} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: EVANGELIO DE JESUCRISTO SEGÚN SAN LUCAS Capítulo 8; 4-15

lunes, 3 de enero de 2022

EVANGELIO DE JESUCRISTO SEGÚN SAN LUCAS Capítulo 8; 4-15

 

Capítulo 8; 4-15

8:4  Juntándose una gran multitud, y los que de cada ciudad venían a él, les dijo por parábola:

8:5  El sembrador salió a sembrar su semilla; y mientras sembraba, una parte cayó junto al camino, y fue hollada, y las aves del cielo la comieron.

8:6  Otra parte cayó sobre la piedra; y nacida, se secó, porque no tenía humedad.

8:7  Otra parte cayó entre espinos, y los espinos que nacieron juntamente con ella, la ahogaron.

8:8  Y otra parte cayó en buena tierra, y nació y llevó fruto a ciento por uno. Hablando estas cosas, decía a gran voz: El que tiene oídos para oír, oiga

8:9  Y sus discípulos le preguntaron, diciendo: ¿Qué significa esta parábola?

8:10  Y él dijo: A vosotros os es dado conocer los misterios del reino de Dios; pero a los otros por parábolas, para que viendo no vean, y oyendo no entiendan.

8:11  Esta es, pues, la parábola: La semilla es la palabra de Dios.

8:12  Y los de junto al camino son los que oyen, y luego viene el diablo y quita de su corazón la palabra, para que no crean y se salven.

8:13  Los de sobre la piedra son los que habiendo oído, reciben la palabra con gozo; pero éstos no tienen raíces; creen por algún tiempo, y en el tiempo de la prueba se apartan.

8:14  La que cayó entre espinos, éstos son los que oyen, pero yéndose, son ahogados por los afanes y las riquezas y los placeres de la vida, y no llevan fruto.

8:15  Mas la que cayó en buena tierra, éstos son los que con corazón bueno y recto retienen la palabra oída, y dan fruto con perseverancia.

 

 

               La parábola del sembrador, contenida en estos versículos, se cita con más frecuencia que ninguna otra de la Biblia. Es una parábola de aplicación universal.

Lo que refiere está pasando constantemente en cada congregación en que se predica el Evangelio. Las cuatro clases de personas que describe se encuentran  en toda reunión que oye la divina palabra. Estas circunstancias deben hacer que leamos siempre la parábola con un reconocimiento profundo de su  importancia. Al leerla debemos decirnos: "Esto me concierne; mi corazón está en esta parábola; yo, también, estoy incluido en ella..

El pasaje por sí mismo requiere poca explicación. En realidad la significación de toda la parábola ha sido tan completamente expresada por nuestro Señor  Jesucristo que ninguna explicación ajena puede hacerla mucho más clara. Es una parábola que tiene por objeto recomendar la cautela, y eso en el más  importante asunto: en el modo de oír la palabra de Dios. Previno a los apóstoles para que no esperasen demasiado de los oyentes; así mismo advierte a los  ministros del Evangelio que no esperen que sus sermones produzcan mayores resultados de los que deben producir; y por último, va dirigida también a los  oyentes para que cuiden de como oyen la palabra. La predicación es un medio de instrucción cuyo valor para la iglesia cristiana no puede jamás exagerarse.

Pero nunca debe tampoco olvidarse, si los ministros del culto en su calidad de tales deben predicar bien, que los oyentes tienen que poner mucho de su parte  para que la predicación no sea sin fruto. La primera admonición que se nos hace en la parábola es la de guardarnos del demonio cuando oigamos la palabra.

Nuestro Señor nos dice que los corazones de algunos oyentes están como "junto al camino." La simiente del Evangelio es arrebatada por el demonio casi tan  pronto como cae en ellos. No penetra profundamente en su conciencia: no hace la más mínima impresión en su mente. El demonio, sin duda, está en todas  partes. Este espíritu maligno es incansable en sus esfuerzos por hacernos daño. Está siempre acechándonos, y buscando ocasión de perder nuestras almas, en  ninguna parte es quizás esté tan activo el demonio como en la congregación de los oyentes del Evangelio. En ninguna parte trabaja con tanto ahínco por  detener el progreso de lo que es bueno, e impedir que se salven hombres y mujeres. De él provienen las ideas vagas y los pensamientos ociosos, él es  muchas veces la causa de la indiferencia y la estupidez; él nos envía el cansancio, el aburrimiento, la falta de atención, y la agitación de nervios. La gente  extraña de donde proviene todo esto, y se maravillan cómo es que hallan los sermones tan pesados, y los olvidan tan pronto Es que no tienen presente la  parábola del sembrador, y lo que ella nos dice respecto del diablo.

Guardémonos de ser como las semillas que cayeron junto al camino. Guardémonos del demonio. Siempre se halla presente en la iglesia. Nunca está ausente  del culto público. Acordémonos de esto, y estemos alerta. El calor o el frió, el viento o la niebla, la lluvia o la nieve, atemorizan frecuentemente a los que  van a la iglesia, les sirven de excusa para no ir. Pero hay un enemigo a quien deben temer más que a todas estas cosas juntas. Ese enemigo es Satanás.

La segunda reprensión que se nos hace en la parábola del sembrador es la de cuidar que la impresión que recibamos al oír la, palabra no sea meramente  efímera. Nuestro Señor nos dice que los corazones de muchos oyentes son semejantes al terreno pedregoso. La simiente de la palabra brota inmediatamente,  tan pronto como la oyen, y produce una cosecha de gozo, y de emociones agradables. Pero este gozo y estas emociones no pasan de la superficie. Nada  profundo y estable se verifica en sus almas, y por esto, tan pronto como el ardor quemante de la persecución o de la tentación empieza a dejarse sentir, la  pequeña semilla de fe, que parecía habían obtenido, se seca y desaparece.

Las emociones, los afectos, tienen, sin duda, gran parte en nuestra religión como individuos. Sin ellos no puede haber fe que salve. La esperanza, el  gozo, la paz, la confianza, la resignación, el amor y el temor, son sensaciones que debemos sentir, si existen en realidad. Pero nunca debe olvidarse que hay  emociones religiosas que son falsas, y que no proceden de otra cosa que del acaloramiento. Es muy posible sentir gran placer o profunda alarma al oír la  predicación del Evangelio, y no obstante estar enteramente destituidos de la gracia de Dios. Las lágrimas de algunos oyentes y la delicia extravagante de  otros, no son signos seguros de conversión. Podemos ser admiradores entusiastas de algún predicador favorito, y sin embargo, asemejarnos al terreno  pedregoso. Nada debe contentarnos sino aquella humildad, aquella contrición de corazón, que es obra del Espirito Santo, y una unión con Cristo, que nazca  del corazón.

La tercera reprensión contenida en la parábola del sembrador, es la de guardarnos de los cuidados de este mundo. Nuestro Señor nos dice que los corazones  de muchos oyentes de la palabra son como un terreno lleno de espinas. Cuando la simiente de la palabra se siembra en ellos, es ahogada por el gran número  de cosas de nuestra naturaleza, que atraen sus afectos. No hacen ninguna objeción a las doctrinas y preceptos del Evangelio. Hasta tienen deseos de creer y  obedecer. Pero dejan que las cosas de la tierra ganen tal posesión de su mente, que no queda espacio en que pueda obrar la palabra de Dios. De aquí resulta  que aunque oyen muchos sermones, al parecer no se mejoran. En su corazón la verdad es sofocada cada semana, y, por lo tanto, no dan frutos sazonados.

El mundo es uno de los peligros más grandes que rodean el camino del cristiano. El dinero, los placeres, los negocios diarios, son a menudo otras tantas  tentaciones. Millares de cosas, que en sí mismas son inocentes, llevadas al exceso se convierten en veneno alma y apresuran la caída del hombre. El pecado  cometido con descaro no es lo único que arruina el alma. En medio de nuestras familias, y en el desempeño de nuestras ocupaciones lícitas, tenemos que estar  alerta. Si no velamos y oramos, el mundo puede privarnos cielo, y hacernos olvidar todos los sermones que oigamos. Tal vez vivamos y muramos sin que  nuestro corazón pase de ser terreno espinoso.

La última reprensión que se nos hace en la parábola del sembrador, es que nos guardemos de estar contentos con religión alguna que no produce fruto en  nuestra vida. Nuestro Señor nos dice que los corazones de los que oyen bien la palabra, son como la buena tierra. La simiente del Evangelio penetra  profundamente en ellos y produce resultados prácticos de fe, y de buena conducta. Tales personas obran con decisión: se arrepienten, creen, y obedecen. ¡No  olvidemos por un solo momento que esta es la única fe que salva las almas! Más la mera profesión del Cristianismo, y un cumplimiento puramente  externo con los sacramentos y demás ritos de la iglesia, nunca dan al hombre completa esperanza durante la vida, o paz en la hora de la muerte, o descanso  en el mundo que queda más allá del sepulcro. Si en nuestro corazón y en nuestra conducta no manifestamos los frutos del Espíritu, el Evangelio nos ha sido  predicado en vano. Tan solo aquellos que producen esos frutos se hallarán a la mano derecha de Cristo el día de su venida.

No terminemos esta parábola sin apercibirnos plenamente del peligro y de la responsabilidad a que están sujetos todos los oyentes del Evangelio. Podemos  oír de cuatro maneras, y de estas cuatro solamente una es buena. Hay tres clases de oyentes cuyas almas están en peligro inminente. ¡Cuántos de estas tres  clases se encuentran en cada congregación! Hay una sola clase de oyentes que son fieles a los ojos de Dios. ¿Pertenecemos a esa clase? Finalmente, concluyamos estas ideas sobre la parábola con el recuerdo solemne del deber que todo fiel predicador tiene de clasificar su congregación, y de  dirigirse a cada clase según sus necesidades. El pastor que sube al pulpito todos los domingos y habla a su congregación como si todos hubieran de irse al  cielo, no está ciertamente cumpliendo con su deber para con Dios ni para con el hombre. Su predicación está en contradicción abierta con la parábola del  sembrador.

Se sugiere que la parábola es en realidad una advertencia contra la desesperación. Consideremos la situación: a Jesús le han expulsado de las sinagogas; los escribas y los fariseos y los líderes religiosos estaban en contra suya, y era inevitable que los discípulos se desanimaran. A ellos dirige Jesús la parábola, y es como si les dijera: «Todos los campesinos saben que una parte de su semilla se perderá; no toda crecerá y dará fruto. Pero eso no los desanima hasta hacer que dejen de sembrar, porque saben que, a pesar de todo, la cosecha es segura. Sé que tenemos nuestros reveses y desánimos; sé que tenemos enemigos y adversarios; pero, no desesperéis: al final, la cosecha es segura.»

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