2 Corintios 5; 19
que Dios estaba en Cristo
reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus
pecados, y nos encargó a nosotros la palabra de la reconciliación.
El mundo, que yace bajo el poder del maligno, aborrece a Dios (Juan_15:18-19). Ser amigo del mundo es ser enemigo de
Dios (Santiago_4:4). Por eso el mundo necesita
reconciliación con Dios. Esta reconciliación es lograda mediante el evangelio
de Cristo (Romanos_5:8-11). Cristo es la
propiciación por los pecados de todo el mundo (1 Juan_2:2)
Dios no toma en cuenta (no imputa) a los hombres sus pecados, porque
¡les perdona sus pecados! Romanos_4:1-25 dice en el ver. 7 que Dios no inculpa (no
imputa -- logidzomai) de pecado a la persona cuyas iniquidades y pecados le son
perdonados.
Dios ya no imputa sus pecados
al que es reconciliado en Cristo por la simple razón de que ya los perdonó.
Dios se reveló al mundo en Cristo. Se reveló
como el santo y el justo, que exigía por los pecados la expiación que el Hijo
ofreció en la cruz. Pero se reveló también como lleno de gracia y de amor, que,
en atención a esta expiación, perdonó los pecados y aceptó, a través de su
Hijo, a los hombres en calidad de verdaderos hijos. «Pues en él tuvo a bien
residir toda la Plenitud, y por él reconciliar todas las cosas consigo... ya
las cosas de sobre la tierra, ya las que están en los cielos» (Colosenses_1:20). «Porque tanto amó Dios al mundo, que
entregó su Hijo único» (Juan_3:16). Él es
sacrificio de purificación por nuestros pecados, y no solo por los nuestros,
sino también por los de todo el mundo» (1 Juan_2:2).
El corazón del que no está regenerado está lleno de enemistad contra
Dios, y Dios está justamente ofendido con él. Pero puede haber reconciliación.
Nuestro Dios ofendido nos ha reconciliado consigo por Jesucristo.
El ministerio de reconciliación es para anunciar lo que Dios, que estaba en Cristo,
ha hecho para proveer redención del pecado. Dejamos de ser enemigos, extraños o
extranjeros para Dios, cuando confiamos en Cristo. Aquellos que ya se hemos
sido reconciliados con Dios tenemos la
encomienda de llevar el mensaje a otros, tenemos el privilegio de animar a
otros para que hagan lo mismo, y de esa manera somos aquellos que tenemos
"el ministerio de la reconciliación".
Pablo sabía que hay un tiempo para la
conducta sensata y tranquila, y también para el comportamiento que el mundo
toma por locura; y estaba dispuesto a seguir cualquiera de los dos por causa de
Cristo y de las personas.
Pablo llega, como acostumbraba, de una situación concreta y determinada
a un principio básico de toda la vida cristiana: Cristo murió por todos. Para
Pablo, un cristiano es, en su frase favorita, una persona en Cristo; y por tanto, la vieja personalidad del
cristiano murió con Cristo en la Cruz y resucitó con Él a una nueva vida, de
forma que ahora es una nueva persona, tan nueva como si Dios la acabara de
crear. En esta novedad de vida, el cristiano ha adquirido una nueva escala de
valores. Ya no aplica a las cosas el baremo del mundo. Hubo un tiempo en el que
Pablo mismo había juzgado a Cristo según su tradición, y se había propuesto
eliminar Su recuerdo del mundo. Pero ya no. Ahora tenía una escala de valores
diferente. Ahora, el Que había tratado de borrar era para él la Persona más
maravillosa del mundo, porque le había dado la amistad de Dios que había
anhelado toda la vida.
Romanos 9; 5
de quienes son los patriarcas, y de
los cuales, según la carne, vino Cristo, el cual es Dios sobre todas las cosas,
bendito por los siglos. Amén.
No son sólo los vínculos de
la sangre los que hacen que Pablo se entristezca por su pueblo como por un difunto
querido; es también el recuerdo de las altas distinciones que ese pueblo
ostenta y que ha conservado en su historia, pero que no ha sabido preservar de
su gran defección. Basta echar una mirada sobre la historia de Israel para
reconocer en ella su especial elección y posición como «hijo», la experiencia
de la revelación de la gloria de Yahveh y la constante proximidad a su Dios en
la alianza, la ley y el culto. Con esta proximidad institucionalizada de Dios
resulta mucho más difícil entender cómo ese pueblo no ha podido lograr la meta
de las promesas que se le habían hecho. Con ello nos ha conducido Pablo hasta
el dato que se oculta realmente bajo su dolor personal por la postura de sus
hermanos de raza, a saber, el problema de la fidelidad de Dios a sus promesas
en su acción salvífica a favor del mundo.
Pablo enumera las grandes
prerrogativas de Israel, que lo distinguen de todos los otros pueblos. En
efecto, de entre todos los pueblos Dios eligió a Israel como pueblo suyo (Exodo_4:22; Deuteronomio_14:1; Jereremías_31:9; Oseas 11:1),
en medio del cual se hacía presente su “gloria; con él pactó varias veces ( Genesis_15:18; Exodo_2:24; Exodo19:5; Exodo_24:7; Salmo_89:4),
y le dio una Ley (Deuteronomio_4:1) y un culto (
Deuteronomio_12:1), y le hizo depositario de las
promesas mesiánicas (Galatas_3:17); a él
pertenecen los patriarcas, grandes amigos de Dios (Exodo_3:6),
y, sobre todo, de él procede Jesucristo en cuanto hombre, gloria máxima de
Israel, que nadie le podrá arrebatar. Hablando de Jesucristo, Pablo le llama
expresamente “Dios,” siendo éste uno de los testimonios bíblicos más claros y
categóricos de su divinidad.
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