Salmo
53; 1
Dice
el necio en su corazón: No hay Dios. Se han corrompido, e hicieron abominable
maldad; No hay quien haga bien.
Como
eco del mensaje del Salmo 14, aquí David proclama la necedad del ateísmo (Rom_3:10). La gente puede decir que no hay Dios para cubrir sus
pecados, tener una excusa para continuar pecando, y/o para pasar por alto al
Juez y evitar el juicio. Un "necio" no es alguien falto de
inteligencia. Muchos ateos e incrédulos son sumamente cultos. Los necios son
los que rechazan a Dios, el único que puede salvarlos. Sabe en su fuero interno
que Dios existe, pero lo rechazan porque llevan una vida inmoral, y no quieren
rendir cuentas ante nadie de su conducta. Tales son los que abrazan la
filosofía del racionalismo y el relativismo. Son los que quieren ir al cielo que se han inventado para si mismos, pero donde no existe Dios.
Romanos
11; 34-36
Porque
¿quién entendió la mente del Señor? ¿O quién fue su consejero? ¿O quién le dio
a él primero, para que le fuese recompensado? Porque de él, y por él, y para
él, son todas las cosas. A él sea la gloria por los siglos. Amén.
Estas palabras
sublimes de admiración se refieren a las provisiones para salvación reveladas
en el evangelio y presentadas en esta epístola. Dios ha hecho uso de hombres y
naciones, y llevado a cabo decisiones, al desarrollar el plan de salvación para
el mundo. Dios no ha dependido del hombre, ni le debe nada. Todo es de él, por
él, y para él.
Este es el
pasaje más característico del apóstol Pablo. Aquí la teología se hace poesía.
Aquí se pasa de la investigación de la mente a la adoración del corazón. Como
conclusión, todo debe quedar como un misterio que el hombre no puede comprender
ahora, pero cuyo secreto es el amor. Si uno puede decir que todas las cosas
proceden de Dios, que todas las cosas tienen su ser por Él y que todas las
cosas conducen a Él, ¿para qué decir más? Hay una cierta paradoja en la
situación humana. Dios le ha dado al hombre una mente, y el hombre está
obligado a usarla para pensar las cosas hasta donde pueda alcanzar su
pensamiento. Pero es igualmente cierto que a veces se llega al límite y a uno
no le queda más que aceptar y adorar.
Pablo se había
enfrentado con un problema descorazonador con todas las fuerzas de su
extraordinaria inteligencia. No dice que lo ha resuelto como uno podría
resolver un problema de matemáticas; pero dice que, después de intentarlo lo
mejor posible, está contento con dejárselo todo al poder y al amor de Dios.
Muchas veces en la vida no nos queda más que decirle a Dios: «Con mi mente no
lo puedo comprender, pero con todo mi corazón confío en Tu amor. ¡Hágase Tu
voluntad!»
¡Maranata! ¡Sí, ven
Señor Jesús!
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