1 Pedro 1;
8-9
a quien
amáis sin haberle visto, en quien creyendo, aunque ahora no lo veáis, os
alegráis con gozo inefable y glorioso; obteniendo el fin de vuestra fe, que es
la salvación de vuestras almas.
El apóstol Pedro escribió esta carta para
animar y fortalecer a los creyentes que enfrentaban pruebas y persecución bajo
el emperador Nerón. En gran parte del primer siglo, la persecución no era la
regla en todo el Imperio Romano. Los soldados no buscaban a los cristianos para
torturarlos. Los cristianos, sin embargo, podían esperar persecución social y
económica de tres fuentes principales: los romanos, los judíos y sus propios
familiares. Todos serían mal entendidos. Algunos serían hostigados; otros
serían torturados e incluso condenados a muerte.
El estado legal de los
cristianos en el Imperio Romano no era muy claro. Muchos romanos seguían
pensando que los cristianos eran una secta judía. Como la religión judía era
legal, consideraban al cristianismo también legal, siempre y cuando los
cristianos cumplieran con las leyes del imperio. Sin embargo, si los cristianos
se negaban a adorar al emperador o a inscribirse en el ejército, o si
participaban en disturbios civiles (tal como el que ocurrió en Efeso según Hechos_19:23ss),
podían ser castigados por las autoridades civiles.
A muchos judíos no les
gustaba que se les asociara en lo legal con los cristianos. Tal como lo
consigna Hechos, a menudo los judíos maltrataron a los cristianos, los
expulsaron de la ciudad o intentaron poner en su contra a los funcionarios
romanos. Saulo, más tarde el gran apóstol Pablo, fue al comienzo un perseguidor
judío de los cristianos.
Otra fuente de persecución
fueron los propios familiares de los cristianos. Bajo la ley romana, la cabeza
del hogar tenía autoridad absoluta sobre todos sus miembros. A menos que el
hombre que dirigía el hogar fuera cristiano, la esposa, los hijos y los criados
cristianos podían afrontar el sufrimiento extremo. Si eran expulsados, no
hallarían sitio adonde dirigirse salvo la iglesia; si eran golpeados, ningún
tribunal defendería sus derechos.
Pedro está trazando un
contraste implícito entre él mismo y sus lectores. Él había tenido el
privilegio inapreciable de conocer a Jesús en Su vida en la Tierra. Sus
lectores no habían tenido ese gozo; pero, a pesar de eso, Le amaban; y aunque
no Le veían con los ojos de la cara, creían en Él. Y esa fe les producía un
gozo que trascendía la expresión y que estaba revestido de gloria, porque aun
aquí y ahora les aseguraba el bienestar definitivo de sus almas.
Podemos ver cuatro
etapas en la aprehensión de Cristo por nosotros.
(i) La primera es una
etapa de esperanza y anhelo, la etapa de los que soñaron con la venida del Rey
en todas las edades. Como Jesús mismos les dijo a Sus discípulos: «Muchos
profetas y reyes desearon ver lo que vosotros estáis viendo, pero no lo vieron»
(Luc_10:23 s). Hubo días de un anhelo y una expectación que no se habían
realizado.
(ii) La segunda etapa
fue la de aquellos que conocieron a Jesús en Su vida terrenal. Eso es lo que
tiene en mente Pedro aquí. Eso era lo que estaba pensando cuando le dijo a
Comelio: «Nosotros somos testigos de todo lo que Él hizo, tanto en el país de
los judíos como en Jerusalén» (Hec_10:39). Hubo algunos que convivieron con
Jesús, y de cuyo testimonio dependemos para saber cómo era y qué hizo.
(iii) Hay personas en
todas las naciones y en todos los tiempos que ven a Jesús con los ojos de la
fe. Jesús le dijo a Tomás: "¿Has creído porque Me has visto? ¡Benditos los
que no han visto, y sin embargo creen!» (Juan_20:29 ). Esta manera de ver a
Jesús es posible solamente porque Él no es simplemente alguien que vivió y
murió y ahora no es más que el protagonista de un libro; sino que es Alguien
que vivió y murió y resucitó y vive para siempre. Se ha dicho que «ninguno de
los apóstoles se acordaba nunca de Cristo.» Es decir: Jesús no es sólo un
recuerdo; es una Persona Que conocemos.
(iv) Está la visión
beatífica. Pedro estaba seguro de que Le vería como Él es (1Jn_3:2). «Ahora
dice Pablo- vemos borrosamente como en un espejo; pero entonces, cara a cara»
(1Co_13:12). Si la mirada de fe permanece, día llegará en que Le veamos cara a
cara, y Le conozcamos como Él nos conoce.
¡Maranata! ¡Sí, ven
Señor Jesús!
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