} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: 6 Enero 2019: Estudiando la Palabra de Dios en la Biblia.

domingo, 6 de enero de 2019

6 Enero 2019: Estudiando la Palabra de Dios en la Biblia.


 Mateo 16; 13
Viniendo Jesús a la región de Cesarea de Filipo, preguntó a sus discípulos, diciendo: ¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre?

Aquí tenemos el relato de otra vez que Jesús Se apartó de la gente. Su fin estaba muy próximo, y Jesús necesitaba todo el tiempo con que pudiera contar para estar a solas con Sus discípulos. Le quedaba mucho qué decirles y que enseñarles, aunque todavía ellos no parecían estar preparados para recibirlo o entenderlo.
Con ese fin Se retiró con ellos a la región de Cesarea de Filipo. Cesarea estaba a unos cuarenta kilómetros al Nordeste del Mar de Galilea. Estaba fuera del dominio de Herodes Antipas, que era el gobernador de Galilea, y dentro del área del tetrarca Felipe. La población era principalmente gentil, así es que Jesús podría tener allí paz para enseñar a los Doce.

Jesús se enfrentaba entonces con un problema supremo y perentorio. Le quedaba poco tiempo; Sus días en la carne estaban contados. El problema era: ¿Había alguien que Le hubiera entendido? ¿Alguien que Le hubiera reconocido como el Que era? ¿Había personas que, cuando Él ya no estuviera en la carne, pudieran continuar Su obra, y trabajar para Su Reino? No cabe la menor duda de que ese era un problema crucial, que implicaba la supervivencia de la fe cristiana. Si no había nadie que hubiera captado, ni siquiera intuido, la verdad, entonces toda Su obra se había perdido; si había algunos pocos que se daban cuenta de la verdad, Su obra estaba a salvo. Así es que Jesús decidió hacer la prueba en intensidad, y preguntarles a Sus seguidores quién creían que era Él.
Es del máximo interés dramático ver dónde escogió Jesús hacerles la pregunta clave. Puede que hubiera pocos lugares en Palestina que tuvieran más asociaciones religiosas que Cesarea de Filipo.
(i) Toda la zona estaba jalonada con templos del dios sirio Baal.   Aquella era una zona cuya atmósfera era el aliento de la antigua religión, que estaba toda ella a la sombra de los dioses antiguos.
(ii) Pero no eran los dioses de Siria los únicos que se adoraban allí. En las proximidades de Cesarea de Filipo se erguía una gran colina en la que había una profunda caverna que se decía que había sido el lugar de nacimiento del gran dios Pan, el dios de la naturaleza. Hasta tal punto estaba identificada Cesarea de Filipo con ese dios que su nombre original había sido Paneas, y hasta hoy en día se la conoce como Bániyás. Las leyendas de los dioses de Grecia se concentraban en torno a Cesarea de Filipo.
(iii) Además, esa cueva se decía que era donde nacía el río Jordán. Josefo escribió: «Hay una cueva muy hermosa en la montaña bajo la cual hay una gran cavidad en la tierra; y la caverna es abrupta, y prodigiosamente honda, y llena de agua en calma. Sobre ella se eleva una gran montaña, y por debajo de la caverna surge el río Jordán.» La sola idea de que ese era el nacimiento del río Jordán haría que rezumara todas las memorias de la historia de Israel. La antigua fe del judaísmo estaría en el aire para cualquier judío devoto y piadoso.
(iv) Pero había allí algo más. En Cesarea de Filipo había un gran templo de mármol blanco dedicado a la divinidad del césar. Lo había construido Herodes el Grande. Josefo dice: "Herodes decoró el lugar, que ya era sobresaliente, aún más con la edificación de este templo dedicado a César.» En otro lugar, Josefo describe la cueva y el templo: «Y cuando César le concedió a Herodes otro país más, construyó también allí un templo de mármol blanco, cerca de las fuentes del Jordán. El lugar se llama Panium, donde hay una montaña de altura inmensa, en cuya ladera, por debajo de ella o en su base, se abre una cueva oscura; allí hay un horrible precipicio que se proyecta abruptamente a una gran profundidad. Contiene una inmensa cantidad de agua estable; y cuando se hace bajar algo para medir a qué profundidad está el fondo, no se puede alcanzar este.» Más tarde Felipe, el hijo de Herodes, hermoseó y enriqueció aún más el templo, cambiándole el nombre al lugar por el de Cesarea -es decir, la Ciudad de César-, y añadiéndole su propio nombre Philippi, que quiere decir de Felipe-, para distinguirla de la Cesarea que está en la costa del Mediterráneo. Aún más tarde, Herodes Agripa había de llamar al lugar Neroneas, en honor del emperador Nerón. Cuando se miraba Cesarea, aun desde una distancia considerable, se veía la mole de mármol reluciente y se pensaba en el poder y en la divinidad de Roma.
Este fue el dramático escenario. En él se encuentra un Carpintero galileo sin dinero y sin hogar, con doce hombres corrientes a Su alrededor. Ya entonces, los judíos ortodoxos están programando y conspirando para destruirle como hereje peligroso. Se encuentra en un área jalonada de templos de dioses sirios, en un lugar bajo la sombra de los dioses griegos, en el que también se daba cita toda la historia de Israel, en el que el esplendor de mármol blanco de la sede del culto al césar dominaba el paisaje y sojuzgaba la vista. Y allí, tenía que ser precisamente allí, ese extraordinario Carpintero se dirige a los otros hombres y les pregunta quién creen que es Él, esperando la respuesta: «¡El Hijo de Dios!» Es como si Jesús Se colocara contra el trasfondo de las religiones del mundo con toda su historia y esplendor, y demandara que se Le comparara con ellas y recibir un veredicto a Su favor. Habrá pocas escenas en las que brille con luz más deslumbradora la conciencia que Jesús tenía de Su propia divinidad.

Mateo 16; 15
Ellos dijeron: Unos, Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, Jeremías, o alguno de los profetas.

Así es que en Cesarea de Filipo Jesús decidió demandar el veredicto de Sus discípulos. Tenía que saber, antes de ponerse en camino a Jerusalén y a la Cruz, si alguien había captado, aunque fuera ligeramente, Quién y qué era él. No hizo la pregunta directamente; la fue delineando. Empezó por preguntar lo que la gente decía de Él y por quién Le tomaban.
(i) Algunos decían que era Juan el Bautista. Herodes Antipas no era el único que creía que Juan el Bautista era una figura tan extraordinaria que bien podía haber vuelto a la vida.
(ii) Otros decían que era Elías. De esa manera estaban diciendo dos cosas acerca de Jesús: Que era tan grande como el mayor de los profetas, porque consideraban a Elías la cima y el príncipe de la línea profética; y también que Jesús era el precursor del Mesías. Según Malaquías, Dios había prometido: "Yo os envío al profeta Elías antes que venga el día grande y terrible del Señor» (Mal_4:5 ). Hasta hoy día los judíos siguen esperando la vuelta de Elías antes de la venida del Mesías, y dejan una silla vacante para él cuando celebran la Pascua. Así es que algunos veían en Jesús al heraldo del Mesías y el precursor de la directa intervención de Dios.
(iii) Otros decían que Jesús era Jeremías. El profeta Jeremías ocupaba un lugar importante y curioso en las expectaciones del pueblo de Israel. Se creía que, antes de que el pueblo fuera al exilio, Jeremías había tomado el arca y el altar del incienso del templo y los había escondido en una cueva solitaria del monte Nebo; y que, antes que viniera el Mesías, volvería a recuperarlos, para que volviera a brillar l gloria de Dios sobre Su pueblo otra vez.
 Cuando la gente identificaba a Jesús con Elías y con Jeremías, según la luz que habían recibido, estaban haciéndole un gran elogio y colocándole en un nivel muy alto, porque Jeremías y Elías eran nada menos que los esperados precursores del Ungido de Dios. Cuando ellos se presentaran, el Reino de Dios había de estar ya muy cerca.
Cuando Jesús oyó los veredictos de la multitud, les dirigió a Sus discípulos la preguntó:-más importante: "Y vosotros, quién decís que soy?» Puede que se produjera un instante de silencio, mientras pasaban por las mentes de los discípulos pensamientos que casi les daba miedo expresar en palabras; y entonces Pedro hizo el gran descubrimiento y la gran confesión; y Jesús supo que Su obra estaba a salvo, porque había por lo menos uno que comprendía.
Es interesante comprobar que cada uno de los evangelios sinópticos nos da su versión particular del dicho de Pedro. Mateo dice: «Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente.» Marcos es el más breve: "Tú eres el Cristo» (Mar_8:29 ). Y Lucas, el más claro: "Tú eres el Cristo de Dios» Luc_9:20 ).
Jesús sabía entonces que había por lo menos alguien que Le había reconocido como el Mesías, el Ungido de Dios, el Hijo del Dios viviente. Las palabras Mesías, en hebreo, y Cristo, en griego, quieren decir lo mismo, Ungido. Los reyes empezaban a reinar cuando eran ungidos, como aún sucede en muchos países. El Mesías, el Cristo, el Ungido, es el Rey de Dios sobre la humanidad.
En este pasaje hay dos grandes verdades.                       
(i) En esencia, el descubrimiento de Pedro fue que las categorías humanas, hasta las más elevadas, son inadecuadas para describir a Jesucristo. Cuando la gente describía a Jesús como Elías o Jeremías u otro profeta creían que estaban colocándole en la más alta categoría que existe. Los judíos creían que hacía cuatrocientos años que la voz de la profecía estaba callada; pero que en Jesús se había vuelto a escuchar la voz directa y auténtica de Dios. Estos eran grandes elogios; pero no bastaban para contener toda la verdad, porque no hay categorías humanas que sean adecuadas para describir a Jesucristo.
Una vez Napoleón dio su veredicto acerca de Jesús: «Yo conozco a los hombres, y Jesucristo es más que un hombre.» Sin duda Pedro no sabía exponer teológicamente ni expresar filosóficamente lo que quería decir cuando dijo que Jesús era el Hijo del Dios viviente; de lo único que Pedro estaba completamente seguro era que ninguna descripción puramente humana era adecuada para aplicarse a Jesús.
(ii) Este pasaje enseña que el descubrimiento de Jesucristo tiene que ser un descubrimiento personal. La pregunta de Jesús fue: «Vosotros, ¿qué pensáis vosotros de Mí?» Cuando Pilato le preguntó a Jesús si era el rey de los judíos, Jesús le contestó: " ¿Dices eso por ti mismo, o te lo han dicho otros de Mí?» (Jua_18:33  s).

Gálatas 2; 20
Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí.

    Pablo habla desde las profundidades de la experiencia personal. Para él, el re erigir toda la fábrica de la Ley habría sido cometer un suicidio espiritual. Dice que por la Ley él murió a la Ley para poder vivir para Dios. Lo que quiere decir es esto: Él había probado el camino de la Ley. Había intentado, con toda la terrible intensidad de su cálido corazón, ponerse en relación con Dios mediante una vida que buscaba obedecer cada pequeño detalle de esa Ley. Había encontrado que tal intento no producía más que un sentimiento cada vez más profundo de que todo lo que él pudiera hacer nunca le pondría en la debida relación con Dios. Lo único que había hecho la Ley era mostrarle su propia indefensión. En vista de lo cual, había abandonado inmediata y totalmente aquel camino, y se había arrojado, pecador y todo como era, en los brazos de la misericordia de Dios. Había sido la Ley lo que le había conducido a la Gracia de Dios. El volver a la Ley no habría hecho más que enredarle otra vez totalmente en el sentimiento de alejamiento de Dios. Tan grande había sido el cambio, que la única manera en que podía describirlo era diciendo que había sido crucificado con Cristo para que muriera el hombre que había sido, y el poder viviente en su interior ahora era Cristo mismo.
“Si yo pudiera ponerme en la debida relación con Dios cumpliendo meticulosamente la Ley, ¿qué falta me haría entonces la Gracia? Si yo pudiera ganar mi propia salvación, entonces, ¿por qué tenía que morir Cristo?" Pablo estaba totalmente seguro de una cosa: de que Jesucristo había hecho por él lo que él nunca podría haber hecho por sí mismo. El otro hombre que revivió la experiencia de Pablo fue Martín Lutero. Lutero era un dechado de disciplina y penitencia, de autonegación y de autotortura. «Si alguna vez -decía- una persona pudiera haberse salvado por medio del monacato, esa persona sería yo." Había ido a Roma. Se consideraba un acto de gran mérito el subir la Scala Sancta, la gran escalera sagrada, de rodillas. Estaba poniendo todo su empeño buscando ese mérito, y repentinamente le vino la voz del Cielo: «El justo vivirá por la fe." La vida de paz con Dios no se podía obtener por medio de ese esfuerzo inútil, interminable, siempre derrotado. Solo se podía recibir arrojándose al amor de Dios que Jesucristo había revelado a la humanidad.
Cuando Pablo Le tomó la Palabra a Dios, la medianoche de la frustración de la Ley se convirtió en el mediodía de la Gracia

¡Maranata! ¡Sí, ven Señor Jesús!

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