} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: EVIDENCIAS DE LA CONVERSION 8

viernes, 14 de enero de 2022

EVIDENCIAS DE LA CONVERSION 8


 Ezequiel 33:1-12:

11 Diles: Vivo yo, dice Jehová el Señor, que no quiero la muerte del impío, sino que se vuelva el impío de su camino, y que viva. Volveos, volveos de vuestros malos caminos; ¿por qué moriréis, oh casa de Israel?

 12  Y tú, hijo de hombre, dí a los hijos de tu pueblo: La justicia del justo no lo librará el día que se rebelare; y la impiedad del impío no le será estorbo el día que se volviere de su impiedad; y el justo no podrá vivir por su justicia el día que pecare.

 

                      La pura Palabra de Dios ha de ser suficiente como para convencer a los hombres de su verdad, pero tal es la depravación del corazón humano, que están dispuestos a discutir con lo que Dios ha dicho, aún respecto a los asuntos que conciernen a su propio destino eterno. Es este punto que nos conduce al cuarto principio contenido en el mensaje divino a Ezequiel: Dios se ocupa tanto de que los hombres no cuestionen estas verdades que las confirma solemnemente con un juramento. Si usted se atreve a cuestionar la Palabra de Dios espero que no se atreva a cuestionar Su juramento. De la misma manera que Jesús dijo solemnemente, “De cierto os digo, que si no os volviereis, y fuereis como niños no entraréis en el reino de los cielos” (Mateo18:3) y “De cierto de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios” (Juan.3:3). Así Dios no solo ha dicho que no tiene placer en la muerte de los impíos sino que lo ha confirmado con un juramento. La Biblia lo expresa en la siguiente manera: “13 Efectivamente, cuando Dios hizo la promesa a Abraham, no teniendo otro mayor por quien jurar, juró por sí mismo 14  diciendo: «Te colmaré de bendiciones y te multiplicaré grandemente» (Génesis 22,17). 15  Y así Abraham, a fuerza de paciencia, consiguió la promesa. 16  Los hombres suelen jurar por uno mayor, y este juramento les sirve de confirmación por encima de toda discusión. 17  En este sentido, queriendo Dios demostrar más plenamente a los herederos de la promesa lo irrevocable de su decisión, interpuso como garantía un juramento, 18  para que por estas dos cosas irrevocables, en las cuales es imposible que Dios mienta, tengamos poderoso aliento los que nos acogemos a él, para asirnos a la esperanza que se nos presenta..” (Hebreos 6:13- 18). Esto debería poner fin a todos los argumentos humanos acerca de la predestinación, o acerca de si Dios realmente condena al infierno a los impíos. Estos argumentos sirven simplemente para demostrar la ignorancia de los hombres, mientras que el hecho de que Dios confirme sus intenciones por un juramento, no deja lugar para ninguna duda.

Si usted es un pecador inconverso le ruego que piense cuidadosamente en estas cosas y se pregunte a sí mismo lo siguiente: “¿Quién toma placer en mi pecado y mi condenación?” Seguramente que no es Dios. Él dice y Él jura que no tiene placer en ello. Y de todas maneras, ciertamente usted no está tratando de agradar a Dios. No se atrevería a decir que miente, roba, engaña o que es orgulloso e inmoral, o negligente en asistir al templo, leer la Biblia y orar todo a fin de agradar a Dios. Esto sería, por ejemplo como rebelarse contra un rey y afirmar que lo estábamos haciendo para agradarle. Entonces, ¿Quién tiene placer en su pecado y en su condenación? Ciertamente que no son los creyentes. No les da ningún placer a los ministros fieles del evangelio, ni a sus amigos cristianos verle a usted sirviendo al diablo y corriendo a toda velocidad hacia el infierno. No les causa placer alguno ver tanta ceguera, descuido, obstinación y presunción, ni tampoco verle determinado a continuar en sus caminos pecaminosos y a resistir sus apelaciones para que cambie. Ellos saben que usted está bajo el justo juicio de Dios y que esto terminará en un desastre eterno. No les da más placer que el que experimenta el doctor que se da cuenta que su paciente ha contraído una enfermedad mortal. Les da tristeza el hecho de que usted va rumbo al infierno y que aparentemente, ellos no pueden detenerle. Les hiere saber cuán fácilmente podría usted escapar si usted quisiera. Nosotros que somos creyentes, haríamos cualquier cosa para salvarle. Aquellos que son predicadores del evangelio estudian día y noche, para saber qué decir, para convencerle y persuadirle. Le enseñamos muchos textos de la Palabra de Dios, los cuales dejan bien claro que a menos que sea convertido no puede ser salvo. Esperamos que si usted no quiere creernos a nosotros, por lo menos creerá lo que Dios dice, y aun así usted rehúsa hacer cualquier cosa respecto a su salvación.  

 Pero también hacemos algo acerca de lo cual usted no sabe nada, agonizamos por usted en oración. En ocasiones le decimos a Dios: Les hemos hablado en tu nombre, les hemos dicho lo que Tú nos mandaste decirles, les hemos advertido acerca de los peligros de ser inconversos, les hemos repetido tus palabras: “20 Pero los impíos son como el mar en tempestad, que no puede estarse quieto, y sus aguas arrojan cieno y lodo. 21  No hay paz, dijo mi Dios, para los impíos.” (Isaías 57:20-21), pero aún los peores de ellos no quieren ni siquiera admitir que son impíos. Les hemos recordado que si “porque si vivís conforme a la carne, moriréis; mas si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis.” (Romanos 8:13). Ellos profesan creer en Ti, pero siguen viviendo en una forma que demuestra que están dispuestos a ignorar tus advertencias con la esperanza de que tu no condenarás a nadie. Ellos rehúsan creer que: “Cuando muere el hombre impío, perece su esperanza; Y la expectación de los malos perecerá.” (Proverbios 11:7). Les decimos cuán vil y cuán vano es el pecado, pero ellos lo aman y rehúsan dejarlo. Les advertimos que pagarán por sus pecados con el castigo eterno y la muerte eterna, pero rehúsan creerlo y están preparados a arriesgarse contando con que Tu serás misericordioso. Les decimos cuán dispuesto estás para recibirles y esto solo les hace alargar más el volverse a Ti. Les rogamos, les exhortamos, les ofrecemos nuestra ayuda, pero no podemos lograr nada con ellos. Los borrachos permanecen como borrachos, los ignorantes permanecen en su ignorancia, los orgullosos en su orgullo, los inmorales en su inmoralidad, y los egoístas en su egoísmo. Muy pocos están dispuestos a reconocer su pecado, y aún menos están dispuestos a dejarlo; parecen estar contentos con el hecho de que todos los hombres sean pecadores, como si no existiera diferencia entre el pecador convertido y el que permanece inconverso. Algunos ni siquiera nos escucharán; piensan que ya saben todo lo que necesitan saber; algunos nos escuchan, pero después no hacen caso de todo lo que les decimos y siguen haciendo lo que les gusta. Algunos no tienen más sensibilidad que un cadáver, cuando les hablamos acerca de las cosas que les afectarán para toda la eternidad, parece que no son impactados ni por una sola palabra. Cuando nosotros rehusamos juntarnos con ellos en sus actividades pecaminosas, nos odian y nos critican. Si les exhortamos a que confiesen y que abandonen sus pecados para ser salvos, ellos de plano se niegan. Ellos quieren que nosotros desobedezcamos a Dios y condenemos nuestras almas para agradarles, pero ellos no se volverán para salvar sus almas y agradar a Dios. Ellos piensan que son más sabios que sus maestros, y nada de lo que hacemos parece afectarles en sus malos caminos. Señor, somos incapaces; vemos a la gente lista para caer en el infierno sin poder detenerlos. Sabemos que si sinceramente se volvieran de sus pecados serían salvos, pero no podemos persuadirlos, ni siquiera cuando nos arrodillamos con lágrimas rogándoles que lo hagan. ¿Qué más podemos hacer? Así es como los verdaderos predicadores del evangelio se sienten. ¿Alguna vez se dio cuenta de esto? ¿Piensa usted que se deleitan al ver que los pecadores persisten en sus pecados, y que felizmente se apresuran hacia el infierno? ¿Piensa usted que ellos disfrutan el hecho de no poder detenerle? Ellos saben el sufrimiento eterno que le espera a usted y cual gozo eterno está desechando usted deliberadamente. No hay nada que les pudiera herir más, les duele profundamente verle en tal estado. Quebrantan sus corazones aunque a usted no le preocupe en lo más mínimo.

Por supuesto hay alguien que toma placer en su pecado y es el diablo. Después de todo, el propósito de las tentaciones del diablo es guiarle al pecado y arrastrarlo hacia su propia destrucción. Nada le gustaría más que el hecho de que usted continuará pecando. El ama que usted sea orgulloso, impuro, avaro, mentiroso, ladrón, o cuando usted maldice o comete cualquier otro pecado. Pero no solo se pone feliz al verle pecando, sino también los impíos se ponen felices, porque les hace sentirse contentos en sus propios pecados. Pero usted no está pecando para agradarle al diablo ni a otros pecadores; más bien, usted peca para agradar su propia naturaleza pecaminosa. ¡Este es su enemigo más peligroso! Es su propia naturaleza pecaminosa que exige ser apapachada, y que insiste en que sus propias demandas sean cumplidas, en la comida que come, en la ropa que viste, en sus acompañantes y en todo lo que usted piensa, dice o hace. Es su naturaleza pecaminosa que siempre está exigiendo atención, y que siempre insiste en ser satisfecha. Este es el “dios” al que usted sirve, y que devorará todo lo que usted le dé. Déjeme hacerle algunas preguntas acerca de esto:

Primero, ¿Es correcto servir a su naturaleza pecaminosa más que a su creador? ¿Le hace feliz desagradar a Dios a fin de satisfacer sus propios deseos egoístas? ¿No es digno Dios de ser su dueño? Entonces recuerde, que si Dios no le rige, tampoco le salvará.

 Segundo, aunque su naturaleza pecaminosa esté contenta con su pecado, ¿Está contenta su conciencia? ¿No le recuerda a veces, que las cosas no son como debieran ser, y que algún día habrá un precio que pagar? ¿Le es más importante silenciar su conciencia que satisfacer su naturaleza pecaminosa?

Tercero, ¿Nunca se ha percatado de que su naturaleza pecaminosa está cavando su propio sepulcro? Ella ama todas las “cosas buenas”: Comida, bebida, flojera, diversión, riquezas, popularidad, orgullo de posición y posesiones; pero ¿Ama lo que sucede al fin de una vida impía? ¿Ama la idea de estar en pie ante Dios en el día del juicio y ser condenado al fuego eterno? ¿Le deleita el ser atormentado con los demonios para siempre? Recuerde que el pecado y el infierno solo pueden ser separados por la conversión verdadera. Si a usted le gusta la idea del castigo en el infierno, entonces no es sorprendente que quiera seguir pecando. Pero si no, (y estoy seguro que así es su caso) ¿Vale cualquier pecado la pérdida de la vida eterna? ¿Compensa un poco de placer, de flojera o de autosatisfacción la pérdida del cielo? ¿Tienen más valor las posesiones terrenales que las riquezas celestiales y eternas? ¿Recompensarán ellas los sufrimientos del fuego eterno? Piense acerca de estas cosas antes de seguir adelante. Déjeme decirlo una vez más: Dios jura que no tiene placer en su muerte y en su condenación, más bien prefiere que se vuelva y viva. Si usted prefiere morir que volverse, recuerde que lo quiere así, no por agradar a Dios, sino para agradarse a sí mismo. Si usted se condenará a sí mismo, con el fin de agradarse a sí mismo, si toma placer en correr a toda velocidad hacia el infierno y rehúsa responder al Dios que anhela rescatarle, entonces usted sufrirá las consecuencias. Se despertará algún día en el infierno pero para entonces ya será demasiado tarde.

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