} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: BENEFICIOS DE ESTUDIAR LA PALABRA DE DIOS EN LA BIBLIA

jueves, 27 de enero de 2022

BENEFICIOS DE ESTUDIAR LA PALABRA DE DIOS EN LA BIBLIA

 

 

2 Timoteo 3; 16-17

 16  Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia,

 17  a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra.

 

            

 

            Hay una razón muy seria para creer que gran parte de la lectura de la Biblia y de los estudios bíblicos de los ú1timos años ha sido de muy poco provecho espiritual para aquellos que han realizado la lectura y los estudios. Pero, aún voy a decir más; mucho me temo que en muchos casos, todo ello ha resultado más bien en una maldición que en una bendición. Este es un lenguaje duro, me hago cargo; sin embargo no creo que sea más duro, de lo que requiere el caso. Los dones divinos son mal usados, y se abusa de la misericordia divina. Que esto es verdad lo prueba la escasez de los frutos cosechados. Incluso el hombre natural emprende el estudio de las Escrituras (y lo hace con frecuencia) con el mismo entusiasmo y placer con que podría estudiar las ciencias. Cuando se trata de este caso, su caudal de conocimiento incrementa, pero, lo mismo ocurre con su orgullo. Como el químico ocupado en hacer experimentos interesantes, el intelectual que escudriña la Palabra se entusiasma cuando hace algún descubrimiento en ella; pero, el gozo de este último no es más espiritual de lo que sería el del químico y sus experimentos. Repitámoslo; del mismo modo que los éxitos del químico, generalmente, aumentan su sentimiento de importancia propia y hacen que mire con cierto desdén a otros más ignorantes que él, por desgracia, ocurre esto también con los que han investigado cronología bíblica, tipos, profecía y otros temas semejantes. La Palabra de Dios puede ser estudiada por muchos motivos. Algunos la leen para satisfacer su orgullo literario. En algunos círculos ha llegado a ser respetable y popular el obtener un conocimiento general del contenido de la Biblia simplemente porque se considera como un defecto en la educación el ser ignorante de la misma. Algunos la leen para satisfacer su sentimiento de curiosidad, como podrían leer otro libro de nota. Otros la leen para satisfacer su orgullo sectario. Consideran que es un deber el estar bien versados en las doctrinas particulares de su propia denominación y por ello buscan asiduamente textos base en apoyo de «sus doctrinas». Aun otros la leen con el propósito de poder discutir con éxito con aquellos que difieren de ellos. Pero, en todos estos casos no hay ningún pensamiento sobre Dios, no hay anhelo de edificación espiritual y por tanto no hay beneficio real para el alma. ¿En qué consiste pues el beneficiarse verdaderamente de la Palabra? ¿No nos da 2ª Timoteo 3:16, 17 una respuesta clara a esta pregunta? Leemos allí: «Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia: a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra

Obsérvese lo que aquí se omite: la Santa Escritura nos es dada, no para la gratificación intelectual o la especulación carnal, sino para prepararnos para «toda buena obra», y para enseñarnos, corregirnos, instruirnos. Esforcémonos en ampliar esto con la ayuda de otros pasajes.

1º Un individuo se beneficia espiritualmente, cuando la Palabra le redarguye o convence de pecado. Esta es su primera misión: revelar nuestra corrupción, exponer nuestra bajeza, hacer notoria nuestra maldad. La vida moral de un hombre puede ser irreprochable, sus tratos con los demás impecables, pero cuando el Espíritu Santo aplica la Palabra a su corazón y a su conciencia, abriendo sus ojos cegados por el pecado para ver su relación y actitud hacia Dios, exclama: «¡Ay de mí, que estoy muerto! » Es así que toda alma verdaderamente salvada es llevada a comprender su necesidad de Cristo. « Respondiendo Jesús, les dijo: Los que están sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos. » (Lucas 5:31). Sin embargo no es hasta que el Espíritu aplica la Palabra con poder divino que el individuo comprende y siente que está enfermo, enfermo de muerte. Esta convicción que le hace comprender que la destrucción que el pecado ha realizado en la constitución humana, no se restringe a la experiencia inicial que precede inmediatamente a la conversión. Cada vez que Dios bendice su Palabra en mi corazón, me hace sentir cuán lejos estoy, cuán corto me quedo del standard que ha sido puesto delante de mí. « sino, como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir » (1ª Pedro 1: 15).

Aquí, pues, se aplica la primera prueba: cuando leo las historias de los fracasos deplorables que se encuentran en las Escrituras, ¿me hace comprender cuán tristemente soy como uno de ellos? Cuando leo sobre la vida perfecta v bendita de Cristo, ¿no me hace reconocer cuán lamentablemente soy distinto de Él?

2º Un individuo se beneficia espiritualmente, cuando la Biblia le hace sentir triste por su pecado. Del oyente como el terreno pedregoso se nos dice que « 20  Y el que fue sembrado en pedregales, éste es el que oye la palabra, y al momento la recibe con gozo; 21  pero no tiene raíz en sí, sino que es de corta duración, pues al venir la aflicción o la persecución por causa de la palabra, luego tropieza » (Mateo 13:20, 21); pero de aquellos que fueron convictos de pecado bajo la predicación de Pedro se nos dice que « Al oír esto, se compungieron de corazón, y dijeron a Pedro y a los otros apóstoles: Varones hermanos, ¿qué haremos? » (Hechos 2:37). El mismo contraste existe hoy. Muchos escuchan un sermón florido, o un mensaje sobre «la verdad dispensacional» que despliega poderes de oratoria o exhibe la habilidad intelectual del predicador, pero que, en general, contiene poco material aplicable a escudriñar la conciencia. Se recibe con aprobación, pero la conciencia no es humillada delante de Dios o llevada a una comunión más íntima con El por medio del mensaje. Pero cuando un fiel siervo de Dios (que por la gracia no está procurando adquirir reputación por su «brillantez») hace que la enseñanza de la Escritura refleje sobre el carácter y la conducta, exponiendo los tristes fallos de incluso los mejores en el pueblo de Dios, y aunque muchos oyentes desprecien al que da el mensaje, el que es verdaderamente regenerado estará agradecido por el mensaje que le hace gemir delante de Dios y exclamar: «Miserable hombre de mí.» Lo mismo ocurre en la lectura privada de la Palabra. Cuando el Espíritu Santo la aplica de tal manera que me hace ver y sentir la corrupción interna es cuando soy realmente bendecido. ¡Qué palabras se hallan en Jeremías 31:19!: « Porque después que me aparté tuve arrepentimiento, y después que reconocí mi falta, herí mi muslo; me avergoncé y me confundí, porque llevé la afrenta de mi juventud. » ¿Tienes alguna idea, mi querido lector de este blog, de una experiencia semejante? ¿Te produce el estudio de la Palabra un arrepentimiento así y te conduce a humillarte delante de Dios? ¿Te redarguye de pecado de tal manera que eres llevado a un arrepentimiento diario delante de Él? El cordero pascual tenía que ser comido  « Y aquella noche comerán la carne asada al fuego, y panes sin levadura; con hierbas amargas lo comerán. » (Éxodo 12:8); y del mismo modo, a los que nos alimentamos de la Palabra, el Santo Espíritu nos la hace «amarga» antes de que se vuelva dulce al paladar. Nótese el orden en Apocalipsis 10:9: « fui al ángel, diciéndole que me diese el librito. Y él me dijo: Toma, y cómelo; y te amargará el vientre, pero en tu boca será dulce como la miel. » Esta es siempre la experiencia: debe haber duelo antes del consuelo (Mateo 5:4 Bienaventurados los que lloran porque ellos recibirán consolación.); humillación antes de ensalzamiento (1ª Pedro 5:6 Humillaos, pues, bajo la poderosa mano de Dios, para que él os exalte cuando fuere tiempo).

3. Un individuo se beneficia espiritualmente, cuando la Palabra le conduce a la confesión de pecado. Las Escrituras son beneficiosas por «corregir» (2ª Timoteo 3:16), y un alma sincera reconocerá sus faltas. Se dice de los que son carnales: «Porque todo aquel que obra el mal, aborrece la luz y no viene a la luz, para que sus obras no sean redargüidas» (Juan 3:20). «Dios, sé propicio a mi pecador» es el grito de un corazón renovado, y cada vez que somos avivados por la Palabra (Salmo 119) hay una nueva revelación y un nuevo confesar nuestras transgresiones ante Dios. «El que encubre su pecado no prosperará: pero el que lo confiesa y se enmienda alcanzará misericordia» (Proverbios 28:13). Será como árbol plantado junto a corrientes de aguas,  Que da su fruto en su tiempo, Y su hoja no cae;  Y todo lo que hace, prosperará. (Salmo 1:3), mientras escondemos en nuestro pecho nuestros secretos culpables no habrá fruto ni crecimiento espiritual; sólo cuando son admitidos libremente ante Dios, y en detalle, podemos alcanzar misericordia. No hay verdadera paz para la conciencia y no hay descanso para el corazón cuando enterramos en él la carga de un pecado no confesado. El alivio llega cuando abrimos nuestro seno a Dios. Notemos bien la experiencia de David: « 3  Mientras callé, se envejecieron mis huesos  En mi gemir todo el día. 4  Porque de día y de noche se agravó sobre mí tu mano;  Se volvió mi verdor en sequedades de verano. » (Salmo 32; 3- 4). ¿Es este lenguaje figurativo, aunque vivo, algo ininteligible para ti? ¿0 más bien cuenta tu propia historia espiritual? Hay muchos versículos de la Escritura que no son interpretados satisfactoriamente por ningún comentario, excepto el de la experiencia personal. Bendito verdaderamente es lo que sigue a continuación, que dice: « Mi pecado te declaré, y no encubrí mi iniquidad. Dije: Confesaré mis transgresiones a Jehová; Y tú perdonaste la maldad de mi pecado. » (Salmo 32:5).

4. Un individuo se beneficia espiritualmente, cuando la Palabra produce en él un profundo aborrecimiento al pecado. « Los que amáis a Jehová, aborreced el mal;  El guarda las almas de sus santos;  De mano de los impíos los libra. » (Salmo 97:10). «No podemos amar a Dios sin aborrecer aquello que El aborrece. No sólo debemos aborrecer el mal y rehusar continuar en él, sino que debemos tomar armas contra él, y adoptar ante él una actitud de sana indignación» (C. H. Spurgeon). Una de las pruebas más seguras a aplicar a la supuesta conversión es la actitud del corazón respecto al pecado. Cuando el principio de la santidad ha sido bien implantado, habrá necesariamente un odio a todo lo que sea impuro. Si nuestro odio al mal es genuino, estamos agradecidos cuando la Palabra corrige incluso el mal que no habíamos sospechado. Esta fue la experiencia de David: « De tus mandamientos he adquirido inteligencia; Por tanto, he aborrecido todo camino de mentira. » (Salmo 119:104). Fijémonos bien, que no dice «abstenerse» sino «odiar». « Por eso estimé rectos todos tus mandamientos sobre todas las cosas, Y aborrecí todo camino de mentira. » (Salmo 119:128). Pero lo que hace el malvado es completamente opuesto: « Pues tú aborreces la corrección,  Y echas a tu espalda mis palabras. » (Salmo 50:17). En Proverbios 8:13, leemos: « El temor de Jehová es aborrecer el mal;  La soberbia y la arrogancia, el mal camino, Y la boca perversa, aborrezco. » y este temor procede de leer la Palabra de Dios: Deuteronomio 17:18-20 18  Y cuando se siente sobre el trono de su reino, entonces escribirá para sí en un libro una copia de esta ley, del original que está al cuidado de los sacerdotes levitas; 19  y lo tendrá consigo, y leerá en él todos los días de su vida, para que aprenda a temer a Jehová su Dios, para guardar todas las palabras de esta ley y estos estatutos, para ponerlos por obra; 20  para que no se eleve su corazón sobre sus hermanos, ni se aparte del mandamiento a diestra ni a siniestra; a fin de que prolongue sus días en su reino, él y sus hijos, en medio de Israel.  Con razón se ha dicho: «Hasta que se odia el pecado, no puede ser mortificado; nunca gritarás contra él, como los judíos hicieron contra Cristo: Crucifícale, crucifícale, hasta que el pecado te sea tan aborrecible como Él era a ellos» (Edward Reyner, 1635).

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