Isaías 9:6 Porque un niño nos es nacido, hijo nos es
dado, y el principado sobre su hombro; y se llamará su nombre Admirable,
Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz.
En este versículo tenemos
una de las más hermosas promesas poéticas del reino venidero del Mesías.
Anualmente lo recitamos y lo escuchamos cantar cuando celebramos la Navidad.
Sin embargo, también se refiere a una de las verdades más grandes y misteriosas
de la Biblia: la encarnación, «un niño nos es nacido, hijo nos es dado». Dios
se haría parte de la raza humana. Un niño recién nacido sería llamado «Dios
fuerte, Padre eterno». En un momento de gran oscuridad, Dios prometió enviar
una Luz que brillaría en cualquier persona que viviera en la sombra de la
muerte. Él es "Admirable, Consejero" y "Dios fuerte". Este
mensaje de esperanza se cumplió con el nacimiento de Cristo y el
establecimiento de su reino eterno. El recibirá del Padre el reino de la
tierra, para vindicarlo del mal gobierno de aquellos a quienes les fue confiado
para que lo ejerciesen en nombre del Altísimo y como sus subordinados, pero
quienes procuran retenerlo hasta poner en duda su derecho a él. El Padre afirma
su derecho a ese gobierno por medio de su Hijo, por ser el “Heredero de todas
las cosas” y quien sostendrá el reino del Padre. (Daniel_7:13-14)
Vino a liberar a todas las personas de la esclavitud del pecado. No es un reino
caracterizado meramente por el poder ni por el triunfo de la fuerza sobre sus
enemigos, sino un reino de justicia (Salmos_45:6-7)
al que se puede entrar únicamente por medio del Mesías.
Podemos aceptar esta verdad por fe, pero no podemos comprender
plenamente lo que significó, para la segunda persona de la Trinidad, abandonar
su estado divino y revestirse de la naturaleza humana. Pero Pablo nos dice que
tomó la forma de siervo y vino a la tierra como un ser humano. «Por lo cual
Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre»
(Filipenses_2:7-9).
A los que les falta el evangelio, andan en tinieblas y en peligro supremo. Pero cuando el evangelio llega a una parte, a un alma, llega la luz. Oremos fervorosamente que pueda brillar en nuestro corazón y hacernos sabios para salvación.
A los que les falta el evangelio, andan en tinieblas y en peligro supremo. Pero cuando el evangelio llega a una parte, a un alma, llega la luz. Oremos fervorosamente que pueda brillar en nuestro corazón y hacernos sabios para salvación.
El evangelio trae gozo consigo. Los que desean tener gozo, deben
hacerse la expectativa de trabajar arduamente, como el agricultor, antes de
tener el gozo de la cosecha; y por duro conflicto, como el soldado, antes de
repartir el botín.
Los judíos fueron librados del yugo de muchos opresores; esto es
sombra de la liberación del creyente del yugo de Satanás. La limpieza de las
almas de los creyentes del poder y la contaminación del pecado será efectuada
por la obra del Espíritu Santo como fuego purificador. Estas grandes cosas para
la Iglesia serán hechas por el Mesías Emanuel. El Hijo ha nacido: era seguro; y
la Iglesia, antes que Cristo se encarnara, se benefició por su obra. Es una
profecía suya y de su reino, que leen con placer los que esperan la consolación
de Israel. Este Hijo nació para provecho de nosotros los hombres, de nosotros
los pecadores, de todos los creyentes, desde el comienzo hasta el fin del
mundo.
Con justicia se le llama Admirable, porque Él es Dios y hombre. Su
amor es la admiración de los ángeles y de los santos glorificados. Él es el
Consejero, porque conoce los consejos de Dios desde la eternidad; y Él da
consejo a los hombres, consejos en que consulta nuestro bienestar. Es el
Admirable Consejero; nadie enseña como Él. Es Dios, el Poderoso. Tal es la obra
del Mediador que ningún poder menor que el del Dios todopoderoso podía hacer
que ocurriera. Es Dios, uno con el Padre. Como Príncipe de Paz nos reconcilia a
Dios; es el Dador de paz en el corazón y la conciencia; cuando su reino esté
plenamente establecido, los hombres no aprenderán más a guerrear.
El principado está sobre Él, que llevará esa carga. Cosas gloriosas se
dicen del gobierno de Cristo. No hay final para el aumento de la paz, porque la
felicidad de los súbditos durará para siempre.
La plena armonía de esta profecía con la doctrina del Nuevo
Testamento, demuestra que los profetas judíos y los maestros cristianos tenían
el mismo punto de vista de la persona y la salvación del Mesías. ¿A cuál rey o
reino terrenal se pueden aplicar estas palabras? Entonces, oh Señor, date a
conocer a tu pueblo por todo nombre de amor y en todo carácter glorioso. Da
aumento de gracia en todo corazón de tus redimidos de la tierra.
En la Biblia abundan los ejemplos de esta promesa de Dios que parece
estar por realizarse el día de mañana:
A Abraham se le promete un hijo y nace Isaac; pero la descendencia
verdadera es Cristo. Se le promete una tierra para sus hijos, y de hecho
poseerán la tierra de Canaán, pero la tierra verdadera es el Reino de Dios. A
David se le promete un heredero y un reino definitivo; pero Salomón no es el
rey definitivo, lo será Cristo. Al
respecto conviene leer en Hebreos 11 el elogio de aquellos creyentes que, siglo
tras siglo, están buscando la ciudad definitiva. La Biblia educa nuestra esperanza. Nos
muestra los diferentes objetivos de la vida, todo lo que Dios nos hace esperar,
como los peldaños de una subida a la Herencia de la que gozaremos al final de
nuestra vida, y al término de la historia. Dios está ya con nosotros desde las
primeras etapas. Así, es como el niño que nace en una familia trae consigo toda
la alegría del Reino, toda la certeza de Dios que viene a darse en persona.
¡Maranata! ¡Sí, ven Señor
Jesús!
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