Capítulo 9; 51-56
51
Cuando se cumplió el tiempo en que él había de ser recibido arriba,
afirmó su rostro para ir a Jerusalén.
52 Y
envió mensajeros delante de él, los cuales fueron y entraron en una aldea de
los samaritanos para hacerle preparativos.
53 Mas
no le recibieron, porque su aspecto era como de ir a Jerusalén.
54
Viendo esto sus discípulos Jacobo y Juan, dijeron: Señor, ¿quieres que
mandemos que descienda fuego del cielo, como hizo Elías, y los consuma?
55
Entonces volviéndose él, los reprendió, diciendo: Vosotros no sabéis de
qué espíritu sois;
56
porque el Hijo del Hombre no ha venido para perder las almas de los
hombres, sino para salvarlas. Y se fueron a otra aldea.
Vemos en estos versículos con cuan firme determinación, nuestro Señor
Jesucristo contemplaba su pasión y muerte. Se nos dice que "como se cumplió el tiempo en que había de ser
recibido afirmó su rostro para ir a Jerusalén." El sabía muy bien que suerte
le esperaba allí: la traición, el juicio
injusto, la mofa, la corona de espinas, los clavos, la lanza, la agonía
en la cruz -todo, todo sin duda se presentaba ante sus ojos como un cuadro. Mas
nunca, ni por un instante retrocedió
ante la obra que había emprendido. Él se había propuesto firmemente pagar el
precio de nuestra redención, y hasta descender al frió sepulcro para nuestro rescate. Él estaba
lleno de tierno amor hacia los pecadores; y era el deseo de su alma
conseguirles la salvación; por lo cual,
" puestos
los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto
delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la
diestra del trono de Dios. Hebreos_12:2.
Alabemos para siempre a Dios por habernos dado
un Salvador misericordioso; y
acordémonos, que así como Éste se prestó a padecer, así también se presta a
salvar. El que viene a Cristo con fe no tiene por qué dudar de la buena voluntad de Cristo para recibirle.
El mero hecho que el Hijo de Dios vino voluntariamente al mundo a morir, y que
padeció voluntariamente, debe disipar
enteramente semejantes dudas. Toda la falta de voluntad está de parte del
hombre, no de Cristo. Consiste en la ignorancia, en el orgullo, en la carencia de fe, en el poco ánimo de aquel.
Esforcémonos y oremos para que nos mueva el
mismo ánimo que movió a nuestro bendito Maestro. Como Él, estemos prontos a ir
cualquiera parte y hacer cualquiera
cosa, cuando la senda del deber nos esté claramente marcada y cuando se oiga la
voz de Dios. No cejemos ante ningunas dificultades y bebamos pacientemente el amargo cáliz cuando venga de
mano del Padre.
Vemos en estos versículos la conducta
extraordinaria de dos de los apóstoles, Santiago y Juan. Es la única vez en el
Evangelio en que se menciona a Jesús enviando a la gente delante de él para
preparar su visita. No está claro por qué fueron rechazados. Es sorprendente que
Lucas sea el único Evangelio Sinóptico que narra este hecho negativo cuando sus
otros relatos de samaritanos son muy positivos. Cierta ciudad de samaritanos
rehusó dar hospitalidad, a nuestro
Señor: " Mas no le
recibieron, porque su aspecto era como de ir a Jerusalén " Está relacionado con los prejuicios judíos/samaritanos. Ambos grupos
se odiaban mutuamente. También es posible que supieran que Él viajaba a los festejos
del Templo y rechazaron a Jerusalén como el verdadero lugar de adoración,
porque pensaban que era el Monte Gerazín, cerca de Cechen. Josefo hace mención
de viajeros judíos maltratados mientras se dirigían a Jerusalén (cf.
Antigüedades, 20.6.1) Después que Asiria invadió Israel, el reino del norte, y
lo reestableció con su gente (2Reyes_17:24-41),
la mezcla de razas se llegó a conocer como samaritana. La "pura raza"
de judíos odiaba esta "mestiza" de samaritanos, en recompensa, estos
también odiaban la judía. Surgieron muchas tensiones entre ambos grupos, a tal
grado que los viajeros judíos que iban de Galilea a Judea desde el sur, a
menudo preferían caminar dando un rodeo para no atravesar el territorio
samaritano aunque esto prolongaba mucho más su viaje.
Entonces estos apóstoles hicieron la
extraña pregunta: "Señor, ¿quieres
que mandemos que descienda fuego del cielo y los consuma, como también hizo
Elías?
Ellos ciertamente tuvieron celo, y celo de la
mejor clase-- ¡celo por el honor de Cristo! Tuvieron un celo justificado y
apoyado en un ejemplo de la Escritura, y
ese ejemplo ¡nada menos que del profeta Elías! Pero no fue un celo discreto. Los
dos discípulos, en su acaloramiento, olvidaron que "las circunstancias alteran los casos," y que
la misma acción que es buena y justificable en una ocasión, puede ser mala e
injustificable en otra. Olvidaron que los
castigos deben ser siempre en proporción a las ofensas, y que el
destruir toda una ciudad de gente ignorante, por un mero acto de descortesía,
habría sido tan injusto como cruel. En
resumen, la propuesta de Santiago y de Juan fue inconsiderada y temeraria. La
intención pudo ser buena, pero en hablar así los Apóstoles cometieron un grave error. Hechos
como este se registran en los Evangelios para nuestra instrucción. Cuidemos de
notarlos y atesorarlos cuidadosamente en
nuestra mente. Es posible tener mucho celo por Cristo, y al mismo tiempo, darlo
a conocer por los medios más impíos y anticristianos.
Es posible pensar bien y tener buenas
intenciones, y sin embargo cometer los errores más enormes. Es posible
figurarnos que tenemos la Escritura de nuestra
parte, y sostener nuestro proceder con citas bíblicas, y no obstante
cometer graves equivocaciones. Es tan claro como la luz del día, según este y
otros casos referidos en la Biblia, que
no basta ser celoso y bien intencionado. En faltas muy graves se incurre
frecuentemente con buenas intenciones. Ningunos, quizás han causado tantos males a la iglesia como
los ignorantes bien intencionados.
Debemos procurar ser tan discretos como
celosos. El celo sin prudencia es un ejército sin general, una nave sin timón.
Debemos pedir a Dios que nos dé sabiduría para aplicar bien la Escritura. La
palabra es sin duda "antorcha para nuestros pies, y luz para nuestra
senda;" pero preciso es que hagamos buen uso de ella y la apliquemos correctamente.
Finalmente, observemos en estos versículos qué
protesta tan solemne hace nuestro Señor contra toda persecución que se fomente a
nombre del cristianismo.
Cuando Santiago y Juan hicieron la extraña
propuesta que queda mencionada, Jesús, vuelto hacia ellos, los reprendió, y
dijo: "Vosotros no sabéis de que
espíritu sois: porque el Hijo del hombre no ha venido para perder las
vidas de los hombres, sino para salvarlas." La KJV inserta la frase (“y
dijo: `Tú desconoces la clase de espíritu que eres, porque el Hijo del hombre
no vino a destruir las vidas de los hombres, sino para salvarles”)
Groseros como los Samaritanos habían
sido, su conducta no debía ser castigada
con la violencia. La misión del Hijo del hombre era hacer bien, siempre que los
hombres lo recibieran, no hacer daño. Su
reino había de extenderse por medio de la perseverancia en hacer bien, y
por medio de la mansedumbre y docilidad en el sufrir: jamás por medio del rigor
y de la violencia. Ningunas palabras de
nuestro Señor han sido quizás tan totalmente desdeñadas por la iglesia de
Cristo, como esas de que nos ocupamos.
Nada puede imaginarse más contrario a la
voluntad de Cristo como las guerras religiosas y las persecuciones que manchan
los anales de la historia eclesiástica.
Millares y decenas de millares han sido quemados, o fusilados, o ahorcados, o
ahogados, o decapitados en nombre del Evangelio, ¡y los que les han quitado la vida han creído realmente
servir a Dios! Solo han dado a conocer de una manera lastimosa que ignoran el
espíritu del Evangelio, y de la voluntad
de Cristo.
Sea, pues, uno de los principios más fijos que
nos guíen en la vida que cualesquiera que sean los errores de nuestros
semejantes en materias de fe, nunca
debemos perseguirlos. Discutamos, razonemos con ellos si fuere necesario, y
procuremos señalarles el camino recto; pero nunca hagamos uso de la fuerza para promover la difusión de la
verdad. No nos prestemos jamás a perseguir a nadie, directa o indirectamente,
bajo pretexto de trabajar por la gloria
de Cristo y bien de la iglesia. Antes bien, acordémonos, la religión que
algunos profesen, por temor a la muerte, o por miedo del castigo, no vale
nada absolutamente, y que si aumentamos
nuestras filas, por medio de la amenaza, no ganamos realmente fuerza ninguna. Dice S.Pablo,
“porque las armas de nuestra milicia no son carnales,
sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas”, 2Corintios_10:4. Es a la conciencia y al juicio de
los hombres que debemos apelar. Nuestros argumentos no han de ser la espada, o
el fuego, o la prisión, sino las doctrinas,
y los preceptos, y los textos. "Un voluntario vale por diez hombres que
apelen contra sus convicciones”
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