1 Juan 3:9 Todo aquel que es nacido de Dios,
no practica el pecado, porque la simiente de Dios permanece en él; y no puede
pecar, porque es nacido de Dios
Juan asocia ahora la idea del v. 6 con el motivo de "haber nacido
de Dios», y la encarece hasta el punto de darle la formulación más chocante de
que el que es hijo de Dios no puede pecar. ¿Cómo es posible esta
intensificación? La segunda mitad del v. 9 no nos ofrece, aparentemente, sino
una repetición de la proposición que hay que demostrar, y no añade nuevo
contenido: «porque ha nacido de Dios». Ahora bien, en la primera mitad
encontramos, en paralelismo con ello, una idea que -evidentemente- tiene el
mismo significado, pero que es nueva: «... porque el germen de Dios permanece
en él». Esta breve frase ¿nos pondrá quizás en la pista de lo que el texto
quiere decir realmente?
Si la «unción», de que se habla en 2,20.27, pudimos interpretarla
aplicándola al Espíritu Santo, este «germen» de que aquí se habla, ¿no podría
ser también el Espíritu Santo? De hecho, tal afirmación la podemos dar no sólo
como probable sino también como segura.
Si alguien se halla muy familiarizado con el mundo del pensamiento
joánico y ha leído y releído -en pausada meditación- cada una de las frases de
esta carta, verá que es obvio lo que acabamos de decir. Pero nosotros
necesitamos las «muletas» de la exégesis comparada. Tendremos que examinar bien
dónde hay proposiciones parecidas, en esta misma carta, compararlas y comprobar
si tienen el mismo sentido. Y puesto que cada una de las afirmaciones paralelas
se halla dentro de un contexto diferente y tiene acentos distintos, la
comparación nos hará adquirir nuevos conocimientos.
El hecho de que el «germen» de Dios se refiere aquí al Espíritu Santo,
nos lo sugiere ya la estructura idéntica del lugar paralelo 2,27: en ambos
casos la «unción» o el «germen» «permanece» en los cristianos. En otros dos
lugares paralelos más, que mencionan expresamente al Espíritu de Dios, ocurre
lo mismo: en 3,24 y en 4,13 sabemos que permanecemos en Dios y que Dios
permanece en nosotros. Y lo sabemos por una cosa: porque Dios nos ha dado su
Espíritu, es decir porque su Espíritu «permanece» en nosotros. Asimismo, una
ojeada a Juan 3:6: «Lo que nace del Espíritu,
espíritu es», nos ayudará a conocer que el nacer de Dios (= «el nacer de lo
alto») es algo que se lleva a cabo por medio del Espíritu.
Precisamente esta afirmación de que el Espíritu es el «germen» de Dios,
hace que sea más comprensible la expresión de que «hemos nacido de Dios». O más
exactamente: nos introduce más hondamente en el misterio que en ella se
enuncia. El término «germen» pertenece por completo al marco de la terminología
de la generación: el «germen», con el que Dios engendra a sus hijos
-concediéndoles graciosamente la fe y el bautismo-, es su Espíritu, el Espíritu
de Dios. Pero el pensamiento joánico deja relegada por completo cualquier
comparación biológica. Toda mala interpretación como si se tratara de una
generación física, queda excluida ya por el hecho de que se dice que este
«germen» «permanece». No se trata de una emanación, de un efluvio -concebido
físicamente- del ser divino. En tal caso, este germen que emanase de la
divinidad, se convertiría cada vez en hijo de Dios. No; este «germen» no se
convierte, sino que sigue siendo lo que (sin imagen) es: el Espíritu mismo de
Dios. No hay mezcla alguna con la materia, como supusieron los gnósticos de
entonces o de época posterior. Y por eso, precisamente, es posible el
llamamiento de «permaneced en él» (Juan 2:27).
Este versículo está erizado de
dificultades; y sin embargo está claro que es de primera importancia el
descubrir lo que quiere decir.
En primer lugar, ¿qué quiere
decir Juan con la frase: «Porque Su simiente mora en él»? hay tres
posibilidades.
(i) La Biblia usa
corrientemente la palabra simiente queriendo decir la familia y los
descendientes de un hombre. Abraham y su simiente han de guardar el
pacto de Dios (Génesis
17:9). Dios hizo Su promesa a Abraham y a su simiente para
siempre (Lucas_1:55).
Los judíos pretenden ser la simiente de Abraham (Juann8:33; Juann8:37).
En Gálatas 3, Pablo habla acerca de
la simiente de Abraham (Gálatas 3:16; Gálatas 3:29). Si tomamos la palabra
simiente en ese sentido aquí, tenemos que tomar él como refiriéndose a
Dios, y entonces obtenemos un sentido muy bueno: "Cualquiera que es nacido
de Dios no peca, porque la familia de Dios mora constantemente en Dios."
La familia de Dios vive tan cerca de Él que puede decirse que habita en Él. El
hombre que vive así tiene una fuerte defensa contra el pecado.
(ii) Es la simiente humana la
que produce la vida humana, y el hijo se puede decir que tiene la simiente de
su padre en sí. Ahora bien, el cristiano es nacido de nuevo mediante Dios, y
por tanto tiene la simiente de Dios en sí. Esta era una idea con la que los del
tiempo de Juan estaban muy familiarizados. Los gnósticos decían que Dios había
plantado semillas en este mundo, y por la acción de estas semillas el mundo se
iba perfeccionando, y pretendían que eran los gnósticos verdaderos los que
habían recibido estas semillas. Algunos gnósticos decían que el cuerpo del
hombre era algo material y vil; pero en algunos cuerpos la Sabiduría había
sembrado secretamente semillas, y los hombres verdaderamente espirituales
tenían estas semillas de Dios por almas. Esto estaba íntimamente relacionado
con la creencia estoica de que Dios era un Espíritu de fuego, y el alma humana,
lo que le daba la vida y la razón, era una chispa de ese fuego divino
que había venido de Dios para residir en un cuerpo humano.
Si tomamos las palabras
de Juan en este sentido quieren decir que todo nacido de nuevo tiene la
simiente de Dios en él, y que, por tanto, no puede pecar. No cabe duda de que
los lectores de Juan conocerían esta idea.
(iii) Hay una idea mucho más
sencilla. Por lo menos dos veces en el Nuevo Testamento la Palabra de Dios es
la que se dice que produce el nuevo nacimiento. Santiago escribe: " Él, de
Su voluntad, nos hizo nacer por la palabra de verdad, para que seamos primicias
de Sus criaturas» (Santiago
1:18). La Palabra de Dios es como la simiente de Dios que
produce nueva vida. Pedro expresa esta idea aún más claramente: «Pues habéis
nacido de nuevo, no de simiente corruptible, sino incorruptible: la Palabra de
Dios, que vive y permanece para siempre» (1Pedro 1:23). Aquí la Palabra
de Dios se identifica claramente con la simiente incorruptible de Dios.
Si lo tomamos en este sentido, Juan quiere decir que el que es nacido de
Dios no puede pecar porque tiene la fuerza y la dirección de la palabra de Dios
en su interior. Este tercer sentido es el más sencillo, y en general el mejor.
El cristiano está protegido del pecado por el poder de la palabra de Dios que
mora en él.
En segundo lugar, este
versículo nos presenta un problema cuando lo comparamos con algunas otras cosas
que ya ha dicho Juan acerca del pecado.
Tomándolo en su valor facial, esto
quiere decir que es imposible que peque el que es nacido de Dios. Ahora bien,
Juan ya ha dicho: "Si decimos que no hay pecado en nosotros, nos engañamos
a nosotros mismos y en nosotros no está la verdad;» y «Si decimos que no hemos
hecho nunca nada malo, Le dejamos a Él por mentiroso;» y nos exhorta a confesar
nuestros pecados (1Juan 1:8-10). Luego pasa a
decir: «Si pecamos, tenemos un abogado con el Padre en la persona de Jesucristo.»
Según parece, aquí hay una contradicción. En un lugar, Juan está diciendo que
el hombre no puede ser nada más que pecador, y que hay una expiación por su
pecado. En el otro lugar está diciendo, lo mismo de claro, que el hombre que es
nacido de Dios no puede pecar. ¿Cuál es la explicación?
(i) Juan pensaba en categorías
judías, porque no podía hacer otra cosa. Ya hemos visto que conocía y aceptaba
el esquema judío de las dos edades, esta edad presente, y la edad por venir.
Ya hemos visto también que Juan creía que, fuera como fuera el mundo, los
cristianos, en virtud de la obra de Cristo, ya habían entrado en la nueva edad.
Era precisamente una de las características de la nueva edad el que los que
vivieran en ella estarían libres del pecado. En Enoc leemos: «Entonces
también se concederá sabiduría a los elegidos, y vivirán todos sin pecar
jamás otra vez, ni por ignorancia ni por orgullo» (Enoc 5:8). Si eso
es cierto de la nueva edad, debería ser verdad de los cristianos que ya estamos viviendo en ella.
Pero, de hecho, no es todavía cierto, porque los cristianos no hemos escapado
todavía del poder del pecado. Podríamos entonces decir que en este pasaje Juan
está estableciendo el ideal de lo que debería ser, y en los otros dos
pasajes reconoce la actualidad tal como es. Podríamos decir que conoce
el ideal y confronta con él a 'los hombres; pero también encara los Hechos, y
ve la cura que hay en Cristo para ellos.
(ii) Eso puede que sea así;
pero hay más en ello. En el original griego hay una diferencia sutil en los
términos que introduce una gran
diferencia en el sentido. En 1Juan 2:1,
la exhortación de Juan es que no pequéis. En ese versículo pecar está
en el tiempo aoristo, que indica un hecho particular y definido. Así que
lo que Juan .está diciendo claramente es que los cristianos no deben cometer
pecados concretos; pero si resbalan en algún pecado, tienen en Cristo un
abogado Que defiende su causa, y un sacrificio que les otorga el perdón. Por
otra parte, en este pasaje, pecar está en el presente, e indica
una acción habitual.
Lo que Juan está
diciendo se puede colocar en cuatro etapas.
(a) El ideal es que en la nueva edad el pecado haya
desaparecido para siempre.
(b) Los cristianos deben tratar
de hacer eso realidad, y con la ayuda de Cristo luchar para evitar actos
individuales de pecado.
(c) De hecho todos tenemos
recaídas, y cuando nos sucede esto debemos humildemente confesárselo a Dios,
Que siempre perdonará al corazón contrito y humillado.
(d) A pesar de eso, ningún
cristiano debe ser un pecador deliberado y constante. Ningún cristiano debe
vivir una vida en la que el pecado domine sus acciones.
Juan no está
colocando delante de nosotros un perfeccionismo aterrador; pero está demandando
una vida que esté siempre vigilante contra el pecado, una vida en la que el
pecado no sea normalmente aceptado, sino que se produce a veces en un momento
anormal de debilidad. Juan no está diciendo que el que mora en Dios no pueda
pecar; pero está diciendo que el que habita en Dios no puede seguir siendo un
pecador consciente y voluntario.
¡Maranatha!
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