Capítulo 8; 16-18
16
Nadie que enciende una luz la cubre con una vasija, ni la pone debajo de
la cama, sino que la pone en un candelero para que los que entran vean la luz.
17
Porque nada hay oculto, que no haya de ser manifestado; ni escondido,
que no haya de ser conocido, y de salir a luz.
18
Mirad, pues, cómo oís; porque a todo el que tiene, se le dará; y a todo
el que no tiene, aun lo que piensa tener se le quitará.
Estos versículos no son otra cosa que una aplicación práctica de la célebre
parábola del sembrador. Su objeto es grabar bien en nuestra mente la
lección importante que contiene esa
parábola Merecen, por lo tanto, la
atención especial de todos los oyentes sinceros del Evangelio de Cristo.
Aprendemos primeramente en estos versículos
que debemos hacer uso activo de los conocimientos que poseamos en cosas
espirituales. Nuestro Señor nos dice que
esos son semejantes a una lámpara encendida, que es totalmente inútil, cuando
está cubierta con una vasija, o puesta debajo de la cama, y que solo es útil cuando se la pone sobre el candelero,
y se la coloca donde puede servir al hombre.
Cuando leamos estas palabras pensemos primero
en nuestra propia conducta. El Evangelio es por naturaleza algo que se ha de
ver. Es fácil encontrar razones prudentes para no hacer ostentación de nuestra
fe ante los demás. Casi todo el mundo tiene un miedo instintivo a ser
diferente; y el mundo siempre acaba persiguiendo a los que no se someten a sus
principios.
Cierto escritor nos cuenta lo que le pasaba
con las gallinas: en un gallinero, cuando todas las gallinas eran iguales menos
una, a ésa le hacían la vida imposible y la picoteaban hasta acabar con ella.
Hasta en el reino animal es un crimen ser diferente de los demás.
Pero, aunque nos resulte difícil, se nos
impone la obligación de no avergonzarnos de confesar cuyos somos y a quién
servimos; y, si lo miramos como es debido, lo consideraremos no un deber sino
un privilegio. El Evangelio que poseemos no nos ha sido dado solamente para que
lo admiremos, para que hablemos acerca
de él, y profesemos creerlo, sino también para
que lo practiquemos. El Cristianismo es un "talento" confiado
a nuestro cuidado, y que acarrea gran
responsabilidad. Nosotros no estamos en tinieblas como los paganos. Una luz
gloriosa ha sido colocada a nuestra vista. El cristiano, aunque sea de posición
humilde, nunca debe avergonzarse de su bandera.
Cuidemos de no cerrar los ojos ante sus rayos.
Marchemos mientras tenemos la luz. Juan_12:35 Entonces Jesús
les dijo: Aún por un poco está la luz entre vosotros; andad entre tanto que
tenéis luz, para que no os sorprendan las tinieblas; porque el que anda en
tinieblas, no sabe a dónde va.
Hay tres clases de personas a las que tratamos
de ocultarles algo.
(a) Algunas veces tratamos de ocultarnos cosas
a nosotros mismos: cerramos los ojos a las consecuencias de ciertas acciones y
hábitos, aunque las conocemos de sobra. Es como cerrar los ojos a los síntomas
de una enfermedad que sabemos que tenemos. Es una estupidez increíble.
(b) Algunas veces tratamos de ocultarles las
cosas a los demás; pero se las agencian para salir a la luz. Una persona con un
secreto no puede ser feliz. La persona feliz es la que no tiene nada que
ocultar. Se dice que cierto arquitecto se ofreció a hacerle una casa a Platón
en la que todas las habitaciones estarían ocultas a la mirada de la gente. «Te
daré el doble del dinero -le dijo Platón- si me haces una casa cuyas
habitaciones se puedan ver desde todas partes.» ¡Feliz el que vive así!
(c) Algunas veces tratamos de ocultarle las
cosas a Dios, como si esto fuera posible. No hay pretensión más imposible.
Haremos bien en tener siempre presente el texto que dice: «Tú eres un Dios que
ve» (Genesis_16:13 Entonces
llamó el nombre de Jehová que con ella hablaba: Tú eres Dios que ve; porque dijo:
¿No he visto también aquí al que me ve?).
Pero no pensemos solamente en nosotros.
Pensemos también en los demás. Existen en el mundo millones de personas que
carecen absolutamente de luz espiritual. Viven
sin Dios, sin Cristo, y sin esperanza. Efesios
2:12 En aquel tiempo estabais sin Cristo,
alejados de la ciudadanía de Israel y ajenos a los pactos de la promesa, sin
esperanza y sin Dios en el mundo. ¿No
podemos hacer nada por ellos? Hay millares a nuestro derredor, en nuestro
propio país, que no se han convertido,
que están muertos en el pecado, sin ver ni saber nada de bueno. ¿No podemos
hacer nada por ellos? Preguntas son estas a las que todo verdadero cristiano debe dar respuesta satisfactoria.
Debemos esforzarnos en extender nuestra fe en Cristo por todas partes. No hay
peor egoísmo que el del hombre que se
contenta con ir solo al cielo. La caridad mejor entendida consisto en
hacer lo posible por que otros participen de los rayos todos de la luz de la fe
que poseamos, y en mantener nuestra
lámpara de tal modo que alumbre a todos los que están a nuestro derredor.
¡Feliz aquel que, tan luego como reciba luz del
cielo, empieza a pensar en otros, tanto como en sí mismo! Dios no
enciende ninguna lámpara para que arda solitaria.
Aprendemos, en segundo lugar, en estos
versículos, lo importante que es oír
bien. Las palabras de nuestro Señor Jesucristo deben de grabar
profundamente esta lección en nuestros
corazones. Él dijo: "Mirad pues como oís..
El
provecho que los hombres reciben de todos los medios de gracia depende
enteramente del modo como estos son empleados. La oración privada se halla
en el cimiento mismo de la fe cristiana; pero la mera repetición
rutinaria de un número determinado de palabras, cuando "el corazón está
muy distante," no hace bien a
ninguna alma. La lectura de la Biblia es esencial para obtener un correcto
conocimiento del Cristianismo; sin embargo, el mero hábito de leer tantos capítulos como una tarea obligatoria, sin el
deseo humilde de ser instruidos por Dios, no es otra cosa que pérdida de
tiempo. Y lo que sucede respecto de la
oración y de la lectura de la Biblia, puede aplicarse al acto de oír. No
basta que vayamos a la iglesia y oigamos sermones. Podemos hacerlo por espacio
de cincuenta años y no ser mejores sino
más bien peores que antes: "Mirad, como oís," dijo nuestro Señor.
¿Desea alguno saber cómo debe oírse? Tenga
presente tres reglas sencillas. En primer lugar debe oírse con fe, creyendo
implícitamente que cada palabra de Dios
es verdadera, y que "no pasará." Porque
también a nosotros se nos ha anunciado la buena nueva como a ellos; pero no les
aprovechó el oír la palabra, por no ir acompañada de fe en los que la oyeron.." Hebeos_4:2.
También debemos
oír con reverencia, teniendo
presente constantemente que Biblia es el libro de Dios. Esto fue lo que
hicieron los Tesalonicenses; recibieron
el mensaje de Pablo, " Por lo cual también nosotros sin cesar damos gracias a Dios, de que
cuando recibisteis la palabra de Dios que oísteis de nosotros, la recibisteis
no como palabra de hombres, sino según es en verdad, la palabra de Dios, la
cual actúa en vosotros los creyentes.." 1Tesalonicenses_2:13.
Sobre
todo, debemos oír con devoción,
orando
humildemente por la bendición de Dios antes y después de que se predique
el sermón. La falta de la mayor parte de los oyentes consiste en que no
piden bendición alguna, y por lo tanto
no obtienen ninguna. El sermón pasa por su mente a la manera que el agua
pasa por un cedazo, sin dejar nada adentro.
Traigamos a la memoria estas reglas todos los domingos
por la mañana, antes de que vayamos a oír predicar la palabra de Dios. No
corramos a la presencia de Dios,
descuidada y atolondradamente, como si no nos importara lo que hiciéramos.
Entremos en la iglesia con fe, reverencia y devoción. Solo así podremos oír con provecho, y volver a nuestro
hogar con agradecimiento.
El
versículo 18 expone la ley universal de que el que tiene recibirá más, y el que
no tiene, perderá lo que tiene. Si uno está físicamente bien, y se mantiene
bien, tendrá el cuerpo dispuesto para nuevos esfuerzos; si se descuida, perderá
la capacidad que tenía. Cuanto más estudiamos, más podemos aprender; pero, si
nos negamos a estudiar, perderemos lo que sabíamos. Esto es tanto como decir
que no nos podemos plantar en la vida. Cuando no vamos para adelante, vamos
para atrás. El que busca, siempre encontrará más; pero el que deja de buscar,
acabará por perder hasta lo que tiene.
Poner por obra la Palabra de Dios nos ayuda a
crecer. Este es un principio físico, mental y espiritual de la vida. Por
ejemplo, cuando un músculo se ejercita, crece fuerte; pero uno que no se
ejercita crece débil y flácido. Si usted no crece, será débil. Es imposible
permanecer así por mucho tiempo. ¿Qué hace con lo que Dios le ha dado?
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