} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: 13 Diciembre LA BUENA SEMILLA (Meditación)

miércoles, 13 de diciembre de 2017

13 Diciembre LA BUENA SEMILLA (Meditación)



 2 Corintios 5; 19
que Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados, y nos encargó a nosotros la palabra de la reconciliación.

       El mundo, que yace bajo el poder del maligno, aborrece a Dios (Juan_15:18-19). Ser amigo del mundo es ser enemigo de Dios (Santiago_4:4). Por eso el mundo necesita reconciliación con Dios. Esta reconciliación es lograda mediante el evangelio de Cristo (Romanos_5:8-11). Cristo es la propiciación por los pecados de todo el mundo (1 Juan_2:2)
Dios no toma en cuenta (no imputa) a los hombres sus pecados, porque ¡les perdona sus pecados! Romanos_4:1-25  dice en el ver. 7 que Dios no inculpa (no imputa -- logidzomai) de pecado a la persona cuyas iniquidades y pecados le son perdonados.
   Dios ya no imputa sus pecados al que es reconciliado en Cristo por la simple razón de que ya los perdonó.
             Dios se reveló al mundo en Cristo. Se reveló como el santo y el justo, que exigía por los pecados la expiación que el Hijo ofreció en la cruz. Pero se reveló también como lleno de gracia y de amor, que, en atención a esta expiación, perdonó los pecados y aceptó, a través de su Hijo, a los hombres en calidad de verdaderos hijos. «Pues en él tuvo a bien residir toda la Plenitud, y por él reconciliar todas las cosas consigo... ya las cosas de sobre la tierra, ya las que están en los cielos» (Colosenses_1:20). «Porque tanto amó Dios al mundo, que entregó su Hijo único» (Juan_3:16). Él es sacrificio de purificación por nuestros pecados, y no solo por los nuestros, sino también por los de todo el mundo» (1 Juan_2:2).

El corazón del que no está regenerado está lleno de enemistad contra Dios, y Dios está justamente ofendido con él. Pero puede haber reconciliación. Nuestro Dios ofendido nos ha reconciliado consigo por Jesucristo.
El ministerio de reconciliación es para anunciar lo que Dios, que estaba en Cristo, ha hecho para proveer redención del pecado. Dejamos de ser enemigos, extraños o extranjeros para Dios, cuando confiamos en Cristo. Aquellos que ya se hemos sido reconciliados con Dios  tenemos la encomienda de llevar el mensaje a otros, tenemos el privilegio de animar a otros para que hagan lo mismo, y de esa manera somos aquellos que tenemos "el ministerio de la reconciliación".

Pablo sabía que hay un tiempo para la conducta sensata y tranquila, y también para el comportamiento que el mundo toma por locura; y estaba dispuesto a seguir cualquiera de los dos por causa de Cristo y de las personas.
Pablo llega, como acostumbraba, de una situación concreta y determinada a un principio básico de toda la vida cristiana: Cristo murió por todos. Para Pablo, un cristiano es, en su frase favorita, una persona en Cristo; y por tanto, la vieja personalidad del cristiano murió con Cristo en la Cruz y resucitó con Él a una nueva vida, de forma que ahora es una nueva persona, tan nueva como si Dios la acabara de crear. En esta novedad de vida, el cristiano ha adquirido una nueva escala de valores. Ya no aplica a las cosas el baremo del mundo. Hubo un tiempo en el que Pablo mismo había juzgado a Cristo según su tradición, y se había propuesto eliminar Su recuerdo del mundo. Pero ya no. Ahora tenía una escala de valores diferente. Ahora, el Que había tratado de borrar era para él la Persona más maravillosa del mundo, porque le había dado la amistad de Dios que había anhelado toda la vida.

Romanos 9; 5
de quienes son los patriarcas, y de los cuales, según la carne, vino Cristo, el cual es Dios sobre todas las cosas, bendito por los siglos. Amén.

     No son sólo los vínculos de la sangre los que hacen que Pablo se entristezca por su pueblo como por un difunto querido; es también el recuerdo de las altas distinciones que ese pueblo ostenta y que ha conservado en su historia, pero que no ha sabido preservar de su gran defección. Basta echar una mirada sobre la historia de Israel para reconocer en ella su especial elección y posición como «hijo», la experiencia de la revelación de la gloria de Yahveh y la constante proximidad a su Dios en la alianza, la ley y el culto. Con esta proximidad institucionalizada de Dios resulta mucho más difícil entender cómo ese pueblo no ha podido lograr la meta de las promesas que se le habían hecho. Con ello nos ha conducido Pablo hasta el dato que se oculta realmente bajo su dolor personal por la postura de sus hermanos de raza, a saber, el problema de la fidelidad de Dios a sus promesas en su acción salvífica a favor del mundo.

  Pablo enumera las grandes prerrogativas de Israel, que lo distinguen de todos los otros pueblos. En efecto, de entre todos los pueblos Dios eligió a Israel como pueblo suyo (Exodo_4:22; Deuteronomio_14:1; Jereremías_31:9; Oseas 11:1), en medio del cual se hacía presente su “gloria; con él pactó varias veces ( Genesis_15:18; Exodo_2:24; Exodo19:5; Exodo_24:7; Salmo_89:4), y le dio una Ley (Deuteronomio_4:1) y un culto ( Deuteronomio_12:1), y le hizo depositario de las promesas mesiánicas (Galatas_3:17); a él pertenecen los patriarcas, grandes amigos de Dios (Exodo_3:6), y, sobre todo, de él procede Jesucristo en cuanto hombre, gloria máxima de Israel, que nadie le podrá arrebatar. Hablando de Jesucristo, Pablo le llama expresamente “Dios,” siendo éste uno de los testimonios bíblicos más claros y categóricos de su divinidad.

¡Maranata! ¡Sí, ven Señor Jesús!

No hay comentarios:

Publicar un comentario