Ezequiel 33:11-12:
11 Diles: Vivo yo, dice Jehová el
Señor, que no quiero la muerte del impío, sino que se vuelva el impío de su
camino, y que viva. Volveos, volveos de vuestros malos caminos; ¿por qué
moriréis, oh casa de Israel?
12 Y
tú, hijo de hombre, dí a los hijos de tu pueblo: La justicia del justo no lo
librará el día que se rebelare; y la impiedad del impío no le será estorbo el
día que se volviere de su impiedad; y el justo no podrá vivir por su justicia
el día que pecare.
Estimado lector, piense por un momento: si alguien fuera a negarle ayuda
cuando usted estuviera sin ropa o sin comida, o si fuera a tratarle mal en
alguna otra manera, usted diría que le trató sin misericordia. Sin embargo, al
desperdiciar deliberadamente su propio cuerpo y alma, usted está siendo mil
veces más inmisericorde consigo mismo. Lo que es más, usted quiere que Dios le
permita escupir al rostro de su Hijo, tapar sus oídos a la voz del Espíritu
Santo, tratar al pecado como si fuera una broma y burlarse de la santidad, y
entonces que le salve, aun cuando usted rehúsa su oferta de perdón, y como no
lo hace así, entonces usted se atreve a decir que ¡No es un Dios de amor! Si
usted fuera tan cuidadoso en evitar el pecado y sus consecuencias, como lo es
en buscar pretextos para justificar su comportamiento e inculpar a Dios,
entonces emplearía mejor su tiempo. Es
espantoso pensar que los hombres tienen una opinión tan alta de sí mismos, que
para poder disculparse, están dispuestos aún a inculpar a Dios. Esto es
precisamente lo que sucedió cuando Adán comió el fruto prohibido en el jardín
de Edén. Dijo a Dios: “Y el hombre respondió: La mujer
que me diste por compañera me dio del árbol, y yo comí.” (Génesis 3:12), insinuando indirectamente que Dios
era culpable. En una forma semejante, hoy en día los hombres dicen a Dios: ‘Fue
el entendimiento que tú me diste, el que no fue capaz de discernir la verdad;
fue la voluntad que me diste, la que escogió mal; fuiste tú quien permitió que
yo fuese tentado; fuiste tú quien pusiste todas estas cosas pecaminosas en mi
camino.” Este tipo de pensamiento perverso es característico del pecador,
porque instintivamente conoce que Dios es la causa de todo lo que es bueno,
concluye equivocadamente que también es la causa de todo lo que es malo.
Ahora, permítame
tratar con dos objeciones que frecuentemente levantan las personas sobre este
asunto:
Primero, hay
aquellos que dicen: ‘Seguramente nosotros no podemos convertirnos a nosotros mismos, hasta
que Dios nos convierta.” Sin duda la Escritura enseña: “Así que no depende del que quiere, ni del que corre, sino de
Dios que tiene misericordia.” (Romanos 9:16)
Claro que sí, pero si un hombre ha de ser salvo, deberá tener tanto el deseo,
como la voluntad de serlo. Dios promete la salvación solamente a aquellos que
la desean y la buscan. Por otra parte, es
la misericordia divina que produce tanto el deseo como la voluntad. Esto no
significa que cuando un hombre está dispuesto y se esfuerza para ser salvo, que
su disposición y esfuerzo merezcan una recompensa; sino significa que el
rechazo deliberado del pecador de la misericordia divina, resulta en que nunca
podrá ser salvo. La incapacidad más
grande del pecador es su voluntad obstinada, la cual hace que su pecado sea aún
mayor. Podría volverse si quisiera hacerlo, pero su voluntad es tan corrupta que sólo la gracia soberana de Dios la
puede cambiar. Entonces, el pecador tiene tanto más razón para pedir la
gracia de Dios y ceder ante ella. No tiene razón alguna para descuidarla u
oponerse a ella. Entonces, cuando el pecador haya hecho todo lo que puede,
entonces podrá inculpar a Dios.
Segundo, hay aquellos que preguntan: Pero, ¿En dónde
entra en juego el libre albedrío? Los argumentos acerca del libre albedrío,
no son algo que los pecadores puedan entender y por lo tanto voy a limitar la
respuesta a un sólo punto. Hablar de que el hombre tiene libre albedrío, no es
exactamente correcto. El albedrío del hombre es ‘libre’ en el sentido de que es
su facultad de autodeterminación. No obstante, no es estrictamente ‘libre’
porque por naturaleza está fatalmente inclinado hacia lo malo. La voluntad del hombre es esclava de su
naturaleza pecaminosa, y por lo tanto no es neutral o imparcial. Por
ejemplo, si alguien maliciosamente fuera a herirle, o robarle sus propiedades,
o matar a alguno de sus hijos, ¿Le perdonaría usted, si la persona dijera; ‘no
tengo libre albedrío, mi naturaleza pecaminosa es culpable?’ Si así fuera el
caso, entonces cada criminal podría poner el mismo pretexto y esperar ser
absuelto. Pero no sería un pretexto suficiente en ninguno de los casos, y
tampoco es un pretexto para usted decir; ‘no tengo una voluntad libre de la
esclavitud del pecado.’ ¡Qué tentador tan sutil es el diablo! ¡Cuán engañoso es
el pecado! ¡Cuán necio y corrupto es el hombre! El diablo ha de ser muy sutil
para poder persuadir a los hombres a que caminen derechito hacia el fuego
eterno, después de haber recibido tantas advertencias. El pecado es ciertamente
muy engañoso puesto que puede convencer a millones de que pierdan la vida eterna
a cambio de algo tan vil. Y el hombre ciertamente tiene que ser corrupto y
necio, puesto que puede ser tan fácilmente robado de algo tan valioso, por amor
de algo que no vale nada. Parecería imposible que alguien fuera tan estúpido
como para arrojarse al fuego, y no obstante los pecadores están felices de
arrojarse al infierno. Si fuera posible que usted no muriera hasta que usted
mismo decidiera terminar su vida, ¿Cuánto tiempo escogería vivir? No obstante,
cuando bajo la gracia de Dios, la vida eterna está en sus manos, en el sentido
de que le puede pertenecer, a condición de que usted la quiera y no la
desperdicie, entonces ¡cuán necio es desperdiciarla! Aún más, los pecadores son tan inclinados hacia
el mal, que no solo se destruyen a sí mismos, sino que no vacilan en arrastrar
a otros.
Todo
esto nos dice que el hombre mismo es su peor enemigo, y la
peor cosa que puede pasarle en esta vida es que sea dejado a sí mismo. Su
queja principal debería ser en contra de sí mismo. Su obra más grande debería
ser la de resistir a su propia naturaleza pecaminosa. Su mayor preocupación
debería ser orar y luchar contra su ceguera, su corrupción, la perversión y la
impiedad que brotan de su propio corazón pecaminoso. La cosa más grande que la gracia de Dios puede
hacer es, salvarnos de nosotros mismos. Siendo así el caso, le pido que
juzgue según las evidencias. Si lo hace, seguramente será conducido a la
conclusión de que usted es culpable ante Dios, culpable de su propia destrucción.
En seguida daré algunos argumentos los cuales espero que le convenzan, le
humillen y le ayuden a tomar el curso correcto de acción.
1.
Usted no tiene razón alguna para creer que Dios es cruel o para inculparle por su propia destrucción,
porque la Biblia enseña claramente que esto no está de acuerdo con la
naturaleza divina: “17
Justo es Jehová en todos sus caminos, Y misericordioso en todas sus
obras. 18 Cercano está Jehová a todos
los que le invocan, A todos los que le invocan de veras. 19 Cumplirá el deseo de los que le temen; Oirá
asimismo el clamor de ellos, y los salvará. 20
Jehová guarda a todos los que le aman, Mas destruirá a todos los impíos.
(Salmo
145:17-20) Por otra parte, sabemos que el entendimiento del hombre es
entenebrecido, su voluntad corrupta y sus afectos están contaminados. Por lo
tanto, está muy bien capacitado para destruirse a sí mismo. Si usted fuera a
encontrar una oveja muerta y junto a ella un cordero y un lobo, ¿De cuál de
ellos sospecharía como el asesino? Si un asesinato fuese cometido, ¿sospecharía
usted de alguien conocido por su integridad o de un conocido asesino
profesional? Y la Biblia dice: “Cuando alguno es
tentado, no diga que es tentado de parte de Dios; porque Dios no puede ser
tentado por el mal, ni él tienta a nadie; 14
sino que cada uno es tentado, cuando de su propia concupiscencia es
atraído y seducido. 15 Entonces la
concupiscencia, después que ha concebido, da a luz el pecado; y el pecado,
siendo consumado, da a luz la muerte (Santiago.1:13-15)
El pecado es el resultado de la
pecaminosidad humana, y no hay ninguna manera en que pueda ser culpa de Dios.
El hombre es como una araña venenosa que se enreda en su propia telaraña y se
mata a sí mismo.
2. Usted puede ver que es culpable de su
propia destrucción al fijarse cuán dispuesto está a ceder ante la tentación.
Usted está tan dispuesto a ceder como el diablo a tentarlo. Si él le tienta a
pensamientos, palabras o actos pecaminosos, usted está listo a ceder. Si él le
quiere obstaculizar de los pensamientos santos, de las buenas resoluciones, de
palabras puras o de buenas acciones, no necesita animarlo, porque usted está
dispuesto a darle la bienvenida con cualquier cosa que sugiera. Usted casi
nunca está preparado para resistirle, pelear con él o apagar las chispas de
pecado que él trata de encender.
3. Su culpa puede verse en la manera en que
usted resiste todos los intentos para salvarle. Dios le
encamina hacia su Palabra y usted la resiste. El Espíritu Santo le habla y
usted tapa sus oídos. Un
amigo cristiano le regaña por su pecado y usted se enoja. Su amigo trata de
invitarle a la iglesia y usted le da algún pretexto o le dice que no necesita
eso. Si alguien trata de introducirle en una conversación seria acerca de su
condición espiritual, usted busca alguna manera para evadir el tema. Usted
es tan sabio ante sus ojos que no escuchará a nadie que trate de convencerle de
las verdades bíblicas.
4.
Usted puede ver que es culpable por la manera en que se opone a la verdad
acerca de Dios. Usted
piensa que la sabiduría divina es injusta y que su justicia es cruel. Usted
piensa que Dios trata con el pecado tan ligeramente como usted lo hace. Se
imagina que sus advertencias son falsas, y usted está preparado para presumir
de su bondad y para continuar en el pecado con la esperanza de que, Dios encuentre
alguna manera para no castigarle.
5. Usted se destruye a sí mismo imaginando
en forma vaga que, puesto que Cristo murió por los pecadores y usted es un
pecador, entonces le salvará. Se imagina que aunque usted rehusé confiar en
Él cómo Salvador y someterse a Él como su Señor, que en alguna manera será
salvo de todos modos por la obra de Cristo. Pero éste no es el caso. La Biblia deja claro que
aquellos cuyas vidas no han sido cambiadas, nunca han sido convertidos y que
sólo aquellos que confían en Cristo son transformados. Nos habla de “guardando la esperanza bienaventurada y la manifestación
gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo, 14 quien se dio a sí mismo por nosotros para
redimirnos de toda iniquidad y purificar
para sí un pueblo propio, celoso de buenas obras.” (Tito 2:13-14)
6. Su culpa puede verse por la manera en que
usted hace mal uso de los tratos de Dios para con usted. Quizás usted sea uno de esos que dicen
que, si Dios predestina a algunas personas a la salvación, y si usted no es uno
de los predestinados, que usted no es culpable de su propia perdición, y que
esto le justifica para vivir una vida impía. Quizás usted haya sido
afligido en alguna manera y usted culpa a Dios de ello. Por otra parte, si
usted es prosperado, le conduce a olvidarse de Dios y a no hacer caso de los
asuntos eternos. Y al ver que sus amigos impíos también son prosperados, eso le
conduce a concluir que no tiene ningún caso ser creyente. ¿Quién tiene la culpa
de todo esto?
7.
Usted da por sentado la bondad de Dios para consigo, y usa las bendiciones que
le concede como instrumentos de desobediencia. Usted come y bebe para satisfacer sus propios
apetitos, y no para tener fuerzas para servir a su Hacedor. La ropa que usted
lleva puesta solo sirve para incrementar su orgullo; la prosperidad desvía su
atención de las cosas celestiales; si los hombres le alaban eso le envanece; si
usted tiene salud y fuerza, se olvida de que esta vida es muy corta; si otros
hombres tienen éxito, usted les envidia y codicia lo que tienen; aún la belleza
se convierte en un objeto de su codicia.
8.
Hasta los dones y las capacidades que Dios le ha dado le conducen a pecar. Si usted es muy dotado, se vuelve muy
orgulloso y engreído; si es menos dotado se queja. Si usted tiene algún
elemento religioso en su vida, aún este es corrupto; sus oraciones no sirven
porque no le conducen a “Pero el fundamento de Dios
está firme, teniendo este sello: Conoce el Señor a los que son suyos; y:
Apártese de iniquidad todo aquel que invoca el nombre de Cristo.” (2 Timoteo 2:19); puede ser que usted lea la Biblia
de vez en cuando, pero puesto que “El que aparta su
oído para no oír la ley, Su oración también es abominable.”. (Proverbios 28:9) Escuche lo que Dios le dice: “Cuando fueres a la casa de Dios, guarda tu pie; y acércate
más para oír que para ofrecer el sacrificio de los necios; porque no saben que
hacen mal..” (Eclesiastés 5:1)
9.
Usted aún convierte las acciones comunes de otras personas en oportunidades
para pecar: Si son piadosas
usted les odia; si son impíos usted les imita. Si la mayoría de sus amigos son
impíos, usted se siente bien en su compañía; y si solo conoce a algunos
creyentes, se siente bien menospreciándolos. Si un creyente parece ser
especialmente santo en su vida, usted piensa que es muy exagerado; y si un
creyente cae en pecado, usted se siente justificado para hacer lo mismo. Si un
creyente es descubierto como hipócrita, usted dice: “siempre sospeché que los
creyentes eran así”, y se imagina que usted es tan bueno como cualquiera de
ellos. Aún una pequeña falla en un creyente, es suficiente para que usted
encuentre justificación para pecar; un creyente se lastima un dedo, pero usted
está feliz al degollarse a sí mismo. Si hay un escándalo en la iglesia, usted
concluye que hay escándalos en todas las iglesias. Si alguien trata de
convencerle de que sus creencias son heréticas, usted se adhiere más a ellas.
Puesto que todos los creyentes no están de acuerdo en algunos puntos de
doctrina, usted rehúsa escuchar las doctrinas básicas, en las cuales todos los
creyentes están de acuerdo.
En estos y en otros puntos que veremos en el
próximo estudio, no es difícil llegar a la conclusión de que los pecadores se
están destruyendo a sí mismos.
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