} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: EVANGELIO DE JESUCRISTO SEGÚN SAN LUCAS Capítulo 9; 28-36

sábado, 8 de enero de 2022

EVANGELIO DE JESUCRISTO SEGÚN SAN LUCAS Capítulo 9; 28-36

Capítulo 9; 28-36

  9:28  Aconteció como ocho días después de estas palabras, que tomó a Pedro, a Juan y a Jacobo, y subió al monte a orar.

9:29  Y entre tanto que oraba, la apariencia de su rostro se hizo otra, y su vestido blanco y resplandeciente.

9:30  Y he aquí dos varones que hablaban con él, los cuales eran Moisés y Elías;

9:31  quienes aparecieron rodeados de gloria, y hablaban de su partida, que iba Jesús a cumplir en Jerusalén.

9:32  Y Pedro y los que estaban con él estaban rendidos de sueño; mas permaneciendo despiertos, vieron la gloria de Jesús, y a los dos varones que estaban con él.

9:33  Y sucedió que apartándose ellos de él, Pedro dijo a Jesús: Maestro, bueno es para nosotros que estemos aquí; y hagamos tres enramadas, una para ti, una para Moisés, y una para Elías; no sabiendo lo que decía.

9:34  Mientras él decía esto, vino una nube que los cubrió; y tuvieron temor al entrar en la nube.

9:35  Y vino una voz desde la nube, que decía: Este es mi Hijo amado; a él oíd.

9:36  Y cuando cesó la voz, Jesús fue hallado solo; y ellos callaron, y por aquellos días no dijeron nada a nadie de lo que habían visto.       

            

 

           Aquí tenemos otro de los momentos decisivos de la vida de Jesús en la Tierra. Debemos recordar que estaba a punto de ponerse en camino hacia Jerusalén y hacia la cruz. Ya hemos estudiado otro momento decisivo, cuando les preguntó a sus discípulos Quién creían que era Él, a fin de saber si alguien había descubierto su verdadera identidad. Pero había algo que Jesús no haría jamás: no daría ni un paso sin la aprobación de Dios.  El suceso descrito en estos versículos, comúnmente llamado "la transfiguración " es uno de los más notables en la historia de la vida terrenal de nuestro  Señor Jesús. Es uno de aquellos pasajes qua debemos leer siempre con peculiar gratitud; descorre parte del velo que está extendido sobre el otro mundo, y aclara  algunas verdades muy profundas de nuestra fe.

En primer lugar, este pasaje nos descubre algo de la gloria que acompañará a Cristo cuando venga al mundo por segunda vez. Nos dice que "la apariencia de  su rostro cambió, y su vestido se puso blanco y resplandeciente," y que los discípulos que estaban con él "vieron su gloria..

No tenemos por qué dudar que en esta visión maravillosa se tuviera por objeto animar y fortalecer a los discípulos de nuestro Señor. Acababan de oír hablar  de la cruz y la pasión, y de la abnegación, y los padecimientos a que debían someterse si querían salvarse; esta vez fueron alentados con la vislumbre de la  "gloria que se seguirían'' y de la recompensa que recibirían algún día todos los siervos fieles a su Maestro. Habían entrevisto la hora de la humillación de su  Maestro; esta vez contemplaron por unos pocos minutos una manifestación de su poder futuro.

Animémonos con el pensamiento de que hay bienes en gran abundancia reservados para todos los verdaderos cristianos, que recompensarán ampliamente las  aflicciones de esta vida. Ahora es tiempo de llevar la cruz y de participar de la humillación de nuestro Salvador. La corona, el reino, la gloria, están aún por  venir. Cristo y su pueblo se hallan ahora, como David en la cueva de Odollan, menospreciados y desdeñados del mundo. No rodea ni el esplendor ni la  opulencia. Mas ya se acerca de la hora, y pronto ha de llegar, en que Cristo se posesione de su gran poder y reino, y ponga a todos sus enemigos debajo de  sus pies. Y entonces la gloria que fue vista primero unos pocos minutos por tres testigos, en el Monte de la Transfiguración, será vista por todo el mundo, y  nunca jamás se ocultará.

En segundo lugar, este pasaje nos enseña que todos los verdaderos creyentes que han partido de este mundo están en salvo. Se nos dice que cuando nuestro  Señor apareció en gloria, Moisés y Elías fueron vistos con Él de pié y hablando. Moisés había muerto hacia cerca de mil quinientos años; Elías había sido  arrebatado de la tierra por un torbellino hacía más de novecientos años; empero estos santos varones fueron vistos vivos en el Monte de la Transfiguración,  ¡y no solamente vivos sino en gloria! Consolémonos con el pensamiento glorioso, de que hay una resurrección y una vida venidera. Todo no se acaba  cuando exhalamos el último suspiro. Está otro mundo más allá de la sepultura. Y, sobre todo, consolémonos con saber que entre tanto que llega el día, y  empieza la resurrección, el pueblo de Dios está con Cristo exento de todo peligro. Sin duda, su estado actual es para nosotros un profundo misterio. ¿En  dónde queda el lugar de su residencia? ¿Qué conocimiento tiene de las cosas de la tierra? Estas son preguntas que no podemos responder. Pero bástenos  saber que Jesús cuida de él, y lo traerá consigo el último día. Él puso a Moisés y a Elías a vista de sus discípulos en el Monte de la Transfiguración, y  expondrá a la nuestra a todos los que han muerto en la fe, cuando venga la Segunda vez. Nuestros hermanos en Cristo están bien cuidados. No los hemos  perdido; nos han precedido.

En tercer lugar, este pasaje nos enseña que los santos del Antiguo Testamento, que están en la gloria, toman intenso interés en la muerte expiatoria de Cristo.

Cuando Moisés y Elías se aparecieron en gloria a nuestro Señor en el Monte de la Transfiguración, hablaron con El; y ¿cuál era el asunto de su  conversación? No tenemos que formar conjeturas o hacer suposiciones acerca de esto. S. Lucas nos dice "que hablaron de su salida, la cual había de cumplir  en Jerusalén." Ellos sabían el objeto de esa muerte, y preveían sus resultados; por eso "hablaban" acerca de ella.

Es error grave suponer que los santos del Antiguo Testamento no sabían nada tocante al sacrificio que Cristo iba a consumar por el pecado del mundo. Sus  conocimientos, indudablemente, no eran tan claros como los nuestros. Ellos veían muy remota e indistintamente las cosas que nosotros vemos como si  estuviesen a la mano. Pero no hay la prueba más ligera de que algún santo del Antiguo Testamento confiara jamás en otra satisfacción por el pecado, sino en  la que Dios prometió dar en la persona del Mesías.

 Desde Abel toda la serie ulterior de los antiguos creyentes tenían fe en un sacrificio prometido, y en una  sangre de poderosa eficacia que aún estaba por ser revelada. Desde el principio del mundo nunca ha habido sino un centro de esperanza y paz para los  pecadores: la muerte del poderoso Mediador entre Dios y el hombre. Esta es la verdad fundamental de toda la fe revelada. Fue el asunto de que hablaron  Moisés y Elías cuando se les vio aparecer en gloria.

Cuidemos de que esta muerte de Cristo sea la base de toda nuestra confianza. Ninguna otra cosa puede darnos consuelo en la hora de la muerte y en el día  del juicio. Todas nuestras obras son defectuosas e imperfectas. Nuestros pecados son más numerosos que los cabellos de nuestra cabeza. La  muerte que sufrió Cristo por nuestros pecados, y su resurrección para nuestra justificación, deben ser nuestra única defensa, si deseamos salvarnos. ¡Feliz el  que ha aprendido a no confiar en sus obras, y a, no gloriarse en ninguna otra cosa que en la cruz de Cristo! Si los santos que están en la gloria creen de tal  importancia la muerte de Cristo, que necesariamente han de hablar de ella, ¡cuanto más obligados a hacerlo no están los pecadores en la tierra!

Finalmente, el pasaje nos enseña la inmensa superioridad de Jesucristo respecto de todos los demás maestros que Dios ha dado al hombre. Se nos dice que cuando  Pedro, "no sabiendo lo que se decía," propuso hacer tres pabellones en el monte, uno para Jesús, otro para Moisés, y otro para Elías, como si los tres  merecieran igual honor, la propuesta fue censurada al instante de un modo muy notable: Vino una voz de la nube, que decía: "Este es mi Hijo amado, a él  oíd" Esta voz fue la voz de Dios el Padre, expresando tanto censura, como instrucción. Esta voz proclamaba a los oídos de Pedro, que sin embargo de lo  grande que fueran Moisés y Elías, tenía delante un Ser mucho más grande que ellos. Ellos eran meras criaturas: Él era el Hijo del Rey. Ellos no eran  sino estrellas, Él era el Sol. Ellos no eran sino testigos: Él era la Verdad. Que resuenen siempre en nuestros oídos esas solemnes palabras Padre, y sean, por  decirlo así, la nota fundamental de nuestra fe.

Honremos a los ministros por amor a su Maestro: sigámoslos mientras siguen a Cristo; pero que nuestro  cuidado principal sea oír la voz de Cristo, y seguirle a donde quiera que vaya. Hablen algunos, si quieren, de la voz de la iglesia. Conténtense otros con decir,  "Yo oigo a este predicador, o a ese pastor." Nunca estemos satisfechos, a menos que el Espíritu afirme en nuestro interior, que oímos al mismo Cristo, y que  ellos son Sus discípulos.

 

Hay aquí una frase que me llama la atención. Dice que los apóstoles, « Y Pedro y los que estaban con él estaban rendidos de sueño; mas permaneciendo despiertos, vieron la gloria de Jesús

(i) En la vida nos perdemos muchas cosas porque tenemos la mente dormida. Hay ciertas cosas que nos mantienen espiritualmente dormidos.

(a) Están los prejuicios. Tenemos las ideas tan fijas que nuestra mente está cerrada. Nuevas ideas llaman a la puerta, pero estamos tan dormidos que no las dejamos entrar.

(b) Existe el letargo mental. Hay muchos que se resisten a la fatigosa lucha del pensamiento. "No vale la pena vivir -decía Platón- una vida sin examen de conciencia.» ¿Cuántas veces nosotros pensamos las cosas realmente y a fondo?

(c) Está el amor a la tranquilidad. Tenemos una especie de mecanismo de defensa que nos hace cerrar la puerta a todo pensamiento inquietante.

Uno puede drogarse mentalmente hasta el punto de quedarse mentalmente dormido.

(ii) Pero hay innumerables cosas en la vida capaces de despertarnos.

(a) Está el dolor. Una vez dijo Elgar de una joven cantante, que era técnicamente perfecta, pero sin sentimiento ni expresión: «Será estupenda cuando algo le rompa el corazón.» A menudo el dolor nos despierta con rudeza; y en ese momento, a través de las lágrimas, vemos la gloria.

(b) Está el amor. El poeta Browning escribe de dos personas que se enamoraron. Ella le miró a él, y él a ella, " y de pronto despertaron a la vida.» El amor verdadero es un despertar a un horizonte que ni siquiera sospechábamos que existía.

(c) Está el sentimiento de necesidad. Uno puede vivir medio dormido por cierto tiempo la rutina de la vida; pero, de pronto, le asalta un problema totalmente insoluble, alguna pregunta incontestable, alguna tentación arrolladora, algún desafío que exige un esfuerzo por encima de nuestras fuerzas; y en ese momento no nos queda más remedio que clamar al Cielo. Ese sentimiento de necesidad nos despierta a Dios.

Haremos bien en pedir: " Señor, mantenme siempre despierto a Ti.»

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