} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: EVANGELIO DE JESUCRISTO SEGÚN SAN LUCAS Capítulo 7; 31-35

domingo, 2 de enero de 2022

EVANGELIO DE JESUCRISTO SEGÚN SAN LUCAS Capítulo 7; 31-35

Capítulo 7; 31-35

 31  Y dijo el Señor: ¿A qué, pues, compararé los hombres de esta generación, y a qué son semejantes?

 32  Semejantes son a los muchachos sentados en la plaza, que dan voces unos a otros y dicen: Os tocamos flauta, y no bailasteis; os endechamos, y no llorasteis.

 33  Porque vino Juan el Bautista, que ni comía pan ni bebía vino, y decís: Demonio tiene.

 34  Vino el Hijo del Hombre, que come y bebe, y decís: Este es un hombre comilón y bebedor de vino, amigo de publicanos y de pecadores.

 35  Mas la sabiduría es justificada por todos sus hijos.    

           

 Este pasaje contiene dos grandes advertencias.

(i) Nos expone los peligros del libre albedrío. Los escribas y los fariseos habían conseguido hacer fracasar el plan que Dios tenía para ellos. La maravillosa verdad del Evangelio es que Dios no se impone por fuerza, sino que se ofrece por amor.

Ahí es donde podemos vislumbrar el dolor de Dios. Siempre es la gran tragedia del amor el ver a una persona amada que ha escogido el mal camino, y ver lo que hubiera podido ser. Es el mayor dolor de la vida. Como ha dicho alguien: " De todas las palabras tristes que captan el ojo o el oído, las más tristes de todas son "pudiera haber sido".»

La tragedia de Dios también es el " pudiera haber sido» de la vida. Como dice G. K. Chesterton: " Dios había escrito, no tanto un poema, como una comedia; una comedia que había concebido perfecta, pero que tuvo que dejar por necesidad a directores y actores humanos, que la han convertido en una tragedia.» Que Dios nos libre de hacer de la vida un naufragio y producirle dolor de corazón al usar nuestra libertad para frustrar sus propósitos.

 

(ii) Nos expone la perversidad humana. Juan había venido, viviendo con la austeridad de un ermitaño, y los escribas y los fariseos habían dicho que era un loco excéntrico, y que algún demonio le había sorbido el coco. Jesús había venido, viviendo la vida de la gente y participando de sus actividades, y se burlaban de Él diciendo que le gustaban demasiado los placeres terrenales. Todos tenemos una idea de cómo se comportan los niños cuando todo les parece mal y nada les interesa. El corazón humano se puede perder en una perversidad tal que todas las llamadas de Dios le producirán un descontento pueril.

(iii) Pero hay unos pocos que responden; y «los hijos de la sabiduría» le dan la razón a la sabiduría de Dios. Los hombres pueden usar mal su libertad para frustrar los propósitos de Dios; o, en su perversidad, hacerse ciegos y sordos a todas sus llamadas. Si Dios hubiera usado una fuerza coercitiva y encadenado al hombre a una voluntad a la que no pudiera resistirse, el mundo estaría poblado por autómatas, y tal vez todo estaría en perfecto orden; pero Dios escogió el peligroso camino del amor, y el amor acabará triunfando.

Nuestro Señor enseña esto por medio de una comparación notable, en la cual describe la generación de los hombres entre quienes vivió mientras estuvo en la  tierra. Los compara con los muchachos, y dice que estos en sus juegos no eran más caprichosos, obstinados, y difíciles de agradar, que los Judíos de Su  tiempo. Nada los satisfacía. Estaban siempre quejándose de todo. Cualquiera que fuera el medio que Dios emplease con ellos para su edificación espiritual,  le hallaban faltas. Cualquiera que fuera el mensajero que Dios les enviase, no quedaban complacidos. En una palabra,  era evidente que los Judíos se habían resuelto a no recibir absolutamente mensaje alguno de Dios. Sus objeciones eran solamente una capa para encubrir su  aversión a la verdad de Dios. Lo que a ellos desagradaba en realidad era, no tanto los ministros de Dios, como el mismo Dios.

Quizás leamos esta declaración con admiración y sorpresa; y pensamos que nunca existieron hombres tan inicuamente injustos como estos judíos. Pero  ¿estamos seguros de que su conducta no se está hoy día repitiendo continuamente entre nosotros? Extraño como pueda parecer a primera vista, la generación  que ni quiera "bailar" cuando sus compañeras tocan la "flauta," ni "llorar" cuando aquellos les endechan, es demasiado numerosa en la iglesia de Cristo. ¿No  es un hecho que muchos que se esfuerzan por servir fielmente a Cristo, y por vivir en comunión con Dios, hallan que sus vecinos y parientes están siempre  disgustados con su conducta. No obstante que vivan piadosamente y sean consecuentes a sus principios, siempre piensan mal de ellos. Si se separan  enteramente del mundo, y viven, como Juan el Bautista, una vida retirada y ascética, levantan el grito diciendo que son exclusivistas, fanáticos, de genio  áspero, y demasiado rígidos. Si, por el contrario, frecuentan la sociedad, y se esfuerzan cuanto pueden en tomar interés en las tareas y distracciones de sus  prójimos, al punto dicen que no son mejores que las demás gentes, y que no poseen más religión que los que no hacen ningunas protestas de fe. Censuras  como estas son demasiado comunes. Son pocos los cristianos que no las han recibido. Los siervos de Dios, cualquiera que sea su conducta, son denunciados  en todos tiempos.

La verdad es, que el corazón del hombre no convertido aborrece a Dios. "El ánimo carnal es enemigo de Dios." Tiene aversión a Su ley, a Su Evangelio, y a  Su pueblo. Halla siempre alguna excusa para no creer ni obedecer. ¡La doctrina del arrepentimiento le parece demasiado estricta! ¡La doctrina de la fe y de la  gracia demasiado fácil! ¡Juan el Bautista se separa demasiado del mundo! ¡Jesucristo se mezcla demasiado con el mundo! Y así el corazón del hombre se  excusa siempre para permanecer en su pecado. Esto no debe sorprendernos. Debemos resignarnos a encontrar gentes no convertidas tan obstinadas, injustas,  y difíciles de complacer como los Judíos del tiempo de nuestro Señor, Debemos dejar de pensar que podemos agradar a todo el mundo. Esto es imposible, y  el intentarlo es solo perder el tiempo. Debemos contentarnos con seguir las huellas de Jesús y dejar que el mundo diga lo que quiera. Aunque hagamos  cuanto esté a nuestro alcance nunca podremos satisfacerlo, p poner fin a sus observaciones calumniosas. Primero censuró a Juan el Bautista, y después a  nuestro Señor y Salvador; y continuará cavilando, y censurando a los cristianos, mientras que uno de ellos quede sobre la tierra.

También se nos enseña en estos versículos que la sabiduría de Dios en todos sus designios es siempre reconocida y confesada por los que son de buen  corazón.

Esto lo enseña una expresión algo oscura: " La sabiduría es justificada de todos sus hijos." Pero parece difícil sacar otro sentido de estas palabras si se  interpretan de una manera justa e imparcial. La idea que nuestro Señor deseó fijar en nuestro ánimo parece ser, que aunque la inmensa mayoría de los Judíos  era empedernida e injusta, había algunos que no lo eran y que aunque la muchedumbre no percibía ningún sabio designio en la misión de Juan el Bautista,  y en la suya (de Jesús), había algunos pocos que si lo descubrían. Estos pocos eran los "hijos de la sabiduría." Estos pocos, con sus vidas y su obediencia,  declaraban ante el mundo, que los medios de que Dios se sirvió con los judíos eran sabios y equitativos, y que tanto Juan el Bautista como Jesús eran dignos  de todo honor. En resumen, justificaron la sabiduría de Dios, y probaron ser verdaderamente sabios.

Estas palabras en que nuestro Señor se refiere a la generación entre la cual vivía, pintan un estado de cosas que se halla siempre en la iglesia cristiana. A  pesar de las escusas, mofas, objeciones, y ásperas observaciones con que es recibido el Evangelio por la mayor parte del género humano, hay siempre en  cada país algunos que lo aceptan y obedecen con gusto. Nunca falta un "pequeño rebaño "que oiga con alegría la voz del Pastor, y llame justos todos sus  modos de obrar. Los hijos del mundo pueden hacer mofa del Evangelio, y llenar de desprecios a los creyentes, llamando necio todo lo que hagan, y no  percibiendo ni sabiduría ni belleza en ninguna de sus acciones. Pero Dios cuidará de formarse un pueblo en todas las épocas. Siempre habrá algunos que  sostengan la excelencia de las doctrinas y exigencias del Evangelio, y que "justifiquen la sabiduría" de Aquel que lo envió. Y a estos es, por mucho que el  mundo los desprecie, a quienes Jesús llama sabios,  "y que desde la niñez has sabido las Sagradas Escrituras, las cuales te pueden hacer sabio para la salvación por la fe que es en Cristo Jesús. " 2Timoteo 3:15.

Preguntémonos, al terminar este pasaje, si merecemos ser llamados hijos de la sabiduría. ¿Hemos sido enseñados por el Espíritu a conocer al Señor  Jesucristo? ¿Se han abierto los ojos de nuestro entendimiento? ¿Poseemos la sabiduría que viene de lo alto? Si somos verdaderamente sabios, no tengamos  vergüenza de confesar a nuestro Maestro delante de los hombres. Declaremos abiertamente que aprobamos todo su Evangelio, todo lo que enseña todo lo  que exige. Puede ser que haya pocos con nosotros, y sí anchos contra nosotros. Puede suceder que el mundo se ría de otros y que a nuestra sabiduría apellide  tontería. Más esa risa es de poca duración. La hora viene en que los pocos que han confiado a Cristo, y justificado en presencia de los hombres su modo  obrar, serán confesados y justificados por Él ante Su Padre y los ángeles.

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