Lucas 15; 20
Y levantándose, fue a su padre. Y cuando
todavía estaba lejos, su padre lo vio y sintió compasión por él, y corrió, se
echó sobre su cuello y lo besó.
No dice, “te perdono”,
sino que en una escena sumamente emocionante lo expresó. Obviamente el hijo
pródigo no era el único que había sufrido. La imagen que Jesús pinta de este
padre bien indica que estaba muy afligido y muy ansioso de ver a su hijo.
¡Cuántas veces había observado ese camino con la esperanza de que un día pronto
su hijo volvería! Obviamente estaba esperando su retorno, pues en ese mismo
momento cuando el hijo se acercaba el padre lo vio de lejos.
¿Fue en vano el regreso del hijo pródigo? ¿Fue vana su
esperanza de ser recibido otra vez en la casa del padre aunque tal vez como
jornalero? ¿Qué le diría su padre? ¿Diría, “¡se lo dije!”? La primera mirada,
aun de lejos, llenó el corazón del padre con compasión. Sal_86:1-17, “15 Mas
tú, Señor, Dios misericordioso y clemente, Lento para la ira, y grande en
misericordia y verdad”. La actitud de Dios hacia el pecador se expresa en la
acción del padre: “corrió”; “se echó sobre su cuello”; “le besó”. ¿Es esta la
actitud nuestra hacia el pecador arrepentido?
Nos
dice un montón del perdón de Dios. El padre tiene que haber estado esperando y
observando el camino, porque vio al hijo cuando aún estaba a una distancia
considerable. Y cuando llegó, le perdonó sin echarle nada en cara. Hay un
perdón que se otorga por hacer un favor; o aún peor: cuando se sigue recordando
el pecado con insinuaciones o alusiones o amenazas. Es maravilloso que el amor de Dios nos trate
así.
Ante un amor así, no podemos más que perdernos
en admiración, amor y alabanza.
Juan 16; 27
pues el
Padre mismo os ama, porque vosotros me habéis amado y habéis creído que yo salí
del Padre
La
palabra griega es paroimía, que es la que se usa para las parábolas de Jesús,
pero que significa básicamente algo que es difícil de entender, un dicho cuyo
sentido está velado para el que lo escucha casualmente, que requiere meditación
para descubrir lo que quiere decir. Se puede usar, por ejemplo, de las
sentencias de los sabios cuya concisión las hace preñadas de contenido, o de
los acertijos que desafían a la imaginación.
Jesús les quiere decir:
«Hasta ahora os he estado haciendo sugerencias e indicaciones, dándoos la
verdad cubierta con un velo; os he estado diciendo cosas que os hacían pensar o
que os dejaban confusos; pero desde ahora os voy a decir la verdad con toda
claridad.» Y pasa a decirles sencillamente que vino de Dios y que vuelve a
Dios. Ese era Su secreto: no era sino el Hijo de Dios, y la Cruz no iba a ser
la muerte de un criminal sino el camino de vuelta a Dios.
Y entonces Jesús dice
una cosa que no debemos olvidar. Los suyos tienen acceso directo a Dios porque
Dios los ama; Jesús no tiene necesidad de presentarle a Dios las súplicas de
los Suyos; ellos lo pueden hacer por sí mismos. Aquí tenemos la prueba
definitiva de algo que no se debe olvidar jamás. Muchas veces se piensa en
términos de un Dios airado y de un Jesús benévolo, y que Jesús hizo algo que
obligó a Dios a cambiar de actitud hacia la humanidad, haciendo que fuera un
Dios de amor y no de juicio. Pero aquí Jesús nos dice: «Podéis acercaros a
Dios, porque Él os ama.» Y eso lo dice antes de la Cruz. Jesús no murió para
hacer que Dios nos amara, sino porque Dios nos ama; no para hacer que Dios sea
un Dios de amor, sino para demostrar que Dios es amor. Jesús vino, no porque
Dios odiaba al mundo, sino porque lo amaba de tal manera. Jesús ha traído a la
humanidad el amor de Dios.
Jesús les dice a Sus
discípulos que Su obra está concluida. Vino del Padre y ahora, por el camino de
la Cruz, vuelve a Él. Y el acceso a Dios está abierto para todas las personas.
Jesús no tiene que presentarle a Dios nuestras oraciones; cada cual puede
presentárselas. Dios ama a los que aman a Cristo.
¡Maranata! ¡Sí, ven
Señor Jesús!
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