Marcos 10;
14-15
Pero
cuando Jesús vio esto, se indignó y les dijo: Dejad que los niños vengan a mí;
no se lo impidáis, porque de los que son como éstos es el reino de Dios. En
verdad os digo: el que no reciba el reino de Dios como un niño, no entrará en
él.
Era natural que las madres judías quisieran que un gran
rabino distinguido bendijera a sus hijos. Especialmente traían a sus hijos a
una persona así en su primer cumpleaños. Así fue como Le trajeron a Jesús a los
niños aquel día.
Entenderemos más plenamente la conmovedora belleza de este
pasaje si recordamos cuándo sucedió. Jesús iba de camino a la Cruz -y lo sabía.
Su sombra cruel puede que no se apartara nunca de Su mente. Fue en un momento
así cuando tuvo tiempo para los niños. Aun con tal tensión en Su mente, estuvo
dispuesto a tomarlos en Sus brazos, y sonreírles de corazón, y puede que hasta
jugar con ellos.
Los discípulos no eran unos antipáticos ni unos amargados.
Sencillamente querían proteger a Jesús. No comprendían del todo lo que estaba
pasando, pero presentían claramente la tragedia que los esperaba, y podían percibir
la tensión que embargaba a Jesús. No querían que se Le molestara. No podían
figurarse que Él pudiera querer tener niños a Su alrededor en tal ocasión; pero
Jesús les dijo: «¡Dejad que vengan a Mí los chiquillos y no tratéis de
impedírselo!»
Incidentalmente, esto nos dice un montón acerca de Jesús. Nos
dice que era la clase de Persona a la Que Le importan los niños, y Que importa
a los niños. No puede haber sido una persona sombría y desagradable. Tiene que
haber habido una amable luminosidad en Él. Tiene que haberle resultado fácil
sonreír y reír de alegría.
Este breve, precioso
incidente arroja un torrente de luz sobre la clase de Persona humana Que era
Jesús. Viendo Jesús que los discípulos están reprendiendo a los que traen los
bebés, se indigna. Esto implica que los discípulos no actuaban solamente en
ignorancia, sino con malos motivos.
Jesús se
aprovecha de la oportunidad para enseñar sobre la naturaleza del reino venidero
y de los que lo van a componer. En su reino no hay lugar para la ambición
carnal y el sentido de superioridad unos sobre otros. El niño ilustra la
humildad y la sumisión necesarias para todo ciudadano del reino del cielo.
Jesús ya había tocado este punto.
Ahora, si según
el calvinismo el bebé nace totalmente depravado, habiendo heredado la culpa del
pecado de Adán, entonces la lógica nos obliga a concluir que el reino de Dios
es compuesto de personas pecadoras. Pero si el niño o bebé es inocente, puro,
sumiso y humilde, con razón se puede decir que el reino de Dios es compuesto de
personas del carácter del niño.
Jesús no dice
que el reino de Dios es compuesto de niños, sino de “los tales” como ellos.
Estos tales han sido bautizados en un cuerpo (1Co_12:13), que es la iglesia de
Cristo (Col_1:18). El bautismo es para quienes han creído en Cristo, se han
arrepentido de sus pecados, y han hecho confesión de su fe en Cristo; es para
pecadores. Pero ellos representan el carácter que tiene
que poseer todo ciudadano en el reino de Dios.
No hay nada de
membresía infantil en la iglesia en este pasaje. El pasaje no habla de niños
que vengan solos a Jesús, sino de niñitos que son traídos a él. Los hombres dados a la ambición
carnal y al autoservicio no pueden entrar en el reino de Dios; no pueden ser
parte de él. Todos tienen que humillarse y mostrar el carácter del niñito para
poder esperar participar en el gobierno de Dios por medio de la verdad sembrada
en corazones “buenos y rectos” (Luc_8:15). Véase Mat_18:3. Para el discipulado
y la membresía en el reino de Dios, la humildad es básica.
¡Maranata! ¡Sí, ven
Señor Jesús!
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