} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: EVANGELIO DE JESUCRISTO SEGÚN SAN LUCAS Capítulo 9; 51-56

martes, 11 de enero de 2022

EVANGELIO DE JESUCRISTO SEGÚN SAN LUCAS Capítulo 9; 51-56

Capítulo 9; 51-56

 51  Cuando se cumplió el tiempo en que él había de ser recibido arriba, afirmó su rostro para ir a Jerusalén.

 52  Y envió mensajeros delante de él, los cuales fueron y entraron en una aldea de los samaritanos para hacerle preparativos.

 53  Mas no le recibieron, porque su aspecto era como de ir a Jerusalén.

 54  Viendo esto sus discípulos Jacobo y Juan, dijeron: Señor, ¿quieres que mandemos que descienda fuego del cielo, como hizo Elías, y los consuma?

 55  Entonces volviéndose él, los reprendió, diciendo: Vosotros no sabéis de qué espíritu sois;

 56  porque el Hijo del Hombre no ha venido para perder las almas de los hombres, sino para salvarlas. Y se fueron a otra aldea.

 

           Vemos en estos versículos con cuan firme determinación, nuestro Señor Jesucristo contemplaba su pasión y muerte. Se nos dice que "como se  cumplió el tiempo en que había de ser recibido afirmó su rostro para ir a Jerusalén." El sabía muy bien que suerte le esperaba allí: la traición, el juicio  injusto, la mofa, la corona de espinas, los clavos, la lanza, la agonía en la cruz -todo, todo sin duda se presentaba ante sus ojos como un cuadro. Mas nunca,  ni por un instante retrocedió ante la obra que había emprendido. Él se había propuesto firmemente pagar el precio de nuestra redención, y hasta descender al  frió sepulcro para nuestro rescate. Él estaba lleno de tierno amor hacia los pecadores; y era el deseo de su alma conseguirles la salvación; por lo cual,  " puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios. Hebreos_12:2.

Alabemos para siempre a Dios por habernos dado un Salvador  misericordioso; y acordémonos, que así como Éste se prestó a padecer, así también se presta a salvar. El que viene a Cristo con fe no tiene por qué dudar de  la buena voluntad de Cristo para recibirle. El mero hecho que el Hijo de Dios vino voluntariamente al mundo a morir, y que padeció voluntariamente, debe  disipar enteramente semejantes dudas. Toda la falta de voluntad está de parte del hombre, no de Cristo. Consiste en la ignorancia, en el orgullo, en la  carencia de fe, en el poco ánimo de aquel.

Esforcémonos y oremos para que nos mueva el mismo ánimo que movió a nuestro bendito Maestro. Como Él, estemos prontos a ir cualquiera parte y hacer  cualquiera cosa, cuando la senda del deber nos esté claramente marcada y cuando se oiga la voz de Dios. No cejemos ante ningunas dificultades y bebamos  pacientemente el amargo cáliz cuando venga de mano del Padre.

Vemos en estos versículos la conducta extraordinaria de dos de los apóstoles, Santiago y Juan. Es la única vez en el Evangelio en que se menciona a Jesús enviando a la gente delante de él para preparar su visita. No está claro por qué fueron rechazados. Es sorprendente que Lucas sea el único Evangelio Sinóptico que narra este hecho negativo cuando sus otros relatos de samaritanos son muy positivos. Cierta ciudad de samaritanos rehusó dar  hospitalidad, a nuestro Señor: " Mas no le recibieron, porque su aspecto era como de ir a Jerusalén " Está relacionado con los prejuicios judíos/samaritanos. Ambos grupos se odiaban mutuamente. También es posible que supieran que Él viajaba a los festejos del Templo y rechazaron a Jerusalén como el verdadero lugar de adoración, porque pensaban que era el Monte Gerazín, cerca de Cechen. Josefo hace mención de viajeros judíos maltratados mientras se dirigían a Jerusalén (cf. Antigüedades, 20.6.1) Después que Asiria invadió Israel, el reino del norte, y lo reestableció con su gente (2Reyes_17:24-41), la mezcla de razas se llegó a conocer como samaritana. La "pura raza" de judíos odiaba esta "mestiza" de samaritanos, en recompensa, estos también odiaban la judía. Surgieron muchas tensiones entre ambos grupos, a tal grado que los viajeros judíos que iban de Galilea a Judea desde el sur, a menudo preferían caminar dando un rodeo para no atravesar el territorio samaritano aunque esto prolongaba mucho más su viaje.

Entonces estos apóstoles hicieron la extraña  pregunta: "Señor, ¿quieres que mandemos que descienda fuego del cielo y los consuma, como también hizo Elías?

Ellos ciertamente tuvieron celo, y celo de la mejor clase-- ¡celo por el honor de Cristo! Tuvieron un celo justificado y apoyado en un ejemplo de la  Escritura, y ese ejemplo ¡nada menos que del profeta Elías! Pero no fue un celo discreto. Los dos discípulos, en su acaloramiento, olvidaron que "las  circunstancias alteran los casos," y que la misma acción que es buena y justificable en una ocasión, puede ser mala e injustificable en otra. Olvidaron que los  castigos deben ser siempre en proporción a las ofensas, y que el destruir toda una ciudad de gente ignorante, por un mero acto de descortesía, habría sido tan  injusto como cruel. En resumen, la propuesta de Santiago y de Juan fue inconsiderada y temeraria. La intención pudo ser buena, pero en hablar así los  Apóstoles cometieron un grave error. Hechos como este se registran en los Evangelios para nuestra instrucción. Cuidemos de notarlos y atesorarlos  cuidadosamente en nuestra mente. Es posible tener mucho celo por Cristo, y al mismo tiempo, darlo a conocer por los medios más impíos y anticristianos.

Es posible pensar bien y tener buenas intenciones, y sin embargo cometer los errores más enormes. Es posible figurarnos que tenemos la Escritura de nuestra  parte, y sostener nuestro proceder con citas bíblicas, y no obstante cometer graves equivocaciones. Es tan claro como la luz del día, según este y otros casos  referidos en la Biblia, que no basta ser celoso y bien intencionado. En faltas muy graves se incurre frecuentemente con buenas intenciones. Ningunos, quizás  han causado tantos males a la iglesia como los ignorantes bien intencionados.

Debemos procurar ser tan discretos como celosos. El celo sin prudencia es un ejército sin general, una nave sin timón. Debemos pedir a Dios que nos dé  sabiduría para aplicar bien la Escritura. La palabra es sin duda "antorcha para nuestros pies, y luz para nuestra senda;" pero preciso es que hagamos buen uso  de ella y la apliquemos correctamente.

Finalmente, observemos en estos versículos qué protesta tan solemne hace nuestro Señor contra toda persecución que se fomente a nombre del cristianismo.

Cuando Santiago y Juan hicieron la extraña propuesta que queda mencionada, Jesús, vuelto hacia ellos, los reprendió, y dijo: "Vosotros no sabéis de que  espíritu sois: porque el Hijo del hombre no ha venido para perder las vidas de los hombres, sino para salvarlas." La KJV inserta la frase (“y dijo: `Tú desconoces la clase de espíritu que eres, porque el Hijo del hombre no vino a destruir las vidas de los hombres, sino para salvarles”)

 Groseros como los Samaritanos habían sido,  su conducta no debía ser castigada con la violencia. La misión del Hijo del hombre era hacer bien, siempre que los hombres lo recibieran, no hacer daño. Su  reino había de extenderse por medio de la perseverancia en hacer bien, y por medio de la mansedumbre y docilidad en el sufrir: jamás por medio del rigor y  de la violencia. Ningunas palabras de nuestro Señor han sido quizás tan totalmente desdeñadas por la iglesia de Cristo, como esas de que nos ocupamos.

Nada puede imaginarse más contrario a la voluntad de Cristo como las guerras religiosas y las persecuciones que manchan los anales de la historia  eclesiástica. Millares y decenas de millares han sido quemados, o fusilados, o ahorcados, o ahogados, o decapitados en nombre del Evangelio, ¡y los que les  han quitado la vida han creído realmente servir a Dios! Solo han dado a conocer de una manera lastimosa que ignoran el espíritu del Evangelio, y de la  voluntad de Cristo.

Sea, pues, uno de los principios más fijos que nos guíen en la vida que cualesquiera que sean los errores de nuestros semejantes en materias de fe,  nunca debemos perseguirlos. Discutamos, razonemos con ellos si fuere necesario, y procuremos señalarles el camino recto; pero nunca hagamos uso de la  fuerza para promover la difusión de la verdad. No nos prestemos jamás a perseguir a nadie, directa o indirectamente, bajo pretexto de trabajar por la gloria  de Cristo y bien de la iglesia. Antes bien, acordémonos, la religión que algunos profesen, por temor a la muerte, o por miedo del castigo, no vale nada  absolutamente, y que si aumentamos nuestras filas, por medio de la amenaza, no ganamos realmente fuerza ninguna.   Dice S.Pablo, “porque las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas”, 2Corintios_10:4. Es a la conciencia y al juicio de los hombres que debemos apelar. Nuestros argumentos no han de ser la espada, o el  fuego, o la prisión, sino las doctrinas, y los preceptos, y los textos. "Un voluntario vale por diez hombres que apelen contra sus convicciones”


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