Lucas 18; 27
Él
(Jesús) les dijo: Lo que es imposible para los hombres, es posible para Dios.
Porque ellos creían que
la posesión de riquezas era prueba de estar aprobado por Dios. Nunca se imaginaban
que podrían estorbar la salvación. La Biblia no condena la riqueza. Abraham y
Job eran hombres muy ricos. Mateo mismo era rico, como también Zaqueo. Dios
puede hacer lo que al hombre parece imposible (Gén_18:14; Job_42:2; Luc_1:37;
Mar_9:23). El problema no es la riqueza misma sino el uso correcto de ella
(Luc_16:1-13; Luc_16:19-31). El peligro está en el amor al dinero, 1Ti_6:9-10.
Es difícil que el hombre se humille, pero el evangelio es el poder de Dios para
salvación (Rom_1:16; Jer_23:29). Muchos hombres se han humillado bajo la mano
poderosa de Dios.
Una vez más, los
principios del reino, según lo establecido por el rechazo de Cristo, estaban en
completo contraste con las bendiciones temporales asociadas a la obediencia a
la ley, por muy excelentes que fueran las leyes en su lugar. La bondad en el
hombre no hubo ninguna: sólo Dios es bueno. El joven que había cumplido la ley
en su andar hacia afuera está llamado a dejar todo para que pueda seguir al
Señor. Jesús conoció sus circunstancias y su corazón, y puso su dedo en la
codicia que lo gobernó y fue alimentado por las riquezas que poseía. Debía
vender todo lo que tenía y seguir a Jesús; Él debería tener tesoro en el cielo.
El joven se fue triste. Las riquezas que, a los ojos de los hombres, parecían
ser una señal del favor de Dios, no eran más que un obstáculo cuando el corazón
y el cielo eran cuestionados. El Señor anuncia al mismo tiempo, que quienquiera
que abandone cualquier cosa que apreciara por causa del reino de los cielos,
debería recibir mucho más en este mundo y, en el próximo, la vida eterna.
Podemos observar que es solo el principio que se establece aquí en referencia
al reino.
¿Por qué? Las
posesiones tienden a encadenar el corazón a este mundo y a no dejar que se
piense en nada más. No tiene por qué ser pecado el tener riquezas, pero sí
entraña un peligro y una gran responsabilidad.
Pedro mencionó que él y
sus compañeros lo habían dejado todo para seguir a Jesús; y Jesús prometió que
nadie dejaría nada por el Reino de Dios que no recibiera mucho más. Todos los
cristianos sabemos que es verdad. Alguien dijo al misionero David Livingstone
que cuántos sacrificios había hecho, porque había pasado muchas pruebas y
dolores, perdido a su mujer y arruinado su salud en África. Y Livingstone le
contestó: " ¿Sacrificios? ¡No he hecho ningún sacrificio en toda la vida!»
Al que sigue a Cristo
puede que le esperen y le pasen cosas que el mundo consideraría malas; pero
todas ellas producen una paz y una felicidad que el mundo no puede ni dar ni
quitar.
Mateo 11; 27
Todas las
cosas me fueron entregadas por mi Padre; y nadie conoce al Hijo, sino el Padre,
ni al Padre conoce alguno, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo lo quiera
revelar.
Aquí Jesús está
hablando por propia experiencia, la experiencia de que los rabinos y los sabios
de Su tiempo Le rechazaban, mientras que las personas sencillas Le aceptaban.
A los intelectuales no
les decía nada, pero los humildes Le recibían. Debemos hacer lo posible por
entender lo que Jesús quería decir aquí. Está muy lejos de condenar la
actividad intelectual; lo que condena es el orgullo intelectual. Como dice
Plummer: «El corazón, no la cabeza, es el hogar del Evangelio.» No es la
inteligencia lo que le cierra la puerta, sino el orgullo. No es la necedad lo que
le admite, sino la humildad. Uno puede ser tan sabio como Salomón; pero si no
tiene sencillez, confianza e inocencia, se excluye a sí mismo.
Este pasaje termina con
las credenciales más gloriosas que hizo jamás Jesús, y que figuran en el centro
de la fe cristiana: que Él es el único que puede revelar a Dios a la humanidad.
Otros puede que sean hijos de Dios; pero Él es El Hijo. Juan lo expresa de una
m n poco diferente cuando nos cuenta que Jesús dijo: «El que ha visto a Mí, ha
visto al Padre» (Jua_14:9). Lo que Jesús quiere decir es: "Si queréis ver
cómo es Dios, si queréis ver la mente de Dios, el corazón de Dios, el carácter
de Dios, si queréis ver la actitud total de Dios hacia la humanidad, ¡miradme a
Mí!» Los cristianos estamos convencidos de que en Jesucristo y sólo en Él
podemos ver cómo es Dios; y es también la convicción cristiana que Jesús puede
dar ese conocimiento a todo el que sea suficientemente humilde y confiado para
recibirlo.
Nos contentamos con la
revelación (las Escrituras) para nuestro conocimiento del Hijo y del Padre y
del Espíritu Santo. No conviene afirmar nada acerca de Dios que no sea revelado
en las Escrituras. La fe de discípulos de Cristo no se basa en especulaciones y
credos humanos, sino en la revelación que Dios nos ha dado.
Sin embargo, este texto se ha citado para criticar a los que
defendemos la Deidad de Cristo, pero la defendemos porque muchos enseñan error
(modernismo) sobre este tema. No sólo los testigos del Atalaya y los “sólo
Jesús” y otros sectarios, sino también algunos hermanos en Cristo, pues dicen
que cuando Jesús vino al mundo se despojó del uso de los atributos divinos y
que no usó (demostró) ningún atributo divino ni una sola vez durante su vida
aquí en la tierra. Esto niega Jua_20:31. También niega que Cristo perdonó
pecados por su propia autoridad (Mat_9:6) y niega que Cristo era adorado por
varias personas (Mat_2:2; Mat_28:17; Jua_9:38, etc.). Es un error grave enseñar
que debemos ser indiferentes hacia la controversia sobre la Deidad de Cristo,
porque hay modernismo en la predicación de algunos hermanos y si logran
destruir la fe de algunos en la Deidad de Cristo, destruyen también su
esperanza de la salvación eterna.
¡Maranata! ¡Sí, ven
Señor Jesús!
No hay comentarios:
Publicar un comentario