Isaías
49; 26
Y a los que te despojaron haré
comer sus propias carnes, y con su sangre serán embriagados como con vino; y
conocerá todo hombre que yo Jehová soy Salvador tuyo y Redentor tuyo, el Fuerte
de Jacob.
Israel se queja de haber
sido olvidado, pero el Señor le promete tomarlo en sus manos. Él vencerá al
destructor de Israel, lo revestirá de ornamentos, multiplicará su número, y
hará que las naciones lo ayuden. Será su Salvador y Redentor. Dios probaría al
mundo que Él es Dios al obrar lo imposible: hacer que los guerreros liberaran a
sus cautivos e incluso a devolverles el botín que les quitó. Dios lo hizo antes
en el éxodo y lo haría una vez más cuando los cautivos volvieran a Israel.
Nunca debe dudarse de que Dios cumplirá sus promesas. El aun hará lo imposible
para hacerlas realidad.
Somos cautivos
legales de la justicia de Dios, pero liberados a un precio de valor indecible.
Aquí hay una promesa expresa: Aun el cautivo del valiente será librado. Aquí
vemos a Satanás privado de su presa, encadenado y echado al abismo; y todas las
potestades que se habían reunido para esclavizar, perseguir o corromper a la
Iglesia, son destruidas; que toda la tierra sepa que Jehová es nuestro Salvador
y Redentor, el Fuerte de Jacob. Todo esfuerzo que hacemos para rescatar a los
congéneres pecadores de la esclavitud a Satanás ayuda, en cierto grado, al
progreso del gran cambio.
Es posible que
estas palabras aludan a las subsiguientes oleadas de inmigración a Sion que
tuvieron lugar en los días de Esdras y Nehemías, pero la referencia parece ser
aún más amplia. Lo que Dios va a hacer con Sion, según esta profecía, tiene
alcance aun hasta la restauración de Sion en nuestros propios días. La magnitud
de la obra divina a favor de Sion llegaría a ser sabida por todo mortal: Y sabrá todo mortal que yo soy Jehová tu
Salvador, tu Redentor, el Fuerte de Jacob
Tito 2; 13-14
aguardando la esperanza bienaventurada y la
manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo,
quien se dio a sí mismo por nosotros para redimirnos de toda
iniquidad y purificar para sí
un pueblo propio, celoso de buenas obras.
Pablo testifica de la deidad de Jesucristo, identificándolo
como nuestro gran Dios y Salvador.
El propósito de la obra redentora de Cristo era crear para sí un
pueblo propio, liberado del pecado y celoso de buenas obras.
La redención por Cristo nos abre el camino para que El nos purifique. Redimir
es comprar la liberación de la cautividad del pecado con un rescate. No sólo
somos libres de nuestra sentencia de muerte por nuestro pecado, pero también
somos purificados de la influencia del pecado, en la medida que crecemos en
Cristo.
Pablo pasa a
resumir lo que ha hecho Jesucristo, y también lo presenta primero de forma
negativa y luego positivamente.
Jesús nos ha
redimido del poder de la injusticia, el poder que nos hace pecar; y puede
purificarnos hasta hacernos aptos para ser el pueblo propio de Dios. La palabra
que hemos traducido por especial de Su propiedad (periúsios) es
interesante. Quiere decir reservado para; y se usaba especialmente para
la parte del botín de una batalla o campaña que el rey apartaba para sí mismo.
Mediante la obra de Jesucristo, el cristiano llega a ser idóneo para ser la
posesión especial de Dios.
El poder moral de
la Encarnación constituye una idea impresionante. Cristo no sólo nos ha librado
del castigo de los pecados pasados; nos puede capacitar para vivir la perfecta
vida en este mundo espaciotemporal; y puede limpiarnos para que seamos idóneos
para ser la posesión especial de Dios.
La doctrina de la gracia y la salvación por el evangelio es para todos
los rangos y estados del hombre. Nos enseña a dejar el pecado; a no tener más
relación con éste. La conversación terrenal y sensual no conviene a la vocación
celestial. Enseña a tomar conciencia de lo que es bueno. Debemos mirar a Dios
en Cristo como objeto de nuestra esperanza y adoración. La conversación del
evangelio debe ser una conversación buena. Aquí está nuestro deber en pocas
palabras: negar la impiedad y las lujurias mundanas, vivir sobria, recta y
piadosamente, a pesar de todas las trampas, tentaciones, ejemplos malos, usos
malos y vestigios del pecado en el corazón del creyente, con todos sus
obstáculos. Nos enseña a buscar las glorias del otro mundo. En la manifestación
gloriosa de Cristo, se completará la bendita esperanza de los cristianos.
Llevarnos a la santidad y a la felicidad era la finalidad de la muerte
de Cristo. Jesucristo, el gran Dios y Salvador nuestro, que salva no sólo como
Dios, y mucho menos como Hombre solo, sino como Dios-Hombre, dos naturalezas en
una sola persona. Él nos amó, y se dio por nosotros; ¡y qué menos podemos hacer
sino amarle y darnos a Él! La redención del pecado y la santificación de la
naturaleza van aunadas y forman un pueblo peculiar para Dios, libre de culpa y
condenación, y purificado por el Espíritu Santo.
Toda la Escritura es provechosa. Aquí está lo que proveerá para todas
las partes del deber y el correcto desempeño de ellos. Indaguemos si toda
nuestra dependencia está puesta en esa gracia que salva al perdido, perdona al
culpable, y santifica al inmundo. Mientras más alejados estemos de jactarnos de
buenas obras imaginarias, o de confiar en ellas, para gloriarnos en Cristo
solo, más celosos seremos para abundar en toda verdadera obra buena
¡Maranata! ¡Sí, ven Señor Jesús!
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