Capítulo 7; 18-30
18 Los discípulos de Juan le dieron las nuevas
de todas estas cosas. Y llamó Juan a dos de sus discípulos,
19 y los envió a Jesús, para preguntarle: ¿Eres
tú el que había de venir, o esperaremos a otro?
20 Cuando, pues, los hombres vinieron a él,
dijeron: Juan el Bautista nos ha enviado a ti, para preguntarte: ¿Eres tú el
que había de venir, o esperaremos a otro?
21 En esa misma hora sanó a muchos de
enfermedades y plagas, y de espíritus malos, y a muchos ciegos les dio la
vista.
22 Y respondiendo Jesús, les dijo: Id, haced
saber a Juan lo que habéis visto y oído: los ciegos ven, los cojos andan, los
leprosos son limpiados, los sordos oyen, los muertos son resucitados, y a los
pobres es anunciado el evangelio;
23 y bienaventurado es aquel que no halle
tropiezo en mí.
24 Cuando se fueron los mensajeros de Juan,
comenzó a decir de Juan a la gente: ¿Qué salisteis a ver al desierto? ¿Una caña
sacudida por el viento?
25 Mas ¿qué salisteis a ver? ¿A un hombre
cubierto de vestiduras delicadas? He aquí, los que tienen vestidura preciosa y
viven en deleites, en los palacios de los reyes están.
26 Mas ¿qué salisteis a ver? ¿A un profeta? Sí,
os digo, y más que profeta.
27 Este es de quien está escrito:
He aquí, envío mi
mensajero delante de tu faz,
El cual preparará tu
camino delante de ti.
28 Os digo que entre los nacidos de mujeres, no
hay mayor profeta que Juan el Bautista; pero el más pequeño en el reino de Dios
es mayor que él.
29 Y todo el pueblo y los publicanos, cuando lo
oyeron, justificaron a Dios, bautizándose con el bautismo de Juan.
30 Mas los fariseos y los intérpretes de la ley
desecharon los designios de Dios respecto de sí mismos, no siendo bautizados
por Juan..
El mensaje que Juan el Bautista envió a nuestro Señor y que se refiere
en estos versículos es señaladamente instructivo, si consideramos las
circunstancias en que fue enviado. Juan
el Bautista en esa época estaba preso en poder de Herodes. Y al oír Juan, en la cárcel, los hechos de Cristo, le envió
dos de sus discípulos." Mat_11:2.
La carrera de Juan el Bautista había acabado
en tragedia. Juan no tenía por costumbre dorarle la píldora a nadie; y no podía
ver el mal sin llamar la atención al mismo Herodes. En muchas ocasiones, y en
una especialmente, había hablado demasiado atrevidamente y demasiado claro para
su propia seguridad.
Herodes Antipas de Galilea le había hecho una
visita a su hermano en Roma. Durante esa visita había seducido a la mujer de su
hermano. Cuando volvió a su casa, despidió a su mujer y se casó con su cuñada,
a la que había apartado de su marido. Juan reprendió a Herodes pública e
inflexiblemente. Nunca fue sin riesgo el reprender a un déspota oriental, y
Herodes se vengó; metió a Juan en la mazmorra del castillo de Maqueronte, en
las montañas cerca del Mar Muerto.
Para cualquier hombre aquello habría sido una
suerte terrible; pero era incalculablemente peor para Juan el Bautista. Él era
un hijo del desierto; había vivido siempre en los amplios espacios abiertos,
con el viento limpio en el rostro y la espaciosa bóveda del cielo por techo. Y
ahora estaba confinado en una mazmorra pequeña y subterránea entre recios
muros. Para un hombre como Juan, que tal vez no había vivido nunca en una casa,
esto debe de haber sido agonía.
En el castillo escocés de Carlisle hay una
pequeña celda. Una vez hace mucho tuvieron allí encerrado durante años a un
jefe de las tribus fronterizas. En esa celda no hay más que una ventana
pequeña, situada demasiado arriba para que una persona pudiera mirar por ella
poniéndose en pie. En el alféizar de la ventana hay dos depresiones desgastadas
en la piedra. Son las huellas de las manos del jefe prisionero, los lugares
donde, día tras día, se encaramaba para mirar con ansia los verdes valles que
no volvería a cabalgar ya nunca.
Juan debe de haber sufrido una experiencia
semejante; y no debe sorprendernos, y menos debemos criticarlo, el que
surgieran en su mente ciertos interrogantes. Había estado seguro de que Jesús era
el Que había de venir. Ese era uno de los nombres más corrientes del Mesías que
los judíos esperaban con tan ansiosa expectación (Marcos
11:9 Y
los que iban delante y los que venían detrás daban voces, diciendo: ¡Hosanna!
¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! ; Lucas_13:35
He aquí, vuestra casa os es dejada desierta; y os
digo que no me veréis, hasta que llegue el tiempo en que digáis: Bendito el que
viene en nombre del Señor ; Lucas_19:38 diciendo: ¡Bendito el rey que viene en el nombre del
Señor;(D) paz en el cielo, y gloria en las alturas! ; Hebreos 10:37 Porque aún
un poquito, Y el que ha de venir vendrá, y no tardará. ; Salmo_118:26
Bendito el que viene en el nombre de Jehová; Desde la casa de Jehová os bendecimos).
Un condenado a muerte no puede permitirse sus dudas; tiene que estar seguro;
así que Juan Le envió sus discípulos a Jesús con la pregunta: "¿Eres Tú el
Que ha de venir, o tenemos que seguir esperando a otro?» Esa pregunta podía
encerrar muchas cosas.
(i) Algunos piensan que aquella pregunta se
hizo, no por causa de Juan, sino por causa de sus discípulos. Puede ser que
cuando Juan y sus discípulos hablaran en la prisión, los discípulos le
preguntaran si Jesús era de veras el Que había de venir, y que la respuesta de
Juan fuera: «Si tenéis alguna duda, id a ver lo que está haciendo Jesús.» En
ese caso, fue una buena respuesta. Si alguien se pone a discutir con nosotros
sobre Jesús, y a poner en duda Su supremacía, la mejor de todas las respuestas
no sería contestar a unos argumentos con otros, sino decir: «Dale tu vida, y
verás lo que Él puede hacer con ella.» La suprema demostración de Quién es
Cristo no se alcanza en el debate intelectual, sino se experimenta en Su poder
transformador.
(ii) Puede que la pregunta de Juan surgiera de
su impaciencia. Su mensaje había sido un mensaje de juicio (Mat_3:7-12). El
hacha estaba a la raíz del árbol; el proceso de aventar había comenzado; el
fuego divino del juicio purificador había empezado a arder. Puede que Juan
estuviera preguntándose: «¿Cuándo va a empezar Jesús Su obra? ¿Cuándo va a
barrer a Sus enemigos? ¿Cuándo va a empezar el día de la santa destrucción?»
Bien puede ser que Juan estuviera impaciente con Jesús porque no actuaba de la
manera que él esperaba. Los que esperen una ira salvaje siempre se llevarán el
chasco con Jesús; pero los que esperen el amor nunca serán defraudados.
(iii) Unos pocos han pensado que esta pregunta
era nada menos que la del amanecer de una fe y esperanza. Juan había visto a
Jesús en Su bautismo; en la prisión había pensado más y más en Él; y cuanto más
pensaba, tanto más seguro estaba de que Jesús era el Que había de venir; y
ahora ponía a prueba todas sus esperanzas en esta única pregunta. Puede que
ésta no sea la pregunta de un hombre impaciente y desesperanzado, sino la de
uno que empieza a vislumbrar la luz de la esperanza, y que pregunta
exclusivamente para confirmarla.
Debemos observar en estos versículos la sabia
previsión que Juan mostró por sus discípulos antes de dejar el mundo. Se nos
refiere que envió a dos de ellos a Jesús
con un mensaje en que le preguntaba: ' ¿Eres tú aquel que había de venir, o
esperaremos a otro?" Pensó sin duda que ellos recibirían una
respuesta que dejaría una impresión
indeleble en sus mentes. Y pensó bien; porque se les replicó, con los hechos,
lo mismo que de palabra; todo lo cual produjo
probablemente efecto más profundo que cualesquiera argumentos que
hubieran podido oír de los labios de su maestro.
Podemos fácilmente imaginar que Juan el
Bautista debió haber sentido mucha ansiedad por el porvenir de sus discípulos.
Conocía su ignorancia y debilidad en la
fe; sabia cuan natural era que mirasen a los discípulos de Jesús con envidia;
sabia cuan probable era que se despertase entre ellos el despreciable espíritu de partido, e hiciera que se
mantuviesen alejados de Cristo, después que su maestro hubiera muerto. Contra
estas desgracias desea prepararlos
mientras vive, y envía dos de ellos a Jesús para que vean por sí mismos
qué clase de maestro es, no sea que lo rechacen sin verlo ni oírlo. Cuida de
ponerlos en vía de adquirir la mejor;
evidencia de que nuestro Señor es verdaderamente el Mesías. Semejante a su
divino Maestro habiendo amado a sus discípulos,
los ama hasta el fin. Y ahora, conociendo que va a separarse pronto de
ellos, hace por dejarlos bien recomendados y procura que hagan Conocimiento
con Cristo.
¡Qué lección tan instructiva es esta para los
ministros y padres de familia para todos los que tienen que cuidar de las almas
de otros! Debemos esforzarnos, como Juan el Bautista, en proveer de antemano
a la felicidad espiritual de los que dejemos detrás a nuestra muerte. Debemos con frecuencia hacerles presente que no podemos estar siempre con
ellos. Debemos instarles a menudo
que se guarden del camino espacioso cuando seamos separados de ellos, y queden solos en el mundo. Debemos no
ahorrar esfuerzos para que todos los que por cualquier motivo esperen en
nuestra protección se alleguen y conozcan
a Cristo. ¡Felices aquellos ministros y padres de familia cuyas
conciencias no los acusen en su lecho de muerte, por no haber dicho a sus
oyentes e hijos que vayan a Jesús y lo
sigan!
En segundo lugar debemos observar en estos
versículos la respuesta singular que los discípulos de Juan recibieron de
nuestro Señor. Se nos dice que "en la
misma hora sanó él a muchos de enfermedades y de plagas." Y después
respondió Jesús, y les dijo: "Id y dad las nuevas a Juan de lo que habéis
visto y oído." No afirma de una
manera explícita que Él es el Mesías prometido; más sencillamente presente los
hechos a los mensajeros para que los trasmitan a su maestro, y los despide. Él sabía bien qué uso
Juan el Bautista haría de estos hechos. Él sabía que diría a sus discípulos:
" Ved en el que ha hecho estos
milagros a un profeta más grande que Moisés. Este es aquel a quien
debéis oír y seguir, cuando yo muera. Este es verdaderamente el Cristo...
La respuesta que nuestro Señor dio a los
discípulos de Juan contiene una gran lección de utilidad práctica que haremos
bien en recordar. Nos enseña que el modo más eficaz de determinar el grado de
mérito de las iglesias y de los ministros, es examinar las obras que hacen por
amor de Dios, y los frutos que producen.
¿Queremos saber si una iglesia es pura y merecedora de confianza? ¿Queremos
saber si un ministro tiene verdadera vocación, y es ortodoxo en la fe? Apliquemos aquella antigua escuadra que se llama la
Escritura: "Por sus frutos los conoceréis." Como
Cristo fue conocido por sus obras y por su
doctrina, así mismo deben serlo las iglesias fieles, y los fieles
ministros de Cristo. Cuando los que atan muertos en pecado no son resucitados,
y los ciegos no reciben la vista, y a
los pobres no se les anuncia el Evangelio, habrá, por lo general, razón para
sospechar la falta de la presencia de Jesús, donde Él esté, será visto y oído. Donde Él esté, habrá no
solamente profesión, ritos, ceremonias, y otras demostraciones religiosas de
esa clase, sino también progreso real y
visible en el corazón y en la vida del creyente.
Cuando ya se habían ido los mensajeros de
Juan, Jesús le dedicó el mayor elogio imaginable. Las multitudes habían salido
al desierto para ver y oír a Juan, que no era precisamente una caña que se
meciera al viento. Eso podía querer decir una de dos cosas:
(a) Nada era más corriente a orillas del
Jordán que un junco que se doblara por la fuerza del viento. Era una frase
proverbial que indicaba las cosas normales. Puede querer decir que la gente no
fue al desierto para ver algo vulgar y corriente.
(b) Puede querer decir algo vacilante. Juan no
era un hombre que se plegara ante las circunstancias o los poderosos de este
mundo como un junco, sino inamovible como un árbol recio y fuerte.
Tampoco habían salido al desierto a ver a un
tipo delicado y vestido de seda como los cortesanos de los palacios.
Entonces, ¿Qué era lo que salieron a ver?
(a) El primer lugar, Jesús hace el más grande elogio de Juan. Los judíos esperaban que
apareciera un gran profeta del pasado, Elías, para preparar el camino y
anunciar la llegada del Rey ungido de Dios (Mal_4:5
He aquí, yo os envío el profeta Elías, antes que
venga el día de Jehová, grande y terrible.). Juan fue ese heraldo del
Altísimo. Jesús le coloca por encima de todas las grandes figuras de la
historia de Israel y del mundo, entre los que se encuentran hombres como
Abraham y Moisés, que los judíos consideraban insuperables y aun incomparables.
(b) En segundo lugar, Jesús reconoce
claramente las limitaciones de Juan al decir que el más pequeñito en el Reino
de Dios es mayor que él. ¿Por qué? Algunos han dicho que porque Juan dudó en su
fe, aunque fuera sólo por un momento. Pero no es por eso, sino porque Juan
estaba antes de la línea divisoria de la Historia. Desde que Juan hizo su
proclamación, Jesús había venido; la eternidad había invadido el tiempo, y el
Cielo la Tierra; Dios había venido en la persona de su Hijo, y la vida ya no
podía ser la misma. Ponemos la fecha de todo lo que ha sucedido diciendo antes
de Cristo (a C.) o después de Cristo (d C.). Jesús es el que divide la
Historia. Por tanto, a todos los que vivimos después de su venida y le
recibimos se nos ha concedido una bendición mayor que a los que vivieron antes.
La entrada de Jesús en el mundo divide en dos el tiempo y toda la vida. Si
alguno está en Cristo, es una nueva creación
Por último debemos observar en estos
versículos la solemne admonición que nuestro Señor hizo a los discípulos de
Juan. El conocía el peligro en que se
hallaban. Sabía que a causa de su exterior humilde estaban inclinados a
dudar que El fuese el Mesías. No descubrían indicios algunos de que fuera rey:
nada de riquezas, nada de aparato real,
nada de guardias, nada de cortesanos, nada de coronas. Veían solamente a un
hombre, que al parecer era tan pobre como
cualquiera de ellos, acompañado de unos pocos pescadores y publícanos.
Su orgullo rechazaba con indignación la idea de que semejante persona fuese
el Cristo. "¡Es increíble!"
"¡Debe de haber alguna equivocación!" Pensamientos como estos, con
toda probabilidad, cruzaban su mente. Nuestro Señor leyó sus corazones, y los despidió con una advertencia
significativa. "Bienaventurado es," les dijo, "el que no fuere
escandalizado en mí...
Esta admonición es tan necesaria ahora como lo
fue entonces.
Mientras que dure el mundo, Cristo y Su Evangelio serán "piedra de
escándalo " para muchos.
Oír que
nosotros todos estamos perdidos y somos culpables pecadores, y que no podemos
salvarnos sin el auxilio divino; oír que no debemos cifrar esperanzas en nuestra propia rectitud sino
más bien confiar en Aquel que fue crucificado entre los ladrones; oír que
tenemos que contentarnos con entrar en
el cielo al lado de los publícanos y de las rameras; y oír, en fin, que
nuestra salvación es toda de gracia y gratuita-- esto, decimos, repugna siempre
al hombre carnal. No puede agradar a
nuestros corazones orgullosos. Tiene que disgustarnos.
Que se grabe profundamente en nuestras
memorias la admonición contenida en estos versículos. Estemos alerta para no
tropezar. Guardémonos de "ser
escandalizados" por las humildes doctrinas del Evangelio, o por la
vida santa que prescribe a los que lo reciben. El orgullo secreto es uno de los
peores enemigos del hombre; ha sido y
será cansa de la ruina de millares de almas. Millares habrá en el último día a
quienes se ha ofrecido la salvación, pero que la han rehusado por no haberles gustado las
condiciones. No quisieron condescender á "entrar por la puerta angosta...
No quisieron venir humildemente como pecadores
al trono de la gracia. En una palabra "se escandalizaron." Y entonces
revelará el profundo sentido de las
palabras de nuestro Señor: "Y bienaventurado es el que no fuere
escandalizado en mí...
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