} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: EVANGELIO DE JESUCRISTO SEGÚN SAN LUCAS Capítulo 8; 40-48

martes, 4 de enero de 2022

EVANGELIO DE JESUCRISTO SEGÚN SAN LUCAS Capítulo 8; 40-48

 

Capítulo 8; 40-48

 40  Cuando volvió Jesús, le recibió la multitud con gozo; porque todos le esperaban.

 41  Entonces vino un varón llamado Jairo, que era principal de la sinagoga, y postrándose a los pies de Jesús, le rogaba que entrase en su casa;

 42  porque tenía una hija única, como de doce años, que se estaba muriendo. Y mientras iba, la multitud le oprimía.

 43  Pero una mujer que padecía de flujo de sangre desde hacía doce años, y que había gastado en médicos todo cuanto tenía, y por ninguno había podido ser curada,

 44  se le acercó por detrás y tocó el borde de su manto; y al instante se detuvo el flujo de su sangre.

 45  Entonces Jesús dijo: ¿Quién es el que me ha tocado? Y negando todos, dijo Pedro y los que con él estaban: Maestro, la multitud te aprieta y oprime, y dices: ¿Quién es el que me ha tocado?

 46  Pero Jesús dijo: Alguien me ha tocado; porque yo he conocido que ha salido poder de mí.

 47  Entonces, cuando la mujer vio que no había quedado oculta, vino temblando, y postrándose a sus pies, le declaró delante de todo el pueblo por qué causa le había tocado, y cómo al instante había sido sanada.

 48  Y él le dijo: Hija, tu fe te ha salvado; ve en paz.                

                       

¡Cuánta miseria y aflicción ha traído el pecado al mundo! El pasaje que hemos acabado de leer nos suministra de esto una prueba melancólica. Vemos  primero a un angustiado padre en ansiedad penosa por una hija moribunda. Vemos después a una mujer padeciendo una enfermedad incurable que la había  afligido por espacio de doce años; ¡y estos son males que el pecado ha sembrado con mano pródiga sobre toda la tierra! Estos dos casos no son sino  muestras de lo que está pasando continuamente en todas partes. Mas Dios no creó al principio tales males: el hombre los trajo sobre sí con la caída. No  habrían existido aflicciones ni enfermedades entre los hijos de Adán, si no hubiera habido pecado.

La desgracia de la vida de pronto se vuelve alegría. Lucas sintió en lo más íntimo la tragedia de la muerte de esta niña. Había tres cosas que la hacían tan terrible.

(a) Era hija única. Sólo Lucas nos lo dice. Se había apagado la luz de la vida de sus padres.

(b) Tenía unos doce años de edad. Es decir, estaba en el albor de la feminidad, porque en el Este los chicos se desarrollan antes que en el Oeste. Algunas chicas hasta se casaban a esa edad. Lo que debía haber sido la mañana de la vida se había convertido en la noche.

(c) Jairo era el presidente de la sinagoga. Es decir, que era el responsable de la administración de la sinagoga y de mantener el culto público. Había llegado a lo más alto en la estimación de sus semejantes. Sin duda tenía una posición desahogada. Parecía como si la vida, como sucede a veces, le hubiera dado generosamente muchas cosas, pero ahora estuviera a punto de quitarle la más preciosa. Toda la desgracia de la vida estaba en el trasfondo de esta historia.

Ya habían venido las plañideras. A nosotros nos parece algo repulsivamente artificial pero el alquiler de estas mujeres era una señal ineludible respeto a la persona muerta. Estaban seguros de que estaba muerta. Pero Jesús dijo que estaba simplemente dormida. Fuera como fuera, la verdad es que Jesús le devolvió la vida.

Debemos fijarnos en un detalle muy práctico: Jesús dijo que le dieran algo de comer a la niña en seguida. ¿Estaría pensando tanto en la madre como en la hija? La madre, con el dolor de la pérdida y la repentina alegría de la recuperación, debía estar a punto del colapso. En momentos así, el hacer algo práctico con las manos puede salvar la vida. Y es posible que Jesús, con esa amable sabiduría que le permitía conocer la naturaleza humana tan bien, estuviera dándole a la madre agotada por la emoción algo que hacer para calmarle los nervios.

Pero con mucho el personaje más interesante de la historia es Jairo.

(i) No cabe duda de que era un hombre que podía tragarse el orgullo. Era presidente de la sinagoga. Para entonces, las puertas de la sinagoga se le estaban cerrando a Jesús a toda prisa, si es que no estaban ya del todo cerradas. Pero en su hora de necesidad, se tragó el orgullo y fue a pedir ayuda.

Cuando todo va bien pensamos que podemos solos con la vida. Pero para experimentar los milagros de la gracia de Dios tenemos que tragarnos el orgullo, y confesar humildemente nuestra necesidad, y pedir ayuda. «Pedid y recibiréis»; pero no se recibe nada si no se pide.

(ii) No cabe duda de que Jairo era un hombre de fe firme. Sintiera lo que sintiera, no aceptó sin más el veredicto de las plañideras. Esperaba contra toda esperanza. No cabe duda de que, en su corazón, algo le decía: «Nunca se sabe lo que puede hacer Jesús.» Ninguno de nosotros lo sabemos. En el día más negro podemos seguir confiando en los recursos inagotables y en la gracia y en el poder inagotable de Dios.

La mujer aquí descrita ofrece un tipo admirable de la condición de muchas almas. Se nos dice, que había estado afligida de una penosa enfermedad por el  espacio de doce años, y que había gastado en médicos todo lo que tenía sin que ninguno hubiese podido sanarla. He aquí, como en un espejo, el estado de  muchos pecadores, y tal vez de nosotros mismos.

En la mayor parte de las congregaciones hay hombres que han sentido intensamente sus pecados, y que se han afligido en sumo grado creyendo que no han  sido perdonados, y que no han estado preparados para morir. Han anhelado consuelo y tranquilidad de conciencia, pero no han sabido en donde hallarlos.

Han experimentado muchos remedios espurios, y en vez de hallar alivio se han empeorado. Han vagado de secta en secta, y de religión en religión, y se han  hastiado con todos los sistemas imaginables con que el hombre ha pretendido obtener salud espiritual; más todo ha sido en vano: la paz de conciencia parece  estar para ellos tan distante como siempre. La herida interior les parece tan perniciosa y de carácter tal que nada puede curarla. Aún los persiguen la desdicha  y el infortunio, aún se sienten descontentos con su situación. En suma, como la mujer de quien tratamos, dicen llenos de dolor "No hay esperanza para mí:  nunca me salvaré.

Todos los que se encuentran en ese estado pueden hallar consuelo en el milagro de que venimos hablando, sabiendo que "hay bálsamo en Galaad" que  puede curarlos, y que todavía no han buscado; que hay una puerta a la que nunca han tocado desde que han estado haciendo esfuerzos por obtener alivio; que  hay un Médico a quien nunca han recurrido y que jamás deja de curar. Obsérvese qué hizo aquella mujer en su dolor: cuando todos los otros medios habían  resultado ser inútiles, acudió a Jesús en busca de remedio. "Id y haced lo mismo..

Obsérvese, en segundo lugar, que la conducta de la mujer presenta un ejemplo notable de la manera con que obra al principio la fe, y de los efectos que esta  produce. Se nos dice que ella se acercó a nuestro Señor por detrás, y le tocó el borde del vestido, y al punto se estancó el flujo de sangre. La acción parece  muy sencilla, y del todo insuficiente para producir resultado de trascendencia alguna. Sin embargo, el efecto fue maravilloso. En un instante la pobre paciente  quedó curada; en un instante obtuvo el alivio que tan ton médicos no habían podido darle en doce años. ¡Con tocar solamente una vez, quedó sana!

Difícil es imaginar una descripción más vívida de lo que experimentan muchas almas, que la narración de la curación de esta mujer. Hay centenares que  pueden decir que, como ella, solicitaron alivio, por largo tiempo, de manos de médicos inhábiles, y se cansaron al fin de usar remedios que no producían  cura ninguna. Como ella, oyeron hablar al fin de un Ser, que sana las conciencias afligidas, y perdona a los pecadores, "sin dinero y sin precio," si vienen a  Él con fe. Tales condiciones les parecieron demasiado buenas para ser creídas; tales noticias demasiado favorables para ser verdaderas. Pero, a semejanza de  la mujer ya citada, se resolvieron a hacer la prueba: se acercaron a Cristo con fe, cargados de todos sus pecados, y para sorpresa suya, al instante hallaron  consuelo. Y ahora sienten más consuelo y más esperanza que en ningún otro periodo de su vida. La carga parece haber desaparecido de sus hombros; el  dolor parece haber huido de sus almas; la luz empieza a penetrar en su corazón; y ellos comienzan a " por quien también tenemos entrada por la fe a esta gracia en la cual estamos firmes, y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios. Romanos.5:2. Y si les preguntásemos nos dirían que todo esto es debido a un acto muy sencillo: se acercaron a Jesús exactamente como se encontraban, le tocaron con  fe, y fueron curados.

Grabemos para siempre en nuestros corazones esta gran verdad: que la fe en Cristo es el medio por el cual alcanzamos paz con Dios. Sin ella jamás  hallaremos tranquilidad interior, sea lo que fuere, lo que hagamos. Sin ella bien podemos diariamente al servicio divino y tomar parte  todas las semanas en la cena del Señor; bien podemos dar nuestros bienes a pobres, y hasta entregarnos para ser quemados; bien podemos ir  y vivir como ermitaños; bien podemos todo esto, y con todo ser en extremo desgraciados. Allegarse a Cristo con fe, vale más que todas estas cosas reunidas.

Acaso esto no lisonjee el orgullo de la naturaleza humana; pero es cierto. Millares se levantarán el día del juicio y dirán como nunca sintieron tranquilidad  hasta que no se acercaron a Cristo con fe, y se resolvieron a no confiar en sus propias obras, y a ser salvos absoluta y enteramente por la gracia de Dios.

Se  nota, por último, en este pasaje, cuánto desea nuestro Señor que de Él han recibido beneficios, lo confiesen ante los hombres. Es interesante en el relato que, desde el momento en que la mujer se encuentra cara a cara con Jesús, parece que ya no hay nadie más en la escena. Todo había sucedido en medio de un gentío impresionante; pero Jesús se olvida de la gente y habla con la mujer como si estuvieran los dos solos. Era una pobre paciente sin importancia, con una dolencia que la hacía inmunda, pero Jesús se le entregó por entero. Él no permitió a la mujer que  se alejase de la multitud en silencio; preguntó quién le había tocado; y tornó a preguntar, hasta que la mujer se adelantó, y expresó, en presencia de todo el  pueblo, cuáles eran sus circunstancias. Entonces El profirió estas palabras llenas de benignidad: " Hija, tu fe te ha salvado; ve en paz”.                

 Confesar a Cristo es cuestión de alta importancia, y que debe se presente por todo fiel cristiano. Lo que nosotros podemos hacer por nuestro divino Maestro  es poco y de poco mérito. Los más grandes esfuerzos que hacemos por glorificarle son débiles e imperfectos; nuestras plegarias y alabanzas son  lamentablemente decientes; nuestro saber y nuestro amor son en extremo pequeños. Más ¿sentimos interiormente que Cristo ha sanado nuestras almas?  ¿No podemos entonces confesar a Cristo delante de los hombres? ¿No podemos contar claramente a otros, todo lo que Cristo ha hecho por nosotros que  estábamos muriéndonos de una enfermedad mortal, y que fuimos curados; que estábamos perdidos, y que hemos sido salvos; que estábamos ciegos, y que  ahora vemos? Hagámoslo con valor y no tengamos miedo. No nos ruboricemos que todo el mundo sepa lo que ha hecho Jesús por nuestras almas. Nuestro  Maestro quiere que lo confesemos: a Él le agrada que su pueblo no se avergüence de su nombre. S. Pablo dijo: "Si confesares con tu boca al Señor Jesús y  creyeres en tu corazón que Dios le levantó de entre los muertos, serás salvo." Romanos_10:9. Y el mismo Jesús pronunció estas palabras solemnes: "El que se  avergonzare de mí y de mis palabras, de este tal el Hijo del hombre se avergonzará."  Lucas_9:26.

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