Isaías 55; 10-11
Porque como desciende de los cielos
la lluvia y la nieve, y no vuelve allá, sino que riega la tierra, y la hace
germinar y producir, y da semilla al que siembra, y pan al que come,
así será mi palabra que sale de mi
boca; no volverá a mí vacía, sino que hará lo que yo quiero, y será prosperada
en aquello para que la envié.
Tanto la evangelización (la divulgación de
las Buenas Nuevas del Evangelio de Jesús) como la expansión (el engrandecimiento
del potencial de nuestra vida bajo Dios) se multiplican mediante la «semilla»
de la Palabra de Dios. Jesús también describió la Palabra como una «semilla» (Lucas_8:11); es decir, la fuente de toda salvación y
crecimiento espiritual dados por el Padre a la humanidad. Todo crecimiento de
la vida dentro de su amor viene por su Palabra, mientras la respuesta humana
abre camino a sus bendiciones. Una vez recibida, la palabra de la promesa
divina jamás queda estéril. El poder de la Palabra permitirá que se cumpla la
promesa que ella encierra.
Nunca debemos preguntarnos cómo
se desarrolla la fe o cómo alcanzamos sus frutos. La fe viene por el «oír» la
Palabra de Dios (Romanos_10:17); o sea,
recibiéndola con humildad. Todo está
escrito para cómo debemos evangelizar. Pero los hombres prefieren aplicar sus
estrategias que difieren, de las enseñanzas de Jesús. Los corazones de los
hombres otrora estériles en cuanto a espiritualidad, se los hará que, mediante
el derramamiento del Espíritu por el Mesías, produzcan los frutos de justicia
La Palabra de Dios nunca será infructífera o estéril: ¡En ella reside el poder
que le da vida! (Santiago_1:23-25 2Timoteo_2:15).
Las promesas y planes de Dios se cumplen
con tanta seguridad, como sucede con la caída de la lluvia y la nieve en la
naturaleza. La comparación de su palabra con la lluvia y la nieve
sugieren una obra lenta y silenciosa, que a su debido tiempo transforma la faz
de la tierra.
Es el tiempo
propicio para la salvación; por eso deben obviarse todos los obstáculos que
puedan oponerse a esa efusión del perdón divino: los incrédulos deben dejar sus caminos. Dios está dispuesto a recibirlos con tal de que se
vuelvan a Él, que es rico en perdones.
Y la razón de esta magnanimidad divina radica en que sus pensamientos y caminos son de todo punto diferentes de los cálculos y
módulos de los hombres. Dios planea con su inteligencia sobre la historia, y
sus designios misteriosos están fuera de todo cálculo estrecho humano. Por eso,
en su misericordia, se extiende a todos los que de buena voluntad quieran
acercarse a Él. Los designios de redención están fuera de toda comprensión
humana.
Los pensamientos de Dios son de más largo alcance, más fértiles y más
elevados que los nuestros. La verdad sagrada produce un cambio espiritual en la
mente del hombre que ni la lluvia ni la nieve pueden producir en la tierra. No
volverá al Señor sin producir efectos importantes. O bien es aceptada o, o por
el contario, rechazada.
¡Maranata! ¡Sí, ven Señor Jesús!
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