1 Juan 4; 8-10
El que no ama, no ha conocido a
Dios; porque Dios es amor.
En esto se mostró el amor de Dios
para con nosotros, en que Dios envió a su Hijo
unigénito al mundo, para que vivamos por él.
En
esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él
nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados.
Juan no está
definiendo la naturaleza de Dios en sí; no dice que el amor es Dios. Juan dice:
"Dios es amor" no dice "Amar es Dios". Nuestro mundo, con
su visión trivial y egoísta del amor, ha tergiversado esas palabras y ha
contaminado nuestra comprensión del amor. El mundo piensa que amor es lo que
nos hace sentir bien, y está dispuesto a sacrificar principios morales y los
derechos de los demás a fin de obtener dicho "amor". Pero en realidad
eso no es amor, sino todo lo contrario al amor; es egoísmo. Y Dios no es esa
clase de "amor". El verdadero amor es como Dios: santo, justo y perfecto.
Si de veras conocemos a Dios, debemos amar como El ama. Está afirmando que el
amor tiene que caracterizar a los que son de Dios porque le caracteriza a Él, y
se deriva de Él. Es por el amor como se conoce a Dios. No podemos ver a Dios,
porque Dios es Espíritu; lo que sí podemos ver es Su efecto. No podemos ver el
viento, pero podemos ver lo que hace. No podemos ver la electricidad, pero
podemos ver los efectos que produce. El efecto de Dios es el amor. Es cuando
Dios entra en una persona cuando la persona está revestida con el amor de Dios
y el amor del hombre. Dios Se conoce por Su efecto en esa persona. Se ha dicho:
«Un santo es una persona en quien Cristo vive otra vez.» Y la mejor
demostración de Dios no viene de la discusión, sino de una vida de amor. Cuando
llega el amor, el temor se tiene que marchar. El temor es la emoción
característica de alguien que espera que le castiguen. Mientras veamos a Dios
como el Juez, el Rey, el Legislador, no puede haber en nuestro corazón nada más
que temor, porque ante un Dios así no podemos esperar nada más que el castigo.
Pero una vez que conocemos la verdadera naturaleza de Dios, el amor absorbe el
temor. El único temor que permanece es el temor de ofender Su amor por
nosotros.
El que no ama (habitualmente) no puede ser del que es amor, no
importando las reclamaciones ni declaraciones que haga.
Dios tiene muchos hijos pero Jesucristo es Su único Hijo. Jesucristo es el Hijo unigénito
de Dios. Aunque todos los creyentes son hijos de Dios, solo Jesucristo vive en
esa relación de unidad de Hijo. Este
pasaje expone como falsos a todos los modernistas quienes niegan la deidad de
Jesús, pues para ellos era puro hombre, nada más. Los gnósticos, al negar la
deidad de Jesús y la eficacia de su muerte, negaban esta manifestación del amor
de Dios.
Que Dios enviara a morir por el
pecador al Unigénito, es la demostración suprema del amor.
Los gnósticos negaban la esencialidad de la muerte de Cristo. Ellos se
gloriaban en la salvación por medio de su amado conocimiento (filosofía
humana).
No manifestó Dios su amor en
darnos a su Hijo porque primero le amáramos a él y por eso se moviera a amarnos
a nosotros, sino porque primero nos amó a nosotros y manifestó este amor en el
don de su Hijo. La consecuencia de este amor y el don de Dios es que se hace satisfacción
(propiciación) por los pecados del que obedece al evangelio.
Dios envió a su Hijo a este mundo con el propósito de remediar nuestro
estado perdido. Lo hizo porque nos amó (Juan_3:16).
Esto lo propuso antes de amarle a él nosotros y cuando éramos completamente
indignos de su amor (Romanos_5:8; Efesios_2:1-9).
El cristiano vive por Él porque le expió
sus pecados que causan muerte (Romanos_6:23).
Nada pecaminoso ni perverso puede existir en la
presencia de Dios. Él es absolutamente bueno. Él no puede pasar por alto,
tolerar ni excusar el pecado como si no se hubiera cometido. Él nos ama, pero
su amor no lo convierte en una persona de moralidad indiferente. Por lo tanto,
si confiamos en Cristo, no tenemos que sufrir el castigo de nuestros pecados (1Pedro_2:24). Podemos ser absueltos (Romanos_5:18) por su sacrificio expiatorio.
¡Maranata!¡Sí, ven Señor Jesús!
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