Lucas 13; 23-24
Y alguien le dijo: Señor, ¿son
pocos los que se salvan? Y él les dijo:
Esforzaos a entrar por la puerta
angosta; porque os digo que muchos procurarán entrar, y no podrán
El que le hizo esta
pregunta tal vez pensaba, “¿Serán salvos todos los judíos y solamente los
judíos?” ¿Quién se salva? ¿Quién va al cielo? ¿Quién entra en el reino de Dios?
Estas son preguntas candentes que se presentan en el camino de la vida. ¿A
quién no le escuece en el alma la cuestión de la salvación y de la salud? Uno
le pregunta por el número de los que se salvan. ¿Son pocos? Aquel hombre se
dirige a Jesús como al Señor. Para él es Jesús una autoridad destacada en
cuestiones de la salvación al final de los tiempos. Le hacían estas preguntas:
«¿Qué haría yo para heredar la vida eterna?» (Hechos_18:18),
«¿Cuándo vendrá el reino de Dios?» (Hechos_17:20),
«Señor, ¿es ahora cuando vas a restaurar el reino a Israel?» (Hechos_1:6). Como Señor que es, dispone del reino, porque
el Padre se lo ha confiado (Hechos_22:28).
Jesús no dice
“entrar por la puerta automática”,
sino por “la puerta angosta”. Jesús declaró que la entrada en el Reino no es
automática, sino el resultado y la recompensa de la lucha. «Vosotros haced el
máximo esfuerzo para entrar», les dijo. En el original griego se usa aquí la
palabra de la que deriva la castellana agonía.
El esfuerzo que hay que hacer para entrar debe ser tan intenso que bien
se puede describir como una agonía de alma y espíritu.
Corremos un cierto
riesgo. Es fácil creer que, una vez que nos hemos entregado a Jesucristo, ya
estamos dentro y nos podemos sentar tranquilamente como si hubiéramos llegado a
la meta. No hay tal en la vida cristiana. Si uno no está avanzando
continuamente es que está retrocediendo.
La vida cristiana
es como una escalada en la que vamos siguiendo senderos hacia una cima que no
se alcanza en este mundo. Para el cristiano la vida es un constante ir hacia
adelante y hacia arriba.
En lugar de preocuparse por cuántos serán salvos, nos conviene estar
seguros que seremos salvos nosotros mismos. El Señor nos ofrece una puerta angosta y hay tiempo limitado para
entrar por ella para ser salvos. Al pasar por ella uno “cierra la
puerta” a la vida pasada y entra en una vida bendecida y dichosa con la
esperanza de heredar la vida eterna.
La puerta es angosta porque Cristo es la única
puerta (Juan_10:7-9), y el arrepentimiento y la
fe son las únicas vías de admisión.
Esta palabra indica dificultad.
Enseña que es difícil ser
discípulo de Cristo. Por eso, la puerta angosta excluye a muchos. No admite a los desobedientes. No admite a los
que meramente “profesan” obedecerle (Mateo_7:21).
No admite a los que no nacen otra vez (Juan_3:5).
La enseñanza de Jesús, comenzando con el Sermón del Monte, se compara con una
puerta estrecha y un camino angosto. Isaías 35:8 profetizó
diciendo, "Y habrá allí calzada y camino, y será llamado Camino de
Santidad".
Hallar la salvación requiere más concentración y esfuerzo de lo que
muchas personas esperan invertir. Es obvio que no podemos salvarnos solos ni
hay manera en que podamos hacer algo en favor de Dios. Debemos esforzarnos en
"entrar por la puerta angosta" en un deseo diligente de conocer a
Dios y procurar con fervor establecer una relación sin importar el costo.
Debemos cuidar de no pasar por alto esta acción porque la puerta no estará
abierta para siempre.
En lo que confiaban esas
personas se vio en su respuesta: «¡Pero si hemos comido y bebido contigo, y has
enseñado en nuestras plazas!» Hay algunos que creen que basta con haber vivido
en una simulación cristiana. Se consideran diferentes de los paganos ciegos e
ignorantes.
Jesús no quiere indicar ningún número; lo que sí
quiere es poner en guardia, urgir, estimular a emplear todas las fuerzas,
llamar a una decisión.
La puerta es angosta; la obra es grande; los enemigos del alma son numerosos;
es preciso que estemos alerta y seamos activos; no podemos esperar a nadie.
Tenemos una misión, un propósito de Dios para nuestras vidas. Ni hemos de
detenernos a preguntar que están
haciendo los demás, y si muchos de nuestros vecinos, parientes y amigos están
sirviendo a Cristo. Sirvamos a Cristo, sin mirar a otros, sin posponer
actuaciones que sabemos debemos realizar. La incredulidad y la indecisión
de otros, por veteranos evangélicos que
se consideren no pueden servirnos de excusa en el último día. Jamás debemos hacer
el mal por seguir la corriente establecida. Ya nos acompañen al cielo pocos
o muchos, el precepto es claro y
terminante: "Porfiad a entrar por la puerta angosta..
Nuestro Señor Jesucristo nos ha dado a entender que, cualesquiera que
sean las creencias de los demás, nosotros tenemos que dar cuenta a Dios de los esfuerzos que hayamos hecho. Ni hemos de
continuar en nuestra maldad, escudándonos con la vana excusa de que no podemos
hacer nada hasta que Dios no nos mueva.
Tócanos a nosotros acercarnos a él haciendo uso de los medios de gracia. ¿Cómo
podemos hacer esto?, es cuestión con que no tenemos nada que ver. Es solo por medio de la
obediencia que puede resolverse el gran problema. El precepto es expreso e
inequívoco: "Porfiad a entrar por la puerta angosta.
Hechos 16; 31
Ellos dijeron: Cree en el Señor Jesucristo, y serás
salvo, tú y tu casa.
Lucas no estaba recogiendo solamente un importante momento de la
iglesia primitiva; estaba haciéndose eco de una interrogante universal y de la
respuesta precisa a esa pregunta. Tú y
tu casa sugiere que Dios trabaja
en el núcleo familiar. La pregunta del carcelero no tenía que ver con la
salvación física, porque los presos no habían escapado y, por eso, él no estaba
en ningún peligro. La respuesta de Pablo hace claro el significado de su
pregunta.
La reputación de
Pablo y Silas en Filipos era bien conocida. Cuando el carcelero descubrió su
verdadera condición y necesidad, lo arriesgó todo para encontrar la respuesta.
Las buenas nuevas de salvación de los cristianos se expresa de manera simple.
Crea en el Señor Jesús y será salvo (Romanos_10:9;
1Corintios_12:3; Efesios_2:8-9; Filipenses_2:11). Cuando reconocemos a
Jesús como el Señor y Salvador le confiamos toda la vida, obtenemos la
salvación de manera segura. Si tú nunca has confiado en Jesús para tu
salvación, hazlo ya. Tu vida se llenará de gozo, al igual que la del carcelero
(Filipenses_16:34). Es interesante que dio
muestras de la autenticidad de su conversión bien pronto. En cuanto conoció a
Cristo lavó las heridas del látigo que tenían los presos en la espalda, y les
sirvió de comer. Si la fe no nos hace compasivos y amables, no es sincera. A
menos que un supuesto cambio de corazón se manifieste en un cambio de obras, es
falso.
El que poco antes había sujetado al cepo a los dos misioneros, ahora,
en señal de su fe, les presta toda clase de atenciones y cuidados y les lava
las llagas que llevan en su cuerpo como huellas de la flagelación. Se bautiza
juntamente con los suyos. La fe y el bautismo van siempre juntos. Se reclaman
mutuamente.
Pablo y Silas tomaban en serio la unidad familiar. El ofrecimiento de
salvación fue para el carcelero y su familia, incluyendo a los sirvientes. La
fe del carcelero no salvó a todos; cada uno necesitó aceptar a Jesús en fe y
creer en El de la misma manera que el carcelero lo hizo. Sin embargo, toda su
familia creyó y recibió la salvación. Oremos que Dios nos use para presentar a Jesús a nuestra
familia y que puedan creer en El.
¡Maranata! ¡Sí, ven Señor Jesús!
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