2 Timoteo 3; 16-17
16 Toda la Escritura
es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para
instruir en justicia,
17 a
fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda
buena obra.
Hebreos 4; 12
Porque la palabra de Dios es viva y
eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el
alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos
y las intenciones del corazón.
Las Escrituras y Dios
Las Sagradas Escrituras son totalmente sobrenaturales. Son una revelación
divina. «Toda Escritura es inspirada por Dios» (2ª Timoteo 3:16). No es meramente que Dios elevara
la mente de los hombres, sino que dirigió sus pensamientos. No es simplemente
que Él les comunicara los conceptos sino que El dictó las mismas palabras que
usaron. «Porque nunca la profecía fue traída por
voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados
por el Espíritu Santo (2ª Pedro 1:21).
Cualquier «teoría» humana que niega la inspiración verbal de las Escrituras es
una añagaza de Satán, un ataque a la verdad de Dios. La imagen divina está
estampada en cada página. Escritos tan santos, tan celestiales, tan tremendos,
no pueden haber sido creados por el hombre. Las Escrituras nos hacen conocer a
un Dios sobrenatural. Esto puede ser una expresión innecesaria pero hoy es
necesario hacerla. El «dios» en que creen muchos cristianos profesos se está
volviendo más y más pagano. El lugar prominente que internet y los «deportes»
ocupan hoy en la vida de la nación, el excesivo amor al placer, la abolición de
la vida del hogar, la falta de pudor escandalosa de las mujeres, son algunos de
los síntomas de la misma enfermedad que trajo la caída y desaparición de
imperios como Babilonia, Persia, Grecia y Roma. Y la idea que tiene de Dios, en
el siglo veintiuno, la mayoría de la gente en países nominalmente «cristianos»
se está aproximando gradualmente al carácter adscrito a los dioses de los
antiguos. En agudo contraste con ello, el Dios de las Sagradas Escrituras está
vestido de tales perfecciones y atributos que el mero intelecto humano no
podría haberlos inventado. Dios sólo puede sernos conocido por medio de su
propia revelación natural. Aparte de las Escrituras, incluso una idea teórica
de Dios sería imposible. Todavía es verdad que el «Pues
ya que en la sabiduría de Dios, el mundo no conoció a Dios mediante la
sabiduría, agradó a Dios salvar a los creyentes por la locura de la
predicación.» (1ª Corintios 1:21). Donde
no hay conocimiento de las Escrituras, no hay conocimiento de Dios. Dios es
«porque pasando y mirando vuestros santuarios, hallé
también un altar en el cual estaba esta inscripción: AL DIOS NO CONOCIDO. Al que
vosotros adoráis, pues, sin conocerle, es a quien yo os anuncio.» (Hechos 17:23). Pero se requiere algo más que las
Escrituras para que el alma conozca a Dios, le conozca de modo real, personal,
vital. Esto parece ser reconocido por pocos hoy. Las prácticas prevalecientes
consideran que se puede obtener un conocimiento de Dios estudiando la Palabra,
de la misma manera que se obtiene un conocimiento de Química estudiando libros
de texto. Puede conseguirse un conocimiento intelectual; pero no espiritual. Un
Dios sobrenatural solo puede ser conocido de modo sobrenatural (es decir,
conocido de una manera por encima de lo que puede conseguir la mera
naturaleza), por medio de una revelación
sobrenatural de El mismo en el corazón. «Porqué
Dios, que mandó que de las tinieblas resplandeciese la luz, es el que
resplandeció en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de la
gloria de Dios en la faz de Jesucristo» (2ª
Corintios 4:6). El que ha sido favorecido con esta experiencia ha
aprendido que sólo «Porque contigo está el manantial de
la vida; En tu luz veremos la luz. » (Salmo
36:9). Dios puede ser conocido sólo por medio de una facultad
sobrenatural. Cristo dejó este punto bien claro cuando dijo: «A menos que un hombre nazca de nuevo, no puede ver el reino
de Dios» (Juan 3:3). La persona no
regenerada no tiene conocimiento espiritual de Dios. «Pero
el hombre natural no capta las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para
él son locura, y no las puede conocer, porque se han de discernir
espiritualmente» (1ª Corintios 2: 14).
El agua, por sí misma, nunca se levanta del nivel en que se halla. De la misma
manera el hombre natural es incapaz de percibir lo que trasciende de la mera
naturaleza. «Y esta es la vida eterna: que te conozcan
a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado» (Juan 17:3). La vida eterna debe ser impartida
antes que pueda ser conocido el «verdadero Dios». Esto se afirma claramente en
(1ª Juan 5:20): «Pero
sabemos que el Hijo de Dios ha venido, y nos ha dado entendimiento para conocer
al que es verdadero; y estamos en el verdadero, en su Hijo Jesucristo. Este es
el verdadero Dios, y la vida eterna..» Sí, un «conocimiento», un
conocimiento espiritual, debe sernos dado por una nueva creación, antes de que
podamos conocer a Dios de una manera espiritual. Un conocimiento sobrenatural
de Dios produce una experiencia sobrenatural, y esto es algo que desconocen
totalmente la multitud de miembros de nuestras iglesias. La mayor parte de la
«religión» de estos días no consiste en nada más que unos toques al «viejo
Adán». Es simplemente adornar sepulcros llenos de corrupción. Es una forma
externa. Incluso cuando hay un credo sano, la mayoría de las veces no se trata
de nada más que de ortodoxia muerta. No hay por qué maravillarse de esto. Ha
ocurrido ya antes. Ocurría cuando Cristo se hallaba sobre la tierra. Los judíos
eran muy ortodoxos. Al mismo tiempo estaban libres de idolatría. El templo se
levantaba en Jerusalén, se explicaba la Ley, se adoraba a Jehová. Y sin embargo
Cristo les dijo: «Jesús entonces, enseñando en el
templo, alzó la voz y dijo: A mí me conocéis, y sabéis de dónde soy; y no he
venido de mí mismo, pero el que me envió es verdadero, a quien vosotros no
conocéis. » (Juan 7:28). «Ellos le dijeron: ¿Dónde está tu Padre? Respondió Jesús: Ni a
mí me conocéis, ni a mi Padre; si a mí me conocieseis, también a mi Padre
conoceríais. » (Juan 8:19). «Respondió Jesús: Si yo me glorifico a mí mismo, mi gloria
nada es; mi Padre es el que me glorifica, el que vosotros decís que es vuestro
Dios. :55 Pero vosotros no le conocéis;
mas yo le conozco, y si dijere que no le conozco, sería mentiroso como
vosotros; pero le conozco, y guardo su palabra. » (Juan 8:54-55). Y
notémoslo bien, ¡se dice a un pueblo que tenía las Escrituras, las escudriñaba
diligentemente y las veneraba como la Palabra de Dios! Conocían a Dios muy bien
teóricamente, pero no tenían de Él un conocimiento espiritual. Tal como ocurría
en el mundo judío lo mismo ocurre en la Cristiandad. Hay multitud que «creen»
en la Santísima Trinidad, pero están por completo desprovistos de un
conocimiento sobrenatural o espiritual de Dios. ¿Cómo podemos afirmar esto? De
esta manera: el carácter del fruto revela el carácter del árbol que lo da; la
naturaleza del agua nos hace conocer la fuente de la cual mana. Un conocimiento
sobrenatural de Dios produce una experiencia sobrenatural, y una experiencia sobrenatural
resulta un fruto sobrenatural. Es decir, cuando Dios vive en el corazón, revoluciona y
transforma la vida. Se produce lo que la mera naturaleza no puede
producir, más aún, lo que es directamente contrario a ella. Y esto se puede
notar que está ausente de la vida del 95 % de los que ahora profesan ser hijos
de Dios. No hay nada en la vida del cristiano típico, o sea la mayoría, que no
se pueda explicar en términos naturales. Pero el hijo de Dios auténtico es muy
diferente Este es, en verdad, un milagro “De modo que
si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí
todas son hechas nuevas.» (2ª Corintios 5:17).
Su experiencia, su vida es sobrenatural. La experiencia sobrenatural del
cristiano se ve en su actividad hacia Dios. Teniendo en sí la vida de Dios,
habiendo sido hecho «por medio de las cuales nos ha
dado preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas llegaseis a ser
participantes de la naturaleza divina, habiendo huido de la corrupción que hay
en el mundo a causa de la concupiscencia» (2ª
Pedro 1:4), ama por necesidad a Dios, las cosas de Dios; ama lo que Dios
ama; y, al contrario, aborrece lo que Dios aborrece. Esta experiencia
sobrenatural es obrada en El por el Espíritu de Dios, y esto por medio de la
Palabra. Por medio de la Palabra vivifica. Por medio de la Palabra redarguye de
pecado. Por medio de la Palabra, santifica. Por medio de la Palabra, da
seguridad. Por medio de la Palabra hace que aumente la santidad. De modo que
cada uno de nosotros puede dilucidar la extensión en que nos aprovecha su
lectura y estudio de la Escritura por los efectos que, por medio del Espíritu
que los aplica, producen en nosotros. Entremos ahora en detalles. Aquel que se
está beneficiando de las Escrituras tiene:
1.
Una clara noción de los derechos de Dios.
Entre el Creador y la criatura ha habido constantemente una gran controversia
sobre cuál de ellos ha de actuar como Dios, sobre si la sabiduría de Dios o la
de los hombres deben ser la guía de sus acciones, sobre si su voluntad o la de
ellos tiene supremacía. Lo que causó la caída de Lucifer fue el resentimiento
de su sujeción al Creador: «Tú decías en tu corazón:
Subiré al cielo; por encima de las estrellas de Dios levantaré mi trono... y
seré semejante al Altísimo» (Isaías 14:13,
14). La mentira de la serpiente que engañó a nuestros primeros padres y
los llevó a la destrucción fue: «sino que sabe Dios que
el día que comáis de él, serán abiertos vuestros ojos, y seréis como Dios,
sabiendo el bien y el mal. » (Génesis 3:5).
Y desde entonces el sentimiento del corazón del hombre natural ha sido: «Dicen, pues, a Dios: Apártate de nosotros, Porque no queremos
el conocimiento de tus caminos. 15
¿Quién es el Todopoderoso, para que le sirvamos? ¿Y de qué nos
aprovechará que oremos a él? » (Job 21:14,
15). «A los que han dicho: Por nuestra lengua
prevaleceremos; Nuestros labios son nuestros; ¿quién es señor de nosotros? (Salmo 12:4). Porque dos
males ha hecho mi pueblo: me dejaron a mí, fuente de agua viva, y cavaron para
sí cisternas, cisternas rotas que no retienen agua. (Jeremías 2:13). El pecado ha excluido a los
hombres de Dios (Efesios 4:18 teniendo el entendimiento entenebrecido, ajenos de la vida de
Dios por la ignorancia que en ellos hay, por la dureza de su corazón; ). El corazón del hombre es contrario a
Él, su voluntad es opuesta a la suya, su mente está en enemistad con Dios. Al
contrario, la salvación significa ser restaurado a Dios: «Porque también Cristo padeció una sola vez por los pecados,
el justo por los injustos, para llevarnos a Dios, siendo a la verdad muerto en
la carne, pero vivificado en espíritu; » (1ª
Pedro 3:18). Legalmente esto va ha sido cumplido; experimentalmente está
en proceso de cumplimiento. La salvación significa ser reconciliado con
Dios; y esto implica e incluye que el dominio del pecado sobre nosotros ha sido
quebrantado, la enemistad interna ha sido destruida, el corazón ha sido ganado
por Dios. Esta es la verdadera
conversión; es el derribar todo ídolo, el renunciar a las vanidades vacías
de un mundo engañoso, tomar a Dios como nuestra porción, nuestro rey, nuestro
todo en todo. De los Corintios se lee que «Y no como lo
esperábamos, sino que a sí mismos se dieron primeramente al Señor, y luego a
nosotros por la voluntad de Dios;» (2.
Corintios 8:5). El deseo y la decisión de los verdaderos convertidos es
que «y por todos murió, para que los que viven, ya no
vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos. » (2ª Corintios 5:15). Ahora se reconoce lo que Dios
reclama su legítimo dominio sobre nosotros es admitido, se le admite como Dios.
Los convertidos «ni tampoco presentéis vuestros
miembros al pecado como instrumentos de iniquidad, sino presentaos vosotros
mismos a Dios como vivos de entre los muertos, y vuestros miembros a Dios como
instrumentos de justicia (Romanos 6:13). Esta es la exigencia que nos hace:
el ser nuestro Dios, el ser servido como tal por nosotros; para que nosotros
seamos y hagamos, absolutamente y sin reserva, todo lo que Él requiere,
rindiéndonos plenamente a Él. Corresponde a Dios, como Dios, el legislar,
prescribir, decidir por nosotros; nos pertenece a nosotros como deber el ser
regidos, gobernados, mandados por El a su agrado. El reconocer a Dios como
nuestro Dios es darle a Él el trono de nuestros corazones. Es decir, en el
lenguaje de Isaías 26:13: «Yahvéh, Dios nuestro, otros señores distintos de ti nos
dominaron; pero sólo recordamos tu nombre...» «Tú, Señor, eres mi Dios, y yo te
ansio: de ti mi alma tiene sed y por ti mi cuerpo languidece, en una tierra
árida, exhausto, falto de agua.» (Salmo 63:1).
Ahora bien, nos beneficiamos de las Escrituras, en proporción a la intensidad
con que esto pasa a ser nuestra propia experiencia. Es en las Escrituras, y
sólo en ellas, que lo que Dios exige se nos revela v establece, somos
bendecidos en tanto cuanto obtenemos una clara y plena visión de los derechos
de Dios, y nos rendimos a ellos. (Continuará)
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