} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: 6 Mayo 2019: Estudiando la Palabra de Dios en la Biblia.

lunes, 6 de mayo de 2019

6 Mayo 2019: Estudiando la Palabra de Dios en la Biblia.



Romanos 3; 23
por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios,
   
El apóstol Pablo no hace diferencia entre sus escuchantes o lectores de esta epístola a los romanos; sabiendo que había entre ellos judíos y gentiles estaban perdidos sin esta salvación por la simple razón de que estos dos grupos de la humanidad habían pecado y por eso se hallaban bajo la condenación del pecado.
Después de dos mil años, el mensaje es el mismo:
Rom 3:19  Pero sabemos que todo lo que la ley dice, lo dice a los que están bajo la ley, para que toda boca se cierre y todo el mundo quede bajo el juicio de Dios;
Rom 3:20  ya que por las obras de la ley ningún ser humano será justificado delante de él; porque por medio de la ley es el conocimiento del pecado.
Rom 3:21  Pero ahora, aparte de la ley, se ha manifestado la justicia de Dios, testificada por la ley y por los profetas;
Rom 3:22  la justicia de Dios por medio de la fe en Jesucristo, para todos los que creen en él. Porque no hay diferencia,
Rom 3:23  por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios,
Rom 3:24  siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús,
Rom 3:25  a quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre, para manifestar su justicia, a causa de haber pasado por alto, en su paciencia, los pecados pasados,
Rom 3:26  con la mira de manifestar en este tiempo su justicia, a fin de que él sea el justo, y el que justifica al que es de la fe de Jesús.

 La muerte y resurrección de Jesús adquieren su auténtica dimensión en profundidad como acontecimiento salvífico. En la entrega que Jesús hace de su vida por los hombres se revela «la justicia de Dios». Este concepto define la obra de Jesús, en cuanto que, con ella, Dios actúa para salvar al hombre. Lo que el hombre experimenta en su encuentro con el Señor que muere y resucita, es una acción divina, la acción del Dios que se ha acercado en Jesús. De ahí que su «justicia» no pueda entenderse en el sentido occidental de norma decisiva. La «justicia-de-Dios» no designa un ser justo de Dios en sentido ético, sino su estar en razón frente a la humanidad culpable, su recto obrar con ella, de tal modo que el derecho de Dios se convierte en el derecho del hombre. La revelación divina invita al hombre al reconocimiento del derecho de Dios, y así encuentra el hombre su estar adecuado delante de Dios. Esto ocurre «ahora», en Jesucristo, en quien Dios se manifiesta. Por medio del Evangelio, por el que se ha hecho patente la «justicia de Dios», se proclama la fecundidad de la muerte y resurrección de Jesús, que se brindan a los hombres. Frente a la eficacia salvadora, revelada ahora en Jesucristo, necesariamente tiene que aparecer toda la acción de la ley, es decir, todos los esfuerzos del hombre por operar su salvación personal, como una «obra» de autosuficiencia y, por lo mismo, contraria a Dios. La salvación llega ahora independientemente de la ley, sólo por Jesús, sólo por la gracia; lo cual pone definitivamente en claro que la ley pertenece a las cosas pasadas. Se demuestra como una realidad del tiempo pasado, del tiempo que se caracterizó por el dominio del pecado.
No hay diferencia de hombres: todos pecaron, todos están necesitados de la redención, hacia todos se vuelve Dios en Jesucristo, a todos se les abre la generosidad con la fe. Si Pablo vuelve a subrayar que no hay diferencia alguna, no hace más que evidenciar una vez más su decidida intención de hablar a los judíos. Pues, es precisamente el judío el que de modo especial tiene que despojarse de sus privilegios para poder participar en las nuevas relaciones con Dios, que se manifiestan ahora como las verdaderas relaciones sobre el fundamento de la fe en Jesucristo.

Dios se vuelve hacia todos, porque «todos están privados de la gloria de Dios». Simultáneamente, y de modo indirecto, se abre con ello una nueva visión de la «justicia de Dios»: la comunicación de la gloria de Dios. El hombre carece de ella como consecuencia del pecado, pero se devuelve al pecador en forma de justificación. Y aunque el justificado la posee ya como una realidad, continúa siendo, sin embargo, un bien en esperanza que hay que alcanzar.
La justificación del hombre pecador es consecuencia de «la gracia» que actúa «mediante la redención en Jesucristo».

1 Juan 1; 7
pero si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado

Murió Jesucristo en la cruz en realidad. No fue una mera apariencia. Tuvo un cuerpo que derramó sangre. Esa muerte es satisfactoria para perdonarnos los pecados. Este versículo contradice a los gnósticos que negaban la humanidad de Cristo, la realidad de su muerte, y el perdón absoluto de pecados por su sangre. Ellos convertían en libertinaje la gracia de nuestro Dios (Jud_1:4), pero el cristiano no puede dejar que el pecado reine en él (Rom_6:12). Ellos reclamaban tener comunión con Dios aparte de la sangre derramada por Jesús. ¡Por eso mentían! La comunión con Dios, quien es luz, depende del perdón que la sangre de Jesucristo nos trajo.  
Pero si caminamos en la luz, como Él está en la luz, nosotros (los creyentes) tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo nos limpia de todo pecado. Estos son los grandes principios, las grandes características de la posición cristiana. Estamos ante la presencia de Dios sin verlo. Es una cosa real, una cuestión de vida y de caminar en obediencia. No es lo mismo que caminar de acuerdo con la luz; pero está en la luz. Es decir, que este caminar es ante los ojos de Dios, iluminado por la revelación completa de lo que Él es. No es que no haya pecado en nosotros; pero caminando en la luz, la voluntad y la conciencia están en la luz como Dios está en ella, todo se juzga que no responde a ella. Vivimos y caminamos moralmente en el sentido de que Dios está presente y como conociéndolo. Así caminamos en la luz. La regla moral de nuestra voluntad es Dios mismo, Dios conocido. Los pensamientos que influyen en el corazón provienen de Él mismo y se forman sobre la revelación de Él mismo. El apóstol pone estas cosas siempre de una manera abstracta: así dice, "no puede pecar, porque es nacido de Dios"  y que mantiene el dominio moral de esta vida; es su naturaleza; Es la verdad, en la medida en que el hombre nace de Dios. No podemos tener ninguna otra medida de ello: cualquier otra sería falsa. No sigue, ¡ay! que siempre somos coherentes; pero somos inconsistentes si no estamos en este estado; No estamos caminando de acuerdo a la naturaleza que poseemos; Estamos fuera de nuestra verdadera condición según esa naturaleza.  
Además, al caminar en la luz, como Dios está en la luz, los creyentes tienen comunión entre sí. El mundo es egoísta. La carne, las pasiones, buscan su propia gratificación; pero, si camino en la luz, el yo no tiene lugar allí. Puedo disfrutar de la luz, y todo lo que busco en ella, con otro, y no hay celos. Si otro posee algo carnal, estoy privado de ello. A la luz tenemos la posesión mutua de lo que Él nos da, y lo disfrutamos más compartiéndolo juntos. Esta es una piedra de toque para todo lo que es de la carne. Por mucho que uno esté en la luz, tendremos tanto placer como compañeros que están en él. El apóstol, como hemos dicho, declara esto de una manera abstracta y absoluta. Esta es la forma más verdadera de saber la cosa en sí. El resto es sólo una cuestión de realización por medio de la obediencia.

¿De qué forma la sangre de Jesucristo nos limpia de todo pecado? En la época del Antiguo Testamento, los creyentes simbólicamente transferían sus pecados a la cabeza de un animal, que después se sacrificaba (véase la descripción de esa ceremonia en Levítico 4). El animal moría en su lugar, redimiéndolos del pecado y permitiéndoles que siguieran viviendo en el favor de Dios. La gracia de Dios los perdonaba por su confianza en El y por haber obedecido los mandamientos en cuanto al sacrificio. Esos sacrificios anunciaban el día en que Cristo quitaría por completo los pecados. Una verdadera limpieza del pecado vino por medio de Jesucristo, el "Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo" (Joh_1:29). El pecado, por su propia naturaleza, trae consigo muerte. Ese es un hecho tan cierto como la ley de la gravedad. Jesucristo no murió por sus propios pecados; no los tenía. En su lugar, por una transacción que nunca lograremos entender totalmente, murió por los pecados del mundo. Cuando le entregamos nuestra vida a Cristo y nos identificamos con El, su muerte llega a ser nuestra. Descubrimos que de antemano pagó el castigo de nuestros pecados; su sangre nos ha limpiado. Así como resucitó del sepulcro, resucitamos a una nueva vida de comunión con El (Rom_6:4).
¡Maranata! ¡Sí, ven Señor Jesús!

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