorancia. Cristo lo reconocerá el último
día.
Finalmente, aprendamos a tolerar la ignorancia
de otros, y a tratar con paciencia a los recién convertidos. No reputemos a los
hombres como trasgresores por una
palabra que digan.
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