Lucas 13:6-9
Dijo también esta parábola: Tenía
un hombre una higuera plantada en su viña, y vino a buscar fruto en ella, y no
lo halló.
Y dijo al viñador: He aquí, hace tres
años que vengo a buscar fruto en esta higuera, y no lo hallo; córtala; ¿para
qué inutiliza también la tierra?
El entonces, respondiendo, le dijo:
Señor, déjala todavía este año, hasta que yo cave alrededor de ella, y la
abone.
Y si diere fruto, bien; y si no, la
cortarás después.
En las viñas de Palestina se suelen plantar
también árboles frutales. Su cuidado, al igual que el de las cepas, está
confiado al viñador que está al servicio del dueño de la viña. Las viñas eran
lugar propicio y preferido para las higueras; por eso se explica que el
propietario de la viña espere frutos de la higuera. Sin embargo, tres años
había esperado en vano. Hay que arrancar el árbol que absorbe inútilmente los
humores de la tierra. Sin embargo, el hortelano quiere hacer todavía una última
tentativa bondadosa, a su árbol preferido quiere tratarlo con preferencia. Si
esta última prueba resulta inútil, entonces se podrá arrancar ese árbol que no
da fruto.
Aquí tenemos una
parábola que irradia gracia, pero que está preñada de advertencias al mismo
tiempo.
La
higuera estaba en una situación
privilegiada. No era raro ver higueras y otros frutales en las viñas. La
buena tierra escaseaba, y había que aprovecharla bien; la higuera de esta
historia tenía buenas posibilidades, pero no las aprovechaba. Repetidamente,
directa e indirectamente Jesús nos recuerda que se nos va a juzgar por las
oportunidades que hayamos tenido.
Nunca ha habido una generación a la que se le
confiara más que a la nuestra y, por tanto, será la que tenga que responder de
más.
La
parábola nos enseña que la inutilidad
invita al desastre. Se ha pretendido que todo el proceso de la evolución
en este mundo consiste en producir cosas útiles, y que lo útil irá de fortaleza
en fortaleza, mientras que lo inútil será eliminado. La pregunta más
inquietante que se nos puede dirigir es: « ¿Para qué has servido tú en este
mundo?»
¡Cuídate de las
personas improductivas! Producen el efecto Titanic, en los que están cerca. Es
decir, absorben y destruyen.
Además,
la parábola nos enseña que lo que no
hace más que recibir no debe sobrevivir. La higuera estaba chupando la
sustancia y esquilmando la tierra a su alrededor, y a cambio no producía nada.
Ahí estaba su pecado. En última instancia no hay más que dos clases de personas
en el mundo: los que sacan más de lo que aportan, y los que aportan más de lo
que sacan.
En cierto sentido,
todos estamos en deuda con la vida. Entramos gracias a que alguien arriesga su
vida para dárnosla, y no habríamos podido sobrevivir a no ser por el cuidado de
los que nos amaban. Hemos heredado una civilización cristiana y una libertad
por las que otros dieron la vida. Tenemos la obligación de dejar las cosas
mejor que las encontramos.
Para cumplir ese compromiso tenemos que
aportar a la vida por lo menos tanto como sacamos de ella.
La parábola nos presenta el evangelio de la segunda oportunidad. Es normal que la higuera
tarde tres años en alcanzar la madurez, y si no da fruto entonces es probable
que no lo dé nunca. Pero a esta higuera se le dio otra oportunidad. Podemos
leer en Levítico 19; 23-25:
Y cuando entréis en la tierra, y plantéis
toda clase de árboles frutales, consideraréis como incircunciso lo primero de
su fruto; tres años os será incircunciso; su fruto no se comerá.
Y el cuarto año todo su fruto será
consagrado en alabanzas a Jehová.
Mas
al quinto año comeréis el fruto de él, para que os haga crecer su fruto. Yo
Jehová vuestro Dios.
El fruto no podía obtenerse de un árbol durante
los tres primeros años; por lo tanto, este árbol presuntamente tenía seis. Así
nosotros debemos recordar lo que dice Jesús en Juan 15;
1-6:
Yo
soy la vid verdadera, y mi Padre es el labrador.
Todo
pámpano que en mí no lleva fruto, lo quitará; y todo aquel que lleva fruto, lo
limpiará, para que lleve más fruto.
Ya
vosotros estáis limpios por la palabra que os he hablado.
Permaneced
en mí, y yo en vosotros. Como el pámpano no puede llevar fruto por sí mismo, si
no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí.
Yo
soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste
lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer.
El
que en mí no permanece, será echado fuera como pámpano, y se secará; y los
recogen, y los echan en el fuego, y arden.
Todos
los textos "Yo soy" enfatizan la necesidad de estar en Cristo para
tener la vida espiritual. En Cristo se realiza el propósito eterno de Dios. Jesús
dice a sus apóstoles, "Yo os elegí a vosotros, os he puesto para que
vayáis y llevéis fruto" Juan 15; 16.
Jesús suele darnos
oportunidad tras oportunidad. Pedro y Marcos y Pablo nos darían encantados su
testimonio. Dios es infinitamente amable con el que cae y se levanta otra vez.
Pero la
parábola también deja bien claro que hay
una última oportunidad. Si desaprovechamos oportunidad tras oportunidad, si recibimos en vano la llamada y el desafío
de Dios, llegará el día, no en que Dios nos cierre la puerta, sino en que
nosotros mismos nos la cerremos a fuerza de no querer entrar. ¡Que Dios nos
libre de esa condición!
A menudo en el Antiguo Testamento, un árbol con
fruto simboliza la vida piadosa (Salmos_1:3 y Jeremías_17:7-8). Jesús subrayó lo que le sucedería a
la otra clase de árbol, aquel que ocupó tiempo y espacio y no produjo nada para
el paciente agricultor.
Esta era una manera de advertir a sus oyentes de
que Dios no iba a tolerar para siempre esta infecundidad.
Con razón se ha dicho que la misericordia es el atributo
predilecto de Dios. El poder, la justicia, la pureza, la santidad, la
sabiduría, la inmutabilidad, son todos
atributos de Dios y han sido manifestados al mundo de mil maneras diversas,
tanto en sus obras como en su Palabra. Pero si hay un atributo que se complazca en ejercer respecto al hombre más
que otro, ese atributo es la misericordia. La misericordia divina basada en la mediación
del Salvador que estaba por venir, fue lo que hizo que Adán y Eva no fueran
arrojados al infierno el día de su
caída. La misericordia ha sido el atributo por medio del cual Dios ha
tolerado por tanto tiempo un mundo pecador y no ha descendido a castigarlo. Y
es por la misericordia divina que aún
hoy día los pecadores viven tanto tiempo, y no son arrebatados cuando se
encuentran entregados a la maldad. Nosotros no
tenemos, tal vez, ni la más mínima idea de cuantas bendiciones recibimos
de la clemencia de Dios. El último día pondrá de manifiesto ante la
humanidad entera que todos son deudores
a la misericordia de Dios y a la mediación de Cristo.
El árbol es reconocido por su fruto (Mateo_7:16-20)
El fruto de un cristiano es: ser pescador de hombres. No lo confundamos con el
fruto que produce el Espíritu Santo:
Gálatas 5:22-23 Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia,
benignidad, bondad, fe, mansedumbre,
templanza; contra tales cosas no hay ley.
Podemos concluir
con una pregunta si habéis leído hasta aquí ¿Podríais señalar cual es
el único indicativo del crecimiento espiritual de una congregación cristiana?
Vamos a ver cuántos se molestan en responder.
¡Maranata! ¡Sí, ven Señor Jesús!
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