Ezequiel 33:1-12:
11 Diles: Vivo yo, dice Jehová el
Señor, que no quiero la muerte del impío, sino que se vuelva el impío de su
camino, y que viva. Volveos, volveos de vuestros malos caminos; ¿por qué
moriréis, oh casa de Israel?
12 Y
tú, hijo de hombre, dí a los hijos de tu pueblo: La justicia del justo no lo
librará el día que se rebelare; y la impiedad del impío no le será estorbo el
día que se volviere de su impiedad; y el justo no podrá vivir por su justicia
el día que pecare.
La pura Palabra de Dios
ha de ser suficiente como para convencer a los hombres de su verdad, pero tal
es la depravación del corazón humano, que están dispuestos a discutir con lo
que Dios ha dicho, aún respecto a los asuntos que conciernen a su propio
destino eterno. Es este punto que nos conduce al cuarto principio contenido
en el mensaje divino a Ezequiel: Dios
se ocupa tanto de que los hombres no cuestionen estas verdades que las confirma
solemnemente con un juramento. Si usted se atreve a cuestionar la
Palabra de Dios espero que no se atreva a cuestionar Su juramento. De la misma
manera que Jesús dijo solemnemente, “De cierto os digo,
que si no os volviereis, y fuereis como niños no entraréis en el reino de los
cielos” (Mateo18:3) y “De cierto de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo,
no puede ver el reino de Dios” (Juan.3:3).
Así Dios no solo ha dicho que no tiene placer en la muerte de los impíos sino
que lo ha confirmado con un juramento. La Biblia lo expresa en la siguiente
manera: “13 Efectivamente, cuando Dios hizo la promesa
a Abraham, no teniendo otro mayor por quien jurar, juró por sí mismo 14 diciendo: «Te colmaré de bendiciones y te
multiplicaré grandemente» (Génesis 22,17). 15
Y así Abraham, a fuerza de paciencia, consiguió la promesa. 16 Los hombres suelen jurar por uno mayor, y
este juramento les sirve de confirmación por encima de toda discusión. 17 En este sentido, queriendo Dios demostrar más
plenamente a los herederos de la promesa lo irrevocable de su decisión,
interpuso como garantía un juramento, 18
para que por estas dos cosas irrevocables, en las cuales es imposible
que Dios mienta, tengamos poderoso aliento los que nos acogemos a él, para
asirnos a la esperanza que se nos presenta..” (Hebreos
6:13- 18). Esto debería poner fin a todos los argumentos humanos acerca
de la predestinación, o acerca de si Dios realmente condena al infierno a los
impíos. Estos argumentos sirven simplemente para demostrar la ignorancia de los
hombres, mientras que el hecho de que Dios confirme sus intenciones por un
juramento, no deja lugar para ninguna duda.
Si usted es un pecador inconverso le ruego que
piense cuidadosamente en estas cosas y se pregunte a sí mismo lo siguiente:
“¿Quién toma placer en mi pecado y mi condenación?” Seguramente que no es Dios.
Él dice y Él jura que no tiene placer en ello. Y de todas maneras, ciertamente
usted no está tratando de agradar a Dios. No se atrevería a decir que miente,
roba, engaña o que es orgulloso e inmoral, o negligente en asistir al templo,
leer la Biblia y orar todo a fin de agradar a Dios. Esto sería, por ejemplo
como rebelarse contra un rey y afirmar que lo estábamos haciendo para
agradarle. Entonces, ¿Quién tiene placer en su pecado y en su condenación?
Ciertamente que no son los creyentes. No les da ningún placer a los ministros
fieles del evangelio, ni a sus amigos cristianos verle a usted sirviendo al
diablo y corriendo a toda velocidad hacia el infierno. No les causa placer
alguno ver tanta ceguera, descuido, obstinación y presunción, ni tampoco verle
determinado a continuar en sus caminos pecaminosos y a resistir sus apelaciones
para que cambie. Ellos saben que usted está bajo el justo juicio de Dios y que
esto terminará en un desastre eterno. No les da más placer que el que
experimenta el doctor que se da cuenta que su paciente ha contraído una
enfermedad mortal. Les da tristeza el hecho de que usted va rumbo al infierno y
que aparentemente, ellos no pueden detenerle. Les hiere saber cuán fácilmente
podría usted escapar si usted quisiera. Nosotros
que somos creyentes, haríamos cualquier cosa para salvarle. Aquellos que
son predicadores del evangelio estudian día y noche, para saber qué decir, para
convencerle y persuadirle. Le enseñamos
muchos textos de la Palabra de Dios, los cuales dejan bien claro que a menos
que sea convertido no puede ser salvo. Esperamos que si usted no quiere
creernos a nosotros, por lo menos creerá lo que Dios dice, y aun así usted rehúsa
hacer cualquier cosa respecto a su salvación.
Pero
también hacemos algo acerca de lo cual usted no sabe nada, agonizamos por usted en oración. En ocasiones le decimos a
Dios: Les hemos hablado en tu nombre, les hemos dicho lo que Tú nos mandaste
decirles, les hemos advertido acerca de los peligros de ser inconversos, les
hemos repetido tus palabras: “20 Pero los impíos son
como el mar en tempestad, que no puede estarse quieto, y sus aguas arrojan
cieno y lodo. 21 No hay paz, dijo mi
Dios, para los impíos.” (Isaías 57:20-21),
pero aún los peores de ellos no quieren ni siquiera admitir que son impíos. Les
hemos recordado que si “porque si vivís conforme a la
carne, moriréis; mas si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne,
viviréis.” (Romanos 8:13). Ellos
profesan creer en Ti, pero siguen viviendo en una forma que demuestra que están
dispuestos a ignorar tus advertencias con la esperanza de que tu no condenarás
a nadie. Ellos rehúsan creer que: “Cuando muere el hombre
impío, perece su esperanza; Y la expectación de los malos perecerá.” (Proverbios 11:7). Les decimos cuán vil y cuán vano
es el pecado, pero ellos lo aman y rehúsan dejarlo. Les advertimos que pagarán
por sus pecados con el castigo eterno y la muerte eterna, pero rehúsan creerlo
y están preparados a arriesgarse contando con que Tu serás misericordioso. Les
decimos cuán dispuesto estás para recibirles y esto solo les hace alargar más
el volverse a Ti. Les rogamos, les exhortamos, les ofrecemos nuestra ayuda,
pero no podemos lograr nada con ellos. Los borrachos permanecen como borrachos,
los ignorantes permanecen en su ignorancia, los orgullosos en su orgullo, los
inmorales en su inmoralidad, y los egoístas en su egoísmo. Muy pocos están
dispuestos a reconocer su pecado, y aún menos están dispuestos a dejarlo;
parecen estar contentos con el hecho de que todos los hombres sean pecadores,
como si no existiera diferencia entre el pecador convertido y el que permanece
inconverso. Algunos ni siquiera nos escucharán; piensan que ya saben todo lo
que necesitan saber; algunos nos escuchan, pero después no hacen caso de todo
lo que les decimos y siguen haciendo lo que les gusta. Algunos no tienen más
sensibilidad que un cadáver, cuando les hablamos acerca de las cosas que les
afectarán para toda la eternidad, parece que no son impactados ni por una sola
palabra. Cuando nosotros rehusamos juntarnos con ellos en sus actividades
pecaminosas, nos odian y nos critican. Si les exhortamos a que confiesen y que
abandonen sus pecados para ser salvos, ellos de plano se niegan. Ellos quieren
que nosotros desobedezcamos a Dios y condenemos nuestras almas para agradarles,
pero ellos no se volverán para salvar sus almas y agradar a Dios. Ellos piensan
que son más sabios que sus maestros, y nada de lo que hacemos parece afectarles
en sus malos caminos. Señor, somos incapaces; vemos a la gente lista para caer
en el infierno sin poder detenerlos. Sabemos que si sinceramente se volvieran
de sus pecados serían salvos, pero no podemos persuadirlos, ni siquiera cuando
nos arrodillamos con lágrimas rogándoles que lo hagan. ¿Qué más podemos hacer? Así es como los verdaderos predicadores del
evangelio se sienten. ¿Alguna vez se dio cuenta de esto? ¿Piensa usted que
se deleitan al ver que los pecadores persisten en sus pecados, y que felizmente
se apresuran hacia el infierno? ¿Piensa usted que ellos disfrutan el hecho de
no poder detenerle? Ellos saben el sufrimiento eterno que le espera a usted y
cual gozo eterno está desechando usted deliberadamente. No hay nada que les
pudiera herir más, les duele profundamente verle en tal estado. Quebrantan sus
corazones aunque a usted no le preocupe en lo más mínimo.
Por
supuesto hay alguien que toma placer en su pecado y es el diablo. Después de todo, el propósito de las
tentaciones del diablo es guiarle al pecado y arrastrarlo hacia su propia
destrucción. Nada le gustaría más que el hecho de que usted continuará pecando.
El ama que usted sea orgulloso, impuro, avaro, mentiroso, ladrón, o cuando
usted maldice o comete cualquier otro pecado. Pero no solo se pone feliz al
verle pecando, sino también los impíos se ponen felices, porque les hace
sentirse contentos en sus propios pecados. Pero usted no está pecando para
agradarle al diablo ni a otros pecadores; más bien, usted peca para agradar su propia naturaleza pecaminosa. ¡Este es su enemigo más peligroso!
Es su propia naturaleza pecaminosa que exige ser apapachada, y que insiste
en que sus propias demandas sean cumplidas, en la comida que come, en la ropa
que viste, en sus acompañantes y en todo lo que usted piensa, dice o hace. Es
su naturaleza pecaminosa que siempre está exigiendo atención, y que siempre
insiste en ser satisfecha. Este es el “dios” al que usted sirve, y que devorará
todo lo que usted le dé. Déjeme hacerle algunas preguntas acerca de esto:
Primero, ¿Es correcto servir a su naturaleza pecaminosa
más que a su creador? ¿Le hace feliz desagradar a Dios a fin de satisfacer sus
propios deseos egoístas? ¿No es digno Dios de ser su dueño? Entonces recuerde, que si Dios no le
rige, tampoco le salvará.
Segundo, aunque su naturaleza pecaminosa esté contenta con su pecado, ¿Está
contenta su conciencia? ¿No le recuerda a veces, que las cosas no son como
debieran ser, y que algún día habrá un precio que pagar? ¿Le es más importante
silenciar su conciencia que satisfacer su naturaleza pecaminosa?
Tercero, ¿Nunca se ha percatado de que su naturaleza
pecaminosa está cavando su propio sepulcro? Ella ama todas las “cosas buenas”:
Comida, bebida, flojera, diversión, riquezas, popularidad, orgullo de posición
y posesiones; pero ¿Ama lo que sucede al fin de una vida impía? ¿Ama la idea de
estar en pie ante Dios en el día del juicio y ser condenado al fuego eterno?
¿Le deleita el ser atormentado con los demonios para siempre? Recuerde que el pecado y el infierno
solo pueden ser separados por la conversión verdadera. Si a usted le
gusta la idea del castigo en el infierno, entonces no es sorprendente que
quiera seguir pecando. Pero si no, (y estoy seguro que así es su caso) ¿Vale
cualquier pecado la pérdida de la vida eterna? ¿Compensa un poco de placer, de
flojera o de autosatisfacción la pérdida del cielo? ¿Tienen más valor las
posesiones terrenales que las riquezas celestiales y eternas? ¿Recompensarán
ellas los sufrimientos del fuego eterno? Piense acerca de estas cosas antes
de seguir adelante. Déjeme decirlo una vez más: Dios jura que no tiene
placer en su muerte y en su condenación, más bien prefiere que se vuelva y
viva. Si usted prefiere morir que volverse, recuerde que lo quiere así, no por
agradar a Dios, sino para agradarse a sí mismo. Si usted se condenará a sí
mismo, con el fin de agradarse a sí mismo, si toma placer en correr a toda
velocidad hacia el infierno y rehúsa responder al Dios que anhela rescatarle,
entonces usted sufrirá las consecuencias. Se despertará algún día en el
infierno pero para entonces ya será demasiado tarde.
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