Mateo 16; 13
Viniendo Jesús a la región de Cesarea de Filipo, preguntó a sus
discípulos, diciendo: ¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre?
Aquí tenemos el relato de otra vez que Jesús Se
apartó de la gente. Su fin estaba muy próximo, y Jesús necesitaba todo el
tiempo con que pudiera contar para estar a solas con Sus discípulos. Le quedaba
mucho qué decirles y que enseñarles, aunque todavía ellos no parecían estar
preparados para recibirlo o entenderlo.
Con ese fin Se retiró con ellos a la región de
Cesarea de Filipo. Cesarea estaba a unos cuarenta kilómetros al Nordeste del
Mar de Galilea. Estaba fuera del dominio de Herodes Antipas, que era el
gobernador de Galilea, y dentro del área del tetrarca Felipe. La población era
principalmente gentil, así es que Jesús podría tener allí paz para enseñar a
los Doce.
Jesús se enfrentaba entonces con un problema supremo
y perentorio. Le quedaba poco tiempo; Sus días en la carne estaban contados. El
problema era: ¿Había alguien que Le hubiera entendido? ¿Alguien que Le hubiera
reconocido como el Que era? ¿Había personas que, cuando Él ya no estuviera en
la carne, pudieran continuar Su obra, y trabajar para Su Reino? No cabe la
menor duda de que ese era un problema crucial, que implicaba la supervivencia
de la fe cristiana. Si no había nadie que hubiera captado, ni siquiera intuido,
la verdad, entonces toda Su obra se había perdido; si había algunos pocos que
se daban cuenta de la verdad, Su obra estaba a salvo. Así es que Jesús decidió
hacer la prueba en intensidad, y preguntarles a Sus seguidores quién creían que
era Él.
Es del máximo interés dramático ver dónde escogió
Jesús hacerles la pregunta clave. Puede que hubiera pocos lugares en Palestina
que tuvieran más asociaciones religiosas que Cesarea de Filipo.
(i) Toda la zona estaba jalonada con templos del
dios sirio Baal. Aquella era una zona cuya atmósfera era el
aliento de la antigua religión, que estaba toda ella a la sombra de los dioses
antiguos.
(ii) Pero no eran los dioses de Siria los únicos que
se adoraban allí. En las proximidades de Cesarea de Filipo se erguía una gran
colina en la que había una profunda caverna que se decía que había sido el
lugar de nacimiento del gran dios Pan, el dios de la naturaleza. Hasta tal
punto estaba identificada Cesarea de Filipo con ese dios que su nombre original
había sido Paneas, y hasta hoy en día se la conoce como Bániyás. Las leyendas
de los dioses de Grecia se concentraban en torno a Cesarea de Filipo.
(iii) Además, esa cueva se decía que era donde nacía
el río Jordán. Josefo escribió: «Hay una cueva muy hermosa en la montaña bajo
la cual hay una gran cavidad en la tierra; y la caverna es abrupta, y
prodigiosamente honda, y llena de agua en calma. Sobre ella se eleva una gran
montaña, y por debajo de la caverna surge el río Jordán.» La sola idea de que
ese era el nacimiento del río Jordán haría que rezumara todas las memorias de
la historia de Israel. La antigua fe del judaísmo estaría en el aire para
cualquier judío devoto y piadoso.
(iv) Pero había allí algo más. En Cesarea de Filipo
había un gran templo de mármol blanco dedicado a la divinidad del césar. Lo
había construido Herodes el Grande. Josefo dice: "Herodes decoró el lugar,
que ya era sobresaliente, aún más con la edificación de este templo dedicado a
César.» En otro lugar, Josefo describe la cueva y el templo: «Y cuando César le
concedió a Herodes otro país más, construyó también allí un templo de mármol
blanco, cerca de las fuentes del Jordán. El lugar se llama Panium, donde hay
una montaña de altura inmensa, en cuya ladera, por debajo de ella o en su base,
se abre una cueva oscura; allí hay un horrible precipicio que se proyecta
abruptamente a una gran profundidad. Contiene una inmensa cantidad de agua
estable; y cuando se hace bajar algo para medir a qué profundidad está el
fondo, no se puede alcanzar este.» Más tarde Felipe, el hijo de Herodes,
hermoseó y enriqueció aún más el templo, cambiándole el nombre al lugar por el
de Cesarea -es decir, la Ciudad de César-, y añadiéndole su propio nombre
Philippi, que quiere decir de Felipe-, para distinguirla de la Cesarea que está
en la costa del Mediterráneo. Aún más tarde, Herodes Agripa había de llamar al
lugar Neroneas, en honor del emperador Nerón. Cuando se miraba Cesarea, aun
desde una distancia considerable, se veía la mole de mármol reluciente y se
pensaba en el poder y en la divinidad de Roma.
Este fue el dramático escenario. En él se encuentra
un Carpintero galileo sin dinero y sin hogar, con doce hombres corrientes a Su
alrededor. Ya entonces, los judíos ortodoxos están programando y conspirando
para destruirle como hereje peligroso. Se encuentra en un área jalonada de
templos de dioses sirios, en un lugar bajo la sombra de los dioses griegos, en
el que también se daba cita toda la historia de Israel, en el que el esplendor
de mármol blanco de la sede del culto al césar dominaba el paisaje y sojuzgaba
la vista. Y allí, tenía que ser precisamente allí, ese extraordinario
Carpintero se dirige a los otros hombres y les pregunta quién creen que es Él,
esperando la respuesta: «¡El Hijo de Dios!» Es como si Jesús Se colocara contra
el trasfondo de las religiones del mundo con toda su historia y esplendor, y
demandara que se Le comparara con ellas y recibir un veredicto a Su favor.
Habrá pocas escenas en las que brille con luz más deslumbradora la conciencia
que Jesús tenía de Su propia divinidad.
Mateo 16; 15
Ellos dijeron: Unos, Juan el Bautista;
otros, Elías; y otros, Jeremías, o alguno de los profetas.
Así es que en Cesarea de Filipo Jesús decidió
demandar el veredicto de Sus discípulos. Tenía que saber, antes de ponerse en
camino a Jerusalén y a la Cruz, si alguien había captado, aunque fuera
ligeramente, Quién y qué era él. No hizo la pregunta directamente; la fue
delineando. Empezó por preguntar lo que la gente decía de Él y por quién Le
tomaban.
(i) Algunos decían que era Juan el Bautista. Herodes
Antipas no era el único que creía que Juan el Bautista era una figura tan
extraordinaria que bien podía haber vuelto a la vida.
(ii) Otros decían que era Elías. De esa manera
estaban diciendo dos cosas acerca de Jesús: Que era tan grande como el mayor de
los profetas, porque consideraban a Elías la cima y el príncipe de la línea
profética; y también que Jesús era el precursor del Mesías. Según Malaquías,
Dios había prometido: "Yo os envío al profeta Elías antes que venga el día
grande y terrible del Señor» (Mal_4:5 ). Hasta hoy día los judíos siguen
esperando la vuelta de Elías antes de la venida del Mesías, y dejan una silla
vacante para él cuando celebran la Pascua. Así es que algunos veían en Jesús al
heraldo del Mesías y el precursor de la directa intervención de Dios.
(iii) Otros decían que Jesús era Jeremías. El
profeta Jeremías ocupaba un lugar importante y curioso en las expectaciones del
pueblo de Israel. Se creía que, antes de que el pueblo fuera al exilio,
Jeremías había tomado el arca y el altar del incienso del templo y los había
escondido en una cueva solitaria del monte Nebo; y que, antes que viniera el Mesías,
volvería a recuperarlos, para que volviera a brillar l gloria de Dios sobre Su
pueblo otra vez.
Cuando la
gente identificaba a Jesús con Elías y con Jeremías, según la luz que habían
recibido, estaban haciéndole un gran elogio y colocándole en un nivel muy alto,
porque Jeremías y Elías eran nada menos que los esperados precursores del
Ungido de Dios. Cuando ellos se presentaran, el Reino de Dios había de estar ya
muy cerca.
Cuando Jesús oyó los veredictos de la multitud, les
dirigió a Sus discípulos la preguntó:-más importante: "Y vosotros, quién
decís que soy?» Puede que se produjera un instante de silencio, mientras
pasaban por las mentes de los discípulos pensamientos que casi les daba miedo
expresar en palabras; y entonces Pedro hizo el gran descubrimiento y la gran
confesión; y Jesús supo que Su obra estaba a salvo, porque había por lo menos
uno que comprendía.
Es interesante comprobar que cada uno de los
evangelios sinópticos nos da su versión particular del dicho de Pedro. Mateo
dice: «Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente.» Marcos es el más breve:
"Tú eres el Cristo» (Mar_8:29 ). Y Lucas, el más claro: "Tú eres el
Cristo de Dios» Luc_9:20 ).
Jesús sabía entonces que había por lo menos alguien
que Le había reconocido como el Mesías, el Ungido de Dios, el Hijo del Dios
viviente. Las palabras Mesías, en hebreo, y Cristo, en griego, quieren decir lo
mismo, Ungido. Los reyes empezaban a reinar cuando eran ungidos, como aún
sucede en muchos países. El Mesías, el Cristo, el Ungido, es el Rey de Dios
sobre la humanidad.
En este pasaje hay dos
grandes verdades.
(i) En esencia, el descubrimiento de Pedro fue que
las categorías humanas, hasta las más elevadas, son inadecuadas para describir
a Jesucristo. Cuando la gente describía a Jesús como Elías o Jeremías u otro
profeta creían que estaban colocándole en la más alta categoría que existe. Los
judíos creían que hacía cuatrocientos años que la voz de la profecía estaba
callada; pero que en Jesús se había vuelto a escuchar la voz directa y
auténtica de Dios. Estos eran grandes elogios; pero no bastaban para contener
toda la verdad, porque no hay categorías humanas que sean adecuadas para
describir a Jesucristo.
Una vez Napoleón dio su veredicto acerca de Jesús:
«Yo conozco a los hombres, y Jesucristo es más que un hombre.» Sin duda Pedro
no sabía exponer teológicamente ni expresar filosóficamente lo que quería decir
cuando dijo que Jesús era el Hijo del Dios viviente; de lo único que Pedro
estaba completamente seguro era que ninguna descripción puramente humana era
adecuada para aplicarse a Jesús.
(ii) Este pasaje enseña que el descubrimiento de
Jesucristo tiene que ser un descubrimiento personal. La pregunta de Jesús fue:
«Vosotros, ¿qué pensáis vosotros de Mí?» Cuando Pilato le preguntó a Jesús si
era el rey de los judíos, Jesús le contestó: " ¿Dices eso por ti mismo, o
te lo han dicho otros de Mí?» (Jua_18:33
s).
Gálatas 2; 20
Con Cristo estoy juntamente
crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la
carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí
mismo por mí.
Pablo
habla desde las profundidades de la experiencia personal. Para él, el re erigir
toda la fábrica de la Ley habría sido cometer un suicidio espiritual. Dice que
por la Ley él murió a la Ley para poder vivir para Dios. Lo que quiere decir es
esto: Él había probado el camino de la Ley. Había intentado, con toda la
terrible intensidad de su cálido corazón, ponerse en relación con Dios mediante
una vida que buscaba obedecer cada pequeño detalle de esa Ley. Había encontrado
que tal intento no producía más que un sentimiento cada vez más profundo de que
todo lo que él pudiera hacer nunca le pondría en la debida relación con Dios.
Lo único que había hecho la Ley era mostrarle su propia indefensión. En vista
de lo cual, había abandonado inmediata y totalmente aquel camino, y se había
arrojado, pecador y todo como era, en los brazos de la misericordia de Dios.
Había sido la Ley lo que le había conducido a la Gracia de Dios. El volver a la
Ley no habría hecho más que enredarle otra vez totalmente en el sentimiento de
alejamiento de Dios. Tan grande había sido el cambio, que la única manera en
que podía describirlo era diciendo que había sido crucificado con Cristo para
que muriera el hombre que había sido, y el poder viviente en su interior ahora
era Cristo mismo.
“Si yo pudiera ponerme en la debida relación con
Dios cumpliendo meticulosamente la Ley, ¿qué falta me haría entonces la Gracia?
Si yo pudiera ganar mi propia salvación, entonces, ¿por qué tenía que morir
Cristo?" Pablo estaba totalmente seguro de una cosa: de que Jesucristo
había hecho por él lo que él nunca podría haber hecho por sí mismo. El otro
hombre que revivió la experiencia de Pablo fue Martín Lutero. Lutero era un
dechado de disciplina y penitencia, de autonegación y de autotortura. «Si
alguna vez -decía- una persona pudiera haberse salvado por medio del monacato,
esa persona sería yo." Había ido a Roma. Se consideraba un acto de gran
mérito el subir la Scala Sancta, la gran escalera sagrada, de rodillas. Estaba
poniendo todo su empeño buscando ese mérito, y repentinamente le vino la voz
del Cielo: «El justo vivirá por la fe." La vida de paz con Dios no se
podía obtener por medio de ese esfuerzo inútil, interminable, siempre
derrotado. Solo se podía recibir arrojándose al amor de Dios que Jesucristo
había revelado a la humanidad.
Cuando Pablo Le tomó la Palabra a Dios, la
medianoche de la frustración de la Ley se convirtió en el mediodía de la Gracia
¡Maranata! ¡Sí, ven Señor Jesús!
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